30.1.07

CHAMPÁN



La política siempre te importó poco. Desde hace tiempo dejaste de creer en las siglas y creíste en las personas. Sólo las personas. Con su nombre y sus apellidos. Con su realidad. Con la grandeza de su vida. Por eso recuerdas aquel día como si fuera hoy.
30 de enero de 1998. Un día que probablemente no pasaría a la historia. Desde que te levantaste hiciste lo mismo que tantos otros días: dormir, trabajar, ir a una reunión, comer, ver a los amigos, jugar con tus sobrinos, descansar, hacer planes para la próxima semana... Y aunque la noche era fría, te permitiste llegar un poco más tarde a casa para tomar algo con los amigos. Siempre te gustó aquella zona, a los pies de la Giralda. Por la noche dejaba de ser centro turístico y se convertía en un lugar que te parecía familiar. Cientos de personas se reunían en torno a unas copas y hacían cosas importantes: charlar, reír, escuchar, amar... Ni más ni menos. El frío avanzó con la noche y fueron muchos los que comenzaron el regreso a casa. Entre ellos aquella pareja, dos personas más. No sabías ni su nombre pero nunca más volverías a verlos vivos. Subieron aquella cuesta por última vez. Sólo llevaban a cuestas el tesoro de su propia existencia. Dos sombras macabras le seguían los pasos. Al llegar a la esquina se acercaron a la pareja. Se oyeron varios disparos. El frío de la noche se manchó de la sangre de dos personas tendidas a los pies de la Giralda. Tú no sabías ni su nombre, qué importaba... La vida había terminado para ellos. Alguien que no creía en ella se la había quitado.
Recuerdas el día siguiente y sientes el mismo frío y la misma rabia. Habían matado a dos vecinos tuyos, ese día supiste sus nombres, y los de sus hijos. También te enteraste de su partido político y de sus cargos. Eso te importaba menos. Habían matado a dos personas. Con la rabia de cualquier ser humano, saliste a la calle y una lluvia fría te acompañó. Como cualquier persona te pusiste a llorar. Un llanto más entre miles de llantos. Un llanto de personas. Un llanto que alguien vio por la tele. Estaba a muchos kilómetros de tu ciudad. En una cárcel. Probablemente tuviera poco de persona. Cuando te vio llorar se echó a reír, él mismo dijo que tu llanto era su sonrisa y que si la cosa seguía así los suyos terminarían a carcajadas. Incluso pidió champán para celebrar tu llanto. Ya dijo alguien que el hombre es un lobo para el hombre...
Años después, abres tu almanaque y sigues sintiendo la fría lluvia de aquel día. Años después, el del champán sigue demostrando que no cree en la vida. Ni siquiera en la suya. Años después te siguen importando poco la política, los partidos o las banderas. Pero sigues creyendo en las personas. En las personas y en la vida. La que un día negro de enero le quitaron a dos inocentes de una larga y macabra lista...

22.1.07

23 DE ENERO. LA CARTA


Teresa nunca olvidaría aquella carta. Estaba fechada un día de enero, el 23 de enero del año del Señor de 1576. Años después, la santa de Ávila todavía cerraba los ojos y seguía oyendo aquellas duras palabras que escribieron los inquisidores sevillanos contra ella. Pudo olvidar el calor de aquella ciudad de Sevilla, pudo olvidar las dificultades, pero aquellas palabras resonaron en sus oídos hasta el día de su muerte. Una carta que escribieron los licenciados Páramo y Carpio y que, entre otras cosas, decía:
“Se ha recibido en este Santo Oficio las testificaciones contra esta Teresa de Jesús, fundadora de algunos monasterios de las monjas de las descalzas del Carmen, y contra Isabel de Santo Jerónimo, profesa de dicha orden en un monasterio que nuevamente han fundado en esta ciudad. Y por parecer doctrina nueva, supersticiosa, de embustes y semejante a los alumbrados de Extremadura, las remitimos para que mande lo que en ellas se debe hacer. (...) De todo esto se puede hacer cargo a Teresa de Jesús, que según entendemos (lo suyo) son embustes y engaños muy perjudiciales a la república cristiana... firmado en este Castillo de Triana a 23 de enero de 1573”. Nunca la olvidaría. Dos inquisidores la habían llamado supersticiosa y embustera, que Dios los perdonara. Pero decir que era contraria a la idea de Cristo fue algo que nunca entendió. Ella que había sentido a Cristo más cerca que nadie, que había vivido fuera de sí buscando una alta vida, quizás una vida a muchas distancia de tanta falsedad con la que tuvo que enfrentarse... Afortunadamente la gracia de Dios actuó y Teresa fue absuelta de aquellos cargos. Dos semanas más tarde, el Supremo Inquisidor aconsejaba olvidar las denuncias contra la santa de Ávila. Y Teresa volvió a estar libre de culpa a los ojos de los hombres. La carta debía ser olvidada.
Olvido difícil. Meses más tarde, Teresa seguía dándole vueltas a aquellas palabras. Había olvidado la pobreza de su primera casa en la calle Armas, había olvidado las cucarachas y las chinches del lugar, había olvidado las dificultades que le pusieron los carmelitas de la ciudad. Pero el calor y aquellas palabras no había cristiano que lo soportara. Por eso salio de su manos otra carta. A la priora de Valladolid le hablaba de Sevilla y sus gentes. Y no muy bien: “las injusticias que se guardan en esta tierra, la poca verdad, las dobleces... Yo confieso que esta tierra no es para mi. Con razón tienen la fama que tienen...”. Sevillanos del siglo XVI con fama de mentirosos, injustos e hipócritas. ¿De qué tendremos fama en el siglo XXI?

19.1.07

20 ENERO. SAN SEBASTIÁN















Hoy, 20 de Enero, aparece San Sebastián en nuestro calendario. Fue un soldado romano martirizado en el año 288, en tiempos de Diocleciano. Su sólida fe no acabó en su martirio, lo acribillaron a flechazos y sobrevivió, siendo sometido a un nuevo tormento. Su memoria no terminó con su muerte pues fue uno de los santos más populares, patrono todavía de muchos pueblos, motivo frecuente de la escultura renacentista por mostrar un desnudo e incluso santo y seña de homosexuales que hicieron de él un icono particular ya en el siglo XX. Sevilla le rindió culto desde hace siglos. El propio cardenal Wisseman lo colocó en papel protagonista en su novela Fabiola, junto a nada menos que San Pancracio, el santo de la calle Águilas. En su honor se edificó una ermita a las afueras de la ciudad, transformada en la parroquia de San Sebastián, iglesia mudéjar datable hacia el siglo XIV. La Iglesia dio nombre al prado vecino, ese inmenso ejido a las puertas de Sevilla según Santiago Montoto.
Tal día como hoy la devoción a San Sebastián se manifestaba en una masiva asistencia a la capilla del Prado. Asistencia que se veía simbolizada en la comitiva del cabildo catedralicio que acudía a la Parroquia del Santo. Nos cuenta Velázquez y Sánchez que el cabildo acudía con dos mulas con arreos encarnados, con dos grandes cajas dedicadas a guardar los ornamentos y objetos necesarios para la celebración. Una celebración con carácter de rogativa al protector contra las epidemias y con carácter fúnebre por la cercanía del cementerio que desde 1819 existió en sus cercanías.
La historia pasó por el Prado de San Sebastián añadiendo y quitando. En el entorno se construyó la Fábrica de Tabacos, se edificó el convento de Franciscanos de San Diego, se simbolizó el lado oscuro de la ciudad con la construcción del Quemadero de la Inquisición.
Paradojas de la historia. En el mismo lugar nació la Feria más universal de la ciudad, y allí se celebró todos los abriles durante más de un siglo. Incluso allí se situó un acceso peculiar, la Pasarela de hierro que durante unos años trajo las formas parisinas de Eiffel a la ciudad.
Con las progresivas desapariciones, el Prado llegó a convertirse en un camino hacia la nada que dijera Ferrand. Ya no existen los frailes dieguinos, ni pasan las cigarreras a las que les cantara Paco Palacios, ese personaje que propuso sembrar el Prado de San Sebastián de papas y comérselas aliñás... Hoy no hay canónigos en la Parroquia de San Sebastián, ahora sólo conocida por ser la sede de la Hermandad de la Paz.
Ironías de la historia. Si se monta en el autobús escuchará hablar de la Pasarela o del Prado a secas. Y ya no hay ni Pasarela ni aquello es un prado. Y es que la Sevilla oculta habita en muchas ocasiones sólo en nuestra memoria...

