15.8.20

REYES

La vida es un camino a la infancia. Allí se inicia todo y allí todo concluye. No lo olvides. Caben siglos en las horas de un niño y eternidades en la mirada de una madre. Más, si miran en la misma dirección.

La miras. Lo miras. Te miran. Y la ves. Tu infancia en una mirada. En unos ojos profundos que guardaban los secretos de toda una vida. Ojos cargados de vida, aunque le pesaran las piernas. Manos cargadas de amor, aunque las petrificara el trabajo acumulado de tantos años. Mirada al frente de la que no hizo hacer otra cosa en la vida que mirar el futuro. Ese es tu linaje, no lo olvides. No te hacen falta apellidos compuestos ni abolengos inventados. Ella era, es, reina, aunque no lo supiera. De las cosas sencillas. De una casa que es un universo. De una descendencia que será el mayor de los títulos nobiliarios. De un hogar que no entendía de reyes, el carbonero que estaba a su lado era buen republicano y tenía como blasón sus manos tiznadas de carbón, como el Señor de San Lorenzo, pero tenía a la Reina de los Reyes como el sentido de su vida. Y el sentido de la vida era mirar al frente. Niño, sin hablar mal de nadie. Niño, hablando sólo de lo bueno. Niño, cogiendo con sus manos artrósicas, tus manitas de infante. Niño, trabajando de sol a sol, que hacen falta manos en la carbonería de la plaza de San Martín y hacen falta manos en casa. Niño, sonriendo con la mirada al frente, que el abuelo ha contado su último chiste. Niño, celebrando la vida, que es toda una infancia.

Niño, que no se te olvide. Que fue madre, esposa y abuela. Que fue una mirada penetrante, una sonrisa contenida y unas manos que te acompañan. Que fue la simpatía divina en el más terreno de los mundos. Que fue el bien hecho presencia bajo el palio y la tumbilla de las dificultades cotidianas. Que fue la que marcó tu sonrisa socarrona como antídoto secreto para todos los males del mundo.

Hoy es su día de agosto. Niño que no se te olvide. Que en casa huele a viejos endomingados, a jazmines en la mesilla de noche junto a una foto del Cristo de la Hiniesta y a la vara de nardo que trajo el abuelo bien temprano. Que en la cocina están preparadas las cabrillas con tomate. Que vienen todos a comer y que saldremos al jardín. Que no cabremos, pero Dios dispone sitio hasta en los vacíos del alma. Que estaremos de pie alrededor de la mesa. Que ella permanecerá sentada por sus piernas cansadas. Que se han encendido desde muy temprano los faroles del azulejo de la Virgen que preside el jardín. Que el abuelo regó la calle para sofocar el calor. Que la mesa está servida. Que por ella sí que reinan los reyes de tu vida. Que en tiempos de tribulación, lo más revolucionario es conservar su alegría contenida. Niño, no se te olvide que es su día, el de la más hermosa mirada de madera. La que siempre esperó y la que siempre espera. La que puede sostener al salvador de toda una humanidad. Es el día de Reyes. No lo olvides. El día de la abuela.  

15.12.15

CARIDAD



Aunque hablara las lenguas de cada barrio y cada collación de la ciudad y de los ángeles de cada unos de los retablos del hospital de mi nombre, los de Valdés y los de Murillo, si no tengo caridad, soy como el bronce corroído por el tiempo de la más veleta de la ciudad o un címbalo destemplado que retiñen los que bailan la zarabanda en el Corpus junto a la Tarasca. Aunque tuviera el don de profecía del loco Amaro en su hospital de los Inocentes, y conociera todos los misterios de la Semana Santa y toda la ciencia del viejo Monardes en su jardín de la calle Sierpes; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar iglesias y mover obispos, si no tengo caridad, nada soy.  Aunque repartiera toda mi plata americana y mis prebendas eclesiales,  aunque entregara mi cuerpo a las llamas del Quemadero de San Francisco, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

La caridad es paciente con los pobres acogidos en sus muros, es servicial como nos indicó Miguel de Mañara; la caridad no es envidiosa como los mortales, no es jactanciosa como los hombres de poder y los ricos, no se engríe; es decorosa con dar a la muerte el mejor de los cobijos; no busca su interés, ni en su cuenta ni en la banca ajena; no se irrita; no toma en cuenta el mal que se extiende por los rincones de la ciudad; no se alegra de la injusticia que manda a los desgraciados a la horca con un sambenito en el cuello; se alegra con la verdad, que es una mujer desnuda obligada a taparse lo que los hipócritas piensan que son vergüenzas. Todo lo excusa, menos la falta de amor. Todo lo cree, hasta lo que no ve. Todo lo espera, porque tiene a la Esperanza repartida por la ciudad, en piedra, en madera y en emociones. Todo lo soporta, la pestilencia de los ahogados en el río y la miseria de los más pobres. La caridad no acaba nunca. Es principio y fin, Alfa y Omega en la túnica persa del que llaman Señor y es el más pobre entre los pobres. Desaparecerán las profecías de los que siempre hablan de un Apocalipsis que llega. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia ahogada por la exactitud. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.  Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
Cuando yo era niña como las que se sitúan a mis pies esperando que las amamante, hablaba como niña, pensaba como niña, razonaba como niña. Al hacerme mujer de piedra en las fuentes del patio de un hospital que da la vida, dejé todas las cosas de niña. Ahora vemos en un espejo, en el enigma del ser misterioso que te lanza las más duras palabras: mira que has de morir, mira que no sabes cuándo. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocida. Ahora subsisten la fe que centra el otro patio y que juega en la torre de Santa Catalina, la esperanza que viene allende el arco y la Caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.

7.12.15

SOR BÁRBARA DE SANTO DOMINGO



Minarete orientado al cielo,
Rampas oscuras, el camino.
Campanas tocan sin aliento,
anunciando al firmamento
que la dulzura ha nacido.
(José Cristóbal Navarro)

Fue conocida como “Hija de la Giralda” (1842-1872), la hija del campanero que nació en la torre mayor de Sevilla que acabaría siendo una de las monjas más destacadas  de la Sevilla del siglo XIX. Su nacimiento en la Giralda vino motivado por el oficio de su padre, Casimiro Jurado, campanero de la torre mayor de la ciudad y persona de profunda devoción que junto a su mujer, Josefa Antúnez, notaron desde la infancia las ansias de santidad de la niña. “Nunca lloraba” decían de ella, negación universal que suena a himno futbolístico o a propaganda de reality de supervivencia en estos tiempos de descreimiento. Desde muy joven se complacía en ayunos y oraciones, una rara avis del XIX y excepción absoluta en la época de las redes sociales: cuentan que ya invitaba a sus amigas a subir las rampas de la Giralda de rodillas, como una forma de mortificación. Quiso ser monja capuchina, aunque finalmente ingresó en el monasterio de Madre de Dios, donde fue recibida según las crónicas “como un ángel” que contaba con sólo 17 años, edad perfecta para pasar del Tuenti a Twiter en nuestros días.  Su ingreso supuso la recuperación de la vida contemplativa en unos tiempos de crisis, en los que la decadencia económica llegó a afectar la vida diaria de las comunidades. Su vida en la clausura se caracterizó por su austeridad, su humildad, sus mortificaciones y su acentuado misticismo. Orientada por el padre Torres Padilla, siglo en el que los confesores no eran los siquiatras, fueron numerosas las apariciones milagrosas que vivió, en la línea de las grandes místicas del Siglo de Oro, siendo también llamativas sus continuas penitencias. Todavía conservan las dominicas su túnica de lana con cilicios o sus duras disciplinas, hoy incomprensibles salvo en novelitas de literatura seudoerótica de gran aceptación. De carácter enfermizo pero con eterna alegría, sufrió el traslado forzoso a San Clemente en 1868, monasterio en el se multiplicó su fama de santidad y donde destacó su atención en la enfermería del monasterio. Contagiada de tifus por una enferma, falleció a la temprana edad de 30 años, permaneciendo su cuerpo incorrupto durante días, siendo definitivamente trasladado al coro bajo de la iglesia dominica el 16 de noviembre de 1877. Sus restos no dieron muestra alguna de descomposición en el taladro de su féretro, volviendo a ser expuesta durante unos días antes de su definitivo descanso en el coro bajo. Sus escritos y su fama de santidad la colocan como una de las grandes religiosas que dio la ciudad en el siglo XIX. Descansa entre silencios, aromas de magdalenas angelicales y ansias de perfección: Bárbara de Santo Domingo, algún día santa. Su reino no era de este mundo.

24.11.15

ASTARTÉ



"Esta ofrenda la ha hecho Balyaton, hijo de Numil y Abdelbahal, hijo de Numil hijo de Saul, para Astarte, Nuestra Señora, porque ella ha escuchado la voz de su plegaria".

Todo se parece a todo. Parece un silogismo tautológico pero es una frase que encierra una profunda reflexión. La repetía tu añorado profesor de Historia del Arte y ha venido a tu memoria delante de una estatuilla de bronce del museo. Dice el rótulo que representa a la diosa Astarté. Como la que aparece en el llamado bronce Carriazo, muy cerquita. Está sentada. Como las vírgenes fernandinas o la Virgen salesiana de Triana. Mira al frente, como las vírgenes del Renacimiento. Su expresión denota una sonrisa arcaica, algo inexpresiva, como las santas góticas de barro cocido realizadas por Mercadante de Bretaña para la Catedral. Porta una peluca, como cualquier Virgen de gloria del siglo XVIII. Ha perdido sus manos originales. Como la Amargura. Está desnuda. Como la Venus sin rostro del mismo Museo Arqueológico. Dicen que es de origen fenicio. Como el tesoro del Carambolo, lugar en el que fue encontrada por Antonio Luque, un vecino de Camas, un hallazgo en medio del campo, como el de la Hiniesta o el de Valvanera. Cuentan que representaba el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, la exaltación del amor y de los placeres carnales. Como la Primavera. Refieren algunas biografías del Hércules de la Alameda, no autorizadas por supuesto, que el héroe griego la buscó en la ciudad y ella se escondió para no ser hallada. Pedro I y María Coronel en versión clásica y apócrifa. Hércules se quedó a un lado del río, fundando Híspalis. Astarté, para no ser menos, fundó Triana. Estaban condenados a entenderse. Como la propia ciudad. Dicen que es fenicia, que fue hecha por copistas, que imita modelos egipcios, que fue adorada por unos y rechazada por otros, que era diosa del amor y de la fecundidad pero también de la guerra, que podía posar desnuda o cubierta de velos… Como Sevilla. Cuando Balyaton, el hijo de Numil y Abdelbahal, le pidió un milagro, la diosa se lo concedió. Y el devoto fue agradecido y reprodujo su imagen para que se conservara por los siglos de los siglos. El llamaba Astarté a su diosa pero no sabía que era la Astoret judía, la Astartú acadia, la Athar árabe, la Isthar mesopotámica o la Astar etíope. Una sola devoción y mil y una advocaciones. Como la Virgen María en la ciudad de la Virgen María. Otra tautología. De Astarté derivaría el término Stella. La estrella castellana. Como la Virgen trianera del Domingo de Ramos. Delante de la estatuilla has reparado en el gran ombligo de la diosa. Un ombligo del mundo en el que mirarse. Como Sevilla: la más ombliguista de las urbes… Hay una frase que debería rotularse a los pies de la ciudad: todo se parece a todo.

