25.7.07

26 DE JULIO. LA ABUELA DE DIOS


Calle Pureza. Andabas buscando la sombra que te protegiera del sol de Julio. El sol de la Velá. Por tu memoria aparecía la figura de tu abuela que parecía seguir susurrando la retahíla que tanta gracia te hacía. Como buena trianera la repetía muy a menudo: “Señora Santa Ana / en tus manos dejo mi casa. / Señora Santa Ana / cuídame el puchero / por tu hija María y por tu nieto verdadero...”. Siempre recordabas aquello cuando entrabas en la parroquia. Tampoco olvidabas las enseñanzas de aquel profesor que te descubrió tu propia ciudad. Él te contó que es una iglesia del siglo XIII construida por un rey Sabio porque había sido curado de una enfermedad de la vista. Todavía recuerdas que te leyó un texto donde se contaba cómo a aquel rey se le salieron los ojos de sus cuencas y que Santa Ana lo curó. Qué cosas. Te entretenías pensando en esto cuando ibas camino de tu sitio de siempre. Era en un lateral, junta a dos santas trianeras, Justa y Rufina. Estaban en un cuadro muy antiguo, recuerdas que lo pintó un tal maestro de Moguer porque era de una época en la que los pintores no firmaban sus obras. ¡Qué tiempos!. Pensaste que hoy nadie haría nada sin firmarlo. También pensaste que nadie elige hoy el nombre de Justa ni de Rufina para sus niñas y eso que son las patronas de la ciudad... Tu profesor te había contado que fueron mártires hace muchos años. Sea usted mártir para caer en el olvido...Pero tú habías venido, un año más, a ver a Santa Ana. Y a la Virgen. Y al Niño...Siempre les tuviste especial devoción. Y en estos días parecían tener un brillo especial. Entre cirios rojos. Entre el oro viejo matizado por el incienso. Viendo el retablo volviste a recordar a tu profesor. Era una historia muy complicada. Y eso que tienes memoria para los nombres. Un retablo de 1540. Esculturas de Nufro Ortega y Nicolás de Jurate. Y sobre todo las pinturas. Unas tablas de un pintor flamenco, Pedro de Campaña, aquí, en plena Triana. Y las historias que contaban eran muy complicadas: el nacimiento de San Juan, el nacimiento de la Virgen, el abrazo ante la Puerta Dorada...Recuerdas que eran unas escenas que contaban historias apócrifas, tan complicadas como las de tus telenovelas. Era algo así como que Santa Ana se había casado con Cleofás, con Salomé y con Joaquín. Sus hijas María Salomé y María Cleofás formarían parte de ese grupo de las Tres Marías...qué complicado, pensaste. Y dirigiste tus pensamientos y tus oraciones hacia el grupo medieval, con reformas barrocas, con aire casi familiar. La abuela de Dios y tú frente a frente. Recordaste a otra abuela. La tuya. La que decía “Santa Ana bendita, de las tres limosnas que das al día, una sea la mía”. Recordándolo, al salir a la calle, no pudiste evitar una sonrisa. Un farolillo, el olor marino a río y a sardinas, el jaleo de la cucaña, la sonrisa de la Abuela de Dios...entre tantos recuerdos no te habías dado cuenta pero habían llegado a Triana los días más señalaítos...

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