31.12.07

31 DE DICIEMBRE. RELOJES


Decía Quevedo que llevamos la vida en traje de reloj como mayor enemigo. Próximo el fin de año, muchos son los relojes que en esta ciudad van marcando el pasar de nuestro tiempo.
En el costado de la Parroquia de Omnium Sanctorum queda un reloj de sol donde sólo es la sombra la que actúa sobre el ladrillo encalado. Nada que ver con otros lugares, muchos, en plazas grandes, con termómetros que sirven de portada segura algún día de agosto sin noticias.
Hay en Sevilla relojes cargados de leyenda. Desde la calle Santa Clara mirando hacia San Lorenzo, hacia uno de esos cielos que no perdimos, se encuentra uno. Es el reloj de la parroquia que, según la leyenda, sirvió a alguien para identificar dónde estuvo a punto de ser sepultado.
También hay relojes cargados de historia, medidores del tiempo de la ciudad. El ejemplo más claro es el que está más alto. Se trata del reloj de la Giralda, una obra diseñada por Fray José Cordero que desde 1781 marca el latir de la ciudad desde suposición en la Giralda. Precisamente la Giralda fue el grabado que mandó hacer Sanchís en unos relojes para la Exposición de 1929. Fueron un fracaso. Sin embargo, fueron un éxito esas cinco esferas que Longines colocó en la relojería El Cronómetro, una de las señas de identidad de la calle Sierpes. Fueron colocadas en 1922 y sustituyeron a un antiguo escaparate, otra joya oculta, que se trasladó a la tienda de ultramarinos El Reloj, en pleno barrio del Arenal. Otra joya que en los últimos tiempos nos han redescubierto unos publicistas extranjeros.
En fin, relojes que nos marcan el paso de los años. Algunos incluso nos recuerdan a la Puerta del Sol de Madrid. Sitúese en Santa Catalina, junto al Archivo Histórico y lo comprobará.
Pero el reloj más sobrecogedor no anda ni se para. Tiene más de 300 años. Vaya al Hospital de la Caridad y observe. Allí, desde un cuadro de Valdés Leal, Miguel de Mañara nos mira fijamente. Un enfermero nos manda guardar silencio. Al fono el reloj más impresionante. Es un reloj de arena. A su lado aparecen una calavera y un búcaro con tulipanes, una vanitas barroca que nos habla de la brevedad de la vida y de lo efímero de las glorias humanas.
En estos días de bullicio, los relojes de la ciudad nos hablan del paso a un nuevo año. El reloj de Valdés Leal nos habla en los mismos términos que Quevedo: “La vida nunca para / ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara...”
Feliz Año Nuevo.

26.12.07

SANTO VARÓN (Mi pesadilla cofrade)


La vida es una semana. Es la frase que se repitió a si mismo la mañana de aquel domingo. De Ramos, no había que decirlo. Y con cara de domingo afrontó la jornada.
Su esquema mental estaba terminado desde hacía tiempo. Tenía que encajar las novedades de aquel año, pero seguro que lo llevaría bien. Quizás le faltara el rodaje de una Cuaresma como la de años anteriores. Daba igual. Era una nueva experiencia eso de empezar cuando realmente comenzaba uno de los motivos de su vida. Acompañado de otro de ellos salió a la calle. A hora temprana: era domingo. Traje nuevo y zapatos, éstos con la falta del rodaje que años anteriores hacía el viernes de Dolores. Sol. Era necesaria la sombrillita. No importaba. A la calle a por la primera...bulla en el sitio menos esperado. La frasecita por primera vez. Adiós planes. El programa comenzaba a sudar en el bolsillo por el calor y por los nervios. Apenas consiguió ver el misterio a paso de tambor y ante el palio sintió una mezcla de emoción y nerviosismo por lo que se avecinaba. Para salir, nueva bulla. Y otra vez la frasecita. Ya lo sabía.
Traslado al siguiente lugar. Aumentaba el retraso. El plan no podía ser. Hora de la merienda. Tres tipos de mancha en el traje nuevo: la propia, la ajena y la de origen desconocido. Programa en mano reestructuró el día. Yendo al nuevo sitio escuchó de nuevo la frasecita. Paciencia. Llegó tarde y mal. El Cristo había pasado y vio el palio entre diversas incomodidades, algunas inconfesables. Estación en el servicio y cita con gente prescindible. Plantearon la primera copa cuando sólo pensaba en lo que le faltaba. Transigió, aguantó conversaciones e hizo el último intento. Tambores lejanos, manto bordado en la lejanía y la hora encima. Y la frasecita.
Hora de regreso. Larga caminata entre frasecitas y llegada a casa. Cumplidas las obligaciones familiares, con pies doloridos y corazón compungido se tendió en la cama. Al cerrar los ojos le retumbaba la frasecita en sus oídos:
“¿Dónde irá con un carrito?”.Fin prematuro de Domingo.
...Y la Amargura en la calle...

