15.12.15

CARIDAD



Aunque hablara las lenguas de cada barrio y cada collación de la ciudad y de los ángeles de cada unos de los retablos del hospital de mi nombre, los de Valdés y los de Murillo, si no tengo caridad, soy como el bronce corroído por el tiempo de la más veleta de la ciudad o un címbalo destemplado que retiñen los que bailan la zarabanda en el Corpus junto a la Tarasca. Aunque tuviera el don de profecía del loco Amaro en su hospital de los Inocentes, y conociera todos los misterios de la Semana Santa y toda la ciencia del viejo Monardes en su jardín de la calle Sierpes; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar iglesias y mover obispos, si no tengo caridad, nada soy.  Aunque repartiera toda mi plata americana y mis prebendas eclesiales,  aunque entregara mi cuerpo a las llamas del Quemadero de San Francisco, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

La caridad es paciente con los pobres acogidos en sus muros, es servicial como nos indicó Miguel de Mañara; la caridad no es envidiosa como los mortales, no es jactanciosa como los hombres de poder y los ricos, no se engríe; es decorosa con dar a la muerte el mejor de los cobijos; no busca su interés, ni en su cuenta ni en la banca ajena; no se irrita; no toma en cuenta el mal que se extiende por los rincones de la ciudad; no se alegra de la injusticia que manda a los desgraciados a la horca con un sambenito en el cuello; se alegra con la verdad, que es una mujer desnuda obligada a taparse lo que los hipócritas piensan que son vergüenzas. Todo lo excusa, menos la falta de amor. Todo lo cree, hasta lo que no ve. Todo lo espera, porque tiene a la Esperanza repartida por la ciudad, en piedra, en madera y en emociones. Todo lo soporta, la pestilencia de los ahogados en el río y la miseria de los más pobres. La caridad no acaba nunca. Es principio y fin, Alfa y Omega en la túnica persa del que llaman Señor y es el más pobre entre los pobres. Desaparecerán las profecías de los que siempre hablan de un Apocalipsis que llega. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia ahogada por la exactitud. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.  Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
Cuando yo era niña como las que se sitúan a mis pies esperando que las amamante, hablaba como niña, pensaba como niña, razonaba como niña. Al hacerme mujer de piedra en las fuentes del patio de un hospital que da la vida, dejé todas las cosas de niña. Ahora vemos en un espejo, en el enigma del ser misterioso que te lanza las más duras palabras: mira que has de morir, mira que no sabes cuándo. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocida. Ahora subsisten la fe que centra el otro patio y que juega en la torre de Santa Catalina, la esperanza que viene allende el arco y la Caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.

7.12.15

SOR BÁRBARA DE SANTO DOMINGO



Minarete orientado al cielo,
Rampas oscuras, el camino.
Campanas tocan sin aliento,
anunciando al firmamento
que la dulzura ha nacido.
(José Cristóbal Navarro)

Fue conocida como “Hija de la Giralda” (1842-1872), la hija del campanero que nació en la torre mayor de Sevilla que acabaría siendo una de las monjas más destacadas  de la Sevilla del siglo XIX. Su nacimiento en la Giralda vino motivado por el oficio de su padre, Casimiro Jurado, campanero de la torre mayor de la ciudad y persona de profunda devoción que junto a su mujer, Josefa Antúnez, notaron desde la infancia las ansias de santidad de la niña. “Nunca lloraba” decían de ella, negación universal que suena a himno futbolístico o a propaganda de reality de supervivencia en estos tiempos de descreimiento. Desde muy joven se complacía en ayunos y oraciones, una rara avis del XIX y excepción absoluta en la época de las redes sociales: cuentan que ya invitaba a sus amigas a subir las rampas de la Giralda de rodillas, como una forma de mortificación. Quiso ser monja capuchina, aunque finalmente ingresó en el monasterio de Madre de Dios, donde fue recibida según las crónicas “como un ángel” que contaba con sólo 17 años, edad perfecta para pasar del Tuenti a Twiter en nuestros días.  Su ingreso supuso la recuperación de la vida contemplativa en unos tiempos de crisis, en los que la decadencia económica llegó a afectar la vida diaria de las comunidades. Su vida en la clausura se caracterizó por su austeridad, su humildad, sus mortificaciones y su acentuado misticismo. Orientada por el padre Torres Padilla, siglo en el que los confesores no eran los siquiatras, fueron numerosas las apariciones milagrosas que vivió, en la línea de las grandes místicas del Siglo de Oro, siendo también llamativas sus continuas penitencias. Todavía conservan las dominicas su túnica de lana con cilicios o sus duras disciplinas, hoy incomprensibles salvo en novelitas de literatura seudoerótica de gran aceptación. De carácter enfermizo pero con eterna alegría, sufrió el traslado forzoso a San Clemente en 1868, monasterio en el se multiplicó su fama de santidad y donde destacó su atención en la enfermería del monasterio. Contagiada de tifus por una enferma, falleció a la temprana edad de 30 años, permaneciendo su cuerpo incorrupto durante días, siendo definitivamente trasladado al coro bajo de la iglesia dominica el 16 de noviembre de 1877. Sus restos no dieron muestra alguna de descomposición en el taladro de su féretro, volviendo a ser expuesta durante unos días antes de su definitivo descanso en el coro bajo. Sus escritos y su fama de santidad la colocan como una de las grandes religiosas que dio la ciudad en el siglo XIX. Descansa entre silencios, aromas de magdalenas angelicales y ansias de perfección: Bárbara de Santo Domingo, algún día santa. Su reino no era de este mundo.

24.11.15

ASTARTÉ



"Esta ofrenda la ha hecho Balyaton, hijo de Numil y Abdelbahal, hijo de Numil hijo de Saul, para Astarte, Nuestra Señora, porque ella ha escuchado la voz de su plegaria".

Todo se parece a todo. Parece un silogismo tautológico pero es una frase que encierra una profunda reflexión. La repetía tu añorado profesor de Historia del Arte y ha venido a tu memoria delante de una estatuilla de bronce del museo. Dice el rótulo que representa a la diosa Astarté. Como la que aparece en el llamado bronce Carriazo, muy cerquita. Está sentada. Como las vírgenes fernandinas o la Virgen salesiana de Triana. Mira al frente, como las vírgenes del Renacimiento. Su expresión denota una sonrisa arcaica, algo inexpresiva, como las santas góticas de barro cocido realizadas por Mercadante de Bretaña para la Catedral. Porta una peluca, como cualquier Virgen de gloria del siglo XVIII. Ha perdido sus manos originales. Como la Amargura. Está desnuda. Como la Venus sin rostro del mismo Museo Arqueológico. Dicen que es de origen fenicio. Como el tesoro del Carambolo, lugar en el que fue encontrada por Antonio Luque, un vecino de Camas, un hallazgo en medio del campo, como el de la Hiniesta o el de Valvanera. Cuentan que representaba el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, la exaltación del amor y de los placeres carnales. Como la Primavera. Refieren algunas biografías del Hércules de la Alameda, no autorizadas por supuesto, que el héroe griego la buscó en la ciudad y ella se escondió para no ser hallada. Pedro I y María Coronel en versión clásica y apócrifa. Hércules se quedó a un lado del río, fundando Híspalis. Astarté, para no ser menos, fundó Triana. Estaban condenados a entenderse. Como la propia ciudad. Dicen que es fenicia, que fue hecha por copistas, que imita modelos egipcios, que fue adorada por unos y rechazada por otros, que era diosa del amor y de la fecundidad pero también de la guerra, que podía posar desnuda o cubierta de velos… Como Sevilla. Cuando Balyaton, el hijo de Numil y Abdelbahal, le pidió un milagro, la diosa se lo concedió. Y el devoto fue agradecido y reprodujo su imagen para que se conservara por los siglos de los siglos. El llamaba Astarté a su diosa pero no sabía que era la Astoret judía, la Astartú acadia, la Athar árabe, la Isthar mesopotámica o la Astar etíope. Una sola devoción y mil y una advocaciones. Como la Virgen María en la ciudad de la Virgen María. Otra tautología. De Astarté derivaría el término Stella. La estrella castellana. Como la Virgen trianera del Domingo de Ramos. Delante de la estatuilla has reparado en el gran ombligo de la diosa. Un ombligo del mundo en el que mirarse. Como Sevilla: la más ombliguista de las urbes… Hay una frase que debería rotularse a los pies de la ciudad: todo se parece a todo.

18.11.15

RITA




El portón. Los arcos. (Para un andaluz la felicidad anda siempre detrás de un arco). Los muros blancos del convento. Los ventanillos ciegos bajo espesas rejas.”
                                                                                                          (Luis Cernuda)

Quien busca haya y quien cree y quiere, puede. Déjate de más historias y piérdete en el silencio de un muro blanco horadado por un portón. Como en el poema de Quevedo,  muros blancos si un tiempo fuertes hoy desmoronados. Milagrosamente, pero en pie. Aunque pueda parecer un imposible, como cada segundo de la vida cotidiana. Muros en la ruina presididos por el retrato de la constancia vestida de negro con el corazón ardiente de San Agustín. Está en el exterior pregonando su presencia interior, como la belleza de las mujeres verdaderamente hermosas. A tu espalda sobrevivió el pato de la pila y tras el portón espera Santa Rita, lo que se da no se quita, aunque los bancos y las financieras no se enteren. Entra al templo del corazón ardiente en la portada: el amor o es fuego o no es nada. La vida o es dificultad o es muerte. Que se lo digan a la santa…    
Hay algo del Islam en el templo: desde el exterior no imaginas el interior, como en las amantes hipócritas. El blanco muro se transforma riqueza barroca. Al fondo, el coro alto y el coro bajo, dos recuerdos de que el reino de la monjas agustinas no es de este mundo. Si parecen de nuestro mundo los dos santos juanes enfrentados,  el Bautista y el Evangelista. Fue Martínez Montañés el que los sacó de un trozo de madera, pero Alguien de arriba parece que los quiso sacar a este mundo. Quizás sientes que parecen cobrar vida uno frente a otro y recuerdas al escultor que al ver la realidad de su obra le dijo: “Habla”. Quien sabe... Igual se arrancan. En tu visita vienes a buscar lo imposible. La petición a una santa vestida de negro entre flores, velas y rezos. Se llamaba Margarita y era italiana. Todos la conocen por Rita, Rita de Casia. Vivió en el siglo XIV y se casó obligada por las circunstancias, soportando a un marido que le aplicaba lo que hoy llaman violencia de género. Nada nuevo bajo el sol. Una vida nada fácil… Ninguna lo es.  Rita enviudó y quiso entrar en un convento agustino. Al no ser aceptada, los ángeles del cielo la llevaron volando al interior. Ya se sabe: para Dios no hay nada imposible. La llaga sobre su frente te hace meditar sobre las dificultades de la vida, hay quien vive y quien sobrevive. Le pides un imposible y aguardas, que todo llega y todo se pasa, y la paciencia todo lo alcanza. Metáfora de una ciudad que parece estar implorando continuamente su mera supervivencia. Así ha sido a lo largo de los siglos: milagrosa. Es la sensación que te reviste al salir del templo… Te espera una simple caja de madera, otra metáfora, que guarda en su interior unas yemas que saben al beso de un ángel. Cierras los ojos y te dejas besar por el alado espíritu. Es Santa Rita. Es un convento. Es Sevilla. Aquí nada es imposible. 

6.10.15

ISABEL LA EMPERATRIZ



Todos la vieron bella. La vio bella el pintor, la vio bella la corte, la vio bella el pueblo, la vio bella el cronista. Había nacido en Lisboa un día de octubre de 1503. Era hija de reyes, de don Manuel y de doña María. Era nieta de reyes, nada menos que de Isabel y de Fernando, reyes de lo que entonces era algo parecido a España. Todos la vieron bella.
Llegó el 3 de marzo de 1526 a Sevilla. Estaba preparada su boda con un príncipe, más todavía, con un emperador. Y tuvo un recibimiento a la altura de su rango y su belleza. Así lo contó el cronista:
“Su majestad venía vestida de raso blanco forrado en muy rica tela de oro, y el raso acuchillado, con una gorra de raso blanco con muchas piedras y perlas de gran valor. Y así vino hasta la iglesia mayor donde la esperaba, en las Gradas, el cabildo de la iglesia con todo el clero y cruces de todas las iglesias de la ciudad, y la recibieron con toda solemnidad”.
Como en una almibarada revista del corazón, la belleza de Isabel era constante en todas las crónicas. Así la vieron otros ojos: “Era la Emperatriz blanca de rostro y el mirar honesto y de poca habla y baja; tenía los ojos grandes, la boca pequeña, la nariz aguileña, los pechos secos, de buenas manos, la garganta alta y hermosa. Era de su condición mansa y retraída, más de lo que era menester, honesta, callada, grave, devota, discreta y no entremetida; y esto era en tanta manera, que para sí no quería pedir nada al emperador, ni menos rogarle cosa por otro, de manera que podemos decir haber el emperador hallado mujer a su condición”.Condición de emperatriz, por tanto. Un matrimonio, en principio, de conveniencia. Con un Emperador que tardaría unos días en llegar: hasta el 10 de marzo no entró el rey Carlos en la ciudad de Sevilla, con una entrada triunfal por el arco de la Macarena. Preludio de madrugadas.
Cuenta el Hola de la época que el encuentro entre ambos rompió más de un corazón. Una previsible boda política se transformaba en una bella historia de amor que llegaba a cotillear algún embajador de la época “La emperatriz duerme cada noche con su marido en brazos y están muy enamorados y muy contentos”. La historia de un flechazo que nació en el Alcázar y que acabó inundando el palacio con el rostro de la bella dama. Relieves y azulejos de la que todos vieron bella. Todos o casi todos: no se puede decir que el de Cristóbal de Augusta fuera el mejor de sus retratos…

23.9.15

VENUS



Por los céfiros lascivos empujada

veríais la diosa que del mar salía

exprimiendo cabellera remojada

mientras otra mano el pecho la cubría.


Con los ojos cerrados puedo recorrer la curva infinita de tu cuerpo, la interrogación eterna de tus caderas, la pérdida consciente que lleva a la inconsciencia de tus pechos, la condena eterna del ascenso al monte de Venus en la Venus, del Amor en la que es solo amor, de la belleza en la que es diosa de espumas y mares sin horizontes alcanzables.
Con los ojos cerrados, la boca callada y los oídos tapados puedo recordar tu historia, tu nacimiento de la espuma de un mar de mármol en tiempos de un Emperador de pueblo, de la Itálica de Santiponce, dos siglos después del Cristo que todavía carga con la cruz cada Cuaresma por las gradas del anfiteatro donde tantos de sus seguidores murieron desangrados. Flor de loto, delfín y espuma del mar. Allí cayeron los testículos de Urano, cortados con violencia por Cronos, el Dios del tiempo; allí naciste como doncella adulta, como Venus o como Afrodita, como diosa del Amor y de la belleza, como hija lejana de la madre tierra o hija forzosa del Dios del tiempo, ese manto invisible que eternamente te hace disfrutar de la eternidad de los dioses.
Con los ojos cerrados puedo sentir la frialdad del mármol de tu piel, puedo tocar sin manos y notar el calor de tus días en el teatro de Itálica y el frío de tus años de abandono sumergida bajo la tierra donde habita el olvido, el polvo, la destrucción, la ruina, el mustio collado, la Itálica famosa, el olvido… Siglos hundida en tierras que fueron cantera de grandes palacios. Siglos olvidada, con lo que fuiste: diosa y amante, idea y realidad, amor y deseo. Una escultura de mármol que en el suelo de una casa cualquiera sólo enseñaba un trozo de su hombro al exterior, un trozo de piedra usado como cascanueces por sus habitantes, triste metáfora de una ciudad y un tiempo sin juguetes ni cuentos de hadas, el de aquel año 1940 en que te descubrieron y sacaron a la luz: tantos siglos después salías a la luz, una simple piedra que volvía a un lugar privilegiado, a un museo, entre emperadores y diosas de tu porte, entre restos de los que te precedieron y de los que te sucedieron. Allí sigues. Con tus ojos y tu boca cerrada, con tus brazos olvidados y todo tu rostro oculto en algún rincón de la madre tierra que fue tu abuela Gea. Venus salida del mar. Roma triunfante. Diosa del Amor que todo lo vence. Hija obligada de un Tiempo que se hizo belleza…
Con los ojos cerrados que tú no tienes puedo sentir tu principio pero nunca podré abarcar tu fin. Otra metáfora de la eternidad de algunas vidas. Vida que da vida. Alguien debería labrar en tu pedestal las palabras eternas del poeta: Sé donde la vida empieza, no donde la vida acaba…