16.1.07

17 DE ENERO. ALMOHADES


17 de enero. San Antonio Abad en tu almanaque. Pero en tu almanaque interno has dado una vuelta por las murallas de tu ciudad. Las que quedan. Un día como hoy comenzó la historia de esos muros musulmanes de tu patria chica. Quizás un día como hoy comenzó el final de tu ciudad.
Era el año del Señor de 1147. Aunque para los seguidores de Alá era otra fecha. Sevilla, la Isbilia de los musulmanes estaba en crisis. Ese día llegaron unos nuevos salvadores que la convertirían en la gran capital del sur de la Península. Eran conocidos como almohades. Venían del Sur, como todos. Y tras atravesar el estrecho de Gibraltar, ocuparon Sevilla aquel día. Fue una llegada traumática: hubo muertes, conspiraciones, revueltas, subida de precios, dificultades...Un desertor de los antiguos almorávides, un tal Barraz, conquistó definitivamente Sevilla. Se iniciaba la última etapa musulmana de la ciudad. Posiblemente la que le dio cara a esa ciudad que hoy llamamos Sevilla.
Andas junto al Arco de la Macarena y haces memoria. Memoria de casi un siglo almohade. Y recuerdas que desde aquel día de 1147 aquellos habitantes del norte de África transformaron la ciudad. Reformaron los llamados Caños de Carmona, que curiosamente iban a otro pueblo; construyeron el puente de barcas que unía la vieja ciudad con el arrabal de Triana y que relacionaba la ciudad con las rutas comerciales del Oeste. En las cercanías del río realizaron las nuevas atarazanas de la ciudad, el lugar de fabricación y reparación de barcos que después aprovecharía Alfonso X. La lista no termina. El recinto de la Buhayra, con su jardines y con su leyenda; las nuevas murallas de una ciudad más grande, el nuevo alcázar… Pero nada tan importante como el gran símbolo de la ciudad: una nueva mezquita mayor a la que dieron una torre como alminar que conoces como Giralda. Acababa el siglo XII. Todavía les dio tiempo a crear otro símbolo. Fue a comienzos del siglo XIII, junto al río: una torre albarrana que conoces como Torre del Oro. Y cuando andas junto a la barbacana de la vieja muralla te parece que aquellos almohades comenzaron a construir tu ciudad aquel día de enero de 1147. Por eso lloraron tanto su pérdida cuando llegaron los cristianos…
No puedes evitarlo. Has comprado el periódico y ves que se sigue hablando de patrias, de ciudades, de naciones y de cosas extrañas. Y no puedes olvidar el lamento de aquellos almohades cuando tuvieron que abandonar tu ciudad. Decían así: “Tú que permaneces indiferente: el destino te está llamando y, si duermes, esta época va a vapulearte. Alegre y confiado, su mismo país la olvida, pero, ¿puede tener patria el género humano después de haber perdido Sevilla?”

16 DE ENERO. CARTUJOS


- “Hermano, morir tenemos.
- Ya lo sabemos.”