21.12.07

NAVIDAD


La espera. La ilusión. El tiempo. La vida...
Los regalos y el tiempo para regalar, los sentimientos y las ganas de sentir, las alegrías y las ganas de alegrar, la esperanza y la desesperación del que espera y del que ya ni espera. Todo queda y todo pasa. Pero algo queda. En un rincón del mundo. Cargado de noticias. Buenas y malas. La vida misma. La Buena Nueva y las menos buenas...
La compañía y la soledad, saber que estás ahí o sentirlo, la presencia y la ausencia. Familia, familia política y política de familia...Los sentimientos...
Incienso de Reyes y humedad de viejas cajas, caramelos pisados y esperanzas renacidas, creer en mundo mejor, y luchar por él, roscón de nata o peladilla, anisete de la abuela o cubata de fin de año, marisco pasado e ilusiones renacidas, la madera del niño que besas y el perfume a nada de las monjas, la misa del Gallo y el gallo en la mesa, las castañas calientes y el libro recién abierto, el perfume de la mujer que descubres y el perfume el olvido, las calles de toda la vida y el olor de la nostalgia, el anís y el clavo, el primer mantecado y el mantecado de limón, el perfume de la compañía y el de la soledad...los olores.
La luz que nos ha nacido y la que está por nacer, la zambomba de colores y la estrellita que se apaga, la bengala y el cohete, el raso de una capilla y dormir al raso, los cirios y las velas de fantasía, la tarjeta de siempre o el correo de colorines, las listas del langostino y la lista de la compra, el cirio recién apagado y la cera que está por arder, la bombillita del nacimiento y la de tu interior, las que parpadean y las que luchan por no extinguirse. In Ictu Oculi...las luces.
Esperar, reír, llorar, suspirar, recordar, dormir, descansar, anhelar, compartir, soportar, comprender, ser, estar... Volver. Volver a ser niño. El Niño del Pesebre. Dios se hizo hombre, quizás sólo niño. Grandeza y misterio. Dios de Dios. Luz de Luz. Algo debió pasar...
FELIZ NAVIDAD.

