Todos la vieron bella. La vio bella el pintor, la vio
bella la corte, la vio bella el pueblo, la vio bella el cronista. Había nacido
en Lisboa un día de octubre de 1503. Era hija de reyes, de don Manuel y de doña
María. Era nieta de reyes, nada menos que de Isabel y de Fernando, reyes de lo
que entonces era algo parecido a España. Todos la vieron bella.
Llegó el 3 de marzo de 1526 a Sevilla. Estaba
preparada su boda con un príncipe, más todavía, con un emperador. Y tuvo un
recibimiento a la altura de su rango y su belleza. Así lo contó el cronista:
“Su majestad venía
vestida de raso blanco forrado en muy rica tela de oro, y el raso acuchillado,
con una gorra de raso blanco con muchas piedras y perlas de gran valor. Y así
vino hasta la iglesia mayor donde la esperaba, en las Gradas, el cabildo de la
iglesia con todo el clero y cruces de todas las iglesias de la ciudad, y la
recibieron con toda solemnidad”.
Como en una almibarada revista del corazón, la belleza de
Isabel era constante en todas las crónicas. Así la vieron otros ojos: “Era la Emperatriz blanca de rostro y el
mirar honesto y de poca habla y baja; tenía los ojos grandes, la boca pequeña,
la nariz aguileña, los pechos secos, de buenas manos, la garganta alta y
hermosa. Era de su condición mansa y retraída, más de lo que era menester,
honesta, callada, grave, devota, discreta y no entremetida; y esto era en tanta
manera, que para sí no quería pedir nada al emperador, ni menos rogarle cosa
por otro, de manera que podemos decir haber el emperador hallado mujer a su
condición”.Condición de emperatriz, por tanto. Un matrimonio, en principio,
de conveniencia. Con un Emperador que tardaría unos días en llegar: hasta el 10
de marzo no entró el rey Carlos en la ciudad de Sevilla, con una entrada
triunfal por el arco de la Macarena. Preludio de madrugadas.
Cuenta el Hola
de la época que el encuentro entre ambos rompió más de un corazón. Una
previsible boda política se transformaba en una bella historia de amor que
llegaba a cotillear algún embajador de la época “La emperatriz duerme cada noche con su marido en brazos y están muy
enamorados y muy contentos”. La historia de un flechazo que nació en el
Alcázar y que acabó inundando el palacio con el rostro de la bella dama.
Relieves y azulejos de la que todos vieron bella. Todos o casi todos: no se
puede decir que el de Cristóbal de Augusta fuera el mejor de sus retratos…