30.12.06

31 DE DICIEMBRE. RELOJES

Decía Quevedo que llevamos la vida en traje de reloj como mayor enemigo. Próximo el fin de año, muchos son los relojes que en esta ciudad van marcando el pasar de nuestro tiempo.
En el costado de la Parroquia de Omnium Sanctorum queda un reloj de sol donde sólo es la sombra la que actúa sobre el ladrillo encalado. Nada que ver con otros lugares, muchos, en plazas grandes, con termómetros que sirven de portada segura algún día de agosto sin noticias.
Hay en Sevilla relojes cargados de leyenda. Desde la calle Santa Clara mirando hacia San Lorenzo, hacia uno de esos cielos que no perdimos, se encuentra uno. Es el reloj de la parroquia que, según la leyenda, sirvió a alguien para identificar dónde estuvo a punto de ser sepultado.
También hay relojes cargados de historia, medidores del tiempo de la ciudad. El ejemplo más claro es el que está más alto. Se trata del reloj de la Giralda, una obra diseñada por Fray José Cordero que desde 1781 marca el latir de la ciudad desde suposición en la Giralda. Precisamente la Giralda fue el grabado que mandó hacer Sanchís en unos relojes para la Exposición de 1929. Fueron un fracaso. Sin embargo, fueron un éxito esas cinco esferas que Longines colocó en la relojería El Cronómetro, una de las señas de identidad de la calle Sierpes. Fueron colocadas en 1922 y sustituyeron a un antiguo escaparate, otra joya oculta, que se trasladó a la tienda de ultramarinos El Reloj, en pleno barrio del Arenal. Otra joya que en los últimos tiempos nos han redescubierto unos publicistas extranjeros.
En fin, relojes que nos marcan el paso de los años. Algunos incluso nos recuerdan a la Puerta del Sol de Madrid. Sitúese en Santa Catalina, junto al Archivo Histórico y lo comprobará.
Pero el reloj más sobrecogedor no anda ni se para. Tiene más de 300 años. Vaya al Hospital de la Caridad y observe. Allí, desde un cuadro de Valdés Leal, Miguel de Mañara nos mira fijamente. Un enfermero nos manda guardar silencio. Al fono el reloj más impresionante. Es un reloj de arena. A su lado aparecen una calavera y un búcaro con tulipanes, una vanitas barroca que nos habla de la brevedad de la vida y de lo efímero de las glorias humanas.
En estos días de bullicio, los relojes de la ciudad nos hablan del paso a un nuevo año. El reloj de Valdés Leal nos habla en los mismos términos que Quevedo: “La vida nunca para / ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara...”
Feliz Año Nuevo.