20.12.07

20 DE DICIEMBRE. EL MISMO TEMA


Aquella tarde de diciembre de 1945 Sevilla era una ciudad fría y triste. En cierto modo era una ciudad vacía, con excesos de hambres y falta de trabajo; una ciudad que vivía el fin de la Segunda Guerra Mundial con una distancia fruto de las penurias pasadas. Los vecinos de la ciudad buscaban en el cine el olvido de tanta miseria. Los más jóvenes disfrutaban en el Palacio Central de “La Diligencia”, la gran película de Ford que ponía en pie al patio de butacas en unas interminables persecuciones de indios y vaqueros. Para los más nostálgicos, en el cine Llorens podía verse “Los últimos de Filipinas” toda una ocasión para sentirse un héroe con hambre en el estómago y emblema de Falange en la solapa. Los amantes de la copla habían disfrutado pocos días antes de la reposición de “Macarena”, el último gran éxito de Juanita Reina, y ya había algún seguidor que esperaba su próxima película, “Rapsodia Española”. Pero aquella ciudad sepia de cartillas de racionamiento seguía teniendo niños. Y fueron muchos los que ahorraron para cambiar el blanco y negro por el color de “Pinocho” y de “Dumbo”. Por un momento se olvidaron de iglesias quemadas, del frío en el corral y del zurcido del viejo traje, para volar encima de un elefante orejón que hacía llorar a padres y a niños.
Aquel día de diciembre la ciudad seguía herida. Por la calle San Luis seguían oliendo a la ceniza de antiguas maderas quemadas y aunque ya estaban en obras, todavía seguían cerradas muchas iglesias: San Marcos, San Gil, Omnium Sanctorum, San Julián... todas esperaban volver a ser las iglesias de la Sevilla Roja. Pero aquel día de diciembre se habló en Sevilla de otra cosa: de la Feria. Y no porque en la feria de aquel año hubiera triunfado, un año más, Manolete, con su toreo frío y elegante. Tampoco porque aquel año se hubieran celebrado el 25 aniversario de la muerte de Joselito ¡quién lo diría!, tanto años ya... Aquel día 20 de diciembre en el Ayuntamiento de Sevilla se habló de la Feria. Y fue para cambiarla de lugar. En el pleno se probó la compra de terrenos en el barrio de los Remedios para trasladar de sitio la Feria. Nada menos que 530.000 m. para mudar el Real del Prado a los Remedios. Cosas de la época. Cada metro cuadrado le costó al Ayuntamiento 11 pesetas de las de entonces. Hubo quien pensó que aquello no tenía futuro, que la zona estaba lejana, que se perdería la Feria de Cigarreras y de calle San Fernando. Aunque la idea del traslado no era nueva. Ya hacía décadas que se había pensado en otros terrenos, como los del Campo de Marte, allá por Plaza de Armas.
El cambio tardó en producirse casi treinta años. Pero aquel día de diciembre de 1945 en Sevilla se habló de la Feria. Pasa el tiempo y parece que muchas veces seguimos hablando de los mismo temas de siempre...

17.12.07

18 DE DICIEMBRE. LA VIRGEN


Sin hacer ruido, un año más, ha llegado tu día. Me he acercado a tu casa para besarte y, un año más, me quedé sin palabras. Mirarte a la cara me costó; fue todo un esfuerzo, pero al mismo tiempo no supe otra hacer otra cosa. Confianza. Ya sé que tu cara me acompañará el miércoles, y el jueves, y el resto del año...
Un año más, no sabría decir cuál es tu edad. Alguien me contó que andabas por los diecinueve pero en tus ojos hay mucho tiempo, mucha alegrías y muchas penas, pero sobre todo muchas esperanzas. Esperanza de siglos.
Creo que llegaste a esta, tu tierra, en los años finales del siglo XVII, aunque en eso nadie se pone de acuerdo. Unos dicen que naciste de manos de una mujer, otros que de un artista desconocido, otros que de unas manos triunfadoras. La cuestión es que te fuiste a vivir cerca de la antigua muralla, entre huertas y gentes sencillas que vieron en ti un motivo para seguir existiendo. Llegaste y te pusieron un nombre antiguo. El nombre de los salmos que se rezaban en la catedral de Toledo para anunciar la llegada del Niño Jesús. O Sabiduría, O Vara de David, O Enmanuel, O Esperanza Nuestra. Aunque tanto te identificaste con tu barrio que, al final, os transformasteis en la misma cosa.
He vuelto a comprender por qué te quisiste transformar en madera. Madera en el rostro, madera en las manos y un simple candelero para que tus devotos te vistieran de Reina en las alegrías y de mujer de Jerusalén en las Penas, que de todo has vivido. Mirándote a los ojos he sentido que las cosas importantes no se pueden explicar, que todo en la vida tiene muchos matices. No he sabido si ríes o si lloras, si levantas una ceja o es que relajas la otras, si tus lágrimas terminan o empiezan. Alguien me dijo que la fe era creer en tanta belleza. Y puede que no le faltara razón....
Sentado en tu casa, llena de invitados, como siempre, he recordado muchas historias que alguna vez se inventaron en tu barrio de la Feria: que si te quisieron cambiar por un reloj, que si un borracho te tiró un caso de vino, que si te quisieron vestir de republicana en 1873... Pero tú sabes que haz vivido historias que no son invenciones: todavía recuerdas cuando te metieron en un cajón de madera para huir del maltrato de la incultura; y tu escondite en un refugio, envuelta en sábanas mientras tus hijos se mataban unos a otros. Tampoco olvidarás cuando murió aquel torero que tanto te quiso y te vistieron de negro, un luto que te recordó la muerte de la Jerusalén de hace dos mil años...
La vida es así. Hoy y mañana, el día y la noche, la alegría y la pena. Por eso también has conocido glorias, y coronas y pregones, y sobre todo confesiones de tu gente. La gente que hoy, entre verdes, bordados, risas y llantos comenzamos a vivir un tiempo de espera. Es en San Gil. Un lugar en el mundo donde comprender aquello de que la Esperanza es el sueño de los que están despiertos...