18.11.15

RITA




El portón. Los arcos. (Para un andaluz la felicidad anda siempre detrás de un arco). Los muros blancos del convento. Los ventanillos ciegos bajo espesas rejas.”
                                                                                                          (Luis Cernuda)

Quien busca haya y quien cree y quiere, puede. Déjate de más historias y piérdete en el silencio de un muro blanco horadado por un portón. Como en el poema de Quevedo,  muros blancos si un tiempo fuertes hoy desmoronados. Milagrosamente, pero en pie. Aunque pueda parecer un imposible, como cada segundo de la vida cotidiana. Muros en la ruina presididos por el retrato de la constancia vestida de negro con el corazón ardiente de San Agustín. Está en el exterior pregonando su presencia interior, como la belleza de las mujeres verdaderamente hermosas. A tu espalda sobrevivió el pato de la pila y tras el portón espera Santa Rita, lo que se da no se quita, aunque los bancos y las financieras no se enteren. Entra al templo del corazón ardiente en la portada: el amor o es fuego o no es nada. La vida o es dificultad o es muerte. Que se lo digan a la santa…    
Hay algo del Islam en el templo: desde el exterior no imaginas el interior, como en las amantes hipócritas. El blanco muro se transforma riqueza barroca. Al fondo, el coro alto y el coro bajo, dos recuerdos de que el reino de la monjas agustinas no es de este mundo. Si parecen de nuestro mundo los dos santos juanes enfrentados,  el Bautista y el Evangelista. Fue Martínez Montañés el que los sacó de un trozo de madera, pero Alguien de arriba parece que los quiso sacar a este mundo. Quizás sientes que parecen cobrar vida uno frente a otro y recuerdas al escultor que al ver la realidad de su obra le dijo: “Habla”. Quien sabe... Igual se arrancan. En tu visita vienes a buscar lo imposible. La petición a una santa vestida de negro entre flores, velas y rezos. Se llamaba Margarita y era italiana. Todos la conocen por Rita, Rita de Casia. Vivió en el siglo XIV y se casó obligada por las circunstancias, soportando a un marido que le aplicaba lo que hoy llaman violencia de género. Nada nuevo bajo el sol. Una vida nada fácil… Ninguna lo es.  Rita enviudó y quiso entrar en un convento agustino. Al no ser aceptada, los ángeles del cielo la llevaron volando al interior. Ya se sabe: para Dios no hay nada imposible. La llaga sobre su frente te hace meditar sobre las dificultades de la vida, hay quien vive y quien sobrevive. Le pides un imposible y aguardas, que todo llega y todo se pasa, y la paciencia todo lo alcanza. Metáfora de una ciudad que parece estar implorando continuamente su mera supervivencia. Así ha sido a lo largo de los siglos: milagrosa. Es la sensación que te reviste al salir del templo… Te espera una simple caja de madera, otra metáfora, que guarda en su interior unas yemas que saben al beso de un ángel. Cierras los ojos y te dejas besar por el alado espíritu. Es Santa Rita. Es un convento. Es Sevilla. Aquí nada es imposible. 

6.10.15

ISABEL LA EMPERATRIZ



Todos la vieron bella. La vio bella el pintor, la vio bella la corte, la vio bella el pueblo, la vio bella el cronista. Había nacido en Lisboa un día de octubre de 1503. Era hija de reyes, de don Manuel y de doña María. Era nieta de reyes, nada menos que de Isabel y de Fernando, reyes de lo que entonces era algo parecido a España. Todos la vieron bella.
Llegó el 3 de marzo de 1526 a Sevilla. Estaba preparada su boda con un príncipe, más todavía, con un emperador. Y tuvo un recibimiento a la altura de su rango y su belleza. Así lo contó el cronista:
“Su majestad venía vestida de raso blanco forrado en muy rica tela de oro, y el raso acuchillado, con una gorra de raso blanco con muchas piedras y perlas de gran valor. Y así vino hasta la iglesia mayor donde la esperaba, en las Gradas, el cabildo de la iglesia con todo el clero y cruces de todas las iglesias de la ciudad, y la recibieron con toda solemnidad”.
Como en una almibarada revista del corazón, la belleza de Isabel era constante en todas las crónicas. Así la vieron otros ojos: “Era la Emperatriz blanca de rostro y el mirar honesto y de poca habla y baja; tenía los ojos grandes, la boca pequeña, la nariz aguileña, los pechos secos, de buenas manos, la garganta alta y hermosa. Era de su condición mansa y retraída, más de lo que era menester, honesta, callada, grave, devota, discreta y no entremetida; y esto era en tanta manera, que para sí no quería pedir nada al emperador, ni menos rogarle cosa por otro, de manera que podemos decir haber el emperador hallado mujer a su condición”.Condición de emperatriz, por tanto. Un matrimonio, en principio, de conveniencia. Con un Emperador que tardaría unos días en llegar: hasta el 10 de marzo no entró el rey Carlos en la ciudad de Sevilla, con una entrada triunfal por el arco de la Macarena. Preludio de madrugadas.
Cuenta el Hola de la época que el encuentro entre ambos rompió más de un corazón. Una previsible boda política se transformaba en una bella historia de amor que llegaba a cotillear algún embajador de la época “La emperatriz duerme cada noche con su marido en brazos y están muy enamorados y muy contentos”. La historia de un flechazo que nació en el Alcázar y que acabó inundando el palacio con el rostro de la bella dama. Relieves y azulejos de la que todos vieron bella. Todos o casi todos: no se puede decir que el de Cristóbal de Augusta fuera el mejor de sus retratos…