9.9.15

EVA



Dijo luego Yahvé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.
Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.»
Dijeron  los canónigos “Hágamos una Catedral que nos tengan por locos”. Y por locos los tuvieron. Y hagamos un retablo que imite a los cielos de la ciudad. Desde 1481 hasta 1564. No digáis las fechas, que las fechas se olvidan. A punto de terminar la magna creación llegaba el encargo a Juan Bautista Vázquez el Viejo: faltaba Eva en el retablo mayor. Y Eva fue creada en maderas polícromas que anticipaban los futuros esplendores de la ciudad. Eva desnuda, como la verdad. Eva y Adán con recuerdos italianos de Miguel Ángel. Eva lasciva mordiendo la manzana del pecado original, la que acabaría mordiendo un dragón a los pies de la muerte que fue superada por la Muerte. Nobleza de Eva a la altura de los ojos de los canónigos, los que se apoyaban en misericordias para sus partes menos nobles. Eva al desnudo, rubia como Bette Davis, con toda la historia de la salvación a sus espaldas, atlante del mayor retablo que vieron los siglos, coronada en Gótico y cobijada en Renacimiento.  Eva creada por ciento cuarenta y seis ducados que cobró el escultor castellano y policromada por un Antón Pérez que añadió alguna propina más a su pecado. Eva génesis de una ciudad de locos que muerden manzanas envueltas en caramelo con el rojo de la pasión. Pasión en Sevilla en un banco de la Catedral. La teoría y la realidad del Génesis de Núñez de Herrera. “¿El Génesis? Habladles de eso y veréis que cara os ponen los armaos de la Macarena. ¿El Génesis? No interesa. Más que la salida del mundo, maduro de la entraña del caos, importa la salida de la Virgen de la Amargura por el estrecho marco de su iglesia. La puerta no deja al paso más de una holgura lateral de dos centímetros. Dios hizo el mundo en seis días. Pero esto es mucho más serio. El capataz de los costaleros, Dios máximo de esta escuadra de comunistas, no usa barba ni se toca con un triángulo isósceles, pero ahora mismo es más interesante que Jehová.
Jehová dijo: Fiat lux.
Y el capataz: ¡A esta es!
Mucho más sencillo.”
Que se lo digan a Eva. Una mujer desnuda.  Lleva cinco siglos mordiendo una manzana. Sólo la contemplan los canónigos de una Catedral de los locos…  

18.7.15

SANTA MARINA




El 18 de julio es fecha marcada en el calendario con negro de días laborables y rojo de dramática festividad. Día de paseos, que no paseíllos, por el arco de la Macarena y por la calle San Luis, la antigua calle Real donde tan dramáticas realidades se vivieron en aquellos días de verano de 1936. Día de fuegos abrasadores recordados en viejos muros mudéjares como el de la iglesia de su nombre. Portada ojival, ladrillos de recuerdo musulmán, leoncillos de piedra y santos irreconocibles. O sí. Allí llevada sentada siglos, compitiendo con las vírgenes fernandinas, viendo el tiempo pasar por el antiguo cardo de la ciudad, la arteria romana que atravesaba la ciudad de norte a sur. Allí espera para contar su historia a aquellos que la deseen oír. Es la leyenda de un señor que al enviudar, eran otros tiempos,  decidió entrar en un monasterio como monje. Tenía hijos y una de ellas, de nombre Marina, no quiso apartarse de su padre. Ese fue el motivo de su promesa solemne: se haría pasar por un hombre y entraría en el monasterio como el hermano Marín. Curioso transformismo medieval y sin televisión de por medio… Marina juró que nunca confesaría su condición de mujer para poder estar junto a su padre. El problema llegó a la comunidad algunos años después. En la puerta del monasterio, una mujer denunció que un fraile la había violado, lo que había motivado su embarazo. Sí, suena a culebrón televisivo, pero la acusación fue dirigida hacia la pobre Marina, la mujer que se hacía pasar por hombre siglos antes de la existencia de la monja Alférez. Una violación imposible. Como Marina había prometido no desvelar su identidad, aceptó la culpa, cargando incluso con el hijo fruto de aquella violación. Durante un tiempo lo cuidó a las puertas de la iglesia y los monjes, apesadumbrados por la escena, la volvieron a admitir, aunque siguieron pensando que el hermano Marín era un hombre. Cuenta la leyenda que, durante muchos años, Marina cargó con los trabajos más duros del convento. Hasta su muerte no comprobaron la verdadera condición de aquel monje, aquella mujer que durante años cargó con una culpa que no merecía. Es la historia que cuenta una mujer de piedra sentada con un niño ajeno a la entrada de una iglesia, junto a otras santas como Catalina, la de la rueda, o Bárbara, la de la torre. Un relato en el que suele pedir que no la confundan con Santa Margarita, ni con sus dragones legendarios y su protección a las embarazadas. Una historia que susurra cada 18 de julio. Un día en el que se agradece no volver a escuchar gritos de inocentes fusilados ni de dioses de madera quemados por la sinrazón de una guerra.  
             

14.7.15

VERANO




“Ocio maravilloso, gracias al cual pudiste vivir tu tiempo, el momento entonces presente, entero y sin remordimientos”.
(Luis Cernuda)

Así es y así será. Cuando junio llega, busca la hoz y limpia la era. Tiempo presente y tiempo futuro. Junio de hoz revolucionaria que pide acabar con todo lo anterior y dar paso a un tiempo nuevo. Tiempo de libertad que guía a un pueblo que odia las ataduras: por eso se muestra un pecho a la concurrencia, que la ciudad es una república independiente que cree en un tiempo sin ataduras. Esto es Sevilla  y aquí hay que mamar… no se sabe qué tipo de leche.
En julio, llueva o no llueva, el segador siega. Llueva o ventee. Haga sol o no. Salga el sol por Antequera. O no salga. La segadora siega. Comunista libertaria que se libró de sus ataduras. Ella sabe que, haga el tiempo que Cronos disponga, ella sacará frutos. Segará. Cortará. Como Judith o como Dalila. Tardes de julio abrasador, de ánimas benditas, de vírgenes del Carmen que protegen a los que se abrasan en el purgatorio de azulejos turísticos.  La naturaleza quedará amputada de sus frutos porque ella los recogerá en tardes eternas de siestas y de soles abrasadores. Así es ella: saber sacar fruto incluso de dónde no lo hay.
En agosto, miel y mosto. Cal y sombra. Muro y transparencia. Eternidad y levedad de un instante. Monotonía de tardes abrasadoras e infinito de un horizonte que se pierde entre recuerdos y deseos. Todo se pasará y todo se mudará, pero la paciencia, todo lo alcanza. Recolectados los frutos, es el mes sin fin ni finalidades, la desnudez de la pasión entendida como un fuego eterno, el contraste entre el agua de la fuente que hace llorar lágrimas de agua y la piedra que Brackembury entendió como sustituto de la antigua Pasarela de la ciudad. Ella es dulzura y es amargura, puede tener un Dulce Nombre y una amargura de tiempo de Pasión. Así es la mujer sevillana, la dama local que tiene mayor revestimiento universal. 
Septiembre, o lleva los puentes o seca las fuentes. O todo o nada. Definición del eterno femenino. O estás conmigo o estás contra mí. Ella no vino a traer paz sino espadas. Septiembre es mes de vendimias, de vuelta a la monotonía tras los cristales y de recolección de frutos. La ciudad vuelve a ser la que era. O no. Que el verano tiene un marchamo de libertad, de desnudez, de eterno presente que no mira al futuro, de pecho erecto al aire al que no le importa su desnudez, de inconsistencia al saber que los días han vencido a las noches, que el Sol venció a la Luna, que la pasión venció a la razón, que el horizonte se deformó por la ilusión o por el calor, quién sabe; que el tiempo no existe, que la realidad tampoco, que todo cabe en un pecho desnudo que mira descaradamente al presente, libre, libertario, guiando a un pueblo del que es santo y seña, orgullo y símbolo. Tendrá determinante masculino, pero ¿alguien duda que el verano también es femenino?

