27.8.13

27 DE AGOSTO. QUE TE VAYAN DANDO...



         Entraste en mi casa sin pedir permiso. Bueno, el justo que te concedieron los cobardes que te dejaron pasar firmando acuerdos de vergüenza. Francés, cuando eso significaba ideales de igualdad, legalidad y fraternidad. Lo entendiste como te dio la gana: igualdad para los ladrones de tus soldados, legalidad para los demás y fraternidad no se sabe para quién...
         Te tuve que aguantar dos largos años haciendo lo que te dio la gana. A ti, maldito mariscal y a todos los que te acompañaban. Gritaré a los cielos y a la historia tu maldito nombre: Nicolás Juan de Dios. Y tu maldito apellido: Soult. Que el mundo sepa que habías nacido en Saint Amans la Bastide me importa bien poco. Pero que no se olvide que me robaste y me expoliaste, tú y los tuyos, y que lo consintieron los míos y muchos de los que vendrían después. Quizás en esto no haya banderas. Creo que más daño me hicieron los que decían que actuaban por mi bien...
         Pero quizás fuiste tú, maldito gabacho, el que comenzó todo. Elegiste como tu casa una de las mejores de Sevilla, nada menos que el palacio Arzobispal. ¡Valiente trono para tan indigna posadera! Así te dieran... Dicen que el vino corría en las fiestas de borrachos franceses que ofrecías en sus salones. Hijos de la grandeur.... Alguien contó que incluso el vino salía de los surtidores de las fuentes. Pobres angelitos barrocos, lo que tuvieron que ver. A esas fiestas invitabas a toda tu camarilla, hasta al usurpador ese de los cojones que nos mandó el Napoleoncito...Toma hermanito. Aficionado a la botella. A Sevilla, la tierra de Jauja... Le hiciste una fiestita de las tuyas en el palacio y le pediste a los canónigos que te dieran doseles, blandones y alfombras para decorarlo todo. Un poco más y te dan a la Virgen de los Reyes... Lamentaron no darte lámparas... porque la catedral no las tiene. Hay ladrones y cómplices...
         Aunque lo peor, sin duda, fue lo del arte. Me destripaste por dentro. Murillos por toda Europa son la prueba del delito. Una obra maestra era La Natividad de la Virgen que te llevaste de la catedral. Igual de espectacular era la Inmaculada que robaste de los Venerables. Incluso en algunos libros la llaman con tu nombre. Qué asco de mundo, el nombre del ladrón para la Madre de Dios. Y podría seguir contando. Cientos de obras de arte perdidas para siempre. Que las disfruten otros... Menos mal que la pesadilla acabó un día como hoy de 1812. Tuviste que salir corriendo y te dejaste atrás parte de tus robos. Unos mil cuadros. Todavía me sangran las heridas. Las tuyas, las de tus cómplices y las de los silencios rastreros sevillanos de los que nunca se escribe. La ciudad de los silencios...
         No olvidaré la fecha de tu huida. Puente de la plata que no pudiste robar. El alma ya se me murió. Que te vayan dando...

