31.3.08

1 DE ABRIL. EXPIRACIÓN


Cruzó el puente de barcas y le pareció cargar con el peso de toda la ciudad. Tenía sólo 29 cortos años. Aquel día le parecieron toda una eternidad. La de una vida intensa, dos matrimonios, varios hijos, la temprana muerte de sus padres, la de una de sus hijas y la de algún amigo. Era joven y con toda una vida por delante. Pero ya le había visto el rostro de la muerte demasiadas veces...
Una vida intensa y una intensa semana. Ya terminada. La de una pasión de la que disfrutaba y a la que seguía el peso del vacío durante varios días. Llegaba la Resurrección pero su mente seguía cargada de la muerte de cruz. Una vida vacía. Un sentimiento de inutilidad que intentaba compensar con la creación: dibujos, bocetos, barros, tallas e imágenes pasaban por su mente con una acumulación de sentimientos en tantas ocasiones contrapuestos...
Por eso aquel día parecía en otro mundo. Cuando llegó a la casa del notario sintió el peso de la ausencia entre legajos y escribanías. Tras los saludos de rigor se procedió a la lectura del documento. Un papel que cambiaría su vida. Aunque el joven escultor parecía estar ya viviendo en otra existencia...
“Sepan cuantos esta carta vieren como yo, Francisco Antonio Gijón, maestro escultor, vecino de la collación de Santa Lucía otorgo que soy convenido y concertado con la Cofradía y hermanos de la Expiración de Jesucristo en la cruz y Nuestra Señora de la paz, sita en la ermita del Patrocinio de esta salida de la calle Castilla... y con Andrés Núñez como mayordomo, por lo que me obligo de aquí al mes de mayo de ese presenta año de 1682 que haré una escultura de Nuestro Señor de la Expiración, de dos varas y cuarto de alto, de madera de cedro, con cruz de pino de flandes y la madera que fuera necesaria poner para ello he de poner de mi cuenta...por razón de lo cual la dicha cofradía me ha de pagar novecientos reales en que entra la madera y la manufactura y por cuenta de esta cantidad declaro haber recibido ahora doscientos y los restantes están obligados a pagármelos para finales del mes de abril en que estamos y los quinientos restantes para mayo...”
Alguien vio en sus ojos el vacío. El joven escultor no atendía ni a fechas, ni a plaza ni a dinero. Su mente era un cúmulo de imágenes, la película de una vida. Por ella desfiló la torre elevada de la iglesia de Santa María, la intimidad de su parroquia de Santa Lucía, las enseñanzas de sus viejos maestros, su amor adolescente y el presente, viejas anatomías de muertos callejeros y los dibujos de la academia, la muerte y la muerte. La de su hija, la del gitano que vio morir y la de tantos miserables de una barroca ciudad que parecía elevar los ojos al cielo buscando a un Dios que hacía oídos sordos...
En Triana, un Dios muriendo en la madera nacía en la mente de un escultor.

