25.6.07

26 DE JUNIO. LA ILUSIÓN


Apenas eras un niño. Un niño que se aprendió, probablemente, la primera lista de nombres de su vida. Luego vendrían otros, pero aquellos no los olvidarás nunca. Los nombrabas muy rápido, como si fueran una letanía de las que rezabas en los rosarios de tu época. No se te olvidan: Bueno, Cayuso, Villalonga, Torrontegui, Félix, Leoncito, López, Pepillo, Campanal, Raimundo y Berrocal.
26 de junio de 1939. Aquel día llegaban a la ciudad los héroes de tu infancia. El día anterior te habían hecho sentir un niño feliz. Un día de color en medio de una época negra. Recuerdas tus zapatillas gastadas y algunos días en los que no había mucho para comer. Una Sevilla negra de la que te salvaban los colores del equipo de tus sueños. Sueños en rojo y blanco.
Con una mezcla extraña de sentimientos recuerdas la vieja radio familiar. La había fabricado un tío tuyo, tú no sabía cómo, pero aquello se parecía más a una caja de puros. Pero sonaba. Y casi siempre se oían cosas muy serIas, y noticias que ponían tristes a tus padres. Algunas veces, cuando tu abuelo te mandaba aquello, tú esperabas lo peor:
- “Anda niño, pon el parte...”
Entonces encendías la radio y oías noticias de una guerra que pensabas lejana, y músicas serias y hasta algunos discursos de un tío que te parecía un borrachete con muy mal humor...
Pero con el fútbol era diferente. Cuando escuchabas los resultados de tu equipo tenías un motivo para la ilusión, una ventana abierta a tus sueños rojiblancos. Y aquel año había sido bueno. Primero había caído el Ceuta, luego el Atlético Aviación y luego el Alavés. Lo del Aviación no se te olvida: eso de que la delantera de tu equipo se pareciera a los Stukas te sonaba a batallita de las que salían en el Nodo. Un gran año en medio de tanta miseria. Pero lo mejor fue aquella final. Fue en Barcelona, frente al Racing de Ferrol. Tu equipo se paseó y ganó por seis tanto a dos. Tu ídolo, Campanal, metió tres goles. También marcaron Pepillo y Raimundo. La final la había presidido un general con nombre de Mosca y aquella Copa ya se llamó del Generalísimo. Eso te sonaba a exageración...
Todavía los recuerdas. Al día siguiente, el equipo de las ilusiones de tu infancia llegaba a Sevilla. Ilusiones rojiblancas de un niño en una época en blanco y negro…
Han pasado muchos años. Ya no eres un niño. Más bien estás en eso que llaman tercera edad. Ya no hay generalísimos... ahora las copas las entregan los reyes. Pero tú vives un tiempo de ilusiones. Algunos te han dicho que te ven cara de niño. Un niño que sigue viviendo ilusionado…

18.6.07

19 DE JUNIO. EL ASISTENTE


Los tiempos cambian. Siempre fueron 24 y encima caballeros. Hoy son 33, como el número que se repite en el médico...
La tarde de aquel día de junio de 1767 don Pablo estaba nervioso. En pocas horas tomaría posesión del cargo de Asistente de Sevilla, el más importante de los 24 caballeros...
Pablo de Olavide había nacido en Lima, Perú, en el año 1725. Y fue hijo de un tiempo ilustrado en el que se aspiraba a que no importaran orígenes, pasado o tradiciones. Importaba la razón.
Había pasado ya por Francia y desde el año anterior era intendente de los reinos de Andalucía en 1766. En este cargo comenzó su obsesión para mejorar la Universidad y el campo. Creó un nuevo plan de Estudios Universitarios y un Plan de Reforma Agraria. Ideas reformistas que consolidaría con el cargo de Asistente de la ciudad de Sevilla. Para entendernos, el cargo de alcalde. Por eso Don Pablo estaba nervioso aquella tarde. Deseaba comenzar a trabajar pronto. Aquella Sevilla era lo menos parecido a sus ideales: una ciudad anclada en el pasado, con calles estrechas, mal alineadas y muy mal pavimentadas. Una ciudad que ponía en la calle más de cien rosarios públicos por las calles, cientos de procesiones y que se decoraba con cientos de cruces en cada esquina. Mal casaba aquello con sus ideas.
Desde aquella tarde serían muchas las cartas que escribiría al gobierno central lamentando la corrupción. “Será necesario muchas veces usar remedios enérgicos. No se cura la gangrena con colirios” . Era una idea que tenía en mente y que no se cansaba de repetir. Trabajaría por la ciudad, lo tenía claro. Para ello había pensado un plan de limpieza de las calles, una obra de defensa contra las inundaciones, el embellecimiento del río, la creación de los alcaldes de barrio para mejorar la gestión de la ciudad. Una ciudad para la que recuperaría el teatro, prohibido desde el siglo anterior porque se pensaba que era cosa del demonio. Pero no abandonaría su tertulia, aquella por la que pasaban muchos ilustres de nuestro callejero: Reinoso, Alberto Lista, Jovellanos...
Quizás su actuación más conocida fue la división de la ciudad en cuarteles y barrios, todos numerados con unos azulejos en azul que seguimos viendo en muchas calles. Junto a ello, Olavide promovió el primer plano de la ciudad.
No sabía don Pablo aquella tarde de 1767 que chocaría con los jesuitas y que la Inquisición lo mandaría a la cárcel. El mejor alcalde tendría que huir a una Francia donde conocería la revolución y donde volvería al cristianismo. Volvería a España, muriendo en Baeza en 1802.
Aquella tarde de 1767 no sabía lo que le esperaba. Ya lo dijo Voltaire “aquí va don Pablo de Olavide, un hombre que sabe pensar...”.
Pensar, pensar... Piense en el médico. Diga 33. Y por pensar, piense en nuestros concejales...

10.6.07

12 DE JUNIO. EL "DESEADO"


“Don dije digo, dije Diego”. Ese parece el lema de más un político. No es nuevo. Hubo un tiempo que pareció ser el lema del propio rey de España. Un rey que pasó de ser “El Deseado” al “Incapacitado”. Un chaqueta vieja con camisa nueva. Un chaquetero, que diríamos hoy...
Sevilla, 12 de junio de 1823. El rey no daba crédito a lo que estaba pasando. El pueblo que lo había alabado ahora lo insultaba. Con prisa y protegido por la guardia real fue llevado al puerto para embarcar rumbo a Cádiz. Un cortejo real deslucido: había temor a la multitud y no era para menos. Al salir del Alcázar se oyeron los primeros gritos contra Fernando VII. Unos gritos que siguieron y que al llegar al puerto se convirtieron en una auténtica algarabía...
Allí recordó el Rey algunas escenas de los últimos meses. Cuando llegó a aquella ciudad fue bien recibido. Hacía tres años que había tenido que comulgar con la dichosa Constitución. Por eso se declaró el más constitucional. Y fue bien recibido por el pueblo. En esa ciudad había sido abuelo sólo un par de meses antes. Y recordó sobre todo el día de su aclamación popular. Había decidido dar una vuelta a la ciudad y volver a entrar por la calle donde estaba el busto del viejo rey Pedro I. El carruaje real era demasiado grande y prácticamente se quedó encajado en una esquina. Cuando el público notó su presencia dio grandes vivas al Rey. Y fueron muchos los que le recordaron que era un rey deseado... Eso ocurrió sólo unos meses antes. Porque cundo llegó el Corpus la cosa parecía haber cambiado. Tuvo que ver la procesión desde un mirador del Alcázar. Y aunque la procesión fue bella, el ambiente ya le pareció frío. Fernando VII ya no se sintió tan deseado. Conforme pasaron los días la situación en la calle empeoró. Las noticias que llegaban de fuera no eran buenas. Un congreso en Verona había aprobado la invasión de España por los franceses para volver a darle el poder absoluto al Rey. El único poder en el que Fernando VII siempre había creído. Pero el pueblo sevillano se rebeló: disturbios, quejas, manifestaciones... Un pueblo engañado.
Pero lo del día anterior no tuvo nombre. En la sesión del Parlamento, Alcalá Galiano lo declaró como rey incapacitado mentalmente. Una afrenta... Eso pensaba Fernando VII cuando subía en un barco con destino a Cádiz. En el paseo de las Delicias habían llegado a tirarle naranjas y verduras podridas. Sevilla lo había condenado definitivamente...
184 años después Fernando VII sigue en Sevilla. Una gran estatua suya lo recuerda. Casi nadie sabe donde está. Cerca de una torre medieval, el peor de la rey de la historia de España habita en el olvido sevillano...
Pregunta: ¿Dónde habitará, dentro de unos años, el busto de Don Manuel Ruiz de Lopera?

