17.6.15

MUÑECA



He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Cita de una casa de muñecas para definir lo que siempre quise ser. Quizás lo que fui. Lo que quizás nunca nadie alcance a entender…
Le he dado nombre a una estancia del palacio, un alcázar de reyes que tiene un rincón para mí. Desde hace siglos. Rodrigo Caro ya proclamaba mi nombre en el siglo XVII y me colocaba entre los meninos y los niños que alegraban este rincón de la casa. Un rostro de niña en un territorio de mayores. Unos rasgos humanos en el arranque de un arco de herradura de posible origen musulmán. O mudéjar, qué más da. Demasiada provocación. Cuando me señalan los guías turísticos intentan explicar mi origen en miles de idiomas: capricho de alarifes mudéjares, invención del Renacimiento, reinvención romántica… qué se yo. Nadie alcanza a explicar la sencillez de mis líneas ni la delicadeza de mi rostro de yeso, tan frágil como el viento o como las muñecas que me inspiraron. Sólo la Emperatriz lo sabe. Ella que sintió el amor entre estas cuatro paredes, la de un César que alguien comparó con el mismo