24.3.08

25 MARZO. EXPÓSITOS


Se les privaba de un padre y de una madre. Y encima se lo recordaban de por vida. Para que no olvidaran se les colocaba el expósito de apellido. Así todo el mundo sabría que no procedían de alta cuna. Porque en Sevilla este tipo de cunas tenía y tiene nombre de calle.
25 de marzo de 1558. Un rincón entre las calles Goyeneta, Acetres y Cuna. Allí se fundaba el hospital de los niños abandonados o expósitos. Una institución que siempre tuvo demasiado movimiento. Así lo te lo cuenta Richard Ford en su “Manual para viajeros por Andalucía” escrito en 1830:
“Los que quieran cebarse en horrores pueden visitar el hospital de los expósitos, la cuna, que se llama en España, como si en efecto fuera la cuna y no el ataúd de los desgraciados niños. La cuna o casa de expósitos puede ser definida como el lugar donde los inocentes son asesinados y los hijos naturales abandonados por sus antinaturales padres, y atendidos en el sentido de que se les mata a hambre lenta. La cuna de Sevilla fue fundada por el clero de la Catedral y la administran doce directores, seis civiles, y seis canónigos, pocos lo frecuentan o le prestan ayuda, excepto aportando residentes...Un postigo, el torno, está practicado en la pared, y se abre con solo tocarlo, para recibir a los inocentes hijos del pecado; y una vigilante vela la noche entera para coger a los abandonados por padres que ocultan su culpa en la oscuridad... Algunos de los recién nacidos están ya moribundos y los traen aquí para evitarse el gasto del funeral, otros están casi desnudos, mientras que algunos aparecen bien provistos de ropas y cosas necesarias. Estos últimos son retoños de las clases altas y el motivo es ocultarlos temporalmente. En estos casos van también con ellos las cartas más emocionantes, pidiendo a los encargados que tengan más cuidado del normal con un niño que, sin duda, será reclamado en su día...Todos los detalles correspondientes a cada niño expósito se apuntan en un libro, triste registro del delito y del remordimiento humano. Los niños que luego son reclamados pagan dos reales por cada día que el hospital les ha mantenido...A menos que vaya un nombre con el niño, éste es bautizado con el que le da la directora y que suele ser el del santo del día de su llegada. El número de esos niños es muy grande y aumenta rápidamente con la creciente pobreza, mientras que el dinero destinado a sustentarles disminuye por la misma razón...”
Has cerrado tu libro. Has recordado que el número de niños aumentaba nueve meses después de Semana Santa o de Navidad. Niños expósitos. No los olvidarás cuando pases por la calle Cuna. Hijos de malos padres. Siempre existieron. No siempre cualquier tiempo pasado fue mejor...

14.3.08

DESPEDIDA


Llegan los días de la verdad. Ya dijo Núñez de Herra que la Semana Santa no había existido nunca. Aunque está a la vuelta de la esquina. Después de tantas historias llega el momento de la Historia. Un servidor se despide y se pierde entre la bulla. Ha sido un placer su compañía. Si quieren nos oímos en Punto Radio en la Madrugá. Volveremos después de Semana Santa con más historias. Disfruten. Sus manos están invitadas a pasar páginas...

