
Te habían dicho que las cosas carecían de importancia, que la importancia se la dábamos nosotros, nosotros...y el tiempo. Tiempo de vanidades donde la generación tuenti cuelga miles de fotos de su perfil y de sus perfiles, donde los puretas del feisbú hacemos lo mismo pero de forma diferente, o parecida, o exactamente igual; donde la gloria se mide en tiempos de permanencia como amantes de paquirrines o de Pippis, ¡ay que me hago pipí!; donde la fama toca las trompetas más desafinadas de la vulgaridad o de la provocación, o de la palmas que se sepan tocar, o del tiempo, memento mori, que seas capaz de aguantar contando mentiras en DEC o en el Sálvame sin cofradía o en el Diario de las Patricias nada romanas de turno... El tiempo pone a cada uno en su lugar... Y una m, que fíjate el tiempo que llevas aguantando a algunos políticos en el cargo o a Belén Esteban en la tele...
Siempre pensaste que el tiempo es relativo. Que veinte años no es nada pero que tres años son mucho. De bebé, a medio hombrecito. Con un rinconcillo donde hablar y donde escuchar a tanto visitante. Palabras que habías lanzado al viento misterioso de la radio y que luego se aferraron a la red. Red de amigos. Aprendiste más que diste. Quizás no fuiste lo suficientemente atento, pero agradeciste hasta la última palabra y hasta la última atención. Hasta juntaron en papel con una Giralda sonriente muchas de aquellas palabras...
Casi nunca exhibiste tu cara en aquel rincón, que aunque no lo parezca, mucho queda en ti de la vergüenza de tu infancia. Infancias en blanco y negro, y de manos en el bolsillo, viendo pasar la vida con toda la ilusión del mundo. Con un apariencia de formalidad que escondía una visión alegre y optimista de la vida. La que sigues teniendo. Alegría por vivir, por hacer, por compartir, por escribir, por disfrutar de este lugar en el mundo en el que te tocó vivir... Desde pequeño le cogiste el cariño que se tiene a la madres, aunque a veces fuera para ti madrastra rodeada de hermanastras... Así que pase el tiempo. Al principio llegaste a contar entradas y visitantes. Un día pasaron de cien mil y decidiste que no importaban los números, que eran mejor las palabras, los sentimientos y las compañías silenciosas... Tu blog se está haciendo mayor. Se le está poniendo cara de hombrecito. Debes prometer que no guardarás tus historias, ni tus manos en los bolsillos. La grata compañía lo merece. También merece la celebración. Por una vez decidiste salir en la foto. No todos los días se cumplen tres años...