8.11.14

EL PENSADOR



(Fotos: Antonio Sánchez Carrasco)
Iba a coronar una gran puerta dedicada a la Divina Comedia pero se quedó en la más absoluta soledad. Alguien que reflexiona en tiempos en los que se suceden los acontecimientos. Todo el año en contramano, a contracorriente; pensando cuando no se piensa, sentado en la calle donde se anda, mirando un coche en calle peatonal, en plano azulejo a pesar de su volumétrica corpulencia. No podía ser de otro modo. Su reino no es de este mundo. En una semana verá pasar toda una vida, sin tiempo para la reflexión, ni falta que hace, sin momento para el descanso; con nazarenos de ida y de vuelta, hacia el centro y desde el centro. En estos días, ya lo dijo alguien, no se piensa: se vive y nada más. Por eso el pensador es un personaje que sobra durante una semana, aunque muchos lo apartan del alma de la ciudad durante todos lo días del año. Quizás sea uno de sus grandes problemas. El pensador no es de este mundo. Bien lo sabe a su regreso camino de su casa. Conoció el nacimiento de la Primavera en unos azahares junto al convento de monjas franciscanas. Un susurro del rezo de horas se mezcló con el aroma de unos bollitos. Juntos se fundieron con el incienso de la tarde. Aureolado de esta gloria siguió pensando. Como en los viejos dramas teatrales medievales. En medio de un estallido de vida pensaba en la muerte. Reinaba desde un trono de cardos y calaveras. Demasiada belleza para endulzar el dolor de una espalda de madera. Una pasta descarnada que fue recorriendo las entrañas de la ciudad del más extraño de los modos posibles: pensando. Se había desnudado de todo aditamento, de toda experiencia previa. Veía pasar la vida a la espera de la muerte. Abatido con la cabeza sobre sus manos. Llegaban las sombras de la noche y no quedaba más lugar para la reflexión. El gran fracaso llegaba a su fin: tanto amor repartido para acabar cargando con las culpas de los demás en su espalda de madera. El pensador está hecho de otra pasta. Cada Domingo de Ramos lo siente: su reino no es de este mundo.

1.11.14

LA MUERTE



Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!
(Federico García Lorca)

 Decía Borges que la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene. Probablemente no conoció en su estancia sevillana de invierno de locos años 20 a la que viene por la calle San Gregorio, la ausencia que se hace presencia con aire de calavera pensativa y abatimiento de tarde de Sábado. ¿Retrato imposible? Tal vez. Triunfo de la cruz sobre la muerte, triunfo de la vida sobre el abatimiento de unos huesos que quizás alguna vez fueron mujer, tuvieron alma, tuvieron el hálito de vida que se esconde por los callejones de la ciudad en el atardecer de la existencia, o sea, en el fin de la Semana Santa. ¿Miedo a la muerte? Uno debe temerle a la vida, no a la muerte. Eso decía Marlene Dietrich, la diva que no conoció la vida y el alma de la ciudad milenaria que tiene la existencia más corta, sólo una semana que termina con una alegoría barroca de cruz desnuda, sudario que se resiste al viento y dragones que muerden la manzana de tantos pecados originales de sus habitantes. ¿Qué es la muerte en Sevilla? Para algunos fue el tránsito por la vida, para otros la imposibilidad de comprender, para muchos la eterna e impaciente espera, para otros la insatisfacción de no poder gozar la inmortalidad de ser un vecino eterno anclado al tiempo de este rincón del mundo. Si la ciudad es eterna,  sus habitantes también quieren serlo. Por eso prefieren la sonrisa de Niños socarrones en manos de una Madre de madera, la vida juguetona en manos de la Alegría de la judería, el sueño plácido en manos de la madre del Rosario, junto al Arco, el lugar del sueño eterno de más largo metraje, el que viene cargado de esperanzas cada amanecer después de cada madrugada, que siempre hay un sol de mañanas que dejan de ser heladas que nos recuerda el viejo aserto machadiano: mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Por eso el vecino de la ciudad quiere ser. Ser vecino eterno de la ciudad de la vida. Por eso huye de la calavera de Valdés y de la de Francisco de Borja, de los huesos de Mañana y de la que piensa abatida en su derrota. La muerte en Sevilla es un fracaso. La vida triunfó en forma de cruz. Cruz de una muerte por amor que justifica hasta la más insustancial existencia. El retrato de la muerte es un fin imposible. El amor triunfó como eterna fuente de vida. La llegada de la muerte sólo tiene el sentido de afirmar la vida que fue, que es y que será. Llámalo eternidad. Llámalo vida eterna… El fracaso quedó abatido porque en las tardes vacías de sábado resuenan el eco de la sentencia de vida del poeta:    
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.