13.3.08

APASIONADO


Admiraba la imagen. Veía en ella la perfección. Era capaz de dibujar con la imaginación hasta su último recoveco: perfección en las manos, perfección en las cejas, perfección en la mirada, perfección en el equilibrio de sus pies, perfección en sus medidas, perfección en su trono de plata...
No escatimaba elogios hacia la talla. La comparaba con las grandes obras clásicas que tanto admiraba: el clasicismo griego de Fidias, la perfección de Rafael, el equilibrio del primer Donatello...Porque para él Martínez Montañés estaba a la altura de los grandes. Y su nazareno tenía que ocupar un lugar grande en la historia del Arte. Por eso solía citar el famoso texto del siglo XVII: “una imagen que será asombro de los siglo venideros...”. Revestirse de negro ruán era para él un cometido en el que pesaba la responsabilidad. La perfección debía conservarse por los siglos de los siglos. Por eso estudió la forma de cubrir la talla en caso de lluvia, analizó la rapidez con la que se debía actuar, pormenorizó vientos, humedades y temperaturas. Más que un nazareno era un cúmulo de datos y un cúmulo de análisis. Todo perfección. Ninguna oración. Como el antiguo poeta “había que ser sublime sin interrupción”. Eso mantendría para los demás y, quizás algún día, le haría partícipe de la devoción.
- “Quizás mañana”, solía decir...”Mañana, para mañana decir mañana...”, que también diría otro poeta...
Aquel jueves se presentó difícil. Cobijado por la grandeza cavernosa de la nave barroca oyó el propósito: alta probabilidad de lluvia. No se emocionó pero sí se tranquilizó. Con toda seguridad no saldrían. Su perfección estaba a salvo. O no... Cuando vio repartir la cera roja no daba crédito: la cofradía salía a la calle...
Más que un nazareno era un cálculo de probabilidades con capirote. De Pasión pero sin pasión. Con la frialdad del analista financiero o del científico. Con la frialdad de una tarde que pronto comenzó a cerrarse. La esquina de la calle Cuna ya le permitió hacer un pronóstico. Pocos metros más adelante caían las primeras gotas. Su engranaje mental comenzaba a funcionar. Prisas en el cortejo y la peor de las tendencias. Definitivamente estaba diluviando. Chicotá de infarto y llegada hasta la esquina del Duque. La imagen de su perfección chorreaba agua por sus mangas de terciopelo. El asombro de los siglo venideros estaba bajo una manta de agua. Había que poner en macha el plan establecido.
Apenas en unos segundos le llevaron la escalera. Diluviaba agua. Diluviaban gritos de histeria. Diluviaban emociones. Rápidamente subió al paso. Fuera antifaz y maniobra establecida: quitar las potencias a la imagen. Sin tiempo que perder. Quitó la primera y la segunda. En el tiempo previsto. Al quitar la tercera algo falló. El tornillo se atascó y, al salir la potencia, se hirió en la mano. Fuerte dolor bajo la lluvia. Sangre, lágrimas y agua. Entonces le dio por mirarle a los ojos. Perfección. Perfección hecha madera. Quizás mejor: hecha hombre. Fue un diálogo silencioso que nadie entendió. La belleza se había convertido en mansedumbre y lo sublime era un dios empapado por la lluvia. Nadie lo vio pero la emoción llegó a su rostro. Quizás llegó a llorar. La presencia de un Dios de madera había roto sus planes y había zarandeado sus sentimientos. El mañana había llegado. El nazareno de Pasión y el más desapasionado. Frente a frente. Bajo un diluvio. Como el de la emociones que afloraron de un rincón del corazón habitado por el olvido...
Quizás fue un segundo, quizás minutos o quizás aquello era la eternidad. El tiempo. Con el palermo y no sin grandes esfuerzos cubrió con un gran plástico la imagen. Había que volver a casa lo más rápidamente posible.
Cuando la cofradía regresó el nazareno volvió a su casa con el alma empapada. Dios había llegado por el camino más corto, por la regla más oculta. Aquel año dejo de admirar la perfección de aquella imagen: simplemente comenzó a creer en ella. Todo un Dios. Un Dios, vestido con en el terciopelo de la pasión, en el que poder creer...Por los siglos de los siglos. Apasionadamente...

