Se va un año y viene
otro, pero Ella siempre se queda…
(Joaquín Caro
Romero)
Se va una
vida pero llegan otras. Mitología sevillana. Zeus asomado a una muralla.
Buscaría a un tal Macario. Grecia y Roma. Dos culturas y los mismos dioses.
Dioses y hombres verdaderos. Como en el credo de nuestros abuelos. La Pandora
sevillana ya había sido entregada al Epitemeo de la calle Feria. Dicen que fue
la desgracia de todos los hombres. Todo un símbolo. Quiso abrir una caja. La
maldita curiosidad. Estaba advertida. De aquella caja sólo saldrían males para
el hombre. ¡Qué injusta sentencia...! No había duda en el título. Se van unos y
llegan otros. Alguien dijo que era el
sueño de los que viven despiertos. Pero ella siempre se queda. Con su nombre de
mujer. De barrio. De ciudad. De madre del mismo Dios. Porque las desgracias
llegan solas, que nadie las invitó al maldito banquete de la vida. Y todo por abrir aquella maldita caja.
Calamidades y desastres para extenderse por toda la humanidad. El mal que
parece triunfar sobre el bien. El dolor, la amargura, el hombre traspasado por
la muerte. Todo por abrir aquel maldito recipiente. Pero ella se queda.
Mitología sevillana. Al fondo de la caja aparece la luz. Por detrás de injustas
sentencias y de cobardes que se lavan las manos. En el fondo de la caja,
Pandora sevillana, sólo ella se queda.
En el
principio fue el oro, el incienso y la mirra. Quizás cuando aceptó que todo se
cumpliera: Mira niña, a ti una espada te
atravesará el corazón. Y un corazón revestido de espadas es más ancho y
comprensivo. Lo saben las madres: la
muerte empieza en el nacimiento. Perdió el oro en trampas hipotecarias que
acabaron en manos de los judas de su tiempo. Desapareció el incienso de la
gloria entre miserias humanas. Y la mirra la tuvo que usar en la muerte de los
hijos de la droga, el perfume para muertos en vida que supo arrancar de sus
entrañas. Pero ella siempre se queda. Aunque piense que el sufrimiento es
inútil. Ella, que sólo ha sabido decir sí, ha tenido que escuchar el silencio
de Dios. Un desconsuelo revestido de miles de nombres: embargos, desahucios,
enfermedades, soledades, penas, miseria… Frente a ellos aceptó colocarse lágrimas
de cristal en la asimetría de su rostro. Como la vida: dos lados en la misma
cara, dos perfiles en el mismo rostro. Dios parece que quedó mudo. Y sólo los besos de la gente sencilla la
consuelan. Una eternidad en el dolor, como el de tantas mujeres anónimas
torturadas por índices de referencia y vencimientos bancarios. Pero ella es la
que queda. Un día, en un muro del viejo
barrio de la muralla, ha leído la sentencia que da sentido a su existencia “En tiempos de crisis, lo más revolucionario
es conservar la alegría”. El ancla tira con fuerza. Un punto al que
aferrarse. Unas mariquillas que son estrellas. Revolución en la Sevilla Roja. Junto a sus
lágrimas de cristal se ha insinuado la sonrisa eterna. Así es ella. No hace
falta decir su nombre, pero sí grabarlo en un corazón sin espadas. Ella es la
Esperanza.
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