22.8.13

22 AGOSTO: JUAN LAUREANO DE PINA



No suele ser muy conocido, pero hoy es uno de esos días que abren la urna de San Fernando. No es festivo, pero has aprovechado para ver los huesos de un santo de verdad, con su corona y su cetro, con su manto de armiño, con su mandíbula marcada, con su urna de plata. Este año te has fijado en esa tumba. Te ha parecido espectacular. La tumba de un rey y la tumba de un santo. Y alguien te ha contado algo sobre su autor, el orfebre Juan Laureano de Pina.
         Te han dicho que fue un orfebre que había nacido en Jerez, allá por el año 1630, y que vivió allí hasta los 40 años, momento en el que se trasladó a Sevilla. Sobre su vida se sabe poco. Normal, esas cosas no interesaban antes. Ya sabes que se casó en 1660 y que tuvo tres hijas que se casaron todas en nuestra ciudad. Las cosas de la época. Enviudó y volvió a casarse cinco años después.
         Juan Laureano vivió en la collación de Santa María, es decir, cerca de la catedral. Para la Magna Hispalensis hizo algunas de sus mejores obras: el altar de plata, el busto de algún santo y sobre todo la gran tumba de San Fernando. La has mirado allí, en la capilla real, y no te has cansado de encontrar detalles: santos de Sevilla, la Virgen de Valme, castillos y leones, santa Elena, tulipanes, jeroglíficos, balaustres... Todo te pareció muy barroco. Pero cuando te han contado la historia de la urna te sorprendió todavía más. Juan Laureano recibió el encargo en 1671 y la terminó 34 años más tarde. Un trabajo que comenzó a ser pagado por un rey, Carlos II, y que terminó de pagar el rey de la nueva casa de Borbón, Felipe V. Una obra de las de antes, sí señor.  Has pensado que Juan Laureano debería ser más conocido. Eso pensabas mientras leías unas letras en la tumba de San Fernando: “De este cetro y esta espada hago escala en el suelo por donde subir al cielo”.
         Ya sabes que cuando Juan Laureano murió en 1723 estaba en mala situación económica. Una pena. Unos de los mejores plateros de su época moría con 93 años y casi no recordaba el nombre de sus hijas. Un platero que no sólo hizo la tumba del rey santo. También se conservan obras suyas en Jerez, en Guillena, en Morón y en Jerusalén. Sí, en Jerusalén. En su buena época, Juan Laureano de Pina mandó algunas obras a Tierra Santa. Curiosamente el sagrario de la iglesia del Santo Sepulcro es una obra suya. Tiene otras. Todavía guardan su firma. Porque Juan firmaba sus obras como El hispalense, es decir, el sevillano. No tienes duda. En estos tiempos, en que defender lo sevillano suena a casposo, a retrógrado, a carca y a ombliguismo, ha aumentado tu admiración hacia el viejo platero barroco...



        

21.8.13

LA LOCA



         Hay alguien que dijo una vez: “Todos nacemos locos. Y algunos siguen siéndolo toda la vida”. Hace casi quinientos años llegó a Sevilla una loca de las de antes. De las que creían en algo firmemente. De las empeñaban su vida por sus ideas. Se llamaba Teresa, Teresa Enríquez. Era hija de don Alonso Enríquez, almirante de Castilla, y prima del rey Fernando V de Aragón. Enviudó en 1503, cuando murió su esposo, el comendador mayor de León. En ese momento Teresa Enríquez decidió cambiar de vida. Destinó su dinero a hermandades y fundaciones y se dedicó a su gran devoción: el culto a la eucaristía.
         Teresa llegó a Sevilla en 1511. Ya cargaba con el título de la Loca, la loca del Santísimo Sacramento. Pero el apodo no se lo había puesto la típica compañera bromista ni el vecino graciosillo. Lo de loca se lo había puesto nada menos que el Papa Julio II, el Papa que encargó a Miguel Ángel la tumba más famosa de la época. Por la bula Pastor Aeternis de 21 de agosto de 1508 reconoció su labor. Y es que Teresa se había ganado el apodo. Cuentan que en su adoración por la eucaristía creó la primera hermandad sacramental en Roma, la de San Lorenzo in Dámaso. Por una revelación, hizo que esta hermandad llevara la comunión a los enfermos de la forma más digna posible, con velas, con acompañantes, con palio de lujo, con cálices apropiados para trasladar a Dios Sacramentado. Una devoción que trajo a Sevilla. Llegó a nuestra ciudad acompañando a Fernando el Católico, que en esos años se había vuelto a casar. En Sevilla presenció las fiestas del Corpus. Y en Sevilla fomentó que se fundaran la primeras cofradías sacramentales, las que rendían culto a la eucaristía. Durante el siglo XVI se fundaron en Sevilla muchas de estas hermandades: San Vicente, San Lorenzo, El Salvador, San Julián, El Sagrario, Santa Lucía, Omnium Sanctorum, Santa Ana... Cuando dejó Sevilla, en el año 1529, quedó Teresa Enríquez muy contenta de la labor realizada y muy satisfecha con la devoción que los sevillanos le tenían a la eucaristía. Sin duda, su locura se había contagiado y era rara la parroquia que no tenía su hermandad sacramental. La loca del Santísimo Sacramento había conseguido su objetivo.
         La bula que el papa concedió a Teresa Enríquez perdonaba todos los pecados a aquel que asistiera a la procesión del Corpus. Curioso. Un año le pregunté a mis alumnos de la ESO si habían asistido alguna vez esta procesión. La respuesta fue clara: nadie. Pocos pecados que perdonar... Me acordé de Teresa Enríquez. Y pensé que nos iría mejor si hubiera más locos de los de antes y menos ignorantes de los de hoy en día... 