12.3.08

LOCO


Alguien le contó la historia alguna vez. “Sólo a los locos se les vestía de blanco”. Por eso vistieron así a Jesús. Blanco de la inocencia. Silencio blanco de la locura. Herodes condenando a todo un Dios a sentirse loco. Bendita condición...
Desde muy pequeño había decido hacerse cofrade de aquella locura. Quizás desde su nacimiento. Ya lo decía el refrán de sus mayores:“Todos nacemos locos. Algunos siguen siéndolo toda la vida...” Unos mayores que también le juraron haber visto al Dios de San Lorenzo vestido de blanco. Debió ser a principios del siglo en el que nació. Su Dios tiznao, el dios de los carboneros como él, vestido de blanco inmaculado. La noche y el día. Los contrastes de su ciudad. Nunca supo si aquella historia del Gran Poder vestido de blanco era una realidad o una fantasía de los que se llamaban cuerdos. A él le daba igual. Hacía tiempo que había decidido que su mal no tenía cura. “Dice el refrán que el mal que no tiene cura, es locura”. Así era la vida que él había decido abrazar, el rito y la regla de una forma de ser que transformaría su entorno. La fantasía y la ilusión. Con su cara tiznada y la de su mujer hacía diariamente las estaciones desde San Julián a San Martín. Junto a la memoria de la vieja iglesia y junto a la memoria de las putas tistes de sus vecinas. Allí llegaba diariamente la locura del viejo carbonero. Fantasía y alegrías que transmitir al viejo barrio de la Divina Enfermera. La alegría detrás de un mostrador. Una España en sepia y del negro del carbón del mejor cisco y del mejor picón. Póngame tres kilos y la ilusión por un mundo mejor... Vivir en la locura de la esperanza., que “quien vive sin locura, no es tan cuerdo como parece”.
Así de loco estaba Luis el carbonero, personaje de la historia apócrifa de la ciudad. Como una cartela barroca. Llena de profundidad. Historias de un muchacho que conoció al doctor Vallina dando un mitin en la Alameda y del que aprendió una idea: ¿Qué se puede esperar de un pueblo que empeña hasta los calzoncillos para poder pagar los toros?. Ideas combativas en la Sevilla de la República. La República que defendía nuestro carbonero. Aunque, como tantos otros, combatiera en el lado de la España que le tocó. En esa España se contuvo cuando veía los resultados de una guerra que tanta amargura y tanta hambre sembró. Hambre que nuestro carbonero intentó arreglar jugando a Robin Hood, robando pan para dárselo a los pobres de una Sevilla de corrales de vecinos.
Decía Luisito que en su carbonería mataron a un hombre por celos. En ello contaba que tuvo algo que ver el dueño de un avioncito de madera que colgaba sobre el mostrador, un lugar lleno de espejos para controlar a los clientes. Unos clientes que pagaban un día sí pero otro no. Y para todos tenía el carbonero una sonrisa, una broma, un chiste. Uno de sus clientes fue alcalde de la ciudad, marqués de Contadero por más señas. Y el carbonero, en su afán de limpieza, le arrojó en una ocasión un cubo de agua que le obligó a cambiar de traje. Pero todo fueron sonrisas. Se trataba de Luisito, el carbonero de San Martín. El mayor embustero de la ciudad.
Durante décadas, junto a Reyes, la mujer de su vida, fueron dos pinturas negras cargadas de ternura que hacían el camino diario a su barrio de San Julián. Y aunque el negro carbón tiñera ya sus canas, Luisito el carbonero siguió llenando de fantasías la mente de sus nietos: que una de sus heridas era por haber sido torero, que le hicieron un consejo de guerra, que en la carbonería había un tesoro oculto...El paso del tiempo hizo que el cisco, el carbón y el petróleo pasaran a la historia. Y la carbonería cerró. Pero no cerró su locura. Ni olvidó al Carbonero que le abastecía. Era su mejor proveedor. Tenía una cita con él todos los viernes. Quizás se hablaran de igual a igual, de cara tizná a cara tizná. Un diálogo entre aquellos que saben oír detrás de un mostrador. Peticiones y oraciones. La cara negra pero siempre de punta en blanco. Como aquella túnica con la que el carbonero imaginaba a su colega de San Lorenzo. Sería Díos, pero sobre todo tenía cara de buena persona...
Y como “quien con locura nace, con locura yace" , el viejo carbonero tuvo la ocurrencia de hacer una visita definitiva al divino cisquero. Ni siquiera esperó a que fuera viernes. Se preocupó de dejar los deberes bien hechos. Antes de que una restauración le mostrara otro rostro se fue a verlo en persona. Dios frente a frente. No le sorprendió. Era el Carbonero de San Lorenzo con su túnica blanca. La túnica de la locura. Rostro negro y un corazón tan blanco. Allí le contaría la primera gracia...
“El amor es la sabiduría de los locos y la locura de los sabios”. Podría ser el lema de una cofradía. Quizás ya exista. Muchos hace tiempo que juramos sus reglas. Las escribió un viejo carbonero de San Martín....

