24.11.15

ASTARTÉ



"Esta ofrenda la ha hecho Balyaton, hijo de Numil y Abdelbahal, hijo de Numil hijo de Saul, para Astarte, Nuestra Señora, porque ella ha escuchado la voz de su plegaria".

Todo se parece a todo. Parece un silogismo tautológico pero es una frase que encierra una profunda reflexión. La repetía tu añorado profesor de Historia del Arte y ha venido a tu memoria delante de una estatuilla de bronce del museo. Dice el rótulo que representa a la diosa Astarté. Como la que aparece en el llamado bronce Carriazo, muy cerquita. Está sentada. Como las vírgenes fernandinas o la Virgen salesiana de Triana. Mira al frente, como las vírgenes del Renacimiento. Su expresión denota una sonrisa arcaica, algo inexpresiva, como las santas góticas de barro cocido realizadas por Mercadante de Bretaña para la Catedral. Porta una peluca, como cualquier Virgen de gloria del siglo XVIII. Ha perdido sus manos originales. Como la Amargura. Está desnuda. Como la Venus sin rostro del mismo Museo Arqueológico. Dicen que es de origen fenicio. Como el tesoro del Carambolo, lugar en el que fue encontrada por Antonio Luque, un vecino de Camas, un hallazgo en medio del campo, como el de la Hiniesta o el de Valvanera. Cuentan que representaba el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, la exaltación del amor y de los placeres carnales. Como la Primavera. Refieren algunas biografías del Hércules de la Alameda, no autorizadas por supuesto, que el héroe griego la buscó en la ciudad y ella se escondió para no ser hallada. Pedro I y María Coronel en versión clásica y apócrifa. Hércules se quedó a un lado del río, fundando Híspalis. Astarté, para no ser menos, fundó Triana. Estaban condenados a entenderse. Como la propia ciudad. Dicen que es fenicia, que fue hecha por copistas, que imita modelos egipcios, que fue adorada por unos y rechazada por otros, que era diosa del amor y de la fecundidad pero también de la guerra, que podía posar desnuda o cubierta de velos… Como Sevilla. Cuando Balyaton, el hijo de Numil y Abdelbahal, le pidió un milagro, la diosa se lo concedió. Y el devoto fue agradecido y reprodujo su imagen para que se conservara por los siglos de los siglos. El llamaba Astarté a su diosa pero no sabía que era la Astoret judía, la Astartú acadia, la Athar árabe, la Isthar mesopotámica o la Astar etíope. Una sola devoción y mil y una advocaciones. Como la Virgen María en la ciudad de la Virgen María. Otra tautología. De Astarté derivaría el término Stella. La estrella castellana. Como la Virgen trianera del Domingo de Ramos. Delante de la estatuilla has reparado en el gran ombligo de la diosa. Un ombligo del mundo en el que mirarse. Como Sevilla: la más ombliguista de las urbes… Hay una frase que debería rotularse a los pies de la ciudad: todo se parece a todo.

18.11.15

RITA




El portón. Los arcos. (Para un andaluz la felicidad anda siempre detrás de un arco). Los muros blancos del convento. Los ventanillos ciegos bajo espesas rejas.”
                                                                                                          (Luis Cernuda)

Quien busca haya y quien cree y quiere, puede. Déjate de más historias y piérdete en el silencio de un muro blanco horadado por un portón. Como en el poema de Quevedo,  muros blancos si un tiempo fuertes hoy desmoronados. Milagrosamente, pero en pie. Aunque pueda parecer un imposible, como cada segundo de la vida cotidiana. Muros en la ruina presididos por el retrato de la constancia vestida de negro con el corazón ardiente de San Agustín. Está en el exterior pregonando su presencia interior, como la belleza de las mujeres verdaderamente hermosas. A tu espalda sobrevivió el pato de la pila y tras el portón espera Santa Rita, lo que se da no se quita, aunque los bancos y las financieras no se enteren. Entra al templo del corazón ardiente en la portada: el amor o es fuego o no es nada. La vida o es dificultad o es muerte. Que se lo digan a la santa…    
Hay algo del Islam en el templo: desde el exterior no imaginas el interior, como en las amantes hipócritas. El blanco muro se transforma riqueza barroca. Al fondo, el coro alto y el coro bajo, dos recuerdos de que el reino de la monjas agustinas no es de este mundo. Si parecen de nuestro mundo los dos santos juanes enfrentados,  el Bautista y el Evangelista. Fue Martínez Montañés el que los sacó de un trozo de madera, pero Alguien de arriba parece que los quiso sacar a este mundo. Quizás sientes que parecen cobrar vida uno frente a otro y recuerdas al escultor que al ver la realidad de su obra le dijo: “Habla”. Quien sabe... Igual se arrancan. En tu visita vienes a buscar lo imposible. La petición a una santa vestida de negro entre flores, velas y rezos. Se llamaba Margarita y era italiana. Todos la conocen por Rita, Rita de Casia. Vivió en el siglo XIV y se casó obligada por las circunstancias, soportando a un marido que le aplicaba lo que hoy llaman violencia de género. Nada nuevo bajo el sol. Una vida nada fácil… Ninguna lo es.  Rita enviudó y quiso entrar en un convento agustino. Al no ser aceptada, los ángeles del cielo la llevaron volando al interior. Ya se sabe: para Dios no hay nada imposible. La llaga sobre su frente te hace meditar sobre las dificultades de la vida, hay quien vive y quien sobrevive. Le pides un imposible y aguardas, que todo llega y todo se pasa, y la paciencia todo lo alcanza. Metáfora de una ciudad que parece estar implorando continuamente su mera supervivencia. Así ha sido a lo largo de los siglos: milagrosa. Es la sensación que te reviste al salir del templo… Te espera una simple caja de madera, otra metáfora, que guarda en su interior unas yemas que saben al beso de un ángel. Cierras los ojos y te dejas besar por el alado espíritu. Es Santa Rita. Es un convento. Es Sevilla. Aquí nada es imposible.