20.8.13

SAN BERNARDO




 Nombre de santo. Barrio de conquistadores, toreros y arquitectos. De cofradía de las de capa con sabor antiguo, que no todo está en el centro. Nombre de puente que no salta ningún obstáculo y que fue barroco en época de costumbrismo e historicista en época de derribos. Nombre de arrabal, aunque nunca lo hubo más cerca del centro ni más caro en época de especulaciones. Nombre de calles cargadas de historia, desde aquella invocación de Tentudía a la inestabilidad de una calle Campamento. Reyes y toreros. Gloria efímera de una plaza de toros que fue monumental y al mismo tiempo el monumento más efímero. Como el túmulo del torero que la patrocinó, diestro que tiraba más hacia los arrabales macarenos. Tiempo que pasa. Tiempo que se detiene en atardeceres de viejos muros musulmanes y de soldaditos con casaca que hacen de veleta por encima de las fábricas de cañones. Soldaditos de pavía veletas como la ciudad, hoy miro aquí, mañana allí. Con la escopeta en alto pero herrumbrosa, incapaz de soportar el paso del tiempo. Dios te proteja, viejo arrabal. Ya te protegieron otros dioses. Cancerberos. Orientales. Viejos leones de bronce que se fundieron a tus puertas y que se fueron a proteger las puertas del Congreso. Original y copia. Lo que habrán oído... Leones sevillanos que se quedaron con Eduardo Dato. Serían datistas, que también lo hubo mauristas, como los hubo exaltados y moderados. Exaltación de todo un barrio, de toda una iglesia, de todo un santo, de toda una liturgia. Eso hacía el viejo cura mientras pensabas en tantas y tantas cosas. Mirabas un retablo neoclásico, con el santo titular entre figuras de Blas Molner. Moderno entre antiguo. Boda y bautizo al mismo tiempo. Tiempos que corren. Un cura con voz de canónigo de La Regenta. Vetusta sevillana. Casó a los novios. Dio la comunión. Bendijo. Predicó. Pregonó. Y bautizó al mismo tiempo. Padres, hijo y el Espíritu Santo que no se quiso perder el acto. Cristo de la Salud a un lado, como en un antiguo oratorio de la Escuela de Cristo. Virgen de la Salud presidiendo el acto. Tenía un aire torero. Para el bautizo, el oficiante se revistió con capa pluvial. Ya quedan pocos que lo hagan. Saludó al neófito. Mandó callar. Impartió la bendición. Invocó al Espíritu. Al santo y al de todo un barrio con nombre de santo de visiones místicas. El monje medieval que vio la lactación mística. Teta y mística. Infancia y madurez. Cuando el niño fue bautizado, el eterno sacerdote de la sotana, del alzacuellos, de la capa pluvial y del birrete se dirigió a los presentes. Con voz cavernosa, pura y decimonónica. Calló hasta Santa Bárbara y su trueno. No gritó. Pregonó a los cuatro vientos de San Bernardo:
         - ¡Este niño ya es cristiano!
Bienvenido a la Iglesia. Su historia te bautizó revestida con capa pluvial...

14.8.13

REYES



Por Ella madruga la madrugada. Por ella el tiempo se detiene. Por ella la ciudad se despierta. Por ella la ciudad se deja alcanzar por el tiempo que convoca al Sol en una esquina gótica que alumbrar una mirada de siglos.
Cuentan que por Ella la ciudad abandonó la fe de Mahoma y abrazó la de un Niño juguetón que se sienta en su regazo, la sonrisa eterna frente a la sonrisa cotidiana, la Madre eterna, que nunca muere la maternidad, frente a la infancia infinita que alarga su vida en las tardes de verano; niños que viven todas las vidas del mundo en mañanas de calor de agosto, en soles abrasadores que invitan a cerrar los ojos, abrir la imaginación y sestear sin más límites, temporales ni espaciales.
Cuentan que el suyo es un amor de madre y no un amor de verano, amor que todo lo disculpa, todo lo alcanza y todo lo entiende, que por eso mira al frente para olvidar el pasado, futuro de misteriosa sonrisa por lo que ha de venir y olvido de culpas que se prenden a su espalda, en mantos de rojos terciopelos y verdes de esperanza, en escudos de reinas terrenales y en castillos y leones que defendieron a un Niño, Rey de reyes, por Ella y sólo por Ella.
Dicen que por Ella la ciudad abandonó el Islam y se hizo Castilla bordada en tisú blanco, que llegó traída por ángeles que se asentaron en el blanco de los muros conventuales de la ciudad, que su corazón de cedro inundó de Amor una ciudad a la que salvó de muchas inundaciones y muchas sequías, que en sus manoplas de madera se sellaron muchas promesas agradecidas en forma de besos que dejaron a la madera descarnada para mostrar el alma, adiós barnices y adiós policromía, que hay una mirada en un rincón de la Catedral que concentra un mundo de reyes a sus pies, plata y mármol, y un cielo de piedra en su bóveda, con reyes, santos y profetas que anuncian durante siglos la magia de un instante, aquel en el que por Ella se hace el silencio en el mejor cahíz de terreno del mundo, repican campanas y redoblan corazones, sístoles y diástoles, en un pueblo que mira al frente, que por Ella la ciudad se hace tumbilla de convento donde se rezan laudes, vísperas y completas en un instante, el de su mirada al frente, el de la sonrisa eterna, el de un pueblo hecho coral de corralones viejos colgados junto a su viejo corazón de madera, nardo y azucena, milagro para sonreír mirando al frente, jugar a ser niño y amar como una madre, que Ella hace reinar la paz en un mundo de varas de mando al que sólo trae varas de nardo; poder y humildad que grita en silencio que quien quiera ser grande en el mundo se tiene que hacer pequeño, niños ahora, por siempre y por Ella, que por Ella y  sólo por ella en tu ciudad reinan eternamente los reyes y eternamente reina la sonrisa de las  abuelas con abanico en las eternas tardes de agosto.    

