25.5.14

ELLA



Se va un año y viene otro, pero Ella siempre se queda
(Joaquín Caro Romero)

Se va una vida pero llegan otras. Mitología sevillana. Zeus asomado a una muralla. Buscaría a un tal Macario. Grecia y Roma. Dos culturas y los mismos dioses. Dioses y hombres verdaderos. Como en el credo de nuestros abuelos. La Pandora sevillana ya había sido entregada al Epitemeo de la calle Feria. Dicen que fue la desgracia de todos los hombres. Todo un símbolo. Quiso abrir una caja. La maldita curiosidad. Estaba advertida. De aquella caja sólo saldrían males para el hombre. ¡Qué injusta sentencia...! No había duda en el título. Se van unos y llegan otros. Alguien  dijo que era el sueño de los que viven despiertos. Pero ella siempre se queda. Con su nombre de mujer. De barrio. De ciudad. De madre del mismo Dios. Porque las desgracias llegan solas, que nadie las invitó al maldito banquete de la vida.  Y todo por abrir aquella maldita caja. Calamidades y desastres para extenderse por toda la humanidad. El mal que parece triunfar sobre el bien. El dolor, la amargura, el hombre traspasado por la muerte. Todo por abrir aquel maldito recipiente. Pero ella se queda. Mitología sevillana. Al fondo de la caja aparece la luz. Por detrás de injustas sentencias y de cobardes que se lavan las manos. En el fondo de la caja, Pandora sevillana,  sólo ella se queda.
En el principio fue el oro, el incienso y la mirra. Quizás cuando aceptó que todo se cumpliera: Mira niña, a ti una espada te atravesará el corazón. Y un corazón revestido de espadas es más ancho y comprensivo.  Lo saben las madres: la muerte empieza en el nacimiento. Perdió el oro en trampas hipotecarias que acabaron en manos de los judas de su tiempo. Desapareció el incienso de la gloria entre miserias humanas. Y la mirra la tuvo que usar en la muerte de los hijos de la droga, el perfume para muertos en vida que supo arrancar de sus entrañas. Pero ella siempre se queda. Aunque piense que el sufrimiento es inútil. Ella, que sólo ha sabido decir sí, ha tenido que escuchar el silencio de Dios. Un desconsuelo revestido de miles de nombres: embargos, desahucios, enfermedades, soledades, penas, miseria… Frente a ellos aceptó colocarse lágrimas de cristal en la asimetría de su rostro. Como la vida: dos lados en la misma cara, dos perfiles en el mismo rostro. Dios parece que quedó mudo.  Y sólo los besos de la gente sencilla la consuelan. Una eternidad en el dolor, como el de tantas mujeres anónimas torturadas por índices de referencia y vencimientos bancarios. Pero ella es la que queda.  Un día, en un muro del viejo barrio de la muralla, ha leído la sentencia que da sentido a su existencia “En tiempos de crisis, lo más revolucionario es conservar la alegría”. El ancla tira con fuerza. Un punto al que aferrarse. Unas mariquillas que son estrellas.  Revolución en la Sevilla Roja. Junto a sus lágrimas de cristal se ha insinuado la sonrisa eterna. Así es ella. No hace falta decir su nombre, pero sí grabarlo en un corazón sin espadas. Ella es la Esperanza.