30.12.06

31 DE DICIEMBRE. RELOJES

Decía Quevedo que llevamos la vida en traje de reloj como mayor enemigo. Próximo el fin de año, muchos son los relojes que en esta ciudad van marcando el pasar de nuestro tiempo.
En el costado de la Parroquia de Omnium Sanctorum queda un reloj de sol donde sólo es la sombra la que actúa sobre el ladrillo encalado. Nada que ver con otros lugares, muchos, en plazas grandes, con termómetros que sirven de portada segura algún día de agosto sin noticias.
Hay en Sevilla relojes cargados de leyenda. Desde la calle Santa Clara mirando hacia San Lorenzo, hacia uno de esos cielos que no perdimos, se encuentra uno. Es el reloj de la parroquia que, según la leyenda, sirvió a alguien para identificar dónde estuvo a punto de ser sepultado.
También hay relojes cargados de historia, medidores del tiempo de la ciudad. El ejemplo más claro es el que está más alto. Se trata del reloj de la Giralda, una obra diseñada por Fray José Cordero que desde 1781 marca el latir de la ciudad desde suposición en la Giralda. Precisamente la Giralda fue el grabado que mandó hacer Sanchís en unos relojes para la Exposición de 1929. Fueron un fracaso. Sin embargo, fueron un éxito esas cinco esferas que Longines colocó en la relojería El Cronómetro, una de las señas de identidad de la calle Sierpes. Fueron colocadas en 1922 y sustituyeron a un antiguo escaparate, otra joya oculta, que se trasladó a la tienda de ultramarinos El Reloj, en pleno barrio del Arenal. Otra joya que en los últimos tiempos nos han redescubierto unos publicistas extranjeros.
En fin, relojes que nos marcan el paso de los años. Algunos incluso nos recuerdan a la Puerta del Sol de Madrid. Sitúese en Santa Catalina, junto al Archivo Histórico y lo comprobará.
Pero el reloj más sobrecogedor no anda ni se para. Tiene más de 300 años. Vaya al Hospital de la Caridad y observe. Allí, desde un cuadro de Valdés Leal, Miguel de Mañara nos mira fijamente. Un enfermero nos manda guardar silencio. Al fono el reloj más impresionante. Es un reloj de arena. A su lado aparecen una calavera y un búcaro con tulipanes, una vanitas barroca que nos habla de la brevedad de la vida y de lo efímero de las glorias humanas.
En estos días de bullicio, los relojes de la ciudad nos hablan del paso a un nuevo año. El reloj de Valdés Leal nos habla en los mismos términos que Quevedo: “La vida nunca para / ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara...”
Feliz Año Nuevo.

24.12.06

25 DE DICIEMBRE. PAPÁ NOEL




¡Papá Noel ya está en Sevilla! ...Bueno, la verdad es que ya lleva aquí tiempo; incluso tiene casa propia, cerca de la Alfalfa. Digo yo que será por eso que en estas latitudes se le espera menos: sólo hay que esperar al lunes siguiente para volver a verlo en su lugar... Y además sin barba blanca, ni tan gordo, ni vestido de rojo, ni metiéndose por las chimeneas, que aquí son pocas y perdidas entre los adosados del Aljarafe...
Ustedes dirán que me equivoco, o que hoy es el día de los Inocentes, o que ya me he pasado con el aguardiente en una más de las comidas de estos días...Nada de eso. Hablamos del verdadero Papa Noel, el sevillano, el San Nicolás de la iglesia de la judería.
Allí lo podemos ver los lunes en una pequeña vitrina, casi de juguete, entre las velas que les ponen sus devotos. Allí está San Nicolás, un obispo turco que nació en el siglo III y cuya figura desvirtuó el paso del tiempo. Cuenta la historia que luchó contra herejías, como la arriana, y que fue un hombre devoto y generoso, muy querido por las gentes de su época. Pero a partir de aquí, casi todo entra en el terreno de la leyenda. Una de estas historias refiere que Nicolás hizo un milagro espectacular. Un carnicero mató a tres niños, los descuartizó y los echó al saladero de cerdos para venderlos como carne. Milagrosamente Nicolás actuó pudiendo recuperar los cuerpos y dándoles de nuevo vida. Por eso podemos ver a nuestro santo en otros lugares de la ciudad con un caldero a sus pies y tres niños. No se asusten, no era ni canibalismo, ni un remedo de las películas de Tarzán....
Otra leyenda afirma que durante tres días arrojó monedas de oro desde sus casa para salvar de la prostitución a tres doncellas que no tenían dinero...quizás por este gesto, quizás por ser su fiesta en diciembre, se asoció pronto con la navidad y con algún dios de origen nórdico. Y el obispo turco se conoció como Nicola, Nicolaus, Santa Klaus o el papá Noel que tanto nos suena en estos días...
A mi me parece un santo maltratado por el tiempo. En el año 1087 marineros italianos robaron su cuerpo y lo trasladaron a la ciudad de Bari. Desde allí se expandió su culto por Europa, quizás fueran italianos los que lo trajeron a Sevilla. En Centroeuropa acabó convertido en un personaje milagroso que llevaba los regalos por el cielo. Pero lo peor estaba por llegar. La marca Coca Cola lo engordó, lo disfrazó de blanco y rojo, le puso barba blanca y un gorrito de dormilón. Y puso dar grititos a todo un obispo de la antigua Asia Menor...
En los últimos días un estudio de su cuerpo realizado por la Universidad de Manchester afirma que era moreno, calvo, de nariz chata y mandíbula pronunciada. Qué quieren que les diga... Yo me sigo quedando con el obispo de la urnita que vemos todos los lunes en su iglesia de san Nicolás...

FELICIDADES

20.12.06

19 DE DICIEMBRE. LA DESGRACIA


Era una frase que tu abuela repetía mucho: “Mira hijo, que las desgracias nunca vienen solas”. A ti aquello te sonaba a fatalismo, a la cantinela de los años del hambre, a las ideas de una abuela con la cabeza perdida...a muchas cosas. Pero aquel día de diciembre comprendiste a tu abuela.
19 de diciembre de 1961. Ya había pasado casi un mes desde la inundación, pero a ti todo te olía igual. Olor a humedad en tu casa, en tus muebles, en las comidas, en la calle. Hacía casi un mes que el Tamarguillo se desbordó, pero la ciudad seguía oliendo a humedad. Nunca lo olvidarías Llovía poco pero en los días anteriores no había parado. Y el viejo río no pudo más. No serían ni las cuatro de la tarde cuando la ciudad comenzó a inundarse. Y desde ese momento viste de todo. Barcas en la Alameda, troncos arrastrados junto al Arco de la Macarena, niños sacados a hombros por sus padres, colas para comer con el plato en la mano. Y agua, agua por todas partes. En tu casa dio tiempo a quitar de enmedio lo justo y cuando el agua entró ya estabais en la azotea. Pero el agua llegó a muebles y a ropas, a los recuerdos de toda una vida y a tu talega de bolas de cristal. Todo se perdió. Y tu abuela que no dejaba de repetir la dichosa frase...
Menos mal que alguien subió a la azotea la vieja radio familiar, la banda sonora de todos los días, con sus canciones dedicadas y las coplas de tu abuela, con el parte que se oía a todo volumen y con aquellas cosa raras que nadie se atrevía a oír de una nosequé pireanica...
Aquella radio acompañó los difíciles días de la inundación. En ella seguiste aquella Operación Clavel que solucionaría vuestros problemas, la voz de aquel Bobby Deglané que parecía de la familia.
Y el día llegó. Recuerdas que te vistieron con lo mejor que tenías y te llevaron a las afueras. Había que recibir a la primera caravana de ayuda. Todo era alegría. Viste a tus vecinos con pancartas e incluso recuerdas un cartel que decía algo así como que el Tamarguillo era chiquito pero matón. Nunca habías visto tanta gente junta y tanta ilusión. De pronto los gritos acabaron con tanta alegría. No sabías muy bien que pasaba pero comenzó un trágico desfile. La avioneta que te había entretenido antes se cayó sobre la multitud y aquello pareció el infierno que te contaban en la Iglesia. Aunque tu padre te cogió en brazos y te sacó de allí, te dio tiempo a ver mucha sangre, muchos lloros y mucha gente por el suelo. La alegría se había transformado en tragedia. Luego supiste que murieron 24 personas y que hubo más de 100 heridos. La Operación Clavel se había convertido en una tragedia. Fue el día 19 de diciembre de 1961. Fue el día que comprendiste que las desgracias nunca vienen solas...

17.12.06

19 DE DICIEMBRE. LA ESPERANZA


Como se acerca tu día, volveré a verte un año más. Me acercaré a tu casa para besarte y, un año más, me quedaré sin palabras. Mirarte a la cara me costará; será un esfuerzo, pero al mismo tiempo no sabré hacer otra cosa. Y tu cara me acompañará el lunes, y el martes, y el resto del año...
Un año más, no sabría decir cuál es tu edad. Alguien me contó que andabas por los diecinueve pero en tus ojos hay mucho tiempo, mucha alegrías y muchas penas, pero sobre todo muchas esperanzas. Esperanza de siglos.
Creo que llegaste a esta, tu tierra, en los años finales del siglo XVII, aunque en eso nadie se pone de acuerdo. Unos dicen que naciste de manos de una mujer, otros que de un artista desconocido, otros que de unas manos triunfadoras. La cuestión es que te fuiste a vivir cerca de la antigua muralla, entre huertas y gentes sencillas que vieron en ti un motivo para seguir existiendo. Llegaste y te pusieron un nombre antiguo. El nombre de los salmos que se rezaban en la catedral de Toledo para anunciar la llegada del Niño Jesús. O Sabiduría, O Vara de David, O Enmanuel, O Esperanza Nuestra. Aunque tanto te identificaste con tu barrio que, al final, os transformasteis en la misma cosa.
Cuando hoy te vea volveré a comprender por qué te quisiste transformar en madera. Madera en el rostro, madera en las manos y un simple candelero para que tus devotos te vistieran de Reina en las alegrías y de mujer de Jerusalén en las Penas, que de todo has vivido. Mirándote a los ojos volveré a comprender que las cosas importante no se pueden explicar, que todo en la vida tiene muchos matices. No sabré si ríes o si lloras, si levantas una ceja o es que relajas la otras, si tus lágrimas terminan o empiezan. Alguien me dijo que la fe era creer en tanta belleza. Y puede que no le faltara razón....
Sentado en tu casa, llena de invitados, como siempre, recordaré muchas historias que alguna vez se inventaron en tu barrio de la Feria: que si te quisieron cambiar por un reloj, que si un borracho te tiró un caso de vino, que si te quisieron vestir de republicana en 1873... Pero tú sabes que haz vivido historias que no son invenciones: todavía recuerdas cuando te metieron en un cajón de madera para huir del maltrato de la incultura, y tu escondite en un refugio, envuelta en sábanas mientras tus hijos se mataban unos a otros. Tampoco olvidarás cuando murió aquel torero que tanto te quiso y te vistieron de negro, un luto que te recordó la muerte de la Jerusalén de hace dos mil años...
Pero también has conocido glorias, y coronas y pregones, y sobre todo confesiones de tu gente. La gente que hoy, entre verdes, bordados, risas y llantos comenzaremos a vivir un tiempo de espera. Y junto a San Gil volveré a comprender aquello de que la Esperanza es el sueño de los que están despiertos.

13.12.06

13 DE DICIEMBRE. LUCÍA


“No hay más ciego que el que no quiere ver”. Es una frase que siempre te repitió tu padre, la recuerdas desde que tienes uso de razón. En el fondo siempre te ayudó a seguir viviendo.
Hoy 13 de diciembre la has recordado especialmente. No te ha hecho falta abrir tu almanaque. Es tu día, Lucía, y el día de los tuyos. Y como con tantas cosas de la vida, no te ha hecho falta mirar a otro sitio.
Con tu bastón blanco has ido muy temprano, como todos los años, a ver a la santa que te protege. Si, he dicho bien: a ver. Este año no fuiste a la vieja parroquia de Santa Catalina. Está cerrada, aunque al pasar por su puerta tocaste con tus manos un frío azulejo que te recordó a la santa. Has ido algo más lejos. A la Parroquia de San Román. Tras pasar por la nueva puerta de la vieja iglesia mudéjar te has sentado a los pies de la nave. Allí está la imagen de la santa. No has necesitado verla. Pero si has oído una hermosa historia. Alguien te la ha contado al oído.
“Esta santa es titular de una hermandad de gloria. Humilde pero muy devota. Cuentan los viejos del lugar que se fundó allá por 1931, en la Parroquia de San Julián. Tuvieron mala suerte. La iglesia fue quemada y la imagen primitiva se perdió. Pero aquellos primeros hermanos se fueron a Santa Marina, donde encontraron una nueva imagen. Cosas del destino. En 1936 volvió a arder. Y a la tercera fue la vencida. Alguien les contó que en Santa Catalina había una hermosa imagen de la santa. Dicen que venía de un convento de monjas mínimas. Y allí se estableció definitivamente la devoción a la santa italiana...
- ¿Sabe usted su historia?
Asentiste, pero a aquella voz pareció no importarle...
“Lucía fue martirizada en Siracusa, en tiempos del Emperador Diocleciano, en el año 304. Dicen que fue un pretendiente despechado el que la denunció. Y que las torturas fueron terribles. Intentaron violarla y la arrojaron a las llamas. Pero como no murió, acabaron atravesando su garganta con una espada. Pero la parte más dura de su historia se contó mucho más tarde. La propia Lucía se arrancó los ojos y se los envió a aquel pretendiente que la denunció...” Y allí estaban, delante tuya, una espada y unos ojos en una bandeja de plata, en un rincón de una parroquia de Sevilla...
Conocías la historia, pero te siguió pareciendo cruel y hermosa. Aquella voz te contó que Lucía viene de Lux, y que en el Norte de Europa hay jóvenes que la recuerdan en una procesión con cirios que anuncia la cercanía del solsticio de invierno.
Has recordado la belleza de esta historia mientras andabas por la calle. Y un día 13 de diciembre has comprendido, una vez más, la frase que alguien puso en la boca de un niño: “En este vida, lo esencial es invisible a los ojos”

11.12.06

12 DE DICIEMBRE. EL "VENENO"


Se llamaba José Rojas pero hacía tiempo que nadie lo llamaba por su nombre. Eso pensó aquella noche de diciembre, la peor noche, la última de su vida. Aquella noche, José, conocido por todos como “El Veneno”, supo que a la mañana siguiente sería ajusticiado en la Plaza de San Francisco.
12 de diciembre de 1832. El frío de finales otoño tocaba cada uno de los huesos de un temible bandolero que aquel día recordó los fríos de su infancia en Estepa, su pueblo natal. Aquella noche tocaba hacer memoria y “El Veneno” la hizo. Fueron muchos años al lado de José María el célebre “Tempranillo”, el bandolero más temible de todos los tiempos. Aquella noche recordó robos, asaltos, huidas y asesinatos. Días de gloria y de pasión. Una vida de violencia a la que llegó su fin cuando lo detuvieron aquellos escopeteros. Demasiados para un hombre solo. No había salida para él. Aquel día supo que su última noche estaba cerca. Y ya había llegado.
En el frío de la memoria El Veneno recordó que había intentado escapar de la sentencia colaborando con las autoridades. Lo que muchos llamaban traición: denunciar a sus propios compañeros. Pero aquello no le sirvió para lograr el perdón. La Regente había firmado el indulto de sus compañeros unos meses antes. Pero el suyo no. Y si no llegaba una carta urgente, aquella noche sería la última. Y la carta no llegó.
Por eso, al amanecer, El Veneno recibió la visita de un cura. Él no creía mucho en aquello, pero no pudo evitar contarle que la traición a sus amigos era lo que más le dolía. Incluso besó el crucifijo con aire de arrepentimiento. Momentos más tarde, dos soldados le cambiaban de ropa. El Veneno estrenaría una ropa nueva, amarilla, un signo de la gravedad de sus delitos.
En su camino a la ejecución El Veneno recordó los frío de Sierra Morena. Nada que ver con los fríos de aquella plaza de San Francisco. Cientos de personas se congregaban alrededor de la tarima. El Veneno llegó a imaginar cómo clavaba su navaja cada uno, cuello a cuello. Eso calentó algún rincón de su cuerpo. Cuentan que apenas se inmutó cuando lo sentaron delante de su verdugo. Fueron muchos los que lo llamaron asesino cuando le colocaban la capucha. Hasta que se hizo el silencio. Una vuelta de tuerca, otra más y un grito final. Traquea rota y muerte en el acto. El garrote vil acababa con la vida del más cruel bandolero.
Al día siguiente sus cuerpo fue despedazado y esparcido entre Arahal y Morón, los lugares donde mas crímenes cometió. Dicen que un viento helado dispersó sus restos. Dicen que aquel día de diciembre murió el último bandolero.

4.12.06

4 DE DICIEMBRE. LA MANIFESTACIÓN


Por fin llegó el día. Tu padre se había llevado toda la semana dándole vueltas a aquella bandera blanca y verde, con un leoncito y un señor forzudo que a ti te llamaba la atención. Hércules, o algo así, te dijo tu padre que se llamaba. El verde y el blanco no eran tus colores, pero la verdad es que tú tenías ganas de sacar aquella bandera a la calle. Y el día llegó...
4 de diciembre de 1977. Te levantaron temprano. Te pusieron el dichoso abriguito marrón de los domingos. Tu padre cogió la bandera y pronunció aquella extraña palabra: manifestación. Tú no sabías muy bien que significaba aquello, pero pronto te diste cuenta que aquello sería divertido. Camino del Prado aquello prometía. Miles de personas que llevaban banderas como la tuya, gente mayor, gente joven y muchos niños como tú. Con tu hermanos y tus padres te metiste en medio de aquella marcha y pronto comenzaste a sentirte mayor, aunque no sabías porqué. Se andaba muy lentamente y se oían gritos, como en el fútbol. Lo que pasa es que aquí no sabías que significaba eso de autonomía o eso de libertad, pero tanta gente dando gritos te divertía mucho. Hacía tiempo que no veías a tu padre tan entusiasmado.
Andabais despacio. Pasasteis por la Avenida y parecía que la gente cada vez estaba más apretujada, tanto que tu padre te cogió en brazos. Al llegar a la confitería Filella los gritos aumentaron. En la esquina de tus dulces de Semana Santa alguien había sacado una bandera que no debió gustar a los demás y empezaron a oírse muchos insultos, muchas de esas palabras que tu padre no te dejaba decir. No entendías nada pero recuerdas que hubo empujones, más gritos, policías e incluso que alguien quemó una bandera. Un grupo llamaba fachas a los de la bandera roja y azul y tú seguiste sin entender nada. Aunque tu padre quiso mantener la calma, viste en su cara que algo malo estaba pasando. Pero la cosa no pasó de ahí. La marcha siguió andando y al llegar a la Plaza Nueva viste a un señor con chaqueta de pana y gafas de pasta negra asomarse a un balcón. Alguien mencionó la palabra Guerra y aquel señor habló de unas cosas raras: el paro, la industrialización o la situación del campo. Por supuesto que no entendiste nada pero a la gente debió gustarle aquello porque todos movían sus banderas blancas y verdes y gritaban aquello de ¡Andalucía, Andalucía!. Y tú no fuiste menos. Porque la mejor bandera era la tuya.
Cuando acabó aquello, camino de tu casa, te sentiste importante. Casi treinta años después todavía recuerdas aquel día de diciembre de 1977, un día de banderas en cual comenzaste a ser mayor...

27.11.06

28 DE NOVIEMBRE. EL HEREJE


La tarde de aquel 28 de Noviembre Juan Antonio de Medina recibió una última visita en su celda. Corría el año del Señor de 1693. En una fría celda del castillo de San Jorge, aquel portugués residente en Utrera combatía como podía la humedad del Guadalquivir. Un siniestro fraile dominico le repitió tres veces la misma pregunta:
¿Abandonas tu fe judía y abrazas la auténtica religión cristiana?
El portugués no respondió. Y la sentencia se hizo firme. Condenado por hereje judaizante. A la mañana siguiente tuvieron que atarlo con una soga para montarlo sobre un burro. Ya le habían puesto el sambenito, una larga tela con llamas que parecía prever el destino de aquel viejo hereje. No iba solo. Le acompañaban otros condenados por la que llamaban Santa Inquisición.
El trayecto fue largo. Los reos iban montados en burros, unos callados, otros gritando, otros blasfemando. En la Plaza de San Francisco se confirmó la condena, en medio de un numeroso público. La gente no cabía en las gradas de la plaza. Pero el portugués hereje siguió callado. De nada le importaron los requerimientos de unos frailes que se cruzó a la altura de las Gradas de la Catedral, frente a un puerta que llamaban del Perdón. Perdón, ¿para quién?. La comitiva de condenados paró unos momentos junto a la Giralda. Algunos clavaron sus miradas en una vieja pintura, la de un Cristo que portaba la Cruz al revés. Lo llamaban de los Afligidos. Algunos dicen que allí se produjo la conversión. Y que el viejo hereje abrió su corazón. Pero nadie le creyó. La comitiva continuó su camino hacia las afueras, entre hábitos negros y blancos, entre los llamados perros del Señor. Pasaron la muralla. Y llegaron al viejo Prado de San Diego donde ya estaba preparado el cadalso de madera. Un verdugo comenzó la macabra puesta en escena. Primero encender la hoguera. Luego preguntar al condenado si abjuraba de su religión. Y Juan Antonio de Medina habló por fin, entre gritos y sollozos:
- Déjenme vivir. Abrazaré la auténtica religión cristiana.
Nadie le creyó. Y lo arrojaron al fuego. Dicen que se desató hasta tres veces y que entre lloros salía de las llamas. Después de muchos forcejeos, un soldado le dio un golpe con su arcabuz que lo dejó inconsciente. Su cuerpo fue arrojado al fuego. Serían las cuatro de la tarde. Todavía se oían algunos gritos de los asistentes llamando marrano al viejo judío. De él no quedó nada. Hasta el día siguiente estuvieron esparciendo sus cenizas por el viejo Prado de San Sebastián. Era el año del Señor de 1693.
Siglos después hay quien sigue oliendo a cenizas de muerto por el antiguo Prado. Siglos después, hay quien ve el reflejo de las llamas en la antigua Audiencia y hasta quien oye lejanos gritos de un viejo hereje...

21.11.06

22 NOVIEMBRE. LA RIADA


Cuentan las crónicas que aquel año, el día 22 de noviembre cayó en miércoles. Año del Señor de 1595. Todavía reinaba su católica majestad Felipe II, aquel rey bajo cuyos dominios nunca se ponía el sol. Sevilla era el centro del mundo. Y el centro de ese centro era su río, la vía de entrada del oro y de la plata, pero también la vía de entrada de epidemias, de ladrones y de riadas. Aquel miércoles 22 de noviembre fue inicio de una gran riada. Los más viejos del lugar no recordaban una lluvia tan intensa. Tanto creció el agua que, ocho días más tarde, día de San Andrés Apóstol por más señas, el agua llegó a una cruz que estaba a los pies del castillo de San Jorge. Era el castillo de la Inquisición. Allí se encerraban los miedos de los presos. Pero esta vez el miedo se acercó por fuera. Dicen que incluso pararon por unos días los potros de tortura y que más de un preso vio el agua como una señal divina del cielo que iba a acabar con sus penas. Triana estaba inundada. Pero no sólo Triana. Cuentan las crónicas que también creció el Tagarete, el otro río de la ciudad. Sus aguas entraron en la ciudad, por la Puerta de Córdoba, por la Puerta del Sol y por la puerta Osario. De nada sirvieron los tablones, ni el cierre de puertas. No era la primera vez ni la última. Y algunos tuvieron que abandonar sus casas. Los cartujos, habitantes de esa isla tan castigada por el agua tuvieron que abandonar, una vez más, su monasterio. Como el día de San Andrés todavía no habían bajado las aguas, en Triana decidieron sacar a su patrona, la señora Santa Ana. En unas andas, en medio de la piedad popular y de un impresionante silencio, la imagen fue llevada al Altozano. Y cuentan las crónicas que allí se produjo el milagro. Al llegar la vieja imagen medieval a la altura de las aguas fue Dios servido que las aguas comenzaron a menguar. Ese mismo día, los frailes carmelitas descalzos del colegio del Ángel, llamado de la Guardia por el cronista y hoy conocido como el Santo Ángel, salieron también en procesión de rogativas. Impresionaba verlos. Cubrieron sus cabezas con cenizas, en señal de penitencia, se amordazaron las lenguas y ataron sogas a sus cuerpos. Parecía Cuaresma en pleno mes de noviembre. Una procesión que impresionó a la ciudad. Tanto, que al regreso eran muchos los que acompañaron el silencio de los frailes. Y dicen las crónicas que Dios se apiadó de la ciudad gracias a estos benditos frailes y gracias a la intercesión de la señora Santa Ana. Y las aguas volvieron en poco tiempo a su cauce. El lunes 4 de diciembre volvió definitivamente el río a su madre y cuentan que la ciudad pudo dormir tranquila. Así llegó la historia a mis manos. 410 años después, así se la contó un servidor.

20.11.06

21 DE NOVIEMBRE. UN DÍA SIN COLEGIO


Realmente aquella mañana fuiste un niño feliz. Y mira que no entendías nada de lo que pasaba alrededor. Viste rezos, lloros, alegrías disimuladas, miradas de incertidumbre... Vamos, de todo. Pero tú apenas comprendías nada. Sólo que aquella mañana no tuviste colegio.
21 de noviembre de 1975. Un día raro para ti. Cuando te llamó tu madre por la mañana te diste cuenta de que era un día diferente. Desayunando se mezclaron en la familia muchos sentimientos. Tu madre llegó a rezar por su memoria, tu padre habló de futuro, tus hermanos celebraron que no había clases y tú seguiste sin comprender nada. Desde la noche anterior todo era diferente. En la tele pudiste ver a un señor con bigote y unas orejas que llamaban la atención. Lloraba en la tele, algo que antes no se hacía nunca y anunciaba que Franco había muerto. Recuerdas que tu madre dijo que Arias estaba hablando y ti aquello te sonó a la mantequilla de la lata azul, pero nada más. Cuando alguien habló de la pérdida del Caudillo te acordaste del viejito que salía de lado en las pesetas y pensaste que tendría que ver algo con el chicle “Bazoka” o con el refresco “Sidral” que comprabas con aquella moneda. Nada de nada. Lo de aquel día parecía importante. Pero tú no te enterabas.
No olvidarás que tus tíos vinieron a almorzar. En el viejo Inter del salón no había más imágenes que las de una enorme cola de personas que pasaban delante de un señor dormido. Quizás estuviera muerto, tú que sabes. Todavía recuerdas imágenes en blanco y negro de un vejete con bigotillo que estiraba el brazo como los romanos de tus películas o de unas monjas que lloraban y hablaban del futuro de España. Sin embargo un tío tuyo habló de libertad, y de partidos y de esperanzas en muchas cosas que tú seguías sin comprender. Qué día más raro...
No era domingo, pero al caer la tarde tu abuela te puso el pantalón gris y el chaleco azul de los festivos. Mientras te hacía la raya del pelo te dijo que irías con ella a la Catedral. A ti aquello te sonaba a Semana Santa, pero nada de nada... Serían las ocho de la tarde cuando comenzó aquella misa. Cientos de personas en absoluto silencio y aquel señor vestido de morado que no terminaba nunca de hablar. Luego te enteraste que se llamaba Bueno Monreal y durante mucho tiempo fue el arzobispo de tu ciudad. Volviste a casa con la extraña sensación de haber estado en la Catedral sin haber visto ningún paso....
Y en tu casa más de lo mismo: miles de personas haciendo cola en la tele y tus padres venga a hablar del mañana. Debía haber sido un día importante. Así lo sentiste cuando te fuiste a la cama. 21 de noviembre de 1975. Había terminado el día en que te quedaste sin colegio...

17.11.06

¿CUÁL ES, ENTONCES, LA OCTAVA MARAVILLA?



Pues nada, recogemos la pregunta que nos traslada un amable visitante. No caigamos en el ripio, que ya sabemos que Sevilla rima con maravilla, con tumbilla, con silla y con patilla. ¿Cuál es para usted esa maravilla de la ciudad que no debemos perdernos? ¿es una o no puede dejar usted de citar unas cuantas? Suya es la palabra...

14.11.06

15 DE NOVIEMBRE. LA OCTAVA MARAVILLA


¿Cuáles fueron las siete maravillas del mundo?
Era la pregunta que me hacía hace unos días un alumno, cuestión a la que pude responder no sin cierta dificultad. Recordé las pirámides de Egipto, el coloso de Rodas, el faro de Alejandría... así hasta completar el número mágico. Pero a mi mente vino una fecha y un comentario. Ocurría en Sevilla un día de noviembre como hoy, allá por 1731. Los sevillanos, después de tres días de largo triduo, conocían la nueva iglesia del noviciado de San Luis. Plena época del triunfo del barroco en la ciudad. Y alguien hizo la comparación: aquella era “del orbe la octava maravilla conocida...”. La exageración siempre fue una virtud de esta ciudad. Pero en muchos casos, tras la hipérbole se encuentra una gran verdad. Y la iglesia de San Luis es un ejemplo. Su construcción se comenzó en 1699, en unos terrenos cedidos por Lucía de Medina y destinados a ser el noviciado de los jesuitas en Sevilla. Ya tenía la Compañía de Jesús otros edificios: la casa Profesa, el colegio de las Becas, el colegio de los Ingleses, el colegio de los Irlandeses... Pero sin duda San Luis iba a marcar una antes y un después en la arquitectura de la ciudad. Para ello se eligió a Leonardo de Figueroa, el arquitecto que transformó a Sevilla en una verdadera ciudad barroca. No hay más que recordar sus obras: el Salvador, San Telmo, la Magdalena, la capilla Sacramental de Santa Catalina... Y San Luis. Porque en la antigua calle Real, Figueroa hizo el auténtico templo barroco de Sevilla. Un círculo metido en un cuadrado, una cúpula que domina todo el norte de la ciudad, una obra donde escultura, pintura y arquitectura van de la mano. Eso descubrieron los sevillanos que conocieron la iglesia en noviembre de 1731. Aquello era un gran teatro, con pinturas de Domingo Martínez, con Retablos de Duque Cornejo, con relicarios, con oros, con metales, con ángeles, con santos jesuitas, con alegorías... Entraban los sevillanos en San Luis y se sentían actores metidos en una gran escenario bajo la enorme cortina del retablo principal. Se olvidaba la razón y se conmovía el corazón.
Pero, desde aquel mes de noviembre, San Luis no gustó siempre. Años más tarde hubo quien llegó que era un edificio “depravado, lleno de laminitas, espejitos y menudencias sin importancia...” Incluso perdió el culto. Fue jesuita, franciscana, hospicio, parroquia; incluso sala de exposiciones. En nuestros días vuelve a ser gran decorado teatral de un Tenorio de Noviembre.
Con su horror al vacío, la iglesia de San Luis es un símbolo de una ciudad que llaman barroca. Catalogada como un monumento fundamental del arte español, son muchos los sevillanos que no saben siquiera dónde está. Teniéndola tan cerca ¿va a seguir usted sin conocer esa octava maravilla del mundo?

13.11.06

14 DE NOVIEMBRE. EL DETENIDO


Aquella tarde se acabaron los sueños de don Pablo. Ya no habría una Sevilla mejor. Todo comenzó con aquella llamada y con aquel grito sobrecogedor:
“Abran la puerta al Santo Oficio de la Inquisición.”
14 de Noviembre de 1776. El todavía Asistente de la ciudad, don Pablo de Olavide, degustaba una de sus eternas conversaciones en el Alcázar, la que siempre sería llamada casa del Asistente. Para entendernos: el alcalde del siglo XVIII. Junto a técnicos y amigos, don Pablo exponía su proyecto para hacer el Guadalquivir navegable hasta Córdoba. Sería el acercamiento definitivo de las dos ciudades. Todos veían bien la idea hasta que sonaron aquellos tres golpes. Cuando la servidumbre abrió, las intenciones de aquella comitiva tiraron por tierra los deseos de los reunidos. Tres soldados, un fiscal, un notario, el secretario y varios familiares de la Inquisición.
“Venimos para llevarnos a don Pablo de Olavide, el limeño que está envenenando la ciudad con sus ideas heréticas”.
Entre el revuelo general, el Asistente fue esposado y llevado a un carruaje que les esperaba a la entrada del Alcázar. Cuando salía hacia la Catedral, todavía no daba crédito a lo que pasaba. Él, el Ilustre Asistente de la ciudad, detenido por la Inquisición. Y en la fría tarde de noviembre, mientras lo llevaban al otro lado el río, pensó que sus sueños de hacer una Sevilla mejor se habían terminado. Camino del río recordó sus obras para hacer aquel paseo y lo que le costó hacer el muro de defensa para proteger a la ciudad el Guadalquivir. Y ahora, con unas cadenas en la mano que manchaban el encaje de sus puños, se preguntaba quién lo defendería. ¿Quizás alguna sociedad de las que fundó? ¿Quizás la Universidad que reformó? ¿Quizás los habitantes de una ciudad que limpió y que alumbró? Todo eso pensaba viendo aquellos azulejos azules que el mismo mandó colocar para dividir la ciudad. En barrios y cuarteles. Una ciudad que lo abandonaba.
Dicen algunos, que, al pasar el puente de barcas se oyó un lamento en aquella carroza. Las viejas torres del castillo de San Jorge esperaban a un abatido Asistente. Quiso mantener la compostura cuando lo metieron en un frío calabozo. El santo Oficio ya no era el de antes pero todavía se oían lo horrores del tormento en celdas lejanas. Frío exterior y frío interior. Cuando un escribano le leyó sus cargos pensó que había muerto el sueño de una Sevilla mejor: se le acusaba de actuar contra la doctrina cristiana. Y aquella fría noche de noviembre, el Asistente recordó las palabras de Voltaire. Don Pablo de Olavide un hombre en la cárcel por saber pensar... Gracias a la Providencia, siglos después van a la cárcel a pocos alcaldes. Y si se llevaran por saber pensar, probablemente serían muchos menos...

7.11.06

8 DE NOVIEMBRE. FRANCISCO GUERRERO


Esta mañana entré en la capilla de la Virgen de la Antigua, en la Catedral. Me senté mirando a la Virgen Niña y entre dos sepulcros, el original y la copia, me acordé de ti. Tu tumba estaba a mis pies. La tumba de alguien que murió un día como hoy. Corría el año 1599. Pocos antes, Pacheco te había hecho un retrato al que acompañaban unas palabras: “Francisco Guerrero. Fue el más diestro de su tiempo en el arte de la música, escribió de ella tanto, que considerados los años que vivió y las obras que compuso, se hallan muchos pliegos para cada día...su música es de admirable sonido y agradable trabazón...”. Esta mañana pensé que en esta vida es bueno tener amigos que te hagan un retrato, que ya el tiempo se encargará de otras cosas.
Recuerdo que habías nacido en Sevilla, allá por el año 1527, cuando la ciudad comenzaba a convertirse en capital del mundo. Con 18 años ya eras maestro de capilla de la Catedral de Jaén y algunos años más tarde pasaste a ser cantor de la catedral de Sevilla. Cosas de siglos. Ya en tu época, en pleno siglo XVI hubo un tira y afloja entre Málaga y Sevilla para hacerse con tus servicios; tanto interés mostró el cabildo de Sevilla que jubiló a uno de sus cantores para darte a ti su puesto. Y no se equivocaron los canónigos. Con el tiempo, el nombre de Francisco Guerrero se convirtió en el de uno de los músicos más importantes del Renacimiento.
Como hombre del Renacimiento tenías interés en conocer mundo. Por eso imitaste al marqués de Tarifa y te embarcaste en un viaje a Jerusalén en el año 1588 acompañando primero al arzobispo a Roma. Tanto te debió gustar la experiencia que escribiste un libro de viajes contando tu experiencia en Tierra Santa. Pero si has pasado a la posteridad ha sido por tu obra, un ejemplo de la mejor música religiosa de tu época. Recuerdo tu Magnificat a cuatro voces, o las misas que compusiste para que fueran cantadas por cinco voces... Un día de noviembre como hoy te fuiste a otro mundo y te enterraron ante la imagen de tu devoción, en plena Catedral. Allí he cerrado los ojos y me ha parecido ver tu retrato: frente despejada y cubierta por un birrete, barba blanca y una mirada lateral cargada de profundidad. Hoy sólo se pone birrete algún cura de los antiguos y creo que poca gente te recuerda. Estoy seguro que alguno de mis alumnos confundiría tu apellido con un jugador de fútbol. Y son menos los que se casan pisando tu tumba mientras suena tu “Cantate Domino”. Pero todavía hay alguien que fue feliz escuchando tu Ave María a los pies de la Virgen de la Antigua. Y en el día que recordamos tu muerte, todavía resuenan en la Catedral lo versos que te dedicó Espinel. Francisco Guerrero. “...que si en la ciencia es más que todos diestro / es tan grande cantor como maestro...”

6.11.06

7 DE NOVIEMBRE. LA MAGDALENA



La tarde de aquel día de noviembre el escultor quizás fue una persona feliz. Había pasado muchos días de trabajo encerrado en su taller de San Martín pero el esfuerzo mereció la pena. Era el momento de recoger la gloria de una obra bien hecha. Pero, en el fondo, había algo que entristecía a aquel imaginero. Algo difícil de explicar, algo difícil de confesar...
Sevilla, año del Señor de 1620. Del Señor del Gran Poder, que desde hacía unos meses había salido de las manos llenas de callos de aquel escultor cordobés. Para la ciudad el Poder y para sus manos la gloria de haber hecho una obra para la posteridad. Por eso aquel año le llovieron los encargos a Juan de Mesa, ya era un escultor conocido que no tendría que depender de su maestro o de las sobras de otros talleres. Él era Juan de Mesa, el autor del Nazareno que más devoción tendría en la ciudad. Por eso le encargaron obra de importancia. Y aquella que terminó aquel día de noviembre de 1620 lo era. Fue un proceso corto. Todavía recordaba la visita de don Pedro Urrea, aquel jesuita elegante que unos meses antes le visitaba en su taller. Aquella noche de noviembre todavía resonaban en su taller las palabras de aquel hombre vestido de negro con el nombre de Jesús en el pecho.:
- “Mire, don Juan. Usted nos hará el crucificado dormido con el rostro más hermoso que puedan tallar su manos. Muerto, pero con la más buena muerte. Y nos hará una magdalena para colocarla a sus pies, hermosa, arrepentida de su pecados. Tenga en cuenta que son imágenes para nuestra hermandad. Imágenes que motiven a tanta descarriada a abandonar sus pecados. Haga lo que le pedimos y le aseguro que le pagaremos mejor que con el mejor contrato..”
El escultor puso todo su empeño. Y vaya que lo consiguió. Unas semanas antes terminó el Crucificado. Parecía dormido. Desde aquel día procuró trabajar sin hacer ruido, mimando gubias y escofinas. Con tacto sacó un rostro y un cuerpo de mujer de aquel trozo de cedro. Y aquel día de noviembre terminó la imagen de la Magdalena encargada. Y vaya que salió bella. Tanto que, al dar los últimos retoques, las manos de aquel escultor sintieron un escalofrío al tocar aquella madera. Nunca vio mujer más bella. Y había salido de sus manos. Unas manos que nunca más tocarían a aquella mujer. No lo tenía pensado, pero aquella noche decidió ponerle lágrimas de cristal. Cuando la entregó a los jesuitas hubo quien pensó que aquella lágrimas parecían de verdad. Y no se equivocaban.
Pasaron los siglos. Aquel Crucificado siguió dormido hasta en las tardes de Marte Santo. María de Magdala desapareció. Nunca más se supo de ella. Aunque hay quien dice que aquella Magdalena sigue llorando en algún lugar del mundo. Y dicen que llora por algo imposible...

30.10.06

31 DE OCTUBRE. ROSARIO DE LA AURORA


No recuerdas muy bien el día ni el año. Quizás fuera el 31 de octubre y el año no lo sabes, quizás 1757. Pero el sitio, los actores, el momento y los hechos los recuerdas perfectamente.
Sevilla. Siglo XVIII. Octubre. Siempre hubo modas y la de aquel tiempo fue rezar el rosario en medio de la calle. Grupos organizados de parroquias, de conventos y de asociaciones salían al amanecer para rezar. Y no eran pocos, no. Aquel día de octubre había en Sevilla 81 rosarios de hombres, 47 de mujeres y uno infantil. No había dónde aburrirse....
Los preparativos comenzaron muy temprano. Los hombres del rosario parroquial del Sagrario plantaron su cruz de guía en la calle a eso de las seis de la mañana. El día era fresco y los miembros de la comitiva llevaban largas capas para cubrirse. Algunos se pegaban a los faroles de mano para coger algo de calor y todas las miradas iban al nuevo estandarte bordado en oro que se sacaba a la calle.
Las mujeres de la Magdalena habían madrugado algo más. A las cinco y media de la mañana ya entonaban el primer avemaría cantado por más de cincuenta mujeres que acompañaban al estandarte de la hermandad. Aquel día tenían previsto su asistencia a la Catedral, igual que otras veces. El frío de la mañana hacía que las manos se apretaran contra unas varas de plata que parecían quemar mientras oían el segundo misterio glorioso.
No muy lejos, allá por Santa Cruz, un grupo de clérigos meditaban en torno al director espiritual. Silencio en la judería. “María Madre la Iglesia y Madre de bondad. Ora pro nobis”. Y los clérigos marcharon entre avemarías hacia la Catedral.
Aquel día de octubre pareció que todos los caminos llegaban a la Catedral. Pero en el frío de la mañana sólo había uno. En la esquina de Matacanónigos los clérigos veían cómo alguien les cortaba el paso: eran los señoritos del Sagrario que habían llegado antes. Alguien más se unió al problema: las señoras de la Magdalena venían cantando por la otrasesquina. Faroles, estandartes y avemarías. Pronto se oyó algún grito:
- “Primero nosotros.”
- “Y un cuerno. Nuestra hermandad es más antigua.”
- “De eso nada, las damas pasarán primero.”

De los gritos a las amenazas. De las amenazas a los hechos. Golpes, gritos, empujones, tirones de pelo, estandartes volando, farolazos... No se sabía quien tenía que pasar por allí. Los rosarios de la aurora acabaron allí, a farolazos. No recuerdas la fecha....
Eso pensabas el otro día. Querías pasar por la ronda. Tú y mil más. Por el mismo sitio. A la misma hora. Y te acordaste de los rosarios de la aurora, de los carriles bici y de la autoridad competente. Y alguien llegó a gritar lo mismo que un día de octubre de hace casi trescientos años: “¡hermanos, sálvese quien pueda!”

24.10.06

25 DE OCTUBRE. LA EMBAJADA JAPONESA


Japón está de moda. En la de decoración, en los interiores, en las vajillas, en el diseño, en la gastronomía. Una moda antigua en Sevilla... Porque Japón llegó a Sevilla un día de octubre como hoy...de hace varios siglos...
Año 1613. En las lejanas islas de oriente se vivía tensiones religiosas entre católicos y creyentes de otras religiones y una lucha de poder entre franciscanos y jesuitas. Desde la llegada de Francisco Javier, el número de católicos japoneses había crecido mucho. Pero no siempre estuvieron bien vistos por el emperador y por los señores feudales. Fue Fray Luis Sotelo el patrocinador de una expedición a Occidente para establecer lazos con el rey de España y para solicitar una sede episcopal al mismo Papa. La expedición fue dirigida por Hasekura Tsunenaga, que comandó el barco llamado Mutsu Manu, barco que los españoles rebautizaron como San Juan Bautista.
Un viaje de aquellos tiempos era largo y arriesgado. Después de pasar por Acapulco y tras meses de viaje, a fines de septiembre de 1614 la embajada japonesa llegaba a Sanlúcar de Barrameda. Puro exotismo. Orientales bajitos de ojos rasgados en Bajoguía. Allí fueron recibidos por el mismo Duque de Medina Sidonia, que entonces no era duquesa... Subiendo el río, la embajada hizo parada en Coria, un lugar que a muchos pareció el mismo cielo. Y es que fueron muchos los que decidieron quedarse allí. El resto presentó una laudatoria carta al Cabildo de Sevilla, hablando de nuestra ciudad como la más conocida e ilustre entre las naciones del mundo. Como signo de amistad regalaron una espada y una daga que fueron debidamente guardados. Y la embajada siguió su camino: Córdoba, Alcalá de Henares Madrid, Barcelona.... Llegaron a ser recibidos por el propio rey, Felipe III. Y en Roma se entrevistaron con el propio Papa. Y Fray Luis Sotelo consiguió buena parte de sus propósitos.
Sin embargo el regreso no pudo terminar peor. En 1622 la expedición regresaba a Nagasaki. Más de nueve años después. Y el recibimiento no pudo ser peor: Tsunenaga fue encarcelado y Fray Luis Sotelo fue quemado vivo. A quien se le ocurre...viajar por el Guadalquivir y no quedarse aquí... Pero la huella japonesa perduró. En parte. La daga y la espada fueron robadas del archivo. La carta al cabildo sevillano se perdió aunque Velázquez y Sánchez la encontró en 1854. Los inteligentes que se quedaron en Coria se asentaron y a los pocos años ya se bautizaba en la parroquia de la Estrella de Coria el primer niño apellidado Japón. Oriente en Sevilla antes del Corteinglés.... Hoy son cientos los descendientes de aquellos japoneses que lucen su apellido Japón. Y es que Japón se puso de moda hace ya muchos siglos...

23.10.06

24 DE OCTUBRE.CLARET


Cosas de nuestro tiempo. Siempre vas corriendo y siempre crees que el día no te cunde. Cuando hoy abras tu almanaque te darás cuenta de lo que hablamos. Y que no todos podemos estirar el tiempo.
24 de octubre. San Antonio María Claret. No sabes mucho de él. Te suena a colegio de niños bien y a equipo de hockey sobre patines. No mucho más. El santo te parece con nombre de fuera y no sabes si tuvo relación con tu ciudad. Pues la tuvo, y muy intensa. Verás.
Antonio María Claret nació cerca de Barcelona en diciembre de 1807, en un siglo que comenzó a dudar de una religión que estaba lejana en muchas ocasiones de las clases más populares. En 1829 ingresó en el Seminario y en 1835 Antonio María ya era sacerdote. Para que veas, casi igual que en nuestros días. Claret se dio cuenta de que no había que ir a predicar muy lejos. Las misiones había que hacerlas muy cerca, en su propio país. Y Claret era incansable. Viajando sin dinero y a pie predicó por toda Cataluña. Dicen que daba hasta diez sermones diarios. Y tú que te quejas de falta de tiempo...
Para continuar su obra, fundó en 1849 la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Tú los conoces como claretianos.
Pero nuestro personaje hizo más cosas. Toda importantes y todas con unos números que hoy te parecen imposibles. Te cuento. En 1857 fue nombrado confesor de la Reina y aunque hubo quien lo ridiculizó dejándolo literalmente “en pelotas” junto a la Reina, su labor siguió siendo incansable. En el nuevo puesto viajó mucho más. Y evangelizó por toda España. Hazte un idea. En 1862 estuvo en Andalucía durante 48 días, en ese tiempo predicó 205 sermones. Intentas imaginarlo y no puedes. Ni un político en plena campaña....
Pero lo de Sevilla fue peor. Una semana en la que predicó más de veinte veces: conventos, parroquias, hospitales, seminaristas... El día 25 de septiembre habló durante hora y media en la iglesia de la Magdalena sobre el amor de Dios. Nada más terminar, se fue andando a la Iglesia del Santo Ángel y dio otro sermón de tres cuartos de hora... Piensa en tus días. Claret nunca pidió la baja. Siempre estaba contento, decían que nunca se cansaba y que toda su fuerza se la daba Dios.
Hoy puedes recordar que una reliquia suya está en el paso del Nazareno del Silencio, su hermandad. Y que Claret llegó a hablar en el Concilio Vaticano I, allá por 1870. No te canso más. Un día como hoy este cura incansable moría tranquilamente.
Se me olvidaba. Claret fue durante siete años obispo de La Habana. Dicen que allí confirmó a más de 300.000 cristianos y que dio miles de sermones. No sabes porqué pero te has acordado de Fidel Castro. Y hoy has empezado a comprender algunas cosas...

17.10.06

18 DE OCTUBRE. LA EPIDEMIA



El 18 de octubre de 1803 las autoridades sevillanas publicaron un edicto por el que se cerraba el acceso a la ciudad. Cuentas las crónicas de la época que se dejaron practicables sólo las puertas de Triana, el Arenal, la puerta de la Carne, la de Carmona y la de la Macarena. En ellas se colocaron vecinos honrados para ejercer la custodia de las entradas a Sevilla. Solo se permitió la estancia en algunos conventos de las afueras, lo que entonces se llamaba extramuros la ciudad. Las normas fueron muy estrictas: se imponían graves castigos y multas para cualquier vecino que acogiera en su casa, fonda, posada o mesón a alguien que procediera de Málaga. Se preguntarán ustedes cuál fue el motivo de aquellas medidas. ¿Es que acaso los políticos de la época ya se dejaban llevar por los estúpidos enfrentamientos provinciales de nuestros días? Claro que no, hace dos siglos no eran tan atrasados...
La razón estaba en la epidemia de fiebre amarilla que en aquellos días azotaba a la ciudad de Málaga, causando un gran número de muertos. Y Sevilla no olvidaba que tres años antes, en septiembre de 1800, había sufrido una de las peores epidemias de su historia. Comenzó en agosto, en Triana. Allí aparecieron los primeros síntomas de la terrible “fiebre amarilla de América o Typhus Icteroides”. De Triana se extendió el contagio a las zonas de los Humeros, San Lorenzo y San Vicente, para terminar contagiando a toda la ciudad. El río Guadalquivir fue la vía de infección y las contradicciones de los dirigentes aumentaron los estragos de la epidemia. Por una parte se incomunicó a contagiados y se cerraron incluso los teatros pero, al mismo tiempo, se permitieron innumerables procesiones, rezos, rosarios e incluso bendiciones públicas desde la Giralda. El resultado fue letal. La epidemia duró hasta comienzos de 1801 y las autoridades de la época dieron una cifra de más de quince mil muertos. Tal fue la mortalidad que se tuvieron que se hicieron dos fosas comunes, una el en Prado de San Sebastián y otras en la Macarena... Aquella epidemia de 1800 quedó como un símbolo para la ciudad. Torpezas políticas, imprevisión, lentitud en la toma de medidas... Parecen los males eternos de la política sevillana. Y el pueblo a lo suyo. Frente a la epidemia, las procesiones, las bendiciones, la parafernalia... Una reacción que Blanco White criticó en lo que parecía ser una sentencia eterna:: “Nos obstinábamos en la superstición, como si las perspectivas no fuesen ya suficientemente oscuras y deprimentes...”.
Sin duda una pesimista sentencia que sigue cargando la ciudad en demasiadas ocasiones...

16.10.06

17 DE OCTUBRE. UN TÚNEL SIN SALIDA


Eras muy pequeño pero lo recuerdas bien. Un día en tu historia particular, un día en la historia de tu ciudad. Aquel día de octubre de 1979 cayó en miércoles. Uno de esos días en los que tu padre te prometió ir al cine. Y tú buscabas en la cartelera algo que te llamara la atención, una película que tuviera el permiso de mamá. Junto a tu casa ponían algo así como “Holocausto Caníbal”, una de esas de sangre y de muertos que habían visto tus vecinos. Tú eras pequeño. Prohibición absoluta. Ya está, “Monraker”, la última de James Bond. Pero tu abuela habló de la poca vergüenza de las mujeres en esas películas y tú te quedaste sin plan. A buscar de nuevo. Era una rareza. “Mad Max”, una película sobre el mundo futuro. Aquello prometía. Porque para ti, el futuro estaba en tu ciudad, en una obras que aquel año de 1979 estaban por todas partes.
Todavía recuerdas a tu padre cuando te hablaba de que el futuro estaba en aquellos túneles. Lo llamaban metro. Y habría túneles por debajo de toda la ciudad. Sevilla se iba a convertir en un lugar moderno, rápido. Ibas con tu padre a la Alameda y te enseñaba un enorme agujero donde iría una estación que a ti te parecía la más grande del mundo. Cuando ibas a la Plaza Nueva, tu padre te hablaba de aquel San Fernando que habían bajado de su caballo para meter vagones y mas túneles bajo tierra. Te imaginabas viajando bajo tierra, como en las novelas de Julio Verne, saliendo de ver un partido de fútbol y, ¡magia!, saliendo en pocos minutos de un agujero a los pies de aquel San Fernando de bronce. El futuro estaba cerca, como aquellos partidos de un Mundial de fútbol que pronto se jugarían al lado de tu casa.
Sueños de niño. Tu futuro acabó aquel día de octubre de 1979. Parece que lo estás viendo. Tu padre llegó leyendo la noticia en el periódico. Se anunciaba oficialmente que el metro no estaría terminado para el Mundial de fútbol. Adiós vagones, adiós túneles, adiós viajes. Aquel día comenzaron a quitarte parte de tu futuro. Llegarían Naranjito y Citronio, el fútbol del doctor Sócrates y las faldas de los escoceses, la semifinal de un mundial y muchos goles más. Pero no verían el metro, el sueño de tus días de octubre de 1979. Incluso algunos dirían que aquello era un túnel sin salida...
Han pasado muchos años. Ya has llegado al futuro que esperabas. Pasas por un kiosco y ves una película de aquella época, “Los bingueros”, una más de Andrés Pajares y Fernando Esteso. Lo tienes claro. No siempre los tiempos pasados fueron mejor. Vuelven algunos monstruos. Y algunas cosas es mejor no vivirlas dos veces...

14.10.06

15 DE SEPTIEMBRE. TERESA DE JESÚS


Aparece en nuestro calendario la figura de Santa Teresa de Jesús. Buen día para recordar su estancia en Sevilla llena de dificultades, de persecuciones, de incomprensiones, todo en un clima que una castellana no soportaba. Buen día para recordar su llegada a nuestra ciudad en mayo de 1575, acompañada de pocas monjas, muchos recelos y muy poco dinero. Su primera casa se situó en la calle Armas, actual de Alfonso XII, donde se acomodaron en unas estancias que les parecieron la casa lóbrega y oscura del hidalgo del Lazarillo. Allí convivieron con un ajuar escaso, sobre unos colchoncillos que según las monjas “estaban acompañados de mucha gente como piojos, chinches y otras molestas visitas”. No fue éste el peor trago para la Santa de Ávila ya que tuvo que defenderse de un proceso de la Inquisición firmado en el Castillo de San Jorge de Triana a comienzos de 1576.
Supo salir airosa Teresa y con apoyos como el de Lorenzo Cepeda pudo trasladarse en ese año a una nueva casa en la calle Pajería, la actual Zaragoza según nos recuerda un azulejo en el cruce con Doña Guiomar. No siendo muy conocido, sigue conservándose ese lugar en las cercanías a la Plaza Nueva, un rincón que parece llevarnos a la Sevilla del siglo XVI. No permaneció mucho más tiempo la Santa en Sevilla pero sí su fundación. En 1586, con la autorización de San Juan de la Cruz, se trasladan las carmelitas descalzas a unas casas del barrio de Santa Cruz. Allí siguen orando y trabajando desde hace más de tres siglos en el convento de San José, conocido como Las Teresas en recuerdo a su fundadora.
Es buen día para su visita: el atrio silencioso, los recuerdos de San Juan de la Cruz, la iglesia de Vermondo Resta, los retablos con imágenes carmelitas, la Inmaculada de Juan de Mesa, el Niño Jesús Quitito, las obras de la Roldana...es buen día para contemplar el retrato que le hizo un fraile, obra que no gustó a la santa que exclamó ante el autor: “Dios te perdone Fray Juan, que ya me pintaste fea y legañosa...” En la sacristía, en el silencio de las carmelitas descalzas del barrio de Santa Cruz la letra de Teresa se nos muestra en el original de las Moradas. Es buen día para recordar la letra de la carta final que dejó Teresa en 1576 hablando de la ciudad: “Las injusticias que se guardan en esta ciudad, la poca verdad, las dobleces...Yo le digo que con razón (Sevilla) tiene la fama que tiene. Yo confieso que la gente de esta tierra no es para mí y me deseo ver ya en la tierra de promisión. La abominación de pecados que hay por aquí son para afligir harto. El Señor lo remedie...”
Y es que, como señaló el profesor Piñero, Sevilla fue para Santa Teresa una ciudad imposible.

14 DE OCTUBRE. Y QUE CUMPLAS MUCHOS MÁS...

10.10.06

11 DE OCTUBRE. RODRIGO DE TRIANA


Aquel año, el día 11 de octubre cayó en jueves. A esas alturas debías estar cansado. Desde agosto metido en un barquito, “La Pinta”, que vaya nombre para ir a descubrir nuevos continentes...pero a ti, como buen marino que eras, eso te importaba poco.
Ya estaba entrada la noche. Tu jefe contaba en sus diarios que sería aproximadamente sobre las diez. Como la carabela Pinta era algo más rápida, fue la primera; y como tú eras el mejor vigía, la viste antes que nadie. Pensaste que era una visión, después de tantos días de viaje. Pero no. Pensando en la recompensa y en pasar a la historia, hiciste la señal convenida, gritando desde tu posición de vigía. Tierra. Era la noche de un día de octubre de 1492. Gritabas a tu almirante y hacías señas, corrías de un lado para otro y pensabas que pasarías a la historia. En aquel momento pensaste que aquello eran las Indias, no tenías ni idea de que acababas de descubrir un continente. Pero tu almirante dudó de ti. Y hubo que esperar algunas horas para confirmar que habíais llegado a vuestro destino. Después de unas horas, todo se confirmó. Frente a la isla de Guanahaní sonó la Salve cantada por unos marineros llegados de Castilla que acababan de descubrir América...
Pensaste que tanto esfuerzo tendría su recompensa final. Te equivocabas. Los Reyes Católicos habían prometido 10.000 maravedíes para el primero que viera tierra. Pero tú nunca viste un duro, no sabes si por una triquiñuela de tu jefe o por cicatería de los Reyes. Tampoco viste nuca el jubón de seda que te prometió Colón. Con la falta que te hacía, que el tuyo ya estaba bastante viejo. Pero te consolaste pensado que tu nombre pasaría a la historia. ¡Que curioso!. Pasó tu figura pero no tu nombre original. Porque ni te llamabas Rodrigo ni eras de Triana. Juan Rodríguez Bermejo era tu nombre. Y no venías de Triana, sino de Los Molinos. Te pasó como a los profesores que cargan con un mote, o al hijo de la artista que le ponen un diminutivo tonto...a ver quién es el listo que deja de llamarte Rodrigo de Triana...
Pero en Sevilla te hicieron un monumento allá por 1929. En 1940 lo llevaron a Chapina. Tenía buen porte. Con el brazo en alto, con un pergamino en el puño. Dicen que en alguna ocasión le quitaron el pergamino y se quedó con el puño en alto, en plena España de Franco. Aquello no estaba bonito. Un marinero cantando la Internacional en una Triana que no era su patria...Dicen que por eso cambiaron tu imagen. La trasladaron a Los Remedios, cerca de la Plaza de Cuba. Vicente Lemus te representó agarrado a un mástil gritando. Si hablaras quizás dirías que no te llamabas Rodrigo, que no eras de Triana, que no eras comunista y que Colón seguía debiéndote dinero...

9.10.06

10 DE OCTUBRE. LA ÚLTIMA PIEDRA


Cuando llegó el momento, todo estaba preparado. Muchos años de espera llegaban a su fin. Unos locos se habían propuesto hacer la mayor catedral del mundo. Y aquel 10 de octubre de 1506 la iban a terminar.
Eran las once de la mañana. La ceremonia iba a comenzar. En el crucero, en el centro justo de la Catedral, se levantaba un enorme cimborrio, una torre llena de esculturas y de azulejos verdes y blancos. Allí se colocaría la última piedra, después de cien años de trabajo. Por fin se iba a terminar la Catedral de Sevilla.
En las alturas, sobre las bóvedas góticas se reunió la alta sociedad sevillana. Allí estaba, revestido, el deán de la Catedral, con una capa que desafiaba al sol de octubre. Junto a él don Juan de Guzmán, el duque de Medina Sidonia. También acudió al acto don Fadrique Enríquez de Ribera, el Marqués de Tarifa que marcaba las modas de la ciudad desde su palacio de la Casa de Pilatos. Pero quien más disfrutó del acto fue Alonso Rodríguez, el maestro mayor de obras. Estaba achacoso, enfermo. Unos meses antes incluso llegó a hacer testamento, pensando que no vería terminar su obra. Los canónigos llegaron a donarle una sepultura en el patio de los Naranjos para que descansara eternamente junto a la Catedral más grande del mundo conocido, la Magna Hispalensis. Pero Dios le concedió llegar a aquel día. Y el maestro pudo ver una ceremonia solemne, con cantos sobre las bóvedas de piedra, con solemnidad sobre la montaña hueca. Desde las alturas se podía contemplar la obra. La Giralda, todavía musulmana, era el testigo más alto. Pináculos, arbotantes, bóvedas, marcas de cantero, vidrieras de colores... hasta las gárgolas monstruosas parecían contemplar la escena. Serían las doce de aquel día de octubre de 1506 cuando llegó el momento El deán impartió las últimas bendiciones y dos obreros portaron la piedra, la última piedra. Era el fin de las obras de la Catedral. Y todas las esculturas del cimborrio, aquella enorme torre, parecieron felices aquel día de octubre de 1506.
Pero la historia de la Catedral no terminó allí. La desgracia llegó cinco años más tarde. En diciembre de 1511 aquella enorme torre de la Catedral se hundió por completo. Se perdieron pináculos, azulejos y esculturas. Todo escombros. Sólo se salvo una imagen de Santiago el Menor que hizo Pedro Millán. Alguien la colocó en la capilla de San Hermenegildo. Desde allí ha visto ceremonias, más hundimientos y obras, muchas obras.
Quinientos años después sigue viviendo en su Catedral. Dicen algunos que en días como hoy se le nota inquietud en la cara. Aunque algunos lo ven sonreir cuando alguien comenta aquello de “anda hijo, que vas a durar más que las obras de la Catedral...”

3.10.06

4 DE OCTUBRE. FRANCISCO DE ASÍS




Mi abuelo me dijo que ya tenía un tema para el 4 de octubre. Ese mismo día se produjo la conocida como Revolución de octubre, allá por 1934. Fue tan importante que en Sevilla se declaró el estado de guerra y muchos la vieron como el anticipo de lo que sería la Guerra Civil, especialmente en Asturias. Me pareció un tema demasiado de moda, y demasiado dado a interpretaciones parciales. Por eso pregunté a mi vecino, un aficionado a las fechas.
-“Pues mira, me dijo, el 4 de octubre de 1926 se instituyeron la Fiesta de la Madre y la Fiesta del Libro”.
Peor todavía. Si hay algo excesivo en nuestros días es darle un título a cada día del año. Así que hablé con un historiador. Me dio una clave curiosa: 4 de octubre de 1582. En esa fecha se suprimieron diez días del calendario. Con la reforma gregoriana se hizo un ajuste para eliminar los fallos del calendario y se adelantaron diez días de golpe. Imagínese. Hoy es 4 y mañana 14. De un plumazo. Y al final de mes, todos a cobrar...
En fin. Esta mañana temprano abrí la agenda y no tuve dudas. 4 de octubre. San Francisco de Asís. Felicitar a Paco, Fran, Paquita y a don Francisco. Y me acordé de un San Francisco de la ciudad. Está en un convento olvidado, un convento que tuvieron que abandonar sus monjas hace unos años, en la calle Santa Clara. En su iglesia realizó Martínez Montañés uno de los mejores retablos de la ciudad, allá por 1624. El gran imaginero hizo el retablo mayor y todos los retablos laterales. Si hoy puede usted visitarlo podrá disfrutar de un auténtico museo de la escultura, en plena calle Santa Clara. Allí verá mi San Francisco. Allí está un loco del siglo XIII que amó a los animales y a las personas, que habló del hermano Sol y de la hermana Luna, que vio a Dios y que llegó a ser comparado con un nuevo Jesús. En un retablo lateral, Montañés representó a Francisco como lo imaginó Pacheco. Puede sentarse a sus pies y cerrar los ojos. Le sonarán las palabras de Pacheco: “Era el padre Francisco de estatura mediana, la cabeza redonda y proporcionada, los ojos negros y apacibles, los cabellos de la cabeza y la barba , negro; la nariz igual y delicada, era de rostro delicado, de muy pocas carnes... y su espíritu parecía más del cielo que de la tierra”. Cuando abra usted los ojos le parecerá que aquella imagen, aquel retablo y aquella iglesia también es más del cielo que de la tierra. Y caminando por la calle Santa Clara, la brisa de otoño le traerá a la memoria un poema de Quevedo:
“Francisco, vos no sois Dios;
más tal librea traéis
que Dios se parece a vos
y vos a Dios parecéis”.

2.10.06



LOS VIKINGOS.
¡Los cornudos! ¡Que llegan los hombres con cuernos! ¡Que Alá nos proteja de los cornudos!...
Este fue el grito desesperado de un muecín sevillano aquel día 3 de octubre del año 844, mejor dicho, el año 229 de la Hégira. Desde lo alto del alminar de una mezquita veía las velas de 54 barcos que pretendían asaltar Sevilla, la Isbilia musulmana cuya fama ya superaba los límites de Al-Andalus. El pánico y el terror ya habían llegado por historias que se contaban. Pero aquel grito desesperado contagió a la ciudad...
¡Los cornudos! ¡Que vienen los cornudos montados en barco!
El horror se extendió por Isbilia. Los vikingos asaltaban Sevilla. Ya lo habían intentado con Lisboa, pero tuvieron que huir. En el Guadalquivir, pocos días antes habían arrasado Coria. Se contaron historia terribles, asesinatos, degollaciones, violaciones... Y aquel día de octubre el horror llegó a Sevilla. 54 grandes barcos con sus caprichosas formas curvas traían a miles de de vikingos, esos hombres del mar del Norte que arrasaban las tierras que pisaban.
No hubo tiempo para mucho. La ciudad ya estaba vendida. Ante el peligro inminente, el gobernador había abandonado el Dar-al-imara, el Alcázar de la ciudad, y había huido a Carmona. Algunos valientes se reunieron e intentaron hacer frente a los invasores. Una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Muchos murieron y los que salvaron la vida se desperdigaron por la ciudad. Allí comenzó el infierno. Los vikingos saltaron a tierra y comenzó una semana de sangre que nunca se olvidaría en la ciudad. Las mezquitas fueron incendiadas por aquellos bárbaros con cuernos. Ancianos y niños fueron degollados y las mujeres fueron violadas de forma sistemática. Los pocos defensores que sobrevivieron a las flechas del primer asalto fueron decapitados y sus cabezas se colocaron sobre picas. Durante días fueron testigos mudos y ciegos del horror que llegó a Sevilla. Casas destruidas, robos, asaltos, incendios... Cientos de sevillanos fueron hechos presos y convertidos en esclavos de aquellos bárbaros.
Dos meses más tarde, las tropas de Abderramán vengaron aquel día en una batalla contra los vikingos en Tablada. Fueron vencidos y sus cabezas cortadas se colocaron en las picas que ellos habían usado. Pero la victoria no borró el horror del aquel día de octubre en la mente de los sevillanos. Aquel día en que muchos pensaron en la fragilidad de la muralla, otros en la cobardía de sus gobernantes y otros en la mano de Alá. Nunca se olvidó que unos bárbaros con cuernos quisieron destruir Sevilla.
Han pasado 1162 años. Y todavía hay algunos empeñados en destruir la ciudad... ¡Que Alá nos proteja!

26.9.06

27 DE SEPTIEMBRE. JOSÉ GESTOSO



En Sevilla hay calles unidas a la memoria de tu infancia, calles que te recuerdan imágenes, sensaciones y olores. Una de estas calles la recuerdas desde pequeño, cerca de la Encarnación: la calle José Gestoso. Cuando eras pequeño era una visita obligada casi todas las semanas. Tu madre te vestía de sábado y decía aquello de “vamos a la calle José Gestoso”. Tú no sabías quién era aquel señor pero ya te imaginabas que era fin de semana, que ibas de compras y que había puchero en el almuerzo. Tú no sabías llegar. Era una calle estrecha, con un calendario particular. En otoño te anunciaba la Navidad con sus belenes, en invierno te adelantaba los reyes con sus juguetes. Andabas por José Gestoso en primavera y ya esperabas el nazareno de caramelo que tu abuelo te compraba; y cuando llegaba el verano, sabías que irías al viejo almacén a comprar el bañador para la playa.
Pero, sobre todo, José Gestoso eran los olores de tu infancia. La calle olía a manzanilla dulce y amarga, a poleo y a cera pura, a incienso y a galletas, a miel y a miles de especias. Y entre aquellos olores, tu padre te contó un día que aquella calle era el centro de Sevilla, que había una concha que era el punto 0 de la ciudad, más o menos como el km 0 de la Puerta del Sol en Madrid. Y tú pensabas que José Gestoso era el centro de tu ciudad...
Con el tiempo aprendiste quien fue Gestoso. Y te pareció un personaje importante, tanto como tu calle. Había nacido allí, en 1852. Si no hubiera existido, Sevilla sería diferente. Porque pocos la estudiaron tan a fondo. Arqueólogo, historiador, amante del Arte, escritor, archivero, investigador...todo un personaje de la Sevilla de fines del siglo XIX. Cuando creciste compraste algunos de sus libros y aprendiste a amar tu ciudad con sus escritos. En su libro “Curiosidades antiguas sevillanas” conociste muchos detalles de una Sevilla desaparecida, de una ciudad que Gestoso procuraba recopilar antes de que desapareciera: copiando archivos, anotando datos, contando historias que no debían olvidarse. Pero sobre todo, Gestoso te impresionó cuando conociste su gran obra: “Sevilla Monumental y Artística”. Son tres tomos que publicó entre 1889 y 1892. Allí está casi todo el arte de la ciudad. Todavía los relees y te imaginas al viejo profesor en su casa de la calle Gravina, entre papeles y documentos. Y cuando pasas por su calle recuerdas que José Gestoso fallecía un día 27 de septiembre de 1917, dándole nombre a la antigua calle de la Venera. Y piensas que Gestoso no necesita monumentos. Ya lo tiene en una calle pequeña, la del centro de una Sevilla que te trae los olores de tu infancia...

25.9.06

26 DE SEPTIEMBRE. PAREJA DE HECHO



26 de Septiembre. Abres tu almanaque y allí están ellos, dos santos en pareja: Cosme y Damián. En días como hoy piensas que eso de las parejas de hecho no es nuevo en Sevilla: Justa y Rufina, Isidoro y Leandro, Hermenegildo y Leovigildo. Con estos personajes no pasa como con Epi y Blas, que una era gordo y otro delgado. Pues no: éstos eran iguales, nada menos que gemelos, que tanto monta, monta tanto...
Parejas aparte, hoy irás al convento de Santa Paula, que para eso está tu almanaque. Pasarás una primera puerta de ladrillo y llegarás al portalón más hermoso de tu ciudad: ladrillos y azulejos; el Gótico, el Mudéjar y el Renacimiento. Y allí estarán ellos en un tondo de cerámica con la marca de Pedro Millán. Medio milenio de historia te contemplará. Cerrarás los ojos y la voz de un viejo fantasma te recordará su historia.
Cosme y Damián. Eran unos gemelos que habían nacido en Arabia, allá por el siglo III. El viejo fantasma te recordará que se dedicaron a la medicina y que nunca cobraban a los pobres. Su única petición era la de explicar durantes unos minutos el Evangelio a sus pacientes. Eran otra época. Gratis y sin prisas... Hoy no tendrían tiempo y menos en la Seguridad Social...
Pero Cosme y Damián no cayeron bien al gobernador de Cilicia, que les pidió que dejaran de predicar. Ellos no lo hicieron. Y el viejo fantasma de Santa Paula te contará que el gobernador los encarceló y los arrojó al mar. Una ola los devolvió a tierra. Los mandaron quemar vivos pero las llamas se volvieron contra sus verdugos. Con voz lejana, el fantasma de Santa Paula te recordará que finalmente les cortaron la cabeza y que su sangre se derramó, en pleno siglo III, por defender el Evangelio de Jesús. Pronto su tumba se convirtió en un lugar milagroso, un lugar donde se sanaban las enfermedades.
Eso te seguirá contando ese lejano fantasma de Santa Paula y a ti te sonará un poco a cuento, a una batallita del Cid ganada después de su muerte... Pero mirando la portada volverás a la realidad. Cosme y Damián tienen templo en Estambul y basílica en Roma, pero tú te quedas con su cerámica sevillana de Santa Paula. Allí están en vivos colores curando a un enfermo. No hay un marco más bello ni un silencio más profundo. Sólo a lo lejos oirás los susurros de un viejo fantasma del convento. Los susurros del viejo Pedro, aquel portero que mezclaba latines, quejas, sonrisas, mitologías, historias y leyendas, te esperan en Santa Paula. En días como hoy te susurrará la vieja historia de San Cosme y San Damián, los dos médicos que siguieron las palabras del Maestro: “lo que habéis recibido gratis, dadlo también gratuitamente....”.

20.9.06

20 SEPTIEMBRE. JUAN SEBASTIÁN ELCANO


JUAN SEBASTIÁN ELCANO.

Imagínese que usted sale de viaje cualquier día de este mes y regresa dentro de tres años. Tendría, sobre todo, mucho que contar. Y buscaría a alguien para que escuchara sus historias. Algo así hizo un grupo de marinos el día 20 de septiembre de 1522. Buscaron un convento de la orden mínima que estaba en Triana, en la calle Pagés del Corro, donde hoy está un colegio. En aquel convento encontraron aquellos marinos una Virgen sentada, con un Niño en sus brazos, con la mirada serena al frente y con actitud de escucha. Y entre los marinos, hubo uno que tomó la palabra. Primero se presentó. Se llamaba Juan Sebastián Elcano. Y presentó a sus compañeros. Eran pocos, sólo 18 hombres de mirada cansada. Y antes de nada dio gracias a aquella Señora, a aquella Virgen sentada. Y le contó una larga historia.
Juan Sebastián Elcano le narró a la Virgen que hacía ya tres años que comenzó un larguísimo viaje. Le acompañaban más de 200 marineros que viajaban en cinco naves. Su idea era llegar a la Indias desde Occidente, un viejo sueño. Y en ese viaje les ocurrió de todo. Sufrieron rebeliones, tempestades, naufragios, enfermedades... Incluso fue asesinado su jefe, Magallanes. También murió Duarte de Mendoza, otro compañero que asesinaron los musulmanes de Cebú. Fue entonces cuando se tuvo que hacer cargo de la expedición. Con su nao Victoria llegó hasta las Molucas, un sitio que parecía el fin del mundo. Allí cargó su barco con clavo, arroz, canela y ámbar. Pero el regreso fue todavía peor. Tuvo que evitar a los portugueses y luchar contra el hambre y la incomprensión. Incluso algunos de sus marineros fueron presos por el rival portugués. Pero finalmente pudo completar el viaje. Elcano le dijo a la Virgen que había recorrido más de 14.000 leguas, casi 80.000 kilómetros en tres años, que había perdido a doscientos compañeros y a cuatro barcos. Pero allí estaba: el capitán de la Nao Victoria ante la Virgen del mismo título. El primer hombre que daba la vuelta al mundo hablaba con una Virgen sentada. Y le habló de mil y un lugares, de sitios exóticos, de miedos y de alegrías, de riquezas y de dificultades. Y sobre todo le dio gracias a aquella Virgen sentada por haber podido volver a contarlo.
Hoy ya no existe aquel convento trianero de la orden Mínima. Pero la Virgen de la Victoria sí. Fue llevada a la parroquia de Santa Ana, a la Catedral de Triana. Allí sigue sentada, escuchando nuevas historias. Como la de un viejo marino que hace 483 años le dio la vuelta al mundo...

18.9.06

19 DE SEPTIEMBRE. LA MURALLA



Era el 19 de septiembre del año del Señor de 1679. Gobernaba el país un rey enfermizo, Carlos II, un embrujado para algunos y un loco para otros. España ya no era la de antes. En Europa pintaba poco. Ya eran pocos los Alatristes que luchaban en Flandes en nombre del rey de Castilla. Sevilla tampoco era ya el centro el mundo, sobre todo después de la epidemia de 1649. Seguía siendo una ciudad hermosa, espectacular; con el arte de un Murillo y un Roldán en sus calles pero con miles de pobres y de pedigüeños por sus esquinas. No era nostalgia de los sevillanos de entonces: era una realidad. La ciudad todavía creaba monumentos pero era incapaz de conservar algunos de los que tenía, quizás porque habían perdido su sentido. Las murallas que rodeaban la ciudad eran el mejor ejemplo. En aquel año de 1679 servían para poco. Sus puertas eran lugares de entrada y salida de la ciudad, pero eran sobre todo un control municipal. Y piensen igual que hoy. Cuando se habla de control municipal se habla de impuestos, que no piensen que hay nada nuevo bajo el sol... Desde su construcción por los almohades, las murallas de la ciudad habían servido de protección contra invasiones y contra las crecidas el río. Sus puertas servían en el siglo XVII para abrir la ciudad a los reyes pero sobre todo para controlar los impuestos: el de la carne, el de la sal, el del aceite... Y en aquella época también había evasores de impuestos, no piensen tampoco que lo del caso Malaya es nuevo...
-¿Qué hacía un evasor de impuestos en la Sevilla del XVII? .
Pues evitar las puertas de la muralla.
-¿Cómo?.
Pues había dos formas. La más simple era hacer un agujero en el muro, cosa nada difícil en unas murallas poco cuidadas. La otra forma consistía en saltar la muralla. No piensen que era un esfuerzo. Había zonas donde la acumulación de basuras formaba una montaña desde la que pasar sin problemas. Nada nuevo bajo el sol. Por eso el Ayuntamiento, aquel día de septiembre de 1679 hizo un bando ofertando una obra de reparación para acabar con el estado de abandono de las murallas. La oferta era clara: se concedería al presupuesto más bajo.
Historias que se repiten. Pasan los años, las murallas necesitan reparación y se sigue regateando en presupuestos. Como aquel día de septiembre de 1679 en que un alcalde firmaba un bando para reparar la muralla...
Aquel alcalde se llamaba Don Carlos Herrera. ¡Qué cosas tiene la historia...!