13.8.13

GIGANTA



Una vida  muy dura. Desde tu parto hasta nuestros días. No debió ser fácil traerte al mundo y, mucho menos, colocarte en tu sitio. Tampoco ha debido ser fácil que cada uno te llamara con un nombre. Quizás sea el problema de mirar desde tan alto. Las abuelas del lugar te llamaban Santa Juana. Ni Juan ni Juanillo, dice el refrán. Se equivocaban. Por aquello del movimiento, cuando naciste te llamaron  Giralda. Cosas de la vida, alguien se apoderó de tu nombre, quizás por ser más grande que tú. Ya sabes: pez grande se come al chico. Te quedaste con lo de Giraldillo, algo así como un hijo pequeño de la gran torre de la ciudad.
Tampoco debe ser fácil ser mujer, estar embarazada y que encima te llamen con nombre de varón. Cosas de la ciudad. Lo del transformismo tiene larga historia, desde la monja alférez a la Esmeralda, y eso que te imaginaron símbolo de la Fe triunfante, Giganta para Cervantes y hasta coloso para algún vecino.  
Tu parto en 1568 fue largo y complicado. Nunca una mujer tuvo tantos padres. Dicen que te ideó un pintor, Luis de Vargas, y que tu modelo lo hizo un escultor, un tal Juan Bautista Vázquez el Viejo. El cuerpo de bronce te lo dio Bartolomé Morell, el mejor de su época. Ya sería bueno que el cabildo Catedral pagó su fianza para sacarlo de la cárcel. El rescatado te daría cuerpo y alma de bronce con aire clásico. Diagnóstico: parto de riesgo. Una escultura de bronce de más de tres metros. Tan difícil fue aquello que la casa de tu padre ardió mientras fundían tu cuerpo, aunque la espera mereció la pena. Pronto te convertiste en la belleza de la ciudad. Ni Fidias, ni Miguel Ángel. Ni Atenea, ni Venus. La belleza de Sevilla se subió a la torre musulmana y se llamó Giraldillo, veleta de una ciudad que te mira como una novia inalcanzable en los quinientos años que llevas ahí arriba. Largos siglos para señalar los vientos de la ciudad con tu palma, para protegerla con tu escudo que un día llevó un cáliz. Palma y cáliz para una ciudad, que diría el poeta, mujer juguetona que imitaba con sus  zapatos a la Diana cazadora del Museo y que imaginaba colocarse detrás del paso de la Sentencia.Casi nadie en Sevilla se ha dado cuenta, pero llevas siglos embarazada y en tantos siglos has sido un diablillo Cojuelo voyeur de tu ciudad. Mirar sin ser vista, la eterna aspiración de muchos. Veleta e inestable, como la ciudad, con seis tiros en tu cuerpo fruto de alguna guerra fratricida, achacosa en los últimos años y hasta con mala imitadora a tus pies. Como tú ninguna, mujer que no tiene los ojos cerrados como mandan los cánones, que ya sería eterno castigo ser ciega en Sevilla. La ciudad en la que no puedes creer. Aunque seas la Fe. Lo tuyo es pura mística: no puedes creer en la belleza de una ciudad: llevas siglos viéndola.




