29.10.07

30 DE OCTUBRE. EL LOCO


“El mal que no tiene cura, es locura... el mal que no tiene cura, es locura” Esta era la frase que repetía una y otra vez el nuevo inquilino del Hospital de Los Inocentes. Había llegado el día anterior. Parecía que lo suyo era grave pero en algunos momentos daba señales de mucha lucidez...Sobre todo cuando comenzaban sus sermones.
Sevilla, octubre del año del Señor de 1681. Pasillo del Hospital de San Cosme y San Damián, por nadie conocido así. Hospital de los Inocentes para todos los vecinos del barrio de San Marcos. Pasillo de un hospital de locos. Como el “Enano Camorrillas”, capaz de pelearse hasta con el azulejo de los dos santos que había a la puerta el edificio. O como el “Niño San Bartolo”, que tocaba una flauta con agujero solo, ya fuera suya o de cualquier otro majara. También paseaba por allí el “Licenciado Fétido”, conocido por airear los trapos sucios de su más profunda interioridad y regalarlos con toda la generosidad posible.
- “Toma, este cuesco para ti”, solía decir por los pasillos.
Y al sonido irreverente le acompañaba las risotadas del “Peíto de Mairena”, del “Loco de la Calle Feria” y del “Bobo de la Costanilla”. Toda una galería de locos que aquel día conoció al nuevo habitante del hospital. Lo llamaban “el de los sermones”. Y si no fuera por su mirada perdida, podría haber pasado por un lúcido orador. Cuando lo trajeron el día anterior se lo advirtieron al director:
- “Mire que parece cuerdo pero es bien loco. Si le deja hablar le dirá un sermón. Y no es cuestión de aguantarlo. Que muchas veces incluso dice la verdad...”
Algo así había ocurrido unos días antes. El loco de lo sermones se encontraba en la puerta del Palacio Arzobispal. Ya había dado su sermón de la mañana a quien lo quisiere oír. Pasó por allí el Arzobispo y el sermonero lo saludó con reverencia. Su Eminencia se le acercó y, llamándole por su nombre, le preguntó por las obras de la Catedral:
- “Amaro, ¿Qué te parece lo que estoy haciendo?”.
A lo que el loco respondió:
-“Usted hace lo mismo que Cristo pero al revés... Cristo convertía las piedras en pan para los pobres y Su Eminencia convierte el pan de los pobres en piedras...” En silencio el prelado se marchó pensativo. A los pocos días el Loco Amaro ingresaba en el Hospital de San Cosme y San Damián. Un médico lo diagnosticó a la llegada. “Amaro: loco”. La palabra resonó en los oídos del sermoneador. Loco, loco. Y aquel día de octubre se oyó en los pasillos del hospital un breve y certero sermón: “Todos nacemos locos. Algunos siguen siéndolo toda la vida..”

22.10.07

23 DE OCTUBRE. EL CONFERENCIANTE


El conferenciante sabía que muchas de sus charlas terminaban mal. Hablaba claro y criticaba las males de una España que por aquel entonces, el año 1912, parecía seguir anclada en el pasado. Había venido a Sevilla invitado por el Círculo Republicano. Le había impactado su Semana Santa, para lo bueno y para lo malo, pero no podía soportar dos de las señas de la ciudad: el flamenco y las dichosas corridas de toros.
Al llegar al salón de actos le sorprendió una asistencia masiva, con un público variado: muchos jóvenes, algunos señores de la alta burguesía, y alguna señora vestida para la misa del domingo. Sentado en la tribuna escuchó una presentación correcta, ni muy exagerada en el recuento de sus libros o de sus andanzas, ni con la cortedad superficial de otros sitios. Estaba algo absorto cuando oyó la frase introductoria:
- "Señoras y señores, cedo la palabra a Don Eugenio Noel".
Tras el forzado aplauso, el conferenciante decidió entrar en materia haciendo una cita a uno de sus maestros:
- Me van ustedes a permitir que cite a don Miguel de Unamuno, en su opinión cobre el tema que nos ocupa: “uno de los mayores males de España es la afición a los toros y a la flamenquería contada su secuela de superficialidad y ramplonería con la chulería, y aún con otras peores, es que entre la gente de la afición es donde más se leen los semanarios pornográficos, y, me aseguran, que apenas hay casa de lenocinio en donde no se encuentren libros y seminarios de toreo...”
Notó que había asistentes que se incomodaban por aquellas palabras. Daba igual. Continuó atacando lo que llamó el flamenquismo, llegó a decir que era uno de los males del señoritismo andaluz; atacó las corridas de toros diciendo que era un síntoma de la decadencia de España, recordó que ni a Baroja ni a Azorín ni a Unamuno les gustaba el flamenco, y unió la prostitución, las juergas flamencas y las corridas de toros como los tres males del país. Fue aquí cuando llegó lo peor. Uno de los asistentes se levantó y le gritó:
- "¡Será maricón!. Éste nos quiere dejar sin juergas, sin toros y sin putas. Váyase a su tierra...!"
No fue el único. Varios de los asistentes más jóvenes se levantaron con intención de agredirlo y el conferenciante tuvo que salir corriendo. Aquí comenzó una larga carrera que atravesó buena parte de la ciudad entre golpes, empujones y gritos de los que defendían el flamenco y los toros y los que se habían atrevido a hacer una crítica. Fue un 23 de octubre de 1912: el día que Don Eugenio Noel, el más antitaurino de la época, corrió por el centro de Sevilla.
Menos mal que no existía “El Tomate”...