10.3.08

ESTRENOS


“El domingo de Ramos quien no estrena no tiene manos”. Era la dichosa frase que su madre solía repetir como una letanía solemne de las misas del colegio. Sobe todo cuando se acercaba el gran día. “El día que Sevilla estrena la primavera”, solía repetir su padre, que tenía, sin duda ninguna, un punto de cursilería mayor que el de la madre.
Estrenos físicos y estrenos poéticos le importaban bien poco, es más, podían ser un auténtico engorro para sus verdaderas intenciones. Porque la dichosa palabrita, aparte de ir unida a un especial empeño en marcar la raya de un pelo excepcionalmente engominado, conllevaba un especial cuidado para la prendita que aquel año tocara estrenar. Junto al tradicional juego de calcetines calados, autentica tortura que dejaba su huella en unos pies que pateaban la ciudad aquel día, solía aparecer una prenda nueva en su armario. Año de bienes: aquel domingo fueron dos. Almidonada camisa blanca y pantalón gris marengo con raya trazada con el tiralíneas de una madre meticulosa hasta en el planchado...
Domingo de estreno. Cuando le ponían el dichoso calzoncillo que le solían traer su abuela del almacén de toalavía le dio por ordenar sus deseos: usar la rampla como resbalaera (su madre siempre le dijo que dijera tobogán), aumentar la bola de cera, masticar hasta el último caramelo y disfrutar. De tambores y de cornetas, de terciopelos y de chicotás, de pasos y más pasos. Porque los demás estrenos no iban con él. Estrenaba ilusiones y deseo de disfrutar. Y eso bastaba...
Se las sabía todas. Una a una ordenó en su mente las que había que ver. Un perfecto vía crucis lleno de gloria...No sabía que se acabaría convirtiendo en penitencia. La primera estación llegó en la misma rampla: cornetas que le invitaban a la vida y desnivel que invitaba a manchar sus pantalones. Aceptó las dos invitaciones. No sabía que allí en medio de la bulla llegaría la primera. Quizás la que más dolió. Repuesto de la estación, sus padres lo llevaron al viejo barrio. Allí disfrutaba como el niño que era. Entre el azul y la plata de sus abuelos acaparó hasta el último caramelo. Ninguno fue a su bolsillo y sí a sus dientes. Cuando masticaba el último le llegó la segunda. Quizás más fuerte que la anterior. Quizás tendría que acostumbrarse...
Su madre no le dio permiso. Ni falta que hacía. En el tercer momento de la tarde había que ver el paso dorado del Nazareno desde lo alto. Mejor que nadie. Sobre la reja de la iglesia con aires de pueblo se sintió más feliz que nadie. Salían nazarenos y salían ilusiones. Cornetas y tambores en el aire limpio del domingo. Parecía que se rasgaba el alma de la emoción No fue así precisamente. Más bien era su pantalón de estreno el que se rasgaba. Y Jesús Despojado en la parroquia... Allí llegó la tercera. Fue la peor. Con demasiado público. Y la más dolorosa por la frase que la acompañó.
- “Ahora mismo estamos en casa...” Cara hinchada y alma por los suelos. Regreso precipitado. Recuento en su memoria...
El pobre niño no imaginaba que la Bofetá salía el domingo...

8.3.08

ALMAS



Siempre le tuvo especial devoción. Para ella era su martes santo particular. En Feria pero también en Jesús del Gran Poder. Riguroso. Austero. En silencio. Dolido. Una imagen que la llevaba a su infancia en blanco y negro, a los pantalones cortos de su hermanos, a los luises y estanislaos, a los javieres. Un crucificado moderno. Pero cargado de antigüedad. Lo realizó en 1945 un portugués, José Pires, siguiendo un crucificado que ya había realizado para los salesianos de Triana. Alguien le contó que el imaginero salió contento con su obra aunque hay quien lo viera llorar porque no le agradó una policromía tan oscura...Oscura como los años de su infancia. Oscuridad de los ejercicios espirituales de San Ignacio que se hacían en torno al crucificado, Ella y Tú ; Tú y ella. La mística de San Ignacio de Loyola. ¿De qué le serviría a los hombres ganar el mundo si perdían su alma? Silencio. Búsqueda interior. Austeridad. Y una letanía que la llevaba a los años cincuenta: Alma de Cristo, santifícame.
Todos los años buscaba el oro viejo de su paso. Y su mirada de dolor. Y su serenidad. Veía la canastilla de Guzmán Bejarano y se acordaba de ese señor bajito que talló una obra de arte, un premio nacional de artesanía. Para sostener a Cristo. Y pensaba en el premio celestial que ya tendría un antiguo jesuita, el padre Trena, el alma de esos javieres en blanco y negro, de sandalias rotas, de hambres, de miserias; de una España en la que ya existía el Vacie y los niños de la calle. Veía a Cristo y al viejo cura. Siempre trabajando por los pobres. Siempre con la sotana manchada por sus obras. Un jesuita que en la Sevilla del cardenal Segura se atrevía a decir que había que aprender de las muchas cosas buenas que tenía el comunismo.
No faltaba a la cita. Silencio interior. Silencio exterior. Claveles rojos y una imagen que alguien le comparó con las fantasías de algún pintor alemán, con unos pies cruzados que se salen de todo canon . También se salió del canon su autor, que se esmeró en la talla completa de su boca y que firmó la obra en una cápsula de las pastillas que usaba para sus dolores de estómago. Mística y la realidad. Ver a Dios o sentirlo.
Pero aquel año fue diferente. Su cristo no saldría porque sufrió daños en un robo. Su lugar se señalaría con cuatro manigueteros. Su presencia era su ausencia. Por eso no le hizo falta más. Cruz de guía y negros penitentes. Cuando llegó su ausencia supo lo que tenía que hacer. Se atrevió a romper el cortejo y besó el suelo. No estaba sola. Otra mujeres de la Jersulén de la calle Feria hicieron lo mismo. No les hacía falta más. El Alma de Dios estaba presente.
Volvió a su casa con el aroma de la madera en su labios. Un año más. Cerró los ojos. Una sonrisa se insinuó en sus labios mientras rezaba para sus adentros. “Señor, ya no puedo creer porque te veo”.