17.6.15

MUÑECA



He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Cita de una casa de muñecas para definir lo que siempre quise ser. Quizás lo que fui. Lo que quizás nunca nadie alcance a entender…
Le he dado nombre a una estancia del palacio, un alcázar de reyes que tiene un rincón para mí. Desde hace siglos. Rodrigo Caro ya proclamaba mi nombre en el siglo XVII y me colocaba entre los meninos y los niños que alegraban este rincón de la casa. Un rostro de niña en un territorio de mayores. Unos rasgos humanos en el arranque de un arco de herradura de posible origen musulmán. O mudéjar, qué más da. Demasiada provocación. Cuando me señalan los guías turísticos intentan explicar mi origen en miles de idiomas: capricho de alarifes mudéjares, invención del Renacimiento, reinvención romántica… qué se yo. Nadie alcanza a explicar la sencillez de mis líneas ni la delicadeza de mi rostro de yeso, tan frágil como el viento o como las muñecas que me inspiraron. Sólo la Emperatriz lo sabe. Ella que sintió el amor entre estas cuatro paredes, la de un César que alguien comparó con el mismo Dios. Ella que se sintió mujer en estos muros pero que siempre guardó un recuerdo para la vieja colección de su esposo, la de esos relojes y muñecas holandeses que gustaba contemplar. Eran metáfora del tiempo, muñecas sin tiempo y relojes que demostraban que la vida nunca para, ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara, la maldita herencia barroca que la ciudad se tatuó en sus tuétanos. Por eso se colocó aquí. La emperatriz más bella que vieron los tiempos, el rostro dibujado por Tiziano, convertido en una vulgar caricatura infantil. Ese es mi secreto. Perduro como reina en los grandes lienzos de Tiziano pero vivo como eterna niña en este rincón del Alcázar. Nadie lo entiende. Todos me señalan. A todos contemplo. Pueden volver año tras año, pero yo sigo siendo la misma niña, la que quiso quedarse garabateada entre los muros de un palacio. Eternamente niña. Eternamente esperanzada. Aunque no suenen los relojes que marcarán mi libertad. Turistas de todo el mundo me señalan. Su rumor es mi vida. Su silencio, mi condena. Aquí espero sin saber lo que espero. Sólo sé que un día decidí parar aquí mi tiempo. Volver al territorio eterno de la infancia. Donde no se tiene miedo a nada y se teme todo. Donde una muñeca de un rincón del Alcázar escuchó un día una canción que no era de cuna…
No tengo miedo al fuego eterno, tampoco a sus cuentos amargos, pero el silencio es algo frío, y mis inviernos son muy largos, y a tu regreso estaré lejos, entre los versos de algún tango, porque este corazón sincero, murió en su muñeca de trapo…

12.6.15

SUSONA

LA SUSONA
«Dios le castigó, poniéndole en manos de una mujer.»
                                               (Libro de Judit, 16, Cap. VII)

Mira que has de morir, mira que no sabes cuándo… Es un lema de vanitas barroca pero parece susurrarlo  una calavera  del barrio de Santa Cruz. Y tiene origen medieval.
Fines del siglo XV. Existía la comunidad judía en Sevilla, muy diezmada por el asalto al viejo barrio de san Bartolomé en 1391. Desde entonces, la diáspora interna y los deseos de volver a recuperar el control financiero de la ciudad latían entre algunos de los miembros de la comunidad. En este contexto se produjo un complot de la minoría judía dirigido por Diego Susón, aparentemente un cristiano, con el estigma de la duda en su conversión. Bajo su techo vivía su hija Susana, conocida como la “fermosa hembra”, bella mujer que mantenía relaciones con un caballero cristiano de las élites dirigentes de la ciudad. Aquí se entremezclan las historias: temerosa de que el complot pudiera afectar a su amado, Susana denunció la conspiración, con el terrible resultado de la detención y muerte de los participantes, incluido su padre. Nombres principales de la ciudad, como el mayordomo de la ciudad o el letrado Manuel Saulí y hasta un total de veinte personajes que fueron ahorcados en Tablada por orden de Diego de Merlo, el asistente de la ciudad que pasaría a la historia por construir el templete de la Cruz del Campo. Consumado el horror, la posterior historia de Susana difiere, nada nuevo bajo el sol, según las fuentes. Unos hablan del perdón otorgado por un obispo, que logra su conversión y su entrada en un convento, y otros refieren un complicado desenlace que incluye dos hijos ilegítimos de fruto de sus amores con otro obispo. Sea cual fuere la historia verdadera, sí parecen ciertas las disposiciones de su testamento, leído tras su muerte:   “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”. Allí estuvo su calavera durante más de un siglo. Pura vanitas barroca un siglo y medio antes de Miguel de Mañara. Fue calle de la Muerte, hoy Susona, junto a la calle de la Vida, que una simple esquina puede separar ambas… Susana Ben Susón.  No queda la macabra calavera pero sí un azulejo que la recuerda. En las tardes de calor veraniego parece oler a descomposición, mientras susurra el conocido soneto de Lope de Vega:

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos,
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.

¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento?

2.6.15

PALA ATENEA



Del salón en el ángulo oscuro
De su dueña tal vez olvidada
Silenciosa y cubierta de polvo…
(Bécquer)

Del Mudéjar al Renacimiento. Un patio y una fuente. Dos miradas diferentes para una diosa verdadera. Cada una en un ángulo. Viendo la vida pasar desde dos perspectivas diferentes. Una porta todos sus atributos, escudo, casco y lanza, y otra está despojada de lo que fue postizo, quizás hasta sus propios brazos. Posiblemente un símbolo del tópico de la dualidad en la ciudad de las mil caras. Pala Atenea en dos ángulos de la Casa de Pilatos. Dicen que una puede ser del gran Fidias y que la otra es copia de taller, curiosa catalogación en una urbe en la que los alumnos suelen superar a sus maestros. Diosa de la guerra, de la civilización, de las artes, de la sabiduría, de la estrategia… Diosa de la habilidad, algo muy sevillano: estar en dos lugares diferentes pero en el mismo sitio al fin y al cabo. Como la mayoría de las pocas cosas que en el mundo importan, sus orígenes fueron difíciles: una hija partenogenética de Zeus, Dios de dioses, un nacimiento en el que Atenea nació completamente armada de la frente de su padre, después de haberse tragado a su madre. Un trauma. Como el de la ciudad de los traumas. Una diosa que jamás se casó ni tuvo amantes, una virginidad perpetua en la ciudad de las vírgenes. Incansable luchadora, ni el mismísimo Marte fue capaz de vencerla. Atenea la pensativa, la de los dos ángulos, está resguardada por miles de miradas. Hasta cuarenta y ocho ojos hay a sus espaldas, galería sin fin, los de bustos romanos y españoles, los ojos de Trajano y los de Tiberio, los de Cicerón y los de Carlos V, los de Vespasiano y los de Calígula, los de Aníbal o los de Escipión el Africano.  Ojos para el patio de un Pilatos que nunca estuvo en Sevilla, aunque tuvo quien le rindiera culto como creador de la Semana Santa… Ojos de Pala Atenea que miran al Dios Jano de la fuente central, el de las dos caras, paz y guerra, pasado y futuro. Es difícil encontrar un lugar donde se concentren más metáforas de la ciudad, más metáforas de la vida. Ojos para un patio que vieron el rodaje de Lawrence de Arabia, de La conquista del paraíso o de El Reino de los cielos. También de Knight and Day. Ya pasó el tiempo de los caballeros.  En un paraíso de arte y de historia, de azulejos y de mármoles, la Diosa de la inteligencia se permite el placer de mirar a la vida desde dos ángulos, principio y final, frontal y trasero, lado bueno y lado oscuro, permitido y prohibido. Cernudiana existencia: ya dijo el poeta que los placeres prohibidos son los mejores…

26.5.15

AMOR




Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

Yo no sé himnos gigantes ni extraños, ni encuentro rincones olvidados en mi corazón, ni he sabido clavar mi pupila en tu pupila azul, o verde, o cielo o infierno. Yo, como el tonto de la película que sólo decía tonterías, puede que sea un alma inconsistente que repite los datos de un monumento de mármoles y de bronces, frialdades contrapuestas bajo un taxodio que nos da sombra eterna, del patrocinio de dos hermanos, los Álvarez Quintero, que tuvieron la iniciativa que tantas veces anhelé; de la obra de un marchenero inmortal que colocó a la Inmaculada triunfante junto a la luna que se asoma por los flameros de la Catedral, del Romanticismo de un poeta con capa española llevada al bronce desde el lienzo del museo o desde los antiguos billetes de veinte duros, que más da, si eternamente escucho las monsergas de los guías que explican que eres una y trina, como los que beben el agua velazqueña o como el mismo Dios que un día me marcó con unas alas de Ícaro pensadas para derretirse por la Pasión, y caer, sí, caer, a tu a tus pies de diosa, ya te llames  Aglaya, Eufrosine o Talía; que quizás contengas en tus caras a la belleza, al hechizo y a la alegría, tres gracias de la belleza que pueden ser la eterna desgracia,  sabes que es Trinidad que algunos ven como  tres estados infranqueables, mortales sometidos como están a los tiempos terrenos, que si tu estado es de presentimiento o espera, que si es de plenitud, que si es de nostalgia por lo que pasó, qué sabe nadie, si sólo yo entiendo tus miradas al cielo, al suelo o al infierno del que está a tu lado; que el dardo de mi pasión lo lancé al centro de tu costado y que, ángel eternamente caído y maldito, falló mi puntería para castigarme con tu nada, convirtiéndome en estatua de bronce salado eternamente caído a tus pies, para que el maldito poeta me maldijera con el poema que me azota colándose por las rendijas de este taxodio que nos cobija hace más de un siglo 

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón

Corazón que todavía lo vuelve a intentar buscando romper la frialdad de tu mármol, que la ciudad me sigue demandando la vida que se me desparrama por estos escalones de mármoles con fríos de noviembre, que la existencia o es amor o no es nada, que tonto será el que haga tonterías, pero yo, al Dios maldito que me puso alas pongo por testigo, ya sé lo que es el amor, aunque choque con tantos mármoles y tantos estados, y que este tonto solemne de película aquí caído sólo pide esa mirada que una el mundo de nuestras pasiones, esa sonrisa que nos haga cómplices en cielos inalcanzables y ese beso, sí ese beso, que susurre por los rincones del parque las palabras que otro poeta cinceló en viento: En un beso, sabrás todo lo que he callado.

