
Cruzó el puente de barcas y le pareció cargar con el peso de toda la ciudad. Tenía sólo 29 cortos años. Aquel día le parecieron toda una eternidad. La de una vida intensa, dos matrimonios, varios hijos, la temprana muerte de sus padres, la de una de sus hijas y la de algún amigo. Era joven y con toda una vida por delante. Pero ya le había visto el rostro de la muerte demasiadas veces...
Una vida intensa y una intensa semana. Ya terminada. La de una pasión de la que disfrutaba y a la que seguía el peso del vacío durante varios días. Llegaba la Resurrección pero su mente seguía cargada de la muerte de cruz. Una vida vacía. Un sentimiento de inutilidad que intentaba compensar con la creación: dibujos, bocetos, barros, tallas e imágenes pasaban por su mente con una acumulación de sentimientos en tantas ocasiones contrapuestos...
Por eso aquel día parecía en otro mundo. Cuando llegó a la casa del notario sintió el peso de la ausencia entre legajos y escribanías. Tras los saludos de rigor se procedió a la lectura del documento. Un papel que cambiaría su vida. Aunque el joven escultor parecía estar ya viviendo en otra existencia...
“Sepan cuantos esta carta vieren como yo, Francisco Antonio Gijón, maestro escultor, vecino de la collación de Santa Lucía otorgo que soy convenido y concertado con la Cofradía y hermanos de la Expiración de Jesucristo en la cruz y Nuestra Señora de la paz, sita en la ermita del Patrocinio de esta salida de la calle Castilla... y con Andrés Núñez como mayordomo, por lo que me obligo de aquí al mes de mayo de ese presenta año de 1682 que haré una escultura de Nuestro Señor de la Expiración, de dos varas y cuarto de alto, de madera de cedro, con cruz de pino de flandes y la madera que fuera necesaria poner para ello he de poner de mi cuenta...por razón de lo cual la dicha cofradía me ha de pagar novecientos reales en que entra la madera y la manufactura y por cuenta de esta cantidad declaro haber recibido ahora doscientos y los restantes están obligados a pagármelos para finales del mes de abril en que estamos y los quinientos restantes para mayo...”
Alguien vio en sus ojos el vacío. El joven escultor no atendía ni a fechas, ni a plaza ni a dinero. Su mente era un cúmulo de imágenes, la película de una vida. Por ella desfiló la torre elevada de la iglesia de Santa María, la intimidad de su parroquia de Santa Lucía, las enseñanzas de sus viejos maestros, su amor adolescente y el presente, viejas anatomías de muertos callejeros y los dibujos de la academia, la muerte y la muerte. La de su hija, la del gitano que vio morir y la de tantos miserables de una barroca ciudad que parecía elevar los ojos al cielo buscando a un Dios que hacía oídos sordos...
En Triana, un Dios muriendo en la madera nacía en la mente de un escultor.