Estas fueron las únicas palabras que se oyeron aquel día. Hasta la noche, aquellos cuatro frailes no volvieron a hablar. Tenían que poner en funcionamiento su nueva casa, la casa de los Cartujos en Sevilla.
16 de enero de 1400. Vestidos de blanco y en silencio absoluto se establecían los cartujos en Sevilla. Hubo quien los conoció como los “tres Juanes”: Juan Carrillo, Juan Madrigal y Juan de Soria. Junto a Fray Toribio de Madrigal llegaron muy temprano a aquella pequeña isla. El lugar les gustó. Aislado y silencioso. Mucho mejor que aquel castillo de San Juan de Aznalfarache, el lugar del que venían. Alguien les comentó aquel día que aquella pequeña capilla estaba rodeada de cuevas y que la humedad era un problema de la isla. A los frailes no les importó. Venían de tierras del Norte, del Paular de Segovia y allí sí que hacía frío. Por eso aquel día se sintieron cuatro hombres felices.
El protocolo de entrega fue rápido. La ciudad no estaba para grandes fiestas: todavía se enterraban muertos de la gran epidemia de peste del año anterior. El arzobispo Gonzalo de Mena, presidió una ceremonia sencilla. De aquella isla se marchaban varios hermanos franciscanos con destino a San Juan de Aznalfarache. El fundador de la hermandad de los Negros les agradeció a todos su colaboración en el acuerdo. Se iba la austeridad franciscana y llegaba el silencio cartujo. Silencio Blanco para la isla de las Cuevas.
Como recuerdo, los frailes franciscanos entregaron a los cartujos la imagen de una Virgen. Les contaron una leyenda antigua contaba que se había aparecido de forma milagrosa en aquellas cuevas. Alguno de los cartujos no pudo contener la emoción y, aunque con escasa palabras, agradecieron aquella imagen que titularían como Santa María de las Cuevas. Se iniciaba un largo día. Se iniciaba una larga historia. No sabían aquellos frailes que aquel sería un monasterio importante: allí pintaría Zurbarán y allí haría imágenes Juan de Mesa, allí se enterraría un tal Cristóbal Colón y allí entrarían los franceses, allí se harían piezas de loza y allí habría una exposición universal. Nada de eso imaginaron aquellos cartujos aquel día. Se iniciaba un día de silencios blancos, algo que cinco siglos más tarde sería otra cosa...
Ora et labora. Al terminar aquel día de enero de 1400 los blancos muros volvieron a escuchar una única letanía. La letanía de los cartujos:
- “Hermano, morir tenemos.
- Ya lo sabemos...”

10.1.07

10 DE ENERO. LA REGLA


Dicen algunos que aquel 10 de enero de 1664 murió don Juan Tenorio. En cierto modo es verdad. No sabemos si Don Juan existió pero conocemos el cambio que se produjo en el Tenorio de la Sevilla de aquella época: Don Miguel de Mañara y Vicentelo Vázquez de Leca. Dicen que fue un vividor, un niñato con dinero de su época: juergas, amoríos, mujeres, juegos... Vivía en un palacio heredado de sus padres en plena judería, con unos mármoles en su portada que eran la envidia de la ciudad. Pero todo acabó aquel frío día de enero, en una sala del Hospital de la Caridad, aquel lugar donde enterraban a los que tenían nada o a los que se ahogaban en el río. Pero a Miguel de Mañara aquello le parecía poco: en Sevilla había muchas más necesidades. Por eso revolucionó aquella hermandad.
Don Miguel apareció en aquella sala vestido de negro, con el escudo de Calatrava en su hombro y con un aire de iluminado. Delante de una mesa cubierta con un terciopelo negro y con una cruz sobre un corazón ardiente pidió silencio a los asistentes. Un enfermero de la hermandad le ayudó. Cuando el silencio se hizo en la sala, Mañara comenzó a leer los nuevos objetivos de la hermandad “ Nos los hermanos de la Santa Caridad, al ver que muchos de los pobres que enterramos mueren por no tener donde recogerse en el invierno y, movidos nuestros corazones a lástima de ver padecer a nuestros hermanos, disponemos y determinamos que se haga un hospicio para que , ya que no tienen lo que nuestro amor les desea, gocen siquiera e lo preciso y necesario para pasar la vida” Aquello suponía un cambio radical en la hermandad. En la sala hubo susurros y quizá alguna queja. Pero Mañara volvió a dirigirse a los hermanos, con unas palabras que impactaron a los presente: “Recordad hombres, que polvo sois y en polvo os convertiréis. Es la primera verdad que ha de reinar en vuestros corazones: polvo y ceniza, corrupción y gusanos, sepulcro y olvido. ¿Qué importa hermanos que seáis grandes en el mundo si la muerte os ha de igualar con los pequeños?”. La frase resonó en el frío del ambiente. Y ya nada fue igual. Desde aquel día los hermanos de la Santa Caridad atendieron a los pobres de una ciudad que vivía momentos de miseria. El propio Mañara salía a recoger a los pobres personalmente, primero les besaba las manos, luego los cogía en brazos, después les curaba las llagas y les llevaba los pies. Todo desde aquel discurso. Y así hasta su muerte.
Aquel 10 de enero quizás murió don Juan pero nació la Caridad con los pobres que vivían en la calle. Cuatro siglos después no sabemos si existe don Juan, pero sigue habiendo pobres en la calle o en los cajeros de banco pasando frío. Y muchos temen que cualquier niño de papá de nuestros días quizás se entretenga metiéndoles fuego...