13.12.07

DULCES DE CONVENTO


Terminó la tradicional exposición de dulces de conventos de la provincia de Sevilla. Buen momento para conocerlos. Pero no el único. Le propongo una ruta para realizar todo el año.
Comience junto a la Barqueta, en el Monasterio de San Clemente. Atraviese la antigua calle Reposo, cruce bajo el azulejo del titular, y entre en un compás donde sigue habitando la presencia de Rafael el portero y la de esos jóvenes que aprendieron a torear en medio de la historia. Llame al torno. Una voz delicada, quizás la de madre Macarena, nombre hermoso para un hermoso lugar, le atenderá. Pida un bizcocho de la casa, allí aparece espolvoreado con azúcar el escudo cisterciense dándonos la primera lección de historia del día. Enfile por la calle Santa Clara buscando los cielos que perdimos. En el cruce con la calle Santa Ana entre en el convento de la Abuela de Dios. Allí puede pedir unos bocaditos alemanes o unas mantas al estilo de Villalba del Alcor, que no se sabe quién fue antes. Comprobará que la devoción a la orden carmelita se explica en una monja alemana que ora et labora en el barrio de San Lorenzo o en unas monjas que se fueron a fundar a tierras onubenses. Deberá dar un largo paseo para continuar hasta el Monasterio de Santa Paula. Allí, entre cipreses y azulejos italianos, sigue habitando el alma de Cristina de Arteaga junto al alma de Pedro, ese portero que mezclaba palabras en latín con historias inventadas y que regalaba geranios blancos al visitante. Pida cualquier tipo de mermeladas. No encontrará nada igual. Rece con devoción a San Jerónimo para que no se hayan acabado los tocinos de cielo. Si la Providencia le permite probarlos comprenderá uno de los sentidos de la vida. Por Calle Sol busque el nombre monacal de Doña María Coronel en el Monasterio de Santa Inés. Tendrá múltiples dudas ante el torno, oirá sin Pecado Concebida en labios de lejano origen y propuestas muy dulces: pastas de Santa Clara, tortas de chocolate, bollitos de Santa Inés...el alma de Maese Pérez no le perdonaría que dejara de probarlos. Queda a su elección. Un paseo más. Atraviese el antiguo foro de la ciudad para llegar a la antigua judería de San Bartolomé. Allí está, entre San Nicolás y Santa María la Blanca el Monasterio de Madre de Dios, dominicas históricas que llegaron acoger a Isabel la Católica y que hoy sufren la amenaza de derrumbe en una ciudad que olvida sus tesoros. Junto a las escobitas de San Martín de Porres, la lista de dulces habla por sí sola: cordiales, almendrados de chocolate, gallina en leche, bienmesabe...El recorrido no puede acabar de forma más dulce.
Una advertencia. En este recorrido, que por supuesto no aparece en las guías, y que es ciertamtente incompleto, escuchará a madre Bernarda en Santa Paula asegurar que los dulces de las monjas no engordan. Es una mentira piadosa. Pero merece la pena creérsela. Buen provecho.

