La vida es un camino a la infancia. Allí se inicia todo y allí todo concluye. No lo olvides. Caben siglos en las horas de un niño y eternidades en la mirada de una madre. Más, si miran en la misma dirección.
La miras. Lo miras. Te miran. Y la ves. Tu infancia en una mirada. En unos ojos profundos que guardaban los secretos de toda una vida. Ojos cargados de vida, aunque le pesaran las piernas. Manos cargadas de amor, aunque las petrificara el trabajo acumulado de tantos años. Mirada al frente de la que no hizo hacer otra cosa en la vida que mirar el futuro. Ese es tu linaje, no lo olvides. No te hacen falta apellidos compuestos ni abolengos inventados. Ella era, es, reina, aunque no lo supiera. De las cosas sencillas. De una casa que es un universo. De una descendencia que será el mayor de los títulos nobiliarios. De un hogar que no entendía de reyes, el carbonero que estaba a su lado era buen republicano y tenía como blasón sus manos tiznadas de carbón, como el Señor de San Lorenzo, pero tenía a la Reina de los Reyes como el sentido de su vida. Y el sentido de la vida era mirar al frente. Niño, sin hablar mal de nadie. Niño, hablando sólo de lo bueno. Niño, cogiendo con sus manos artrósicas, tus manitas de infante. Niño, trabajando de sol a sol, que hacen falta manos en la carbonería de la plaza de San Martín y hacen falta manos en casa. Niño, sonriendo con la mirada al frente, que el abuelo ha contado su último chiste. Niño, celebrando la vida, que es toda una infancia.
Niño, que no se te olvide. Que fue madre, esposa y abuela. Que fue una mirada penetrante, una sonrisa contenida y unas manos que te acompañan. Que fue la simpatía divina en el más terreno de los mundos. Que fue el bien hecho presencia bajo el palio y la tumbilla de las dificultades cotidianas. Que fue la que marcó tu sonrisa socarrona como antídoto secreto para todos los males del mundo.
Hoy es su día de agosto. Niño que no se te olvide. Que en casa huele a viejos endomingados, a jazmines en la mesilla de noche junto a una foto del Cristo de la Hiniesta y a la vara de nardo que trajo el abuelo bien temprano. Que en la cocina están preparadas las cabrillas con tomate. Que vienen todos a comer y que saldremos al jardín. Que no cabremos, pero Dios dispone sitio hasta en los vacíos del alma. Que estaremos de pie alrededor de la mesa. Que ella permanecerá sentada por sus piernas cansadas. Que se han encendido desde muy temprano los faroles del azulejo de la Virgen que preside el jardín. Que el abuelo regó la calle para sofocar el calor. Que la mesa está servida. Que por ella sí que reinan los reyes de tu vida. Que en tiempos de tribulación, lo más revolucionario es conservar su alegría contenida. Niño, no se te olvide que es su día, el de la más hermosa mirada de madera. La que siempre esperó y la que siempre espera. La que puede sostener al salvador de toda una humanidad. Es el día de Reyes. No lo olvides. El día de la abuela.