18.7.15

SANTA MARINA




El 18 de julio es fecha marcada en el calendario con negro de días laborables y rojo de dramática festividad. Día de paseos, que no paseíllos, por el arco de la Macarena y por la calle San Luis, la antigua calle Real donde tan dramáticas realidades se vivieron en aquellos días de verano de 1936. Día de fuegos abrasadores recordados en viejos muros mudéjares como el de la iglesia de su nombre. Portada ojival, ladrillos de recuerdo musulmán, leoncillos de piedra y santos irreconocibles. O sí. Allí llevada sentada siglos, compitiendo con las vírgenes fernandinas, viendo el tiempo pasar por el antiguo cardo de la ciudad, la arteria romana que atravesaba la ciudad de norte a sur. Allí espera para contar su historia a aquellos que la deseen oír. Es la leyenda de un señor que al enviudar, eran otros tiempos,  decidió entrar en un monasterio como monje. Tenía hijos y una de ellas, de nombre Marina, no quiso apartarse de su padre. Ese fue el motivo de su promesa solemne: se haría pasar por un hombre y entraría en el monasterio como el hermano Marín. Curioso transformismo medieval y sin televisión de por medio… Marina juró que nunca confesaría su condición de mujer para poder estar junto a su padre. El problema llegó a la comunidad algunos años después. En la puerta del monasterio, una mujer denunció que un fraile la había violado, lo que había motivado su embarazo. Sí, suena a culebrón televisivo, pero la acusación fue dirigida hacia la pobre Marina, la mujer que se hacía pasar por hombre siglos antes de la existencia de la monja Alférez. Una violación imposible. Como Marina había prometido no desvelar su identidad, aceptó la culpa, cargando incluso con el hijo fruto de aquella violación. Durante un tiempo lo cuidó a las puertas de la iglesia y los monjes, apesadumbrados por la escena, la volvieron a admitir, aunque siguieron pensando que el hermano Marín era un hombre. Cuenta la leyenda que, durante muchos años, Marina cargó con los trabajos más duros del convento. Hasta su muerte no comprobaron la verdadera condición de aquel monje, aquella mujer que durante años cargó con una culpa que no merecía. Es la historia que cuenta una mujer de piedra sentada con un niño ajeno a la entrada de una iglesia, junto a otras santas como Catalina, la de la rueda, o Bárbara, la de la torre. Un relato en el que suele pedir que no la confundan con Santa Margarita, ni con sus dragones legendarios y su protección a las embarazadas. Una historia que susurra cada 18 de julio. Un día en el que se agradece no volver a escuchar gritos de inocentes fusilados ni de dioses de madera quemados por la sinrazón de una guerra.  
             

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