24.12.06

25 DE DICIEMBRE. PAPÁ NOEL




¡Papá Noel ya está en Sevilla! ...Bueno, la verdad es que ya lleva aquí tiempo; incluso tiene casa propia, cerca de la Alfalfa. Digo yo que será por eso que en estas latitudes se le espera menos: sólo hay que esperar al lunes siguiente para volver a verlo en su lugar... Y además sin barba blanca, ni tan gordo, ni vestido de rojo, ni metiéndose por las chimeneas, que aquí son pocas y perdidas entre los adosados del Aljarafe...
Ustedes dirán que me equivoco, o que hoy es el día de los Inocentes, o que ya me he pasado con el aguardiente en una más de las comidas de estos días...Nada de eso. Hablamos del verdadero Papa Noel, el sevillano, el San Nicolás de la iglesia de la judería.
Allí lo podemos ver los lunes en una pequeña vitrina, casi de juguete, entre las velas que les ponen sus devotos. Allí está San Nicolás, un obispo turco que nació en el siglo III y cuya figura desvirtuó el paso del tiempo. Cuenta la historia que luchó contra herejías, como la arriana, y que fue un hombre devoto y generoso, muy querido por las gentes de su época. Pero a partir de aquí, casi todo entra en el terreno de la leyenda. Una de estas historias refiere que Nicolás hizo un milagro espectacular. Un carnicero mató a tres niños, los descuartizó y los echó al saladero de cerdos para venderlos como carne. Milagrosamente Nicolás actuó pudiendo recuperar los cuerpos y dándoles de nuevo vida. Por eso podemos ver a nuestro santo en otros lugares de la ciudad con un caldero a sus pies y tres niños. No se asusten, no era ni canibalismo, ni un remedo de las películas de Tarzán....
Otra leyenda afirma que durante tres días arrojó monedas de oro desde sus casa para salvar de la prostitución a tres doncellas que no tenían dinero...quizás por este gesto, quizás por ser su fiesta en diciembre, se asoció pronto con la navidad y con algún dios de origen nórdico. Y el obispo turco se conoció como Nicola, Nicolaus, Santa Klaus o el papá Noel que tanto nos suena en estos días...
A mi me parece un santo maltratado por el tiempo. En el año 1087 marineros italianos robaron su cuerpo y lo trasladaron a la ciudad de Bari. Desde allí se expandió su culto por Europa, quizás fueran italianos los que lo trajeron a Sevilla. En Centroeuropa acabó convertido en un personaje milagroso que llevaba los regalos por el cielo. Pero lo peor estaba por llegar. La marca Coca Cola lo engordó, lo disfrazó de blanco y rojo, le puso barba blanca y un gorrito de dormilón. Y puso dar grititos a todo un obispo de la antigua Asia Menor...
En los últimos días un estudio de su cuerpo realizado por la Universidad de Manchester afirma que era moreno, calvo, de nariz chata y mandíbula pronunciada. Qué quieren que les diga... Yo me sigo quedando con el obispo de la urnita que vemos todos los lunes en su iglesia de san Nicolás...

FELICIDADES

20.12.06

19 DE DICIEMBRE. LA DESGRACIA


Era una frase que tu abuela repetía mucho: “Mira hijo, que las desgracias nunca vienen solas”. A ti aquello te sonaba a fatalismo, a la cantinela de los años del hambre, a las ideas de una abuela con la cabeza perdida...a muchas cosas. Pero aquel día de diciembre comprendiste a tu abuela.
19 de diciembre de 1961. Ya había pasado casi un mes desde la inundación, pero a ti todo te olía igual. Olor a humedad en tu casa, en tus muebles, en las comidas, en la calle. Hacía casi un mes que el Tamarguillo se desbordó, pero la ciudad seguía oliendo a humedad. Nunca lo olvidarías Llovía poco pero en los días anteriores no había parado. Y el viejo río no pudo más. No serían ni las cuatro de la tarde cuando la ciudad comenzó a inundarse. Y desde ese momento viste de todo. Barcas en la Alameda, troncos arrastrados junto al Arco de la Macarena, niños sacados a hombros por sus padres, colas para comer con el plato en la mano. Y agua, agua por todas partes. En tu casa dio tiempo a quitar de enmedio lo justo y cuando el agua entró ya estabais en la azotea. Pero el agua llegó a muebles y a ropas, a los recuerdos de toda una vida y a tu talega de bolas de cristal. Todo se perdió. Y tu abuela que no dejaba de repetir la dichosa frase...
Menos mal que alguien subió a la azotea la vieja radio familiar, la banda sonora de todos los días, con sus canciones dedicadas y las coplas de tu abuela, con el parte que se oía a todo volumen y con aquellas cosa raras que nadie se atrevía a oír de una nosequé pireanica...
Aquella radio acompañó los difíciles días de la inundación. En ella seguiste aquella Operación Clavel que solucionaría vuestros problemas, la voz de aquel Bobby Deglané que parecía de la familia.
Y el día llegó. Recuerdas que te vistieron con lo mejor que tenías y te llevaron a las afueras. Había que recibir a la primera caravana de ayuda. Todo era alegría. Viste a tus vecinos con pancartas e incluso recuerdas un cartel que decía algo así como que el Tamarguillo era chiquito pero matón. Nunca habías visto tanta gente junta y tanta ilusión. De pronto los gritos acabaron con tanta alegría. No sabías muy bien que pasaba pero comenzó un trágico desfile. La avioneta que te había entretenido antes se cayó sobre la multitud y aquello pareció el infierno que te contaban en la Iglesia. Aunque tu padre te cogió en brazos y te sacó de allí, te dio tiempo a ver mucha sangre, muchos lloros y mucha gente por el suelo. La alegría se había transformado en tragedia. Luego supiste que murieron 24 personas y que hubo más de 100 heridos. La Operación Clavel se había convertido en una tragedia. Fue el día 19 de diciembre de 1961. Fue el día que comprendiste que las desgracias nunca vienen solas...

