13.11.06

14 DE NOVIEMBRE. EL DETENIDO


Aquella tarde se acabaron los sueños de don Pablo. Ya no habría una Sevilla mejor. Todo comenzó con aquella llamada y con aquel grito sobrecogedor:
“Abran la puerta al Santo Oficio de la Inquisición.”
14 de Noviembre de 1776. El todavía Asistente de la ciudad, don Pablo de Olavide, degustaba una de sus eternas conversaciones en el Alcázar, la que siempre sería llamada casa del Asistente. Para entendernos: el alcalde del siglo XVIII. Junto a técnicos y amigos, don Pablo exponía su proyecto para hacer el Guadalquivir navegable hasta Córdoba. Sería el acercamiento definitivo de las dos ciudades. Todos veían bien la idea hasta que sonaron aquellos tres golpes. Cuando la servidumbre abrió, las intenciones de aquella comitiva tiraron por tierra los deseos de los reunidos. Tres soldados, un fiscal, un notario, el secretario y varios familiares de la Inquisición.
“Venimos para llevarnos a don Pablo de Olavide, el limeño que está envenenando la ciudad con sus ideas heréticas”.
Entre el revuelo general, el Asistente fue esposado y llevado a un carruaje que les esperaba a la entrada del Alcázar. Cuando salía hacia la Catedral, todavía no daba crédito a lo que pasaba. Él, el Ilustre Asistente de la ciudad, detenido por la Inquisición. Y en la fría tarde de noviembre, mientras lo llevaban al otro lado el río, pensó que sus sueños de hacer una Sevilla mejor se habían terminado. Camino del río recordó sus obras para hacer aquel paseo y lo que le costó hacer el muro de defensa para proteger a la ciudad el Guadalquivir. Y ahora, con unas cadenas en la mano que manchaban el encaje de sus puños, se preguntaba quién lo defendería. ¿Quizás alguna sociedad de las que fundó? ¿Quizás la Universidad que reformó? ¿Quizás los habitantes de una ciudad que limpió y que alumbró? Todo eso pensaba viendo aquellos azulejos azules que el mismo mandó colocar para dividir la ciudad. En barrios y cuarteles. Una ciudad que lo abandonaba.
Dicen algunos, que, al pasar el puente de barcas se oyó un lamento en aquella carroza. Las viejas torres del castillo de San Jorge esperaban a un abatido Asistente. Quiso mantener la compostura cuando lo metieron en un frío calabozo. El santo Oficio ya no era el de antes pero todavía se oían lo horrores del tormento en celdas lejanas. Frío exterior y frío interior. Cuando un escribano le leyó sus cargos pensó que había muerto el sueño de una Sevilla mejor: se le acusaba de actuar contra la doctrina cristiana. Y aquella fría noche de noviembre, el Asistente recordó las palabras de Voltaire. Don Pablo de Olavide un hombre en la cárcel por saber pensar... Gracias a la Providencia, siglos después van a la cárcel a pocos alcaldes. Y si se llevaran por saber pensar, probablemente serían muchos menos...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahora detienen por lo menos a algunos chorizos que andan de alcaldes... Porque por pensar, seguro que no detenían al nuestro.