5.3.08

PRIMITIVO


Era su primer año en el cortejo. Nueva túnica de ruán, nuevo cinturón de esparto y nuevos sentimientos en la Madrugá. Sensaciones de estreno de domingo en plena noche de luna llena. Fue a la iglesia por el camino más corto. En absoluto silencio. Rito y regla que no habían tenido que enseñarle. Sin duda un camino de pasión: primero el temido aire fresco y luego las primeras gotas. Lluvia en su primera estación de penitencia. Una injusticia para un nazareno de aquel porte...
En el atrio los rezos convenidos y sensación de normalidad. Quizás un fervorín poco intenso, muy teatral pero con poco contenido. Al nazareno no le importaba. Su primera emoción llegó con el reparto de cruces. Al abrazar aquella tabla negra se sintió un penitente de sangre de siglos pasados. Su cabeza voló con la imaginación en la espera. Azotes, sogas, cabelleras postizas...Pero el azote verdadero estaba por llegar. En absoluto silencio el hermano mayor subió al púlpito. Algo anticipaba su rostro:
- “Hermanos, ante la persistencia de la lluvia la hermandad no realizará estación de penitencia. Rezaremos un piadoso Crucis y regresaremos a nuestras casas por el camino más corto”. Adiós a las emociones. Peso de cruz en el corazón. Soga anudada en sus sentimientos. Dicho en plata de crestería: un cabreo de cojones...
“Yo me voy ahora mismo. Ya veremos dónde...”. Nadie sabía cómo pero el nazareno abandonó la iglesia rápidamente y con su cruz, la de tabla, a cuestas.
La soledad debía ser aquello. Eso pensaba andando sin rumbo mientras iniciaba su particular vía crucis. Bar cercano. Primera estación. Taberna del barrio. Segunda estación. Tinto para la quinta y la sexta. Aguardiente para el ejercicio piadoso de la octava y la novena... Pérdida del tiempo y del espacio. Quizás también de la realidad. Eso pensó al deambular junto a la Catedral y ver la muchedumbre. Sorpresa mayor al oír a la Banda de Soria 9 y al ver aquel palio rojo con manto verde. Oyó a alguien decir que la de San Gil había salido. Y con su cruz abrazada, su rúan y su esparto se situó detrás de aquel manto de hortelanos. El tiempo desapareció. O se paró. O nunca existió...quién sabe. El olor de los claveles y del azahar quizás borró los efluvios del alcohol. Pasaron días y horas o quizás momentos. Vio mallas y camarones y hortelanos y verdes y esperanzas. Sintió el amanecer en cada rincón de sus mojados huesos. Oyó marchas y olés y saetas. Centeno, Caracol, Vallejo, El Limpio...Y la tabla sobre su espalda de negro ruán. Serían las tres de la tarde cuando pareció terminar su felicidad. Un negro nazareno llegaba cansado y mojado a su casa. Allí se despojó de todo menos del verde de la Esperanza...
Sevilla, abril, 1928. A la semana siguiente un nuevo hermano hacía su ingreso en la hermandad de San Gil. Pocos días más tarde la hermandad del Silencio daba de baja a un nazareno poco ejemplar...