21.5.15

LA NIÑA DE LOS PEINES




Nadie cantó como ella la letra del viejo tango “peinate tú con mis peines...”. Nadie la conoció por su nombre, Pastora Pavón Cruz, eterna niña y eterno símbolo del cante de la ciudad.
         Había nacido en febrero del año 1890, en el número 19 de la calle Butrón. Muchos eran los que cantaban en su casa, como sus hermanos Tomás y Arturo, aunque ninguno de ellos hizo del cante su profesión. A los nueve años ya se oía su voz, la voz de la necesidad, en la Taberna de Ceferino, un local de la Puerta Osario. De allí pasó a Madrid, un destino forzoso para triunfar en la España de comienzos del siglo XX. Los éxitos llegaron en el café del Brillante, actuando posteriormente en Bilbao, en una temporada que se alargó acompañada por el éxito. Eran los primeros triunfos de una larga lista: los cafés cantantes de Sevilla, el Circo Price de Madrid, el palacio de Carlos V... Toda una variedad de lugares que demuestran la variedad y la complejidad del flamenco de la España de comienzos de siglo: del café al circo pasando por el palacio. Junto a ella estuvieron los más grandes: Pepe Marchena, Imperio Argentina, Manolo Caracol. Y Pastora Pavón recorriendo mil y un lugares con una voz que la colocaba como la primera dama del flamenco español de la época, unos años que dominaron las voces masculinas de Chacón y de Torre.
         Mujer de su tiempo, fue amiga de Manuel de Falla, de Federico García Lorca y de Julio Romero de Torres, que llegó a pintarla en uno de sus cuadros. Y como buena flamenca, entroncó con otro palo lleno de arte al casarse con Pepe Pinto en 1949. Desde entonces compartieron carteles triunfantes como anticipo de su retirada. Cuentan que Pastora Pavón lo cantaba todo: soleares, siguiriyas, tientos fandangos, malagueñas... pero sobre todo peteneras, tangos y bulerías lorqueñas.
Una larga vida de arte tuvo una muerte de arte. En 1969 fallecía su marido Pepe Pinto. Unas semanas después lo acompañaba ella, una Niña de los Peines que llegó a verse representada en el monumento de su Alameda que hizo Antonio Illanes. Fue un año antes, a finales de 1968 y en aquel homenaje hubo poesía y sobre todo cante: el de Naranjito de Triana, el de Caballero y el de su marido Pepe Pinto. Desde entonces, en el norte de la Alameda, más acompañada en nuestros días, nos sigue mirando con su pose flamenca, con su mantoncillo y con los peines que le dieron nombre. En 1999 la Consejería de Cultura consideró bien de Interés Cultural todos sus registros sonoros, siendo la primera voz convertida en patrimonio. Algunos viejos del lugar sonríen al preguntarse si ese patrimonio incluiría sus famosas broncas con Pepe Pinto, con unas voces que se oían hasta en el último rincón de la Alameda…

14.4.15

LAS LOCAS DEL VOLANTE



Por primera vez, conducían ellas. Ya era hora. Aquel año 1924, en Sevilla se fundaba la hermandad de los Estudiantes; en Madrid, Primo de Rivera eliminaba el parlamento y en Europa Lenin daba nombre a la antigua ciudad de Petrogrado. De Pedro a Vladimir. De Sevilla a París. Vestidas con la moda de la época fueron retratadas por Enrique Orce, el creador de toda una estética en los azulejos de la Plaza de España. La ciudad se ponía coqueta para la Exposición Iberoamericana y las mujeres miraban a la capital del Sena para quitarse definitivamente el rancio aroma de provincias. Moda parisina. En la Feria y en un azulejo para vender una marca de coches, el Studebaker, con sus seis cilindros anunciados. Fueron retratadas para situarse en la entrada a un conocido local de la época, el Sport, bar y centro de numerosas  tertulias de la época, dirigido por el conocido Pepe “el del Sport”. Fue Vicente Aceña, delegado comercial de de la marca de coches, el promotor de la obra, un gran lienzo de azulejos de casi cinco metros pintados con la técnica del aguarrás en la fábrica de Viuda e Hijas de Manuel Ramos Rejano. Un retrato de una época. España bajo lo que algunos llamaron una dictablanda. El mundo viviendo los llamados felices 20. Mujeres que acortaron su falda, que fumaron y que recortaron su pelo a lo garçon. Faltaba una década para que pudieran votar como los hombres pero ya conducían coches de seis cilindros seis, como las mejores tardes de toros. Pamelas y estolas de visón para unas mujeres que se comían el mundo el año que Coco Chanel lanzaba su primera colección de cosméticos. Libres e independientes, jóvenes y despreocupadas, paseaban por un imaginario jardín en el que aparecía la célebre estatua del Pensador de Rodin. Otra influencia parisina que aquí no triunfó en la hermandad de las Cigarreras. Una de las chicas lo señala y parece explicar la lección correspondiente. El pensamiento y la reflexión son la base de la libertad, que no es masculina sino femenina. Poco importaba que, durante mucho tiempo, en la antigua calle de los Colcheros, hoy Tetuán, la dirección de los coches fuera la contraria a la de este Studebaker de seis cilindros. Sus conductoras ya sabían que iban en contramano. Hoy siguen provocando todavía más: la calle es peatonal. Alguien las llamó en sus orígenes las locas del volante. Símbolo de toda una época. Fueron retratadas en 1924, el año en que se fundaba  la Metro-Goldwyn-Mayer, como resultado de la fusión de Metro Pictures, Goldwyn Pictures y Louis B. Mayer. Tiempos de cine en blanco y negro. En la calle Tetuán, un grupo de cinco mujeres empezaban a vivir un guión propio.