15.10.07

16 DE OCTUBRE. MIERDA


No serían ni las siete de la tarde cuando llamaron a la puerta. Lo recuerdas como si fuera ayer. Habían llamado poco antes por teléfono preguntando por el doctor. Algo habitual en pacientes con poco tiempo y para una consulta siempre llena. Cuando sonó la puerta había algo de desconfianza en la mirada de aquellos jóvenes. Miraron a su alrededor y apenas hicieron comentarios sobre la consulta, quizás ojearon alguna fotografía del doctor con algún famoso cantante. Siguen estando colgadas en las paredes, entre títulos de largo nombre, pero ahora parecen tener una carga de pésame colectivo... Te sorprendió que uno de los jóvenes no quisiera sentarse. Tendría prisa. Hubo un cruce de miradas y entraron en acción. Siempre pensaste que eso quedaba para las películas, pero aquel maldito día te tocó la entrada para un pase en directo. El que parecía más joven empujó violentamente la puerta de la consulta y entró corriendo. Quizás fueron tres, cuatro o cinco segundos. Alguien gritó cuando vió al joven sacar la pistola y apuntar sobre el doctor. Él, que tantas voces había curado, no tuvo tiempo ni para alzar la suya. Disparo mortal a quemarropa. Sólo recuerdas el rojo que tiñó su bata blanca y la carrera de los dos clientes. La locura había llamada a tu puerta antes de la siete de la tarde de aquel 16 de octubre. Habían matado al doctor Muñoz Cariñanos.
Casi no reaccionaste pero hubo a tu alrededor quien salió corriendo. Corrían los asesinos pero los sentimientos galopaban más. Te contaron que llegaron a la Alameda y que, corriendo, se plantaron en la Macarena. Apenas unos minutos. Desde tu calle Jesús del Gran Poder a la Basílica de tu Virgen en apenas un momento. Lo que para ti siempre fue un paseo era una macabra carrera para otros. Cerca del Parlamento fue el tiroteo con unos policías. Hirieron a uno de ellos que quiso coger un coche mientras gritaba “mierda, me han dado, mierda...”•.Al momento era detenido Jonn Igor Solana pero el compañero escapó. Toda Sevilla, y esto si que no es un tópico, contuvo la respiración durante horas. Había que atrapar al otro asesino. A las pocas horas Harriet Iragi, semidesnudo, sangrando de su herida, era acorralado por la policía en el mismo barrio. “Soy de la ETA, no disparen”. Alguien te contó que al ser detenido hubo que lavarle la mierda que se había hecho en los pantalones... Todavía te parece que fue ayer. En días como hoy te acuerdas que dos años más tarde fueron condenados a 53 años de prisión. Pero sobre todo te acuerdas de la mierda en los pantalones de aquel paciente. Y cuando sigues oyendo hablar de referéndum, de autodeterminación, de conflicto, de patrias y de banderas piensas que la mierda sigue a tu alrededor. Una mierda que sigue oliendo igual de mal...