12.8.13

LA GIRALDA ROJA



Pintar la Giralda de verde. Con este llamativo título leíste un día un interesante artículo sobre el proyecto de la Encarnación. El título llamaba la atención sobre lo que podría suponer el proyecto ganador del famoso concurso de ideas sobre la urbanización de la plaza. El artículo no tenía desperdicio, sobre todo recordado desde ahora.  Insistía en el impacto visual que podían producir las setas comparándolas con una Giralda verde. Una Giralda pintada de colores. ¡Quién lo diría...! Pero es que la Giralda estuvo pintada y tuvo colores... muchos colores.
Podemos recordar algo sobre su construcción. Es conocido que la Giralda es el alminar, la torre de la antigua mezquita mayor desde la cual el muecín llamaba a la oración en la antigua Isbilia, la Sevilla musulmana. Su construcción se dio por terminada en 1198 con la colocación de cuatro manzanas doradas que duraron hasta 1356, año en el que un terremoto las hizo caer.
En el siglo XVI se emprendió una completa renovación de la torre. A los canónigos se les ocurrió añadir un campanario renacentista sobre una torre musulmana. Algo atrevido. Imagínense que hoy le añadimos un cuerpo de cristal y acero a la torre del Oro. ¿Estaríamos a favor o en contra? La cuestión es que el arquitecto Hernán Ruiz acometió una obra que culminó con rotundo éxito, intervención integradora que diríamos hoy... Fue en 1565. Para unificar el conjunto se decidió revocar la torre. Es decir, pintarla de color. El 12 de agosto de ese año se pagó el enlucido. Para hacernos una idea del resultado podríamos fijarnos en un cuadro de Miguel de Esquivel que se conserva en la catedral. Representa a las Santas Justa y Rufina y sirve como fotografía de la época. La Giralda se pintó en color almagra, en color rojo, con la imitación de un aparejo de ladrillos en color blanco. Este color era el más empleado en una ciudad que todavía lo conserva en muchos edificios emblemáticos: el Arzobispado, San Telmo, la iglesia de San Luis, la de San Ildefonso... Conocemos los pagos que el cabildo Catedral hizo a un tal Pedro Fernández y a Diego Fernández por una mezcla de almagra, vinagre y cal que se empleó en el enlucido. Pero no sólo eso. Antón Pérez doró algunos de los remates del cuerpo de campanas y Roque Fernández colocó más de trescientos azulejos negros que se siguen conservando en la actualidad. Para completar la obra, se decoraron los frentes de la torre con más de setenta cuadros, es decir, pinturas murales, una obra del pintor Luis de Vargas que tuvo la colaboración de su criado y de un oficial flamenco. San Isidoro, San Leandro, los Evangelistas, Santa Justa y Rufina, numerosos santos... Todos ellos aparecían en estas pinturas murales que todavía se conservaban en el siglo XIX y que podemos ver en antiguas fotos. Resumiendo. La Giralda tuvo color más de trescientos años. Un color rojizo. Y muchos colores más.
Lo cual confirma un hecho. Los arquitectos contemporáneos que pretenden sorprender deberían recordar esa Giralda de colores y comprender que en estos tiempos no hay nada nuevo bajo el sol.

