26.7.13

SANTA ANA



Calle donde se hace bendita la pureza. Buscas la sombra que te proteja del sol de Julio y del calor de las tardes de cucaña. Todavía parece que tu abuela susurra  la retahíla que dibujaba la sonrisa en tus labios. Era buena trianera y tenía su particular jaculatoria: “Señora Santa Ana / en tus manos dejo mi casa. / Señora Santa Ana / cuídame el puchero / por tu hija María y por tu nieto verdadero...”
Emociones, sensaciones y datos se entremezclan en la parroquia de almagra y de los flameros cerámicos. Una iglesia del siglo XIII construida por un rey Sabio curado al que se le salieron los ojos de sus cuencas. Santa Ana lo curó. Te entretienes con la historia camino de tu rincón de siempre, en un lateral, junto a las santas Justa y Rufina, retratadas por un tal maestro de Moguer en una época en la que los pintores no firmaban sus obras. Tiempos. Dudas que quede alguien con el nombre de Justa ni de Rufina, hoy patronas de la nada. A lo que ibas. Un año más. Tu retrato de hoy es el de Santa Ana. Y el de la  Virgen. Y el del Niño. No sabes si es tu especial devoción pero hay días que tienen brillo especial entre lágrimas de cera roja y oros viejos diluidos por el incienso. El gran retablo vuelve a narrarte su historia como en un caleidoscopio de tablas al temple. Una vida complicada, y mira que tienes memoria para los nombres.
Un obra de 1540. Esculturas de Nufro Ortega y Nicolás de Jurate. Y tablas de un pintor flamenco, Pedro de Campaña, aquí, en plena Triana, la cuna de otros flamencos. Escenas para pintar un retrato muy complicado: el nacimiento de San Juan, el nacimiento de la Virgen, el abrazo ante la Puerta Dorada... Viñetas que te narran historias apócrifas, tan complicadas como las de tus telenovelas. Algo así como que Santa Ana se había casado con Cleofás, con Salomé y con Joaquín. Sus hijas María Salomé y María Cleofás formarían parte de ese grupo de las tres Marías, el que sale en los pasos de Semana Santa. Te olvidas de todo y diriges pensamientos y oraciones hacia el grupo medieval que un día recibió aires barrocos y que nunca perdió el aire familiar. La abuela de Dios y tú frente a frente. Recuerdos de otra abuela. La tuya. La que decía “Santa Ana bendita, de las tres limosnas que das al día, una sea la mía”.  Allí está sentada, bajo una bóveda de ladrillo gótico y aromas húmedos de baúl antiguo con pastillas de jabón. Ya en la calle no puedes evitar una sonrisa. La sonrisa eterna de las abuelas en los retratos arrugados de peinadora. Un farolillo, el olor marino a río y a sardinas, el jaleo de la cucaña, la sonrisa de la Abuela de Dios. Es Triana. Retrato eterno de familia. Cualquier jornada del año puede ser un día señalaíto.

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