10.12.07

11 DE DICIEMBRE. AZUCENAS MARCHITAS


“La vista más bonita del mundo”. Eso le pareció aquella postal que se ofrecía ante sus ojos a aquellos obreros de Villalba. El día era frío y el trabajo duro. Pero tener una ciudad como Sevilla rendida a sus plantas era un privilegio de muy pocos...
Martes 11 de diciembre de 1979. La Giralda estaba en peligro. Algún periódico incluso mencionó la palabra ruina...Años habitando en el olvido de los cielos sevillanos la habían convertido en todo un símbolo. Símbolo del abandono de la ciudad por los que llama sus símbolos. Por eso, aquella mañana de diciembre fue para aquellos obreros una especie de reencuentro con la mujer amada. Quizás ellos no supieron decirlo, pero sí supieron sentirlo. Soplaba el viento frío que anuncia el invierno y aquellos elegidos se asomaron al balcón de la ciudad. Ya estaban colocados los cañizos que tanta guasa estaban levantando en Sevilla: la Giralda se había convertido en un coto cerrado. Y ellos eran los escogidos.
Aquellos albañiles de Don Joaquín Pérez Díez descubrieron ante sus ojos un espectáculo nuevo. Alguno hasta se emocionó acordándose de su Santa Águeda o de su Virgen del Carmen. A los pies, Sevilla. Y ellos en la Giganta. Porque muchos son los llamados a la belleza y pocos los elegidos. Un lujo. Un lujo abandonado. Aquellos obreros encontraron sorpresas y abandono. Los remates de piedra se caían, hubo uno que se desintegró. Las caras de los profetas, o lo que fuera aquello, llenas de hierbas. Las máscaras grotescas que talló el Renacimiento olvidadas, como un Bomarzo sevillano. Faltaban azulejos y había ladrillos que se caían. Así estaba la Giralda. Cuerpo del Reloj, Cuerpo de las Azucenas...Y santa Juana en lo alto. Hubo que retirar escombros, basuras, vegetación y olvido. Unos obreros tuvieron que sujetar con redes las bolas caladas de estrellas para que no se cayeran. Antiguas luminarias apagadas por el óxido del abandono. Dicen que aquello impresionó a Don Joaquín y que el dibujo de aquellas bolas quedó grabado en su corazón... Pero peor fue contemplar las azucenas. El abandono las había deshojado y el antiguo símbolo de la pureza parecía a punto de morir. Alguien con manos de cirujano retiró la última azucena de bronce. Las manos expertas de un orfebre harían una copia para que la Giralda volviera a ser la Giganta de Sevilla. Envuelta por el frío de diciembre y por el cariño de aquellos obreros bajaron la última azucena. Fue un día de diciembre que no olvidarían. El día que empezó a renacer la Giralda.
Pasaron los años y las azucenas de bronce volvieron a florecer. Como la Giralda. La vieja azucena de bronce quedó colocada en un despacho de la ciudad. Ver para creer... Pero en el corazón de unos elegidos quedó fundido el bronce más hermoso... Lo llaman recuerdo.

