Eros y Thánatos. El Amor y la
Muerte. La llama encendida y la antorcha que es apagada en el suelo. Son las
dos figuras que contemplan a Catalina de Ribera en su tumba del monasterio de
la Cartuja, el lugar casi definitivo de su descanso, nunca digas la última ni
creas que ha llegado el sueño eterno… Esa debió ser la consigna que llegó a los
oídos de la Condesa de los Molares y señora de la Casa de los Ribera cuando
falleció en el año 1505. Hija del Adelantado Mayor de Andalucía, Per Afán de
Ribera, se casó en 1474 con Pedro Enríquez de Quiñones, Marqués de Tarifa y
también Adelantado de Andalucía. Todo quedaba en casa. Un matrimonio del que
nacerían Fadrique Enríquez de Ribera y
Fernando Enríquez de Ribera, que volverían a añadir títulos y cargos a la larga
saga familiar. Su huella en la ciudad serían tres edificios, el palacio de
Dueñas, que compraron a la familia de los Pineda, la llamada Casa de Pilatos,
cuya construcción iniciaría junto a su esposo Pedro, y el Hospital de las Cinco
Llagas. Su amor por el arte quedó latente en el palacio de Pilatos, que fue
ricamente decorado y cuya terminación corrió a cargo de su hijo Fadrique, que
introduciría en la ciudad la vanidad del turista que va a Tierra Santa y se
trae las cruces de Jerusalén para colocarlas en la fachada de su casa… además
de numerosas obras de arte y una galería de mármoles y bustos sin parangón en
la ciudad. Y amor por el más débil. Tras enviudar en 1492, temprano apagó su
antorcha Eros, Catalina funda un hospital para los más pobres, el llamado
Hospital de las Cinco Llagas, con sede primitiva en la iglesia de Santiago y
emplazamiento definitivo en el gran edificio que se construyó a partir de 1540
extramuros la ciudad, junto a las murallas de la Macarena, un hospital que funcionó
siglos y que ahora acoge, la ciudad es así, las sesiones del Parlamento de
Andalucía. Pero la antorcha de Catalina se apagó mucho antes, en 1505. No creas
que fue su descanso eterno. Dos grandes monumentos funerarios, Roma triunfante,
acogieron su cuerpo y el de su marido en la Cartuja de las Cuevas, el primer
Renacimiento que llegó a la ciudad, mármoles blancos en el reino de los silencios cartujos.
- Hermanos, morir tenemos.
- Ya lo sabemos.
Plegaria cartuja que ignoraba que
el descanso eterno no había llegado a doña Catalina. Su tumba fue trasladada
tras la desamortización del edificio a la iglesia de la Anunciación y antes de
1992, la Expo obligaba, volvieron de nuevo al nuevo centro del mundo en la
Cartuja. Hay muertos que no descansan. A la noble dama del Renacimiento
acabaron dándole un jardín en un antiguo paseo, precisamente llamado de los
muertos, hoy de Catalina de Ribera. Allí tiene fuente de azulejos que perpetúa
su memoria. Allí lucha contra el olvido y los graffitis de los vándalos vivos.
Venció Thanatos y venció el Amor. Alguien debería respetar el descanso de los
difuntos.
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