30.1.08

30 DE ENERO. CHAMPÁN


La política siempre te importó poco. Desde hace tiempo dejaste de creer en las siglas y creíste en las personas. Sólo las personas. Con su nombre y sus apellidos. Con su realidad. Con la grandeza de su vida. Por eso recuerdas aquel día como si fuera hoy.
30 de enero de 1998. Un día que probablemente no pasaría a la historia. Desde que te levantaste hiciste lo mismo que tantos otros días: dormir, trabajar, ir a una reunión, comer, ver a los amigos, jugar con tus sobrinos, descansar, hacer planes para la próxima semana... Y aunque la noche era fría, te permitiste llegar un poco más tarde a casa para tomar algo con los amigos. Siempre te gustó aquella zona, a los pies de la Giralda. Por la noche dejaba de ser centro turístico y se convertía en un lugar que te parecía familiar. Cientos de personas se reunían en torno a unas copas y hacían cosas importantes: charlar, reír, escuchar, amar... Ni más ni menos. El frío avanzó con la noche y fueron muchos los que comenzaron el regreso a casa. Entre ellos aquella pareja, dos personas más. No sabías ni su nombre pero nunca más volverías a verlos vivos. Subieron aquella cuesta por última vez. Sólo llevaban a cuestas el tesoro de su propia existencia. Dos sombras macabras le seguían los pasos. Al llegar a la esquina se acercaron a la pareja. Se oyeron varios disparos. El frío de la noche se manchó de la sangre de dos personas tendidas a los pies de la Giralda. Tú no sabías ni su nombre, qué importaba... La vida había terminado para ellos. Alguien que no creía en ella se la había quitado.
Recuerdas el día siguiente y sientes el mismo frío y la misma rabia. Habían matado a dos vecinos tuyos, ese día supiste sus nombres, y los de sus hijos. También te enteraste de su partido político y de sus cargos. Eso te importaba menos. Habían matado a dos personas. Con la rabia de cualquier ser humano, saliste a la calle y una lluvia fría te acompañó. Como cualquier persona te pusiste a llorar. Un llanto más entre miles de llantos. Un llanto de personas. Un llanto que alguien vio por la tele. Estaba a muchos kilómetros de tu ciudad. En una cárcel. Probablemente tuviera poco de persona. Cuando te vio llorar se echó a reír, él mismo dijo que tu llanto era su sonrisa y que si la cosa seguía así los suyos terminarían a carcajadas. Incluso pidió champán para celebrar tu llanto. Ya dijo alguien que el hombre es un lobo para el hombre...
Años después, abres tu almanaque y sigues sintiendo la fría lluvia de aquel día. Años después, el del champán sigue demostrando que no cree en la vida. Ni siquiera en la suya. Años después te siguen importando poco la política, los partidos o las banderas. Pero sigues creyendo en las personas. En las personas y en la vida. La que un día negro de enero le quitaron a dos inocentes de una larga y macabra lista...

29 DE ENERO. NAZARENAS LIMITADAS



“Una ciudad católica pero muy poco cristiana”. Dicen que fue la frase con la que aquel cardenal definió a la ciudad de Sevilla. De origen navarro aunque venía de Galicia. Rígido y tozudo, aunque muchos vieron en él a un obispo serio pero amable, muy trabajador y de modales elegantes y refinados. Se llamaba Eustaquio pero fue conocido por su apellido: cardenal Ilundain, a secas. Llegó como arzobispo a Sevilla el 15 de septiembre de 1921, dicen que en medio de un clima de cierta frialdad. Aún así logró hacerse con numerosas simpatías, incluidas las del líder republicano Martínez Barrios, en una época ciertamente difícil. Ilundain tuvo que lidiar con las dificultades de la Sevilla de Primo de Rivera, la eclosión de hermandades, el naciente anticlericalismo, los años de la República y la persecución religiosa y el inicio de la Guerra Civil. Y además las cofradías…. Un día como hoy, por medio de una carta pastoral, se atrevió a reformar lo que muchos no se atrevieron. Aquel día de 1929 el cardenal prohibía las paradas de los pasos sin motivo, la actuación de los saeteros profesionales y la presencia excesiva de mujeres. Así lo expresaba su carta:
“Otro abuso….Nos referimos a la asistencia de las señoras acompañando las procesiones de Semana Santa. La práctica tradicional general, como consta de los antecedentes, fue la de que estas procesiones constasen solamente de varones. A excepción de muy pocas cofradías, no eran admitidas las mujeres en el acompañamiento de las procesiones de nazarenos. Pero de algunos años acá ha venido admitiéndose esto con perjuicio del buen orden y de los que importa más, con detrimento de algo que puede afectar a la santidad del acto y al recogimiento de las personas…”
“Prohibimos que las mujeres formen en las procesiones de Nazarenos de la Semana Santa. Únicamente en las cofradías que lleven treinta años de costumbre de admitir mujeres en su procesión podrá permitirse la asistencia de señoras con tal que su número no exceda de cuarenta como máximo. El hermano mayor de cada una de estas cofradías o hermandades exigirá antes del Lunes Santo de cada año la inscripción nominal de cada una de las mujeres que autoricen asistir a la procesión y, si excede de cuarenta el número de las que soliciten el permiso, se dará la preferencia a las que lo hayan solicitado con la mayor antelación, siendo personas dignas de ello y con las cautelas convenientes, sin exceder del número de cuarenta. Jamás se permitirá que asistan más de cuarenta mujeres…”