5.12.07

6 DE DICIEMBRE. LA PAJARITA


Nadie llamaba por su nombre a aquellas mujeres. Eran conocidas por su apodo, o por su estirpe, o por sus padres. La Morena, la Pajarita, la Coral, la del Vargas, la del Carmona... Hoy las llamarían gitanas. En el siglo XVIII se decía que eran castellanas nuevas, morenas o de religión egipcia.
Aquel 6 de diciembre de 1749 fueron las mujeres más felices del mundo. Por fin podían volver a sus casas después de haber sido desterradas de Sevilla. Todavía recordaban con miedo lo que ocurrió en julio de aquel año. Una orden del rey Fernando VI expulsó a los gitanos de Sevilla. Los soldados tomaron las puertas de la ciudad. Sólo la puerta del Arenal y la de la Carne quedaron abiertas, pero con doble guardia. Y los gitanos no pudieron resistirse. Tres viejos conocidos, el Ciempiés, el Moreno y el Camaronero murieron cuando trataban de huir. Y la vieja raza calé fue expulsada de Sevilla.
Meses después, la tarde de aquel 6 de diciembre, muchas pudieron volver a su casa por buena conducta. Cuando María la Pajarita llegaba a su ciudad miró al Cielo e hizo una promesa solemne, de esas que sólo entienden los de la raza morena. Primero lo habló con su marido, un viejo cocinero que había hecho fortuna en las Américas. Luego lo comentaron con otros devotos de su raza. Y dieron forma a su idea cuando hablaron con Sebastián Miguel de Varas: fundarían una hermandad propia. La de los castellanos nuevos. La de los Gitanos de Sevilla.
No fue fácil. Muchos días para convencer a los frailes del convento del Espíritu Santo, en Triana. También hablaron con la autoridad eclesiástica. Hubo pegas y recelos. Pero finalmente los gitanos pudieron fundar su hermandad. Un día 7 de diciembre de 1753 se aprobaban las reglas de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Salud y de María Santísima de las Angustias. María la Pajarita nunca quiso que se supiera, pero aquella hermosa imagen de Jesús Nazareno la había donado ella. Algunos dicen que se gastó parte de su fortuna en encargarla. Dicen que con el resto de su dinero encargó la mejor de las túnicas posible, con oros y terciopelos como nunca se habían visto en la ciudad. Había nacido el Cristo de la Salud, el Manué, el Dios de aquellos gitanos que un día fueron expulsados de su casa.
La hermandad conoció cambios de casa, como el destierro pasado de sus fundadores. De Triana pasaron al convento del Pópulo, de allí a San Esteban, a San Nicolás, a San Román, al Valle.... Vivió años de riqueza y años de pobreza. Un día de julio de 1936 las llamas acabaron con la imagen del Cristo de la Salud. Pero los Gitanos hicieron otra. La hermandad resurgió una vez más. Y cuando en la mañana de un Viernes Santo alguien llama Manué a su Cristo, todavía hay quien se acuerda de un 6 de diciembre en el que María la Pajarita fue una mujer feliz.

3.12.07

4 DE DICIEMBRE. LA MANIFESTACIÓN


Por fin llegó el día. Tu padre se había llevado toda la semana dándole vueltas a aquella bandera blanca y verde, con un leoncito y un señor forzudo que a ti te llamaba la atención. Hércules, o algo así, te dijo tu padre que se llamaba. El verde y el blanco no eran tus colores, pero la verdad es que tú tenías ganas de sacar aquella bandera a la calle. Y el día llegó...
4 de diciembre de 1977. Te levantaron temprano. Te pusieron el dichoso abriguito marrón de los domingos. Tu padre cogió la bandera y pronunció aquella extraña palabra: manifestación. Tú no sabías muy bien que significaba aquello, pero pronto te diste cuenta que aquello sería divertido. Camino del Prado aquello prometía. Miles de personas que llevaban banderas como la tuya, gente mayor, gente joven y muchos niños como tú. Con tu hermanos y tus padres te metiste en medio de aquella marcha y pronto comenzaste a sentirte mayor, aunque no sabías porqué. Se andaba muy lentamente y se oían gritos, como en el fútbol. Lo que pasa es que aquí no sabías que significaba eso de autonomía o eso de libertad, pero tanta gente dando gritos te divertía mucho. Hacía tiempo que no veías a tu padre tan entusiasmado.
Andabais despacio. Pasasteis por la Avenida y parecía que la gente cada vez estaba más apretujada, tanto que tu padre te cogió en brazos. Al llegar a la confitería Filella los gritos aumentaron. En la esquina de tus dulces de Semana Santa alguien había sacado una bandera que no debió gustar a los demás y empezaron a oírse muchos insultos, muchas de esas palabras que tu padre no te dejaba decir. No entendías nada pero recuerdas que hubo empujones, más gritos, policías e incluso que alguien quemó una bandera. Un grupo llamaba fachas a los de la bandera roja y azul y tú seguiste sin entender nada. Aunque tu padre quiso mantener la calma, viste en su cara que algo malo estaba pasando. Pero la cosa no pasó de ahí. La marcha siguió andando y al llegar a la Plaza Nueva viste a un señor con chaqueta de pana y gafas de pasta negra asomarse a un balcón. Alguien mencionó la palabra Guerra y aquel señor habló de unas cosas raras: el paro, la industrialización o la situación del campo. Por supuesto que no entendiste nada pero a la gente debió gustarle aquello porque todos movían sus banderas blancas y verdes y gritaban aquello de ¡Andalucía, Andalucía!. Y tú no fuiste menos. Porque la mejor bandera era la tuya.
Cuando acabó aquello, camino de tu casa, te sentiste importante. Casi treinta años después todavía recuerdas aquel día de diciembre de 1977, un día de banderas en cual comenzaste a ser mayor...

1.12.07

2 DE DICIEMBRE. ACOSADA


Un año más he ido a verte. Un año más me he envuelto de silencio en el convento de Santa Inés para ver tu rostro quemado. Un año más me he acordado de ti, María. Podrías ser una mujer más. Pero la ciudad te recordó, y, junto a tu cuerpo incorrupto, te puso una calle con aromas de un domingo de Ramos que nace cada año en Doña María Coronel.
A través de la reja he visto tu rostro. Y en tu rostro, tu historia. Naciste en Sevilla allá por el año 1334. Tu padre fue un personaje muy conocido, Alonso Fernández Coronel, alguacil de Sevilla. Te casaste muy joven, con algo más de quince años, con un descendiente de Fernando III, don Juan de la Cerda. Parecías encaminada al triunfo en la vida. Pero como a tantas mujeres, la vida te enseñó su peor rostro. Te tocó vivir una época de lucha por el poder. Una guerra civil por llegar al trono de Castilla. Y no estuviste en el bando de los ganadores. Tu padre fue decapitado por orden de Pedro I el Justiciero, que para ti siempre fue Pedro el Cruel. Lo mismo ocurrió con tu esposo, Juan, que también escogió el bando contrario al rey. Corría el siglo XIV. Y en aquel tiempo las viudas lo pasaban muy mal. Sobre todo si perdían sus posesiones, sus tierras, su dinero.
Hoy me he acordado de todo esto. Al pasar por la Iglesia de San Pedro y llegar al monasterio de clarisas. Al oler a perejil y a bollitos de Santa Inés. Al verte vestida de monja, un año más; con el rostro quemado y las manos sobre tu pecho, a través de la reja encerrada en una urna de madera. He recordado que el rey Pedro se fijó en ti. Tu te refugiaste en el convento de Santa Clara. Allí, junto a la torre de don Fadrique pensaste que ibas a ser feliz. Sobre todo después el milagro. Te sentías una mujer acosada. Hasta el día que apareció el rey como una furia en el interior del convento para buscarte. Las monjas te metieron en un agujero. Y se hizo el milagro. Rápidamente brotó peregil y el rey no te encontró. Ese día pensante que tus pesadillas se habían terminado. Pero el horror llegó más tarde. El día que Pedro I entró como una furia hasta las cocinas del convento. No pudiste más. Todavía notaré el terror en tu rostro quemado. Cogiste una sartén de las grandes, de las que usaban las monjas en las grandes ocasiones. El aceite hirviendo que tenía te lo volcaste en la cara. Pensaste que morirías de dolor. Pero aquello fue tu liberación. Porque pudiste comenzar una vida nueva, una monja nueva en un convento nuevo, el de Santa Inés, que tu misma fundaste. Creo que allí encontraste la paz.
Recuerdos entre los muros góticos de un convento. Una terrible historia contra una mujer del siglo XIV. Desgraciadamente, siete siglos después hay cosas que han cambiado muy poco...