17.12.06

19 DE DICIEMBRE. LA ESPERANZA


Como se acerca tu día, volveré a verte un año más. Me acercaré a tu casa para besarte y, un año más, me quedaré sin palabras. Mirarte a la cara me costará; será un esfuerzo, pero al mismo tiempo no sabré hacer otra cosa. Y tu cara me acompañará el lunes, y el martes, y el resto del año...
Un año más, no sabría decir cuál es tu edad. Alguien me contó que andabas por los diecinueve pero en tus ojos hay mucho tiempo, mucha alegrías y muchas penas, pero sobre todo muchas esperanzas. Esperanza de siglos.
Creo que llegaste a esta, tu tierra, en los años finales del siglo XVII, aunque en eso nadie se pone de acuerdo. Unos dicen que naciste de manos de una mujer, otros que de un artista desconocido, otros que de unas manos triunfadoras. La cuestión es que te fuiste a vivir cerca de la antigua muralla, entre huertas y gentes sencillas que vieron en ti un motivo para seguir existiendo. Llegaste y te pusieron un nombre antiguo. El nombre de los salmos que se rezaban en la catedral de Toledo para anunciar la llegada del Niño Jesús. O Sabiduría, O Vara de David, O Enmanuel, O Esperanza Nuestra. Aunque tanto te identificaste con tu barrio que, al final, os transformasteis en la misma cosa.
Cuando hoy te vea volveré a comprender por qué te quisiste transformar en madera. Madera en el rostro, madera en las manos y un simple candelero para que tus devotos te vistieran de Reina en las alegrías y de mujer de Jerusalén en las Penas, que de todo has vivido. Mirándote a los ojos volveré a comprender que las cosas importante no se pueden explicar, que todo en la vida tiene muchos matices. No sabré si ríes o si lloras, si levantas una ceja o es que relajas la otras, si tus lágrimas terminan o empiezan. Alguien me dijo que la fe era creer en tanta belleza. Y puede que no le faltara razón....
Sentado en tu casa, llena de invitados, como siempre, recordaré muchas historias que alguna vez se inventaron en tu barrio de la Feria: que si te quisieron cambiar por un reloj, que si un borracho te tiró un caso de vino, que si te quisieron vestir de republicana en 1873... Pero tú sabes que haz vivido historias que no son invenciones: todavía recuerdas cuando te metieron en un cajón de madera para huir del maltrato de la incultura, y tu escondite en un refugio, envuelta en sábanas mientras tus hijos se mataban unos a otros. Tampoco olvidarás cuando murió aquel torero que tanto te quiso y te vistieron de negro, un luto que te recordó la muerte de la Jerusalén de hace dos mil años...
Pero también has conocido glorias, y coronas y pregones, y sobre todo confesiones de tu gente. La gente que hoy, entre verdes, bordados, risas y llantos comenzaremos a vivir un tiempo de espera. Y junto a San Gil volveré a comprender aquello de que la Esperanza es el sueño de los que están despiertos.