Nazarenas limitadas. No sabemos si Sevilla era muy católica y muy poco cristiana. Lo cierto es que aquel cardenal si era poco feminista, muy poco flamenco y muy poco cofrade.

25.1.08

24 ENERO. LA HUIDA



























El miedo tomo la ciudad el día 24 de enero de 1810. No llegaban buenas noticias. Dos días antes, las tropas del ejército francés habían tomado Córdoba. Pero lo que ocurrió el día antes aumentó los miedos de la población. Los frailes del convento de capuchino abandonaban la ciudad. Miedo entres sus hermanos. Y con ellos se iba de Sevilla la mayor colección de cuadros de Murillo que todavía quedaban juntos: San Francisco, la Porciúncula, Santa Justa y Rufina, El Nacimiento, la Adoración de los Pastores, Santo Tomás de Villanueva... todos se embarcaron con prisa para huir de los invasores franceses. Cuentan algunos que hubo algún fraile que lloraba amargamente cuando veía a su Virgen de la Servilleta allí metida en un cajón. Pensaba que no volvería a verlos en su ciudad. Pero como los milagros existen, después de pasar por la Catedral , por Gibraltar y por muchas manos , los cuadros volvieron.
Pero aquel día de enero de 1810 nadie sabía si volvería. Y eran muchos los que se embarcaban huyendo de los franceses sin saber adónde ir. Hermandades y cofradías con siglos de historia sacaban con miedo las joyas acumuladas durante muchos siglos. Dicen los cronistas de la época que en la ciudad estuvo dominada por un silencio pavoroso. Un silencio que en el puerto se volvió conventual. Monjas franciscanas, agustinas, cistercienses, dominicas... Salían de la ciudad con lo puesto, con un permiso especial para salir de la clausura, dejando atrás conventos con siglos de historia. Aunque el silencio era su norma, hubo algunas que comentaron entre sí el miedo por la llegada de los franceses. No se podían imaginar que sus conventos se transformarían en cuarteles, sus iglesias en establos, sus obras de arte en madera para quemar por la barbarie. Aún peor, las monjas de la Encarnación no sabían que su casa sería derribada, los franciscanos no sabían que su convento sería quemado, los vecinos de Santa Cruz no sabían que su parroquia desaparecería para siempre... En medio de aquel silencio pavoroso, la Junta Central, el último reducto del gobierno español, huyó en secreto de madrugada, dejando a la ciudad abandonada a su suerte. Cuando el pueblo se dio cuenta de este abandono salió a la calle al grito de ¡Mueran los franceses! Y ¡Viva el Rey!. Buscaron armas, buscaron políticos dirigentes que dieran la talla, buscaron dignidad para defender la ciudad. Encontraron poco. Una semana más tarde Sevilla sería entregada a los franceses.
Aquel día de enero de 1810 esos que llaman clase política dejaron abandonada la ciudad. Sólo el pueblo estuvo a la altura de la circunstancias. Una historia que se repite. Demasiadas veces...

22 ENERO. ORDENANZAS

























La tarde de enero era fría y lluviosa. Quizás nadie leería aquellos papeles hasta el día siguiente. Pero el alguacil cumplió con su rito siguiendo las reglas de su trabajo. Sacó una a una las cuartillas y las fue clavando sobre el viejo portón de madera. Eran las nuevas ordenanzas del cabildo sevillano en el año del Señor de 1783. Como un crucificado antiguo, cada papel recibió cuatro clavos y el frío de la tarde. Al día siguiente, los sevillanos pudieron leer las nuevas normas del Ayuntamiento:
“Que ningún vecino sea osado blasfemar, jurar echar votos de por vida y maldiciones, ni pronunciar palabras faltas del debido respeto y veneración a Dios Nuestro Señor…
Que ninguno viva amancebado, ni tenga comunicación con mujeres perdidas o escandalosas, ni menos sea alcahuete hechicero, embustero ni usurero…
Que no se cante en las calles, paseos, puestos públicos o privados coplas deshonestas y malsonantes, ni ofensivas a alguna comunidad o particular…
Que se guarden con exactitud los domingos y demás días festivos en que no se permite trabajar…
Que ningún vecino de esta ciudad pueda tener en sus tejados, azoteas, pretiles, mesa de balcones, tablas o barandillas, macetas y tiestos de flores y yerbas que con los vientos u otro accidental motivo puedan caer a la calle…
Que ninguna persona arroje a las calles y plazas aguas inmundas…
Se prohibe que anden por las calle toda clase de perros dañinos y feroces que puedan causar perjuicio al público…
Que ninguna persona de cualquier estado, calidad o condición que sea tenga en sus casa propias o alquiladas de esta ciudad o en sus barrio juegos de naipes, dados, cartera, morra, vivis ni otros juegos prohibidos…
Que no se junten en cuadrilla de día ni de noche para causar alboroto ni otras inquietudes que ofendan al sosiego público y de ningún modo después del toque de queda…
Que nadie sea osado a traer espada, ni desnuda ni de vaina abierta, ni estoque de cuatro esquinas…
Que nadie use armas cortas de fuego, ni de acero, ni dagas, ni cuchillos flamencos ni otro instrumento punzante…
Que ninguna persona ponga ni haga poner en las calles piedras, maderas obraje ni otros materiales que impidan el tráfico y el fácil tránsito…
Firma esta ordenanzas, a fin de que tengan la debida observancia, don Pedro López de Lorena”

Comentario: Aquel día de 1783 se prohibían los navajeros, los botelloneros que ensuciaban calles, los que no dejaban andar por la calle, los escandalosos, los blasfemos, los que insultaban las creencias de los demás, los matones, los puteros, los estafadores que echaban cartas, los que no cuidaban su casa ni cuidaban su ciudad…
Tres siglos más tarde seguimos liados con nuevas ordenanzas. Qué bueno sería que esta ciudad supiera algo de historia…

7.1.08

8 ENERO. SAN JULIÁN





























8 de enero. La fecha de tu almanaque.San Julián. El nombre del día. Misterios de la vida y grandezas de la imaginación. Te han venido a la cabeza otros nombres, mejor dos apodos. Has recordado que los llamaban la Bizca y la Pinocha. Y otra fecha teñida del negro de las cenizas: 8 de abril. El día que un fuego acabó con una parroquia, con varias imágenes y con miles de esperanzas.
Sevilla, año 1932. La República era todavía una mujer joven. Había nacido con titubeos, entre miedos y esperanzas. Y cerca de la Esperanza de tu ciudad se iban a truncar muchas de las ilusiones de aquella recién nacida. En el barrio de San Julián nada hizo presagiar la desgracia de aquella noche. En otras ciudades se habían quemado conventos pero Sevilla seguía siendo muy mariana. Los obreros podían leer El socialista pero también lo podía usar para envolver sus sandalias de nazareno. La fe y la revolución quizás podrían comulgar juntas.
Aunque hubo algún miedo y alguna precaución en la Junta de gobierno, nadie en el barrio pensaba que se pudiera tocar a la Virgen de la Hiniesta. Patrona de Sevilla y bienhechora de obreros. Procedía de una Cataluña que por aquellos días debatía su autonomía. Contrastes de una época...
Pero aquella noche algo cambió en San Julián. Dicen que el fuego no deja indiferente a nadie. Te abrasa o te calienta. Te fascina o te repugna. Quizás esas fueran las sensaciones de todo un barrio. Cuando el vecindario obrero empezaba su descanso, saltó la alerta: la parroquia estaba ardiendo. Fueron avisados el párroco y las autoridades. Una columna de humo lo invadía todo. Se pudo salvar poquísimo: a un Dios entristecido por el humo del odio, alguna plata y alguna madera barroca. No se pudo hacer más: se quemaron la Virgen gótica de la Hiniesta, la Dolorosa de Montañés, el Cristo de Ribas, el retablo principal, las pinturas. Siglos de arte hechos cenizas. Al día siguiente, los hermanos en el azul y la plata sólo sabían llorar la pérdida de sus imágenes. Comenzaron las investigaciones y las acusaciones: se acusaron entre sí los políticos, se acusó al clero, se acusaron todos... Pero nadie supo dar explicaciones. Pasadas unas semanas se detenía a dos vecinos. Sus apodos, la Pinocha y la Bizca. Quién lo diría. Dos homosexuales que llevaban tiempo cargando con el estigma social de su condición. Llegaron a confesar que prendieron fuego a la iglesia por la puerta de la Plaza de la Moravia con una lata de gasolina que les costó un real. Fueron absueltos. No cumplieron condena. Nadie explicó nunca las causas de aquella barbaridad. Ni políticos, ni jueces ni autoridades estuvieron a la altura de las circunstancias...
Cierras tu almanaque. La historia de tu ciudad huele en demasiadas ocasiones a pura chamusquina...

4.1.08

5 DE ENERO. JACINTO ILUSIÓN


Si hay algo que marca los días de Navidad es la ilusión: en el año nuevo, en lo que está por venir, en las fiestas, en la lotería, en los niños...En Sevilla hubo una persona que supo crear esperanzas en lo bueno que siempre está por venir. Tanto que llegaron a cambiarle su apellido y lo apodaron Ilusión. Jacinto Ilusión. Aunque su verdadero nombre era José María Izquierdo
Siempre que voy al convento de Capuchinos me fijo en su retrato. Es un azulejo que representa la coronación de la Pastora de Capuchinos en el año 1921, el mismo año en que murió nuestro retratado. Allí, rodeados de frailes, están José María Pemán, el padre Ardales, Ramos Rejano y el ceramista que pintó los azulejos, Enrique Orce. Es todo un cuadro en azulejos que tanto nos recuerdan a la Plaza de España. Y allí está el retrato de José María Izquierdo.
Había nacido en Sevilla un día de agosto de 1886. Como buen sevillano no se le puede definir de forma fácil: estudió Derecho, fue ateneísta, escritor, articulista, poeta...Escribió obras como Por la parábola de la vida, dedicada a la muerte de su hermano Ángel, aunque la mejor parábola de la ciudad la dejó escrita en su Divagación por la ciudad de la Gracia. Porque José María Izquierdo nos enseñó que Sevilla tenía la Giralda, el Guadalquivir y la Gracia. Entendida como se debe: la de un concepto profundo de aquel sevillano que sabe entender y analizar la complejidad de una ciudad, la de un idealista que llegó a lanzar las primeras ideas que luego recopilaría Blas Infante. Pero Izquierdo era alguien serio, nada que ver con aquellos que hoy confunden la Gracia con ser gracioso en el peor sentido de la palabra.
Cuando lo veo en el azulejo de Capuchinos recuerdo que Izquierdo murió joven, con apenas treinta y cinco años. Pero le dio tiempo a dejar a la ciudad uno de los legados más hermosos. Dentro de su labor en el Ateneo defendió la atención a los niños más desfavorecidos de una ciudad que se preparaba para una gran exposición, pero que seguía teniendo muchos focos de miseria. Y para esos niños miserables, este eterno niño creó la cabalgata de Reyes de la ciudad. Era entonces una cabalgata para los acogidos en el hospicio de San Luis, con Reyes pobres, con negros de verdad, con fotos en la plaza de toros y con ilusión, la Ilusión de su seudónimo.
Sea la época que sea, al ver su cara en Capuchinos me acuerdo de la historia que nos contaba Álvaro Pastor. José María Izquierdo esperaba ilusionado el paso de la cabalgata. Como un niño más. Esperando a ver sólo aquello que ha pasado ya. En su mundo. Divagando. Y en la espera, el propio Pemán le preguntó:
- Oye, José María: ¿Quién son este año los Reyes Magos?
A lo cual este eterno niño respondió:
- ¿Pues quiénes van a ser?. Melchor, Gaspar y Baltasar, los mismos de siempre...