8.1.07

9 DE ENERO. EL GRIEGO


Andando por la calle Relator en días como hoy pensarás que hay cosas que nunca cambian. Una calle que tiene el mismo nombre desde hace siglos, el de una persona que relataba las historias de la ciudad. Y en la esquina con San Basilio recordarás un personaje olvidado. Era griego. Vivió en Sevilla hace siglos. Y dio nombre a muchas cosas...
Día 9 de enero. Corría el año del Señor de 1593. Sevilla era un centro de recepción de extranjeros: francos de Francia, placentines y genoveses italianos, alemanes del Sacro Imperio... Y en la calle Feria un griego que quiso traer a los frailes de su patria. Se llamaba Nicolao Griego Triarchi y aquel día de enero cedió sus casas de Omnium Sanctorum para edificar un convento. Sólo puso como condición que estuviera dedicado a San Basilio el Grande y que fuera enterrado en la capilla mayor. Fue el día en que los frailes basilios se asentaron en Sevilla.
El primer prior se llamaba Bernardo de la Cruz y aquel día comenzaron las obras de la que sería casa de San Basilio, unos monjes de negro y con cruces sobre el pecho que vivirían allí durante siglos. Aquel griego cumplió así una promesa que hizo cuando escuchó un escrito de aquel santo: “óyeme cristiano que no ayudas al pobre: eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al hambriento”. Hoy piensas que son palabras que nunca cambian. Y en la esquina de Relator recordarás que aquel griego dejó en su testamento el encargo de un retablo que hizo Francisco de Herrera el Viejo: San Basilio, su hermana Santa Macrina, los frailes de la orden... Algunos cuadros todavía se conservan en el Museo. Pero si recuerdas algo de los basilios, es que allí se fundó pocos años más tarde la hermandad de la Sentencia, la hermandad de la Macarena. Frailes griegos que se hacían definitivamente sevillanos. No podía ser menos en el barrio de la Feria...
Pasó el tiempo y la hermandad se fue a San Gil Pero los basilios siguieron allí durante siglos. Su casa la perdieron en el siglo XIX, en tiempo de desamortizaciones, pero aquello siguió siendo San Basilio. Lo recuerdas como almacén de madera e incluso como café cantante de dudosa reputación Ya lo decía tu abuela: “cuidado con ésa, que va al San Basilio...”
Cuando hoy pases por Relator volverás a acordarte del griego. Porque hay cosas que después de cuatro siglos si cambian. Allí ya no hay frailes pero sí un templo protestante. Si aquel griego levantara la cabeza quizás alguien hoy le recordaría a Basilio como un cantante, a Grecia como el lugar de los yogures y a un griego como algo muy diferente...