13.12.06

13 DE DICIEMBRE. LUCÍA


“No hay más ciego que el que no quiere ver”. Es una frase que siempre te repitió tu padre, la recuerdas desde que tienes uso de razón. En el fondo siempre te ayudó a seguir viviendo.
Hoy 13 de diciembre la has recordado especialmente. No te ha hecho falta abrir tu almanaque. Es tu día, Lucía, y el día de los tuyos. Y como con tantas cosas de la vida, no te ha hecho falta mirar a otro sitio.
Con tu bastón blanco has ido muy temprano, como todos los años, a ver a la santa que te protege. Si, he dicho bien: a ver. Este año no fuiste a la vieja parroquia de Santa Catalina. Está cerrada, aunque al pasar por su puerta tocaste con tus manos un frío azulejo que te recordó a la santa. Has ido algo más lejos. A la Parroquia de San Román. Tras pasar por la nueva puerta de la vieja iglesia mudéjar te has sentado a los pies de la nave. Allí está la imagen de la santa. No has necesitado verla. Pero si has oído una hermosa historia. Alguien te la ha contado al oído.
“Esta santa es titular de una hermandad de gloria. Humilde pero muy devota. Cuentan los viejos del lugar que se fundó allá por 1931, en la Parroquia de San Julián. Tuvieron mala suerte. La iglesia fue quemada y la imagen primitiva se perdió. Pero aquellos primeros hermanos se fueron a Santa Marina, donde encontraron una nueva imagen. Cosas del destino. En 1936 volvió a arder. Y a la tercera fue la vencida. Alguien les contó que en Santa Catalina había una hermosa imagen de la santa. Dicen que venía de un convento de monjas mínimas. Y allí se estableció definitivamente la devoción a la santa italiana...
- ¿Sabe usted su historia?
Asentiste, pero a aquella voz pareció no importarle...
“Lucía fue martirizada en Siracusa, en tiempos del Emperador Diocleciano, en el año 304. Dicen que fue un pretendiente despechado el que la denunció. Y que las torturas fueron terribles. Intentaron violarla y la arrojaron a las llamas. Pero como no murió, acabaron atravesando su garganta con una espada. Pero la parte más dura de su historia se contó mucho más tarde. La propia Lucía se arrancó los ojos y se los envió a aquel pretendiente que la denunció...” Y allí estaban, delante tuya, una espada y unos ojos en una bandeja de plata, en un rincón de una parroquia de Sevilla...
Conocías la historia, pero te siguió pareciendo cruel y hermosa. Aquella voz te contó que Lucía viene de Lux, y que en el Norte de Europa hay jóvenes que la recuerdan en una procesión con cirios que anuncia la cercanía del solsticio de invierno.
Has recordado la belleza de esta historia mientras andabas por la calle. Y un día 13 de diciembre has comprendido, una vez más, la frase que alguien puso en la boca de un niño: “En este vida, lo esencial es invisible a los ojos”

11.12.06

12 DE DICIEMBRE. EL "VENENO"


Se llamaba José Rojas pero hacía tiempo que nadie lo llamaba por su nombre. Eso pensó aquella noche de diciembre, la peor noche, la última de su vida. Aquella noche, José, conocido por todos como “El Veneno”, supo que a la mañana siguiente sería ajusticiado en la Plaza de San Francisco.
12 de diciembre de 1832. El frío de finales otoño tocaba cada uno de los huesos de un temible bandolero que aquel día recordó los fríos de su infancia en Estepa, su pueblo natal. Aquella noche tocaba hacer memoria y “El Veneno” la hizo. Fueron muchos años al lado de José María el célebre “Tempranillo”, el bandolero más temible de todos los tiempos. Aquella noche recordó robos, asaltos, huidas y asesinatos. Días de gloria y de pasión. Una vida de violencia a la que llegó su fin cuando lo detuvieron aquellos escopeteros. Demasiados para un hombre solo. No había salida para él. Aquel día supo que su última noche estaba cerca. Y ya había llegado.
En el frío de la memoria El Veneno recordó que había intentado escapar de la sentencia colaborando con las autoridades. Lo que muchos llamaban traición: denunciar a sus propios compañeros. Pero aquello no le sirvió para lograr el perdón. La Regente había firmado el indulto de sus compañeros unos meses antes. Pero el suyo no. Y si no llegaba una carta urgente, aquella noche sería la última. Y la carta no llegó.
Por eso, al amanecer, El Veneno recibió la visita de un cura. Él no creía mucho en aquello, pero no pudo evitar contarle que la traición a sus amigos era lo que más le dolía. Incluso besó el crucifijo con aire de arrepentimiento. Momentos más tarde, dos soldados le cambiaban de ropa. El Veneno estrenaría una ropa nueva, amarilla, un signo de la gravedad de sus delitos.
En su camino a la ejecución El Veneno recordó los frío de Sierra Morena. Nada que ver con los fríos de aquella plaza de San Francisco. Cientos de personas se congregaban alrededor de la tarima. El Veneno llegó a imaginar cómo clavaba su navaja cada uno, cuello a cuello. Eso calentó algún rincón de su cuerpo. Cuentan que apenas se inmutó cuando lo sentaron delante de su verdugo. Fueron muchos los que lo llamaron asesino cuando le colocaban la capucha. Hasta que se hizo el silencio. Una vuelta de tuerca, otra más y un grito final. Traquea rota y muerte en el acto. El garrote vil acababa con la vida del más cruel bandolero.
Al día siguiente sus cuerpo fue despedazado y esparcido entre Arahal y Morón, los lugares donde mas crímenes cometió. Dicen que un viento helado dispersó sus restos. Dicen que aquel día de diciembre murió el último bandolero.