8.10.07

9 DE OCTUBRE. EL REGRESO


Todavía resonaban en sus reales tímpanos los insultos que había recibido cuatro meses antes. Los recordaba uno por uno: inepto, incapaz, idiota, mala bestia, apestado, dictador... Todavía recordaba la lluvia de objetos que le despidió de la ciudad cuando se montaba en un barco para huir por el río. Todavía creía oler aquellas verduras podridas que llegaron a manchar sus ricas galas; todavía creía sentir aquel huevo podrido que impactó en su cuidado pelo y en lo más profundo de su poca dignidad... Habían pasado cuatro meses, aunque a aquel rey todo le parecía demasiado cercano.
Sevilla, octubre de 1823. El rey Fernando VII dejaba de ser el Incapaz y se convertía de nuevo en el Deseado. En sólo cuatro meses. La llegada de las ropas francesas de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis había vuelto a poner las cosas en su sitio. El rey con todo su poder, como disponían las leyes de derecho divino...
Al menos eso era lo que pensaba Fernando VII cuando regresaba la ciudad que los había expulsado unos meses antes. Los que antes lo criticaron ahora lo alababan. Desde el camino de Eritaña se fue acercando a la ciudad en una carroza triunfal forrada de raso blanco y guarnecida con flores, tirada por gruesos cordones de oro y seda carmesí. Al avistarse la Giralda se empezó a oír el tañido de las campanas que sonaban en honor del rey. Una algarabía que se mezcló con las salvas de artillería en la Enramadilla y en la Resolana de la Caridad. Al llegar a la Puerta de Triana, entre vítores y alabanzas, una muchedumbre quitó los caballos que tiraban de la carroza y cargó con el real peso de Don Fernando VII, el ,hasta entonces, rey cautivo. En aquel lugar, el gobernador militar, don Tulio Oneill presentó en bandeja de plata las llaves de la ciudad al Rey. El Deseado se acordó de nuevo del día que le tiraron las verduras podridas. Ahora le ponían las cosas en bandejas de plata. Nunca mejor dicho. Para que luego dijeran algo de las carambolas de Fernando VII... Todo esto pensaba mientras escuchaba un coro de niñas cantando y mientras repicaban las campanas del convento del Pópulo y de San Pablo. Sevilla era una fiesta. Una fiesta de días en la que todos los sectores de la ciudad rendirían pleitesía a Fernando VII. El Rey que vendió dos veces España era recibido de nuevo entre el fervor de la multitud. Y no hubo gremio, ni barrio, ni cargo, ni vecino que no se apuntara a la fiesta...
Quizás la ciudad no tenga remedio. Siglos después los criticados gobernantes vuelven al poder y los criticados presidentes vuelven a los palcos. Sí señor. ¡Qué vivan la caenas...!

1.10.07

2 DE OCTUBRE. EL ATENTADO


Todo estaba listo. Había que actuar con cuidado, sin levantar sospechas. El barril de pólvora y la mecha estaban preparados. El escenario también. En pocas horas el maldito siciliano de los cien pleitos pasaría a la historia de los arzobispos hispalenses...
Sevilla año del Señor de 1692. Sólo los más viejos del lugar recordaban algo del obispo que quiso poner en orden a las cofradías. Fue a comienzos del siglo. Pasaron otros nombres por la silla arzobispal y hubo quien recordó el viejo refrán: “te sucederá quien bueno te hará”... Pero lo del último no tenía nombre. Había nacido en Aragón pero venía de Sicilia, y había sido menino de la Corte de Felipe IV. Vamos, que era cabezota, mafioso y con aires de grandeza...
Llegó a Sevilla en abril de 1684. No se les olvidaba. Víspera de Domingo de Ramos. Y desde entonces todo habían sido problemas: con el cabildo, con la audiencia, con el clero, con el pueblo... Un obispo extranjero que se atrevía a luchar contra las costumbres asentadas en una ciudad que todavía se creía el centro del mundo... Aquellos danzantes lo habían soportado con resignación porque su trabajo no peligraba. Pero hacía ya dos años que se le ocurrió la última: suspender las danzas del Corpus. No quedaba más remedio: había que acabar con aquel insolente ...
Los conjurados llevaban días trazando el plan. En una de sus reuniones secretas, mientras maldecían a aquel tipo agrio con lentes a lo quevedo, señalaron la fecha. Sería aquella noche. El arzobispo solía confesar en aquel asiento por las mañanas. Unos de los conjurados rió con saña mientras imaginaba la escena:
- "Le vamos a meter sus penitencias por su santo culo..."
Ni más ni menos. Debajo del asiento del confesionario estaría su fin. Un fin espectacular....Y además con el apoyo de muchos: desde algún seise hasta algún canónigo, desde algún caballero veinticuatro a más de un clérigo....
Los elegidos consiguieron entrar en la parroquia del Sagrario la misma noche del 2 de octubre. En la oscuridad consiguieron camuflar la mecha y un enorme barril de pólvora. Con la ayuda del viejo sacristán lograron colocar el artefacto en el confesionario. Cuando los conjurados salieron de la parroquia imaginaban la explosión: cruz pectoral, anillo, lentes y el puto aragonés volando por los aires... Ya vendría un arzobispo mejor...
Pero la torpeza dio fin a la conjura. Al amanecer fue descubierto el tosco artilugio por una monaguillo de la parroquia. El atentado contra don Jaime de Palafox había sido frustrado...
Cuentan las malas lenguas que poco cambió en Sevilla desde entonces. Aunque hay quien dice que desde entonces los obispos sevillanos pleitean poco, confiesan menos y suelen mirar debajo de los asientos...