3.3.08

BLASFEMO


“También la emoción tiene su sed, señores”. Era una frase que revoloteaba por su cabeza, en un espacio indeterminado entre la morcilla del costal, la estampa de la Titular y el ralo cabello perfumado por sudores e inciensos. Por lo visto, aquella tarde la emoción se había desbordado hasta límites insospechados. Y si en Semana Santa hasta los místicos tienen su rincón, él encontró su lugar en la barra de aquel bar. Todavía tenía tiempo. Casi una hora hasta el próximo relevo. Y tanta emoción merecía calmar de nuevo su sed en aquella madera que cada vez le parecía más una zambrana fuera de lugar. El tiempo se echaba encima. Ésta sería la última. Trago rápido y al trabajo en su lugar y haciéndolo bien, como sólo él sabía hacerlo...
Pero el espacio no estaba tan claro. Realmente no sabía dónde estaba el suyo. Se situó junto a una congregación de zapatillas y costales y buscó un rostro conocido. Dudas. Realmente las emociones estaban llegando muy lejos y aquel maldito tambor zanqueaba sobre su nuca sin posibilidad de alivio. Llegaba el relevo. Una última duda. Miró el manto de la Virgen y se metió en su lugar. Cuando el capataz llamó se mezclaron en su mente emociones, líquidos elementos y aires de arrogancia. En el silencio de la espera, en un gesto de ánimo hacia sus compañeros gritó animoso:
_ ¡Vamos tan alto que al San Juan se le caigan los calzones!.
Silencio en el martillo y en los costales. Una respuesta puso las cosas en su sitio:
- ¡Pero si esta Virgen no lleva San Juan...!
En aquel paso su sitio fue ocupado rápidamente por alguien que había calmado menos la sed de sus emociones. A pocos metros, en otra cofradía, nadie entendía la ausencia en aquella trabajadera...

1.3.08

HOHENLEITER


Hay tres nazarenos fundamentales en la Semana Santa: el que cuelgan en la puerta de la Carne cuando llega la Cuaresma, el que nos regalan del mostrador de La Campana y cualquiera de los que pintó Francisco Hohenleiter, mil una veces copiados e imitados.
De apellido extranjero pero de origen andaluz, Francisco Hohenleiter nació en Cádiz en 1889 y siguió sus estudio artísticos en el Puerto de Santa María. En 1918 se trasladó a Sevilla donde se asentó definitivamente hasta su muerte en 1968. Fue pintor elegante y gran colorista por lo que se convirtió en un referente para la decoración mural y, sobre todo, para la cartelería, la ilustración de revistas y de libros. Hay en su pintura un eco lejano del Modernismo de 1900, algo de la elegancia perdida del Romanticismo y numerosas referencias a la pintura de “casacones” y de escenas costumbristas en la línea de Jiménez Aranda. Y el color, sobre todo el color. En la época de Gustavo Bacarisas, el color de Hohenleiter nos lleva a los felices veinte, la verdadera etapa en la que se reinventa la Semana Santa Sevillana, con esa extraña mezcla entre el costumbrismo, el historicismo y unas leves notas de vanguardia que hacen nacer la semana Santa que llega a nuestros días.
Hay obra suya dispersa por toda Andalucía, pinturas, murales, carteles, programas de mano. En Sevilla la capilla de los Humeros, el palacio de Yanduri o la Maestranza fueron lugres donde dejó su arte. Pero sobre todo en el cartel. Quizás ealizó algunos de los carteles más representativos de la Semana Santa de la época. Arte hasta en la simple portada de un programa de mano, como el que ilustró de la Semana Santa de1925. Elegancia hecha dibujo. Tanto autor naif, tanto pintor amigo del collage kistch, tanto seudo barroco, tanto sensiblero y tantos horteras que hoy ilustran nuestra Semana Santa podrían tomar nota. Con muy poco se pude llegar a la belleza.