4.12.06

4 DE DICIEMBRE. LA MANIFESTACIÓN


Por fin llegó el día. Tu padre se había llevado toda la semana dándole vueltas a aquella bandera blanca y verde, con un leoncito y un señor forzudo que a ti te llamaba la atención. Hércules, o algo así, te dijo tu padre que se llamaba. El verde y el blanco no eran tus colores, pero la verdad es que tú tenías ganas de sacar aquella bandera a la calle. Y el día llegó...
4 de diciembre de 1977. Te levantaron temprano. Te pusieron el dichoso abriguito marrón de los domingos. Tu padre cogió la bandera y pronunció aquella extraña palabra: manifestación. Tú no sabías muy bien que significaba aquello, pero pronto te diste cuenta que aquello sería divertido. Camino del Prado aquello prometía. Miles de personas que llevaban banderas como la tuya, gente mayor, gente joven y muchos niños como tú. Con tu hermanos y tus padres te metiste en medio de aquella marcha y pronto comenzaste a sentirte mayor, aunque no sabías porqué. Se andaba muy lentamente y se oían gritos, como en el fútbol. Lo que pasa es que aquí no sabías que significaba eso de autonomía o eso de libertad, pero tanta gente dando gritos te divertía mucho. Hacía tiempo que no veías a tu padre tan entusiasmado.
Andabais despacio. Pasasteis por la Avenida y parecía que la gente cada vez estaba más apretujada, tanto que tu padre te cogió en brazos. Al llegar a la confitería Filella los gritos aumentaron. En la esquina de tus dulces de Semana Santa alguien había sacado una bandera que no debió gustar a los demás y empezaron a oírse muchos insultos, muchas de esas palabras que tu padre no te dejaba decir. No entendías nada pero recuerdas que hubo empujones, más gritos, policías e incluso que alguien quemó una bandera. Un grupo llamaba fachas a los de la bandera roja y azul y tú seguiste sin entender nada. Aunque tu padre quiso mantener la calma, viste en su cara que algo malo estaba pasando. Pero la cosa no pasó de ahí. La marcha siguió andando y al llegar a la Plaza Nueva viste a un señor con chaqueta de pana y gafas de pasta negra asomarse a un balcón. Alguien mencionó la palabra Guerra y aquel señor habló de unas cosas raras: el paro, la industrialización o la situación del campo. Por supuesto que no entendiste nada pero a la gente debió gustarle aquello porque todos movían sus banderas blancas y verdes y gritaban aquello de ¡Andalucía, Andalucía!. Y tú no fuiste menos. Porque la mejor bandera era la tuya.
Cuando acabó aquello, camino de tu casa, te sentiste importante. Casi treinta años después todavía recuerdas aquel día de diciembre de 1977, un día de banderas en cual comenzaste a ser mayor...