Boteros, odreros, chapineros, herbolarios, lineros...
Oficios casi olvidados recordados en el callejero. Tienen tendencia a desaparecer: político de turno, cofradía de turno o asociación políticamente correcta de turno. No hay calle de carboneros, pero sí hay un curioso rincón que merecería ser declarado de interés antropológico: la plaza de San Martín, esquina a Morgado, calle insólita cargada de referencias históricas. Pero para historias las de su dueño, Luis el carbonero, personaje de la historia apócrifa de la ciudad. Un muchacho que conoció al doctor Vallina dando un mitin en la Alameda y del que aprendió una idea: ¿Qué se puede esperar de un pueblo que empeña hasta los calzoncillos para poder pagar los toros? Ideas combativas en la Sevilla de la República que defendía nuestro carbonero. Aunque, como tantos otros, combatiera en el lado de la España que le tocó. En esa España se contuvo cuando veía los resultados de una guerra que tanta amargura y tanta hambre sembró. Hambre que intentó arreglar jugando a Robin Hood, robando pan para dárselo a los pobres de una Sevilla de corrales de vecinos.
Ya en tiempos de paz, Luisito se instaló como carbonero en la calle Morgado. Historias de una España en blanco y negro, entre vírgenes de gloria y prostitutas de la calle Lerena. Esperanza Divina Enfermera y “la Divina” de la Europa. Memoria de putas tristes escritas en blanco y negro. El negro del carbón en un lugar cargado de leyenda. Decía Luisito que allí mataron a un hombre por celos. En ello, contaba, tuvo algo que ver el dueño de un avioncito de madera que colgaba en su carbonería, un lugar lleno de espejos para controlar a los clientes. Atracción de ferias para la distinguida clientela. Clientes que pagaban un día sí pero otro no. Y para todos tenía el carbonero una sonrisa, una broma, un chiste.
Durante décadas, junto a Reyes, la mujer de su vida, fueron dos pinturas negras cargadas de ternura que hacían el camino diario a su barrio de San Julián. Goya por el Real de San Luis. Y aunque el negro carbón tiñera ya sus canas, Luisito el carbonero siguió llenando de fantasías la mente de sus nietos: que una de sus heridas era por haber sido torero, que le hicieron un consejo de guerra, que en la carbonería había un tesoro oculto... Con el tiempo, cisco, carbón y petróleo pasaron a la historia. La carbonería cerró. Pero Luisito el carbonero siguió contando sus historias, siguió visitando a su Dios del Gran Poder y siguió sufriendo con su Betis.
Un día como hoy hizo su última broma. Se fue a ver al Divino Cisquero. Tiznao frente a tiznao. Frente a frente. Hablaron como aquellos que saben atender detrás de un mostrador. El de la propia vida. Ese año los reyes nos trajeron carbón. Del más dulce. Lo mandaba el mayor embustero de la ciudad...
Oficios casi olvidados recordados en el callejero. Tienen tendencia a desaparecer: político de turno, cofradía de turno o asociación políticamente correcta de turno. No hay calle de carboneros, pero sí hay un curioso rincón que merecería ser declarado de interés antropológico: la plaza de San Martín, esquina a Morgado, calle insólita cargada de referencias históricas. Pero para historias las de su dueño, Luis el carbonero, personaje de la historia apócrifa de la ciudad. Un muchacho que conoció al doctor Vallina dando un mitin en la Alameda y del que aprendió una idea: ¿Qué se puede esperar de un pueblo que empeña hasta los calzoncillos para poder pagar los toros? Ideas combativas en la Sevilla de la República que defendía nuestro carbonero. Aunque, como tantos otros, combatiera en el lado de la España que le tocó. En esa España se contuvo cuando veía los resultados de una guerra que tanta amargura y tanta hambre sembró. Hambre que intentó arreglar jugando a Robin Hood, robando pan para dárselo a los pobres de una Sevilla de corrales de vecinos.
Ya en tiempos de paz, Luisito se instaló como carbonero en la calle Morgado. Historias de una España en blanco y negro, entre vírgenes de gloria y prostitutas de la calle Lerena. Esperanza Divina Enfermera y “la Divina” de la Europa. Memoria de putas tristes escritas en blanco y negro. El negro del carbón en un lugar cargado de leyenda. Decía Luisito que allí mataron a un hombre por celos. En ello, contaba, tuvo algo que ver el dueño de un avioncito de madera que colgaba en su carbonería, un lugar lleno de espejos para controlar a los clientes. Atracción de ferias para la distinguida clientela. Clientes que pagaban un día sí pero otro no. Y para todos tenía el carbonero una sonrisa, una broma, un chiste.
Durante décadas, junto a Reyes, la mujer de su vida, fueron dos pinturas negras cargadas de ternura que hacían el camino diario a su barrio de San Julián. Goya por el Real de San Luis. Y aunque el negro carbón tiñera ya sus canas, Luisito el carbonero siguió llenando de fantasías la mente de sus nietos: que una de sus heridas era por haber sido torero, que le hicieron un consejo de guerra, que en la carbonería había un tesoro oculto... Con el tiempo, cisco, carbón y petróleo pasaron a la historia. La carbonería cerró. Pero Luisito el carbonero siguió contando sus historias, siguió visitando a su Dios del Gran Poder y siguió sufriendo con su Betis.
Un día como hoy hizo su última broma. Se fue a ver al Divino Cisquero. Tiznao frente a tiznao. Frente a frente. Hablaron como aquellos que saben atender detrás de un mostrador. El de la propia vida. Ese año los reyes nos trajeron carbón. Del más dulce. Lo mandaba el mayor embustero de la ciudad...
6 comentarios:
Visitar al Señor del Gran Poder y sufrir con el Betis. No tiene desperdicio alguno este LUISITO el carbonero, otro magnífico Evangelista de la Sevilla apócrifa. Ay, profesor mi profesor.
Se supera cada día, en esta ocasión me ha puesto la piel de gallina.
Muy bonito. Excelente el relato, y ese toque verde y blanco... inconmensurable.
Le debe una firma a este humilde débito de S.M. el Rey Gaspar. Sépalo usted amigo.
Un fuerte abrazo.
Habitando dónde el callejero recuerda los nombres de profesiones antiguas, en mi condición de exiliada, desconozco algunas calles, pero cierto es que Carboneros no existe, injusto ahora que lo pienso.
El Betis y el Cisquero… no le podía pedir más a la entrada.
Kisses
La entrada es preciosa. Y causa cierta nostalgia a los que, siendo niños, hemos conocido esa Sevilla de los 60 y 70. Dos carbonerías, nada menos, había en mi calle.
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