17.3.15

LA INFANTA MARÍA LUISA




Yo te he nombrado reina…

Ser o no ser, siempre es esa la cuestión. La reina o la infanta, la sucesora o la aspirante, la primogénita o la segundona que se conforma con el hueco que los demás dejan en las noticias. Fuiste la segunda hija de Fernando VII, un rey llamado Deseado que no lo fue y hermana de una reina que, como su alteza, unos quisieron reina y otros quisieron nada. Entre el todo y la nada. Esa, señora, fue su vida desde su nacimiento en el Palacio Real en  1832, hija de una regente, María Cristina, que no fue reina y eterna hermana a la sombra de Isabel, la que un día desterró una revolución que llamaron Gloriosa. Juntas os casasteis en 1848, su hermana con un primo lejano que tenía tan poca varonía como ambición tenía el que fue vuestro marido, Antonio de Orleans, juntos seríais los nuevos Duques de Montpensier que convirtieron Sevilla en una corte a la sombra, otra vez la sombra, con azules franceses y flores de lis que se desparramaron por las rejas de vuestro palacio de San Telmo y por los bordados de las cofradías más románticas de la ciudad. Hasta nueve embarazos le concedió el Altísimo, unos fueron y otros no, algunos llegaron a infante como Antonio o María Isabel, a otros se los llevó la tuberculosis, Amalia y Cristina; la  viruela se llevó a Fernando y a Mercedes, María de las Mercedes, la dalia que cuidó Sevilla, la rosa más sevillana, el tifus se la llevó, ay la copla, fuera de tus redes, de la noche a la mañana. Quizás allí murió la última de tus debilidades, el trono ya había desaparecido del horizonte con el maldito duelo en el que el Duque, ay don Antonio, mató a todo un infante, adiós al trono, adiós Mercedes, adiós poco a poco a tus hijos, adiós a la ambición de reinar de vuestro esposo que os dejó viuda en 1890. Eran tiempos de Restauración. Y su Alteza, grande hasta la muerte, tuvo la grandeza de donar, tres años después, el jardín de su palacio a la ciudad. El parque de la ciudad, desde entonces lleva vuestro nombre. Qué menos. Años de rendir tributo a la ciudad con las esculturas de Susillo en la fachada de palacio, al final, Señora, no le hizo el monumento que merecía, y años de despedida. Llegó la muerte oficial en 1897 pero en el pueblo, no lo dude Alteza, permanecerá siempre viva. Su monumento de Pérez Comendador en la Exposición de 1929 cambió de sitio y fue reproducido en bronce, ser o no ser de nuevo, el original respirando el aire marino de Sanlúcar de Barrameda y la copia oliendo el aroma de las flores y cobijada por un ombú o zapote, una morera blanca y un almez.  Flores y plantas para contemplar, ensimismada como tu ciudad adoptiva, las flores que se os murieron en vida. Son la vida que os mantiene en la eternidad de la ciudad. Rincón recogido de vuestro y nuestro parque, medido, con la medida perfecta de la hermosura que no se marchita. Porque, lo dijo Neruda,

Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.

9.3.15

LUISA ROLDÁN



Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.

(Rafael Alberti)

En la pila de Santa Marina, aquel día de septiembre de 1652, bajo aquella bóveda de ladrillos geométricos de los cielos que poco viviste, eras la hija de Teresa y de Pedro. De Pedro Roldán, que hay apellidos que acaban revistiendo hasta el último de nuestros poros: una sangre con aroma a maderas perfiladas con gubias y escofinas por el gran maestro escultor. Pronto compartiste su pasión por el modelado, de la idea al trazo, del trazo al barro, del barro a la madera, de la materia al espíritu. Arte y creación primero en el taller de la calle de la Muela y luego en la collación de San Marcos. Allí conociste a Luis Antonio de los Arcos, nunca sabrás si el ángel bueno o malo que acabó raptando tu corazón. Como en el mito de Europa, también raptó tu cuerpo, con una escapada contra la voluntad de tu padre y una boda en secreto que sólo tu pasión podía justificar. Amor encendido fuera de toda lógica. Quizás el hombre menos indicado.  A quién le importaba… Luego llegó el traslado al barrio de San Vicente, en su parroquia se bautizaron y se enterraron tus cuatro primeros hijos, ángeles de los números, del 1 al 2, del 2 al 3, del 3 al 4… En 1687 marchaste a Cádiz, quizás como en el poema,  sola, en provincias de arena y de viento,  sin hombre, cautiva. Allí salieron de tus manos algunas de tus mejores imágenes, el Ecce Homo o los santos patronos. Parecía que tu carrera se encumbraría en Madrid: el título de escultora de Cámara del rey Carlos II o de Felipe V fue un papel mojado que apenas te permitía insinuar a los cuatro vientos que llegaste a pasar hambre, que tu marido moría y moría tu pasión,  que los pagos no llegaban, que el arte se escribía con minúsculas cuando acababa menospreciado… Puedo contarte que no es así. Tu obra, esparcida como en una cascada de serafines y querubines por todo el país, lo demuestra. Nacimientos de barro en Madrid, santos de Cádiz, el Nazareno que iba destinado al Papa y que hoy conmueve a las monjas de Sisante, la Dolorosa que mira al infinito en Puerto Real… Dime que te consuela saber que ya empiezan a reconocer tu delicadeza en el rostro de porcelana de la Virgen de la Estrella, que ven tu maternidad en las manos de la Virgen del convento de la calle Águilas, que ven tu arte en la Virgen con el Niño, barro eres y en barro te convertirás, que esconde el convento de las Teresas… Dime si en los ángeles del paso de los Caballos no están representadas las tenazas que intentaron amordazarte, los clavos que intentaron clavarte, las escaleras con las que quisieron alcanzarte… Avanzada a tu tiempo, muerta en el lejano Madrid de 1704, madre, mujer y artista, lejana tu casa, acompañada en tu vida por cohorte celestiales que hicieron de tu existencia un molde barroco de luces y sombras…
Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
Dímelo.