23.9.15

VENUS



Por los céfiros lascivos empujada

veríais la diosa que del mar salía

exprimiendo cabellera remojada

mientras otra mano el pecho la cubría.


Con los ojos cerrados puedo recorrer la curva infinita de tu cuerpo, la interrogación eterna de tus caderas, la pérdida consciente que lleva a la inconsciencia de tus pechos, la condena eterna del ascenso al monte de Venus en la Venus, del Amor en la que es solo amor, de la belleza en la que es diosa de espumas y mares sin horizontes alcanzables.
Con los ojos cerrados, la boca callada y los oídos tapados puedo recordar tu historia, tu nacimiento de la espuma de un mar de mármol en tiempos de un Emperador de pueblo, de la Itálica de Santiponce, dos siglos después del Cristo que todavía carga con la cruz cada Cuaresma por las gradas del anfiteatro donde tantos de sus seguidores murieron desangrados. Flor de loto, delfín y espuma del mar. Allí cayeron los testículos de Urano, cortados con violencia por Cronos, el Dios del tiempo; allí naciste como doncella adulta, como Venus o como Afrodita, como diosa del Amor y de la belleza, como hija lejana de la madre tierra o hija forzosa del Dios del tiempo, ese manto invisible que eternamente te hace disfrutar de la eternidad de los dioses.
Con los ojos cerrados puedo sentir la frialdad del mármol de tu piel, puedo tocar sin manos y notar el calor de tus días en el teatro de Itálica y el frío de tus años de abandono sumergida bajo la tierra donde habita el olvido, el polvo, la destrucción, la ruina, el mustio collado, la Itálica famosa, el olvido… Siglos hundida en tierras que fueron cantera de grandes palacios. Siglos olvidada, con lo que fuiste: diosa y amante, idea y realidad, amor y deseo. Una escultura de mármol que en el suelo de una casa cualquiera sólo enseñaba un trozo de su hombro al exterior, un trozo de piedra usado como cascanueces por sus habitantes, triste metáfora de una ciudad y un tiempo sin juguetes ni cuentos de hadas, el de aquel año 1940 en que te descubrieron y sacaron a la luz: tantos siglos después salías a la luz, una simple piedra que volvía a un lugar privilegiado, a un museo, entre emperadores y diosas de tu porte, entre restos de los que te precedieron y de los que te sucedieron. Allí sigues. Con tus ojos y tu boca cerrada, con tus brazos olvidados y todo tu rostro oculto en algún rincón de la madre tierra que fue tu abuela Gea. Venus salida del mar. Roma triunfante. Diosa del Amor que todo lo vence. Hija obligada de un Tiempo que se hizo belleza…
Con los ojos cerrados que tú no tienes puedo sentir tu principio pero nunca podré abarcar tu fin. Otra metáfora de la eternidad de algunas vidas. Vida que da vida. Alguien debería labrar en tu pedestal las palabras eternas del poeta: Sé donde la vida empieza, no donde la vida acaba…