3.8.13

EL ENTIERRO



La escena no era nueva en su vida: miradas amigas en torno al fallecido. Ya la había plasmado en la capilla de los Vizcaínos del convento de los franciscanos. En el Hospital de la Caridad incluso la enmarcó entre pinturas de Murillo y columnas salomónicas de su amigo Bernardo. Llanto sobre Cristo muerto mientras los ángeles arrojaban flores de santidad y las columnas doradas retorcían sus entrañas y sus pámpanos para ascender al cielo de la eterna caridad. Ascensión a los brazos de una madre con sus hijos. Otra escena que también enmarcó su propio entierro. En una capilla lateral de la iglesia de San Marcos, los asistentes al amortajamiento de Cristo miraban de refilón a la capilla del Rosario: el más grande escultor de su época dormiría definitivamente entre encalados muros mudéjares, retablos dorados y yeserías geométricas.
         Agosto de 1699. A punto de despedir siglo y monarquía, la ciudad decía adiós al genio que dominó la escultura desde mediados de la centuria. Todo pasó por sus manos, las de sus hijos o las de los miembros de su taller. Unas manos que habían firmado semanas antes testamento en su casa de la calle Beatos. Manos cansadas para recordar una vida intensa. No hubo olvidos: mencionó a todos sus hijos, ya casados, y recordó todas y cada una de sus obras. Le acompañaban su hijo Marcelino y su yerno José Felipe Duque Cornejo. Quedaba tranquilo. La saga continuaría y el nombre de Roldán se mantendría durante décadas unido al arte sevillano. Cansado pero reconfortado, entregó su alma a Dios en los primeros días de agosto. Descansaban unas manos que habían modelado a un Cristo Descendido, a una Nazareno abrumado por el peso de una cruz, a una Virgen sonriente que algún día sería la más venerada de la ciudad y a miles de retablos, cartelas, vírgenes y tallas de todo tipo. Hubo llanto sereno en su casa y hubo mayor dolor en lo rincones del hospital de Mañara, en la capilla de los Vizcaínos y en la parroquia de San Marcos. Entre una nube de incienso, su cuerpo fue trasladado a una cripta de la vieja parroquia de la calle Real en la tarde de aquel día de agosto. Manos de su taller, manos del gremio y manos de familiares lo portaron en el último momento. Amortajado, como él ya sabía. Con la placidez de un Cristo descendido. Con el ansia eterna del Crucificado que mira por encima de los muros de la judería. Con las manos cansadas y las alforjas casi vacías. Tenía setenta y cinco largos años. Descansaba eternamente Pedro Roldán. Hijas, hijos e imágenes lloraban su muerte. Quedaba su obra. Su arte. Su taller. Su nombre.
         Hay apellidos que dignifican la historia de la ciudad...

2.8.13

GUZMÁN BEJARANO



Recordó su nacimiento un día como el de hoy de 1921. Quizás no fuera la época del año propicia, pero la buscó en algún libro. Abrió, hojeó y recordó:

“Manuel Guzmán Bejarano es sin duda uno de los más representativos tallistas que ha dado la segunda mitad del siglo XX en Sevilla, con una obra que trasciende la Semana Santa de Sevilla y su provincia.

Trianero de nacimiento, sus orígenes hay que buscarlos en el taller de Jiménez Espinosa, autor de una obra emblemática de la talla sevillana como es la canastilla del paso de la Sagrada Lanzada, pieza inspirada en motivos góticos extraídos de la tumba del cardenal Cervantes en la catedral de Sevilla. Tras independizarse, logra crear la que será su primera gran obra, la canastilla del paso del Cristo de las Almas, diseño ganador de un concurso que pudo verse estrenado en la tarde del Martes Santo de 1957. La obra, Premio Nacional de Artesanía, muestra el característico estilo neobarroco del autor, iluminándose por cuatro candelabros grandes en las esquinas y dos medianos en las laterales, además de presentar la particularidad de iluminar la canastilla con ocho candelabros pequeños. En el frontal de la canastilla diseñó el escudo de la hermandad y colocó diversos emblemas de la pasión. La obra se completó con ángeles con cartelas, y en los respiraderos ángeles mancebos que portan inscripciones en latín y elementos de la pasión, así como tondos representando al apostolado obra de Barbero Medina.

Esta obra supuso el comienzo de un largo recorrido artístico que le llevaría a realizar numerosas obras para la capital hispalense, destacando las canastillas de la Soledad de San Buenaventura (1957), las Tres Caídas de Triana (1970), la Humildad y Paciencia (1974), Cachorro (1974, aunque en la década de los 90 volverá a rehacer la obra), Servitas (1981), Sed (1990) o el de San Gonzalo (2000). El número de obras se multiplica si nos situamos en la provincia y en el resto de la geografía española.

A esta labor de tallista de pasos habría que sumar la realización de retablos, caso del de la Virgen de la Angustia en Sevilla o el que realizó para la imagen de Sor Ángela en la Almudena de Madrid. Todo ello siguiendo siempre esa línea ondulante característica de la estética del siglo XVIII, de la que Guzmán Bejarano es fiel seguidor. Junto a ello podríamos señalar incluso el diseño de obras como el manto de la Virgen de la Salud, de la hermandad de San Gonzalo”.

Al cerrar el libro vino a su mente la imagen de aquel abuelete que tallaba hojarascas y angelitos. Ya no estaba en este mundo. También acudió el recuerdo de su propias palabras: "Siempre digo que desde que empiezo mis obras, todas me gustan. El que trabaja porque le gusta no tiene preferencia".

2 de agosto. Virgen de los Ángeles. Subidos a una canastilla barroca. Un abuelito bonachón les puso cara en Sevilla.