13.9.06

14 DE SEPTIEMBRE



LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ.
14 de septiembre. Abrirás el calendario y recordarás la fecha. Día 14. “La Exaltación de la Cruz”Tus pasos se dirigirán, un año más, a buscar el río y a buscar a don Miguel de Mañara, y a ver unos azulejos azules. Será en el Hospital de la Caridad. Pasarás, un año más, bajo un rótulo en un latín que no entiendes, Domus pauperum scala Coeli.. Tú lo sabes en tu idioma. “La casa de los pobres es la casa de Dios”. Y entrarás buscando un cuadro. Un enorme cuadro. Cuando entres en la iglesia, todo afectará a tus sentidos: los huesos, las calaveras, el oro viejo, la plata, los ángeles, el cristo muerto, la reina que lava a los pobres, las cucarachas que parecen salirse de sus cuadros... Tú te situarás a los pies de un Cristo lleno de sangre, a ti siempre te pareció más propio de Sudamérica, siempre te dio incluso un poco de miedo. Allí te sentarás. Y mirarás a tu espalda. Allí está tu cuadro. Un enorme cuadro.
Lo pintó Valdés Leal en 1684. Y en el silencio de la Caridad recordarás su historia. Ocurrió hace mucho siglos. El emperador Heraclio había rescatado la Cruz de Cristo y se disponía a entrar en Jerusalén. Para ello organizó un cortejo solemne, lleno de lujo y riqueza. Cuando iba a entrar en la ciudad comenzaron a caerse las piedras de la muralla. En ese momento apareció un ángel del cielo y le comunicó al emperador que Cristo había entrado en la ciudad montado en un burro, entre gente sencilla y que él no debía entrar así revestido. El emperador comprendió el mensaje y, antes de entrar, decidió despojarse de sus ricos ropajes...Una hermosa historia. Cuando la pintó Valdés Leal quiso contarte algo: nadie que no se despoje de sus riquezas podrá entrar en el reino de Dios. Y pensarás esto viendo el cuadro, un enorme cuadro. Allí están el Emperador, los ángeles, el cortejo, los obispos, las joyas, los caballos, Jerusalén, sus murallas. Y allí, al centro está la cruz. Hoy volverás a recordar esta historia en el Hospital de la Caridad, ante un cuadro que Valdés Leal pintó hace más de trescientos años. Pero a ti, en el fondo, aquello te parecerá moderno, actual. Porque al salir de la iglesia te seguirás acordando de los lujos de nuestro tiempo, de todo lo superficial que nos cubre. Quizás pensarás en desprenderte de algo...Y cuando pases de delante los jardines, una estatua de bronce te susurrará, trescientos años después; las palabras de Miguel de Mañara
“¿Qué importa hermano, que seas grande en el mundo si la muerte te ha de igualar con los pequeños?”

11.9.06

12 DE SEPTIEMBRE



HUMILDAD Y PACIENCIA.

Salir de nazarenos en septiembre. ¿Les choca la idea? Pues eso hicieron un grupo de hermanos de la hermandad de la Cena hace algo más de dos siglos...
12 de septiembre de 1800. Hacía un mes que Sevilla vivía una de las peores epidemias de su historia. Comenzó en agosto, en Triana. Allí aparecieron los primeros síntomas de la terrible “fiebre amarilla de América o Typhus Icteroides”. De Triana se extendió el contagio a las zonas de los Humeros, San Lorenzo y San Vicente, para terminar contagiando a toda la ciudad. El río Guadalquivir fue la vía de infección y las contradicciones de los dirigentes aumentaron los estragos de la epidemia. Por una parte se incomunicó a contagiados y se cerraron incluso los teatros pero, al mismo tiempo, se permitieron procesiones, rezos, rosarios e incluso bendiciones públicas desde la Giralda.
Aquel día de septiembre, en el barrio de la Feria salió una procesión. Los hermanos de la Cena se reunieron en su iglesia de San Basilio, en la calle donde antiguamente vivió un relator de la ciudad. En la penumbra de la capilla, ante los viejos cuadros y las viejas imágenes, se pasó lista. Las faltas sonaron a muertos enterrados en la fosa común de la Macarena, delante del Hospital. Incluso habían muerto algunos de los monjes basilios del convento. Los hermanos lo tuvieron claro. Penitencia y humildad. Había que salir a la calle en procesión. Pero sin alardes ni música. Sólo penitencia. Por eso eligieron su imagen más indicada: el Señor de la Humildad y Paciencia. Era el más antiguo, de pasta de madera, muy pequeño y muy devoto. Alguien en la hermandad contaba que era una imagen que representaba el momento de la meditación de Cristo ante la muerte y que aquello venía de un teatro medieval alemán. Alguno recordaba que era una imagen basada en una estampa de Durero. Eran datos que no importaban. Al acabar la tarde, con sus túnicas, en silencio y en riguroso orden salieron a la calle. En unas sencillas andas de caoba portaron a aquel Cristo de pasta que miraba al suelo. Humildad y Paciencia en medio de la epidemia, oraciones y esperanzas en medio de la tragedia. Al regresar a su templo de la calle Relator, aquellos nazarenos de septiembre se sintieron reconfortados. No sabían que la epidemia continuaría durante varios meses y que morirían miles de sevillanos. Pero sí sabían que aquella tarde septiembre llenaron la ciudad de Humildad y Paciencia.
Por cierto, algunos quizás me recordarán que tal día como hoy en 1907 se fundó un equipo llamado Real Betis Balompié... Es que uno tiene mala memoria y prefirió hablar de la Humildad y la Paciencia. De veras que lo ciento, lo ciento...

5.9.06

5 DE SEPTIEMBRE

PADURA
Hace tiempo que la calle Sierpes no te parece la misma. Quizás seas un rancio o eso que ahora llaman nostálgico de lo cutre, pero en aquella esquina ya no está ni la librería de Pascual Lázaro ni Padura, o mejor Casa Padura que así sonaba mucho mejor. Pero una placa de aquel rincón te sigue recordando otras historias, te mantiene viva la memoria en días como hoy.
Fue el 5 de septiembre de 1984. ¡Cómo pasa el tiempo, más de veinte años!. Día de vuelta al trabajo para Rafael. En su oficina de la calle Luis Montoto se acumulaba el trabajo después de las vacaciones. Unos minutos antes preguntaron por él unos individuos extraños. Ya se lo dijeron los empleados. “Mire Rafael que tenían mala pinta”. No se equivocaron. Volvieron al cabo de unos minutos. Eran tres. Un de ellos amenazó con una pistola a los empleados. El otro actuó rápido. Dos disparos acabaron con la vida de Rafael. En la historia de la ciudad se escribía un nuevo atentado de los GRAPO, ese grupo que nadie parecía comprender y que siempre se dio por desmantelado. La conmoción en Sevilla fue grande. Habían asesinado al presidente de la Confederación de Empresarios, todo un personaje. Tú no lo conocías pero sentiste que habían matado los recuerdos de tu juventud, los folios verjurados, los cuadernos, los lápices y los “rotring” de Casa Padura. Durante muchos años seguiste pasando por aquel lugar y viendo en el negro del papel de envolver de Padura una especie de luto cargado de rabia contenida.
Pasado un tiempo los asesinos fueron detenidos. Todavía lo recuerdas, el GRAPO de nuevo desmantelado. Al macabro responsable, Sebastián Chano Rodríguez lo condenaron a más de ochenta años de cárcel. Aquel día pensaste que no volverías a oír hablar de él. Te equivocabas. A principios de los noventa volvió salir en los telediarios por haberse llevado en huelga de hambre varios meses. Quedó paralítico e incluso salió e la cárcel. Otra vez pensaste que no volverías a hablar de él. Te equivocabas de nuevo. Al cabo de los años viste como le colocaban una medalla de oro al cuello como campeón de natación. Volvió a la tele. Incluso lo viste reírse en el programa del Quintero. Maldita la gracia. Hubieras preferido al Peíto o al Risitas. Cuando le preguntaron por el pasado vomitó estas palabras. “el pasado no se puede borrar y de nada sirve darme golpecitos en el pecho y decir que me arrepiento...”
Cuando hoy pases por Sierpes te acordarás de todo esto. El pasado no se puede borrar. Cierto. Por eso nunca olvidaremos que a Rafael, el Padura de tu infancia, le quitaron un día la posibilidad de tener una segunda oportunidad en la vida...

1.9.06

SEPTIEMBRE

SEPTIEMBRE

Septiembre es mes de reecuentros, de la vuelta al cole, de la vendimia, del inicio de Libra, de los nuevos proyectos. Quizás sea el mes de los buenos propósitos, de olvidar lo pasado. Aunque Sevilla no debe olvidar un septiembre de su historia.
Fue en 1868. En aquel año se produjo una revolución que acabó mandando a Isabel II al exilio. La reina había perdido el apoyo de su pueblo e incluso desde Sevilla se conspiró para quitarla del poder. Desde el Palacio de San Telmo, el duque de Montpensier llegó a soñar que el nuevo rey de España podría ser él. No lo consiguió. Pero la revolución sí cambió a la ciudad. De forma dramática e irreversible. Los revolucionarios sevillanos pensaron que la modernidad consistía en derribar lo antiguo. Y en pocos día derribaron numerosos monumentos de la ciudad. No les importó ni el arte, ni la historia. De nada sirvieron quejas como la presentada José Mateos Gago al dimitir de la Comisión de Monumentos: “¿Cómo impedir que un pueblo desbordado, sin más guía que su ignorancia y sus pasiones, desfogue su ciega y reconcentrada ira en objetos y edificios cuyo mérito y valor desconoce?”. Una dura queja que podríamos prolongar hasta nuestros días. Y es que en Septiembre de 1868 se derribaron, por señalar algunos ejemplos, conventos como el de Regina (en la actual calle de su nombre), las Dueñas (frente al Palacio del mismo nombre), las Mínimas (calle Sierpes), la Concepción (actual plaza de Menjíbar), o San Felipe (en torno a Doña María Coronel). También se derribó, hasta trabajando de noche, la iglesia de San Miguel en la plaza del Duque, una rica iglesia mudéjar donde estaban Pasión, La Soledad y el Amor. Hoy no queda nada. Allí está un sindicato y una cafetería setentona. Pero además se comenzó el derribo de las murallas de la ciudad, empezando por la Puerta de Carmona y la Puerta Osario. Hoy sólo quedan en la memoria de las paradas del autobús. Y menos mal que la revolución duró poco porque estaba en proyecto el derribo de todas las iglesias mudéjares. Y se llamaban modernos...
La historia de esta revolución la escribió, años después José María Tassara en un libro que tituló “Apuntes para la historia de la revolución de 1868 en Sevilla”. Hoy que se lee tan poco, como mucho alguna novelita de Dan Brown, debería ser una lectura obligatoria. Sobre todo por nuestros políticos. No deberían olvidar las líneas finales de ese libro. Decían así: “La revolución ha probado, una vez más, que el orgullo de los que no saben edificar consiste en destruir”.
Y cuando andas por Sevilla, te das cuentas que, desde 1868, hemos aprendido poco.

CUESTIÓN DE ENTRADA. ¿Qué Sevilla queremos?