4.6.07

5 DE JUNIO. EL BAUTIZO


El niño había salido llorón. Aquella noche apenas dejó dormir a sus padres, que además acumulaban los nervios propios del día siguiente. Porque antes de acostarse habían dejado todo preparado. Encima de la mesa estaba el velo que había usado dos años antes en su boda. Doña Juana, la abuela del pequeño lo había puesto con mucho cuidado sobre la mesa de entrada. Serviría como batón. Don Juan, el abuelo, había llegado algo más tarde aquel día pero una doble alegría se reflejaba en su cara. Al nuevo nieto se unía un gran pedido de calzas que había mandado a América. Lo había cobrado por anticipado y ya sabía que lo emplearía al día siguiente para invitar a los vecinos. Jerónima, la joven madre, todavía estaba algo molesta por el parto. Molesta pero feliz. Tanto como Juan, su marido, un hombre serio acostumbrado al mundo de las notarías que aquel día dejaba ver una amplia sonrisa en su rostro. Al día siguiente se bautizaba el que era su primer hijo.
Sevilla, un día de junio de 1599. Barrio de la Morería. A la calle de la Gorgoja llegaba don Pablo Ojeda muy temprano, venía casi corriendo de su casa en la Magdalena y traía sus mejores calzas y unas cajas en una bolsa. Su olor a anís delataba que eran bollos recién comprados en la monjas de Santa Inés. Ya estaban todos preparados: el padre, los tíos Fernando y Ana y los abuelos. Doña Jerónima se tuvo que quedar en casa descansando. Cuando despidió a su hijo, le dijo a Juan: no tardéis y traédmelo hecho un buen cristiano. Camino de la vieja iglesia mudéjar de San Pedro, doña Ana, la señora que freía los huevos en el puesto junto a la Compañía, les hizo un vaticinio:
“Este niño será importante, pasará a la historia”.
Al padrino aquello le pareció otra historia más de aquella loca, pero, como le hizo gracia, le regaló unos bollos de las monjas.
La ceremonia fue breve. Cuando el viejo párroco preguntó el nombre elegido, casi contestaron al unísono:
- “Se llamará Diego, como su abuelo”.
- “Diego, yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo”.
El niño volvería a casa cristiano.
Antes de salir, el padre de la criatura se paró a rezar un momento delante del viejo crucificado de la peluca. Siempre le tuvo gran devoción y aquel día le agradeció que el niño hubiera nacido lleno de salud. Al salir, el padrino se encontró a unos pícaros que jugaban a pares y nones. Otro cantaba aquello de “kikirikí, calla bobo que no es para ti”. Don Pablo, orgulloso de ser padrino, volvió a repartir bollos e incluso dio alguna moneda.
El cortejo salió rápido para su casa: el niño ya tenía hambre y había que invitar a los amigos. Mientras, en la sacristía alguien apuntaba el nombre del nuevo cristiano: Diego. Con el tiempo se conocería como Velázquez. El más grande pintor de todos los tiempos...