12.6.15

SUSONA

LA SUSONA
«Dios le castigó, poniéndole en manos de una mujer.»
                                               (Libro de Judit, 16, Cap. VII)

Mira que has de morir, mira que no sabes cuándo… Es un lema de vanitas barroca pero parece susurrarlo  una calavera  del barrio de Santa Cruz. Y tiene origen medieval.
Fines del siglo XV. Existía la comunidad judía en Sevilla, muy diezmada por el asalto al viejo barrio de san Bartolomé en 1391. Desde entonces, la diáspora interna y los deseos de volver a recuperar el control financiero de la ciudad latían entre algunos de los miembros de la comunidad. En este contexto se produjo un complot de la minoría judía dirigido por Diego Susón, aparentemente un cristiano, con el estigma de la duda en su conversión. Bajo su techo vivía su hija Susana, conocida como la “fermosa hembra”, bella mujer que mantenía relaciones con un caballero cristiano de las élites dirigentes de la ciudad. Aquí se entremezclan las historias: temerosa de que el complot pudiera afectar a su amado, Susana denunció la conspiración, con el terrible resultado de la detención y muerte de los participantes, incluido su padre. Nombres principales de la ciudad, como el mayordomo de la ciudad o el letrado Manuel Saulí y hasta un total de veinte personajes que fueron ahorcados en Tablada por orden de Diego de Merlo, el asistente de la ciudad que pasaría a la historia por construir el templete de la Cruz del Campo. Consumado el horror, la posterior historia de Susana difiere, nada nuevo bajo el sol, según las fuentes. Unos hablan del perdón otorgado por un obispo, que logra su conversión y su entrada en un convento, y otros refieren un complicado desenlace que incluye dos hijos ilegítimos de fruto de sus amores con otro obispo. Sea cual fuere la historia verdadera, sí parecen ciertas las disposiciones de su testamento, leído tras su muerte:   “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”. Allí estuvo su calavera durante más de un siglo. Pura vanitas barroca un siglo y medio antes de Miguel de Mañara. Fue calle de la Muerte, hoy Susona, junto a la calle de la Vida, que una simple esquina puede separar ambas… Susana Ben Susón.  No queda la macabra calavera pero sí un azulejo que la recuerda. En las tardes de calor veraniego parece oler a descomposición, mientras susurra el conocido soneto de Lope de Vega:

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos,
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.

¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento?