12.4.08

12 ABRIL. EL DOLOR


Un dolor insoportable. En la pierna y en su interior. Decir la pierna era una incongruencia: no existía. El maldito cañonazo de los malditos holandeses se la había llevado por delante. A la altura de la rodilla. Un amasijo de carne y la sangre que lo cubría todo. Todo menos su dolor. Dolor del que le ve los ojos a la muerte, del que siente su respiración helada, del que se siente lejos de su casa. Su rincón del mundo. Sevilla. La belleza. Y él desangrándose en medio del calor pegajoso de Brasil...
Salvador de Bahía. Abril de 1625. La misión encargada por el mismísimo rey Felipe IV estaba a punto de pasar al olvido. Como su vida. Pero no su obra. Una y otra se fundieron en su pensamiento con un insufrible dolor...
Recordó. Recuerdos balsámicos contra el olvido y contra la realidad. Una infancia por los callejones del barrio de San Marcos, con su torre mora y con los ladrillos mudéjares. Inicio de una vida apasionante, quizás más ajetreada de la cuenta. Quizás un exceso de aspiraciones...Toda una vida. Le vinieron a la mente los primeros retablos de su padre, sus escuadras y sus cartabones. Geometría para enmarcar la teología. Elementos que tuvo que combinar para aprobar su examen como maestro de escultura, escultor y entallador del romano. Tenía veintiún años. Y toda una vida por delante... que ahora se le escapaba.
Y eso que la había aprovechado...Vinieron a su mente como una sucesión de estampas de sus libros de grabados. Apareció primero el convento de la Merced, su gran obra, con sus patios y su escalera imperial. No se podía imaginar que en un futuro lejano sería el gran Museo de su ciudad. Arte para una existencia que se apagaba cargada de dolor. Imágenes para recordar como sus diseños para el convento de las mercedarias o aquella iglesia a las afuera de la ciudad, la de San Benito. Dudó sobre sus sentimientos. Quizás porque no sabía si su verdadera vocación era la de arquitectos o la de escultor. Lo que fuera pero con grandeza. Como la del túmulo de Felipe II. Lo recordaba y se sentía crecer. Sevilla como Roma Triunfante gracias a él. Y también su ayuntamiento, y su teatro Coliseo, y su matadero... Aunque quizás sus esculturas lo confortarían más en sus momentos finales. Se acordó de la Vírgenes que talló para tantos conventos sevillanos. La piedra no tenía secretos. Aunque la madera tampoco se le dio mal. Ahí estaba el crucificado del Mayor Dolor, el de la hermandad de la Bofetá. Imaginaba sus llagas y sentía con más dureza su herida. Interna y externa. Dos mujeres y tres hijos. En la lejana. España. Y él muriendo desangrado. En manos de un jesuita. Sólo le quedaba contarle su arrepentimiento por las vanidades que se llevaba a la tumba...
Salvador de Bahía. El artista Juan de Oviedo y de la Bandera moría lejos de su tierra.

3 comentarios:

el aguaó dijo...

El gran Juan de Oviedo. Una excelente mirada retrospectiva a la obra de este gran genio vista por él mismo.

Un texto magnífico amigo Rascaviejas, como viene siendo habitual.

Un abrazo.

J. Iván Martín dijo...

Magnifico texto amigo rascaviejas... me ha encantado...

Un abrazo.

Lorenzo Blanco dijo...

Otros dos grandes olvidados de Sevilla; el que murió en Salvador de Bahía y el que muere en San Lorenzo a diario.

Entrañable recuerdo del arquitecto, soldado, escultor e ingeniero que nos trae, profesor. También del Cristo.

Dolor y Mayor Dolor. Trágica relación entre el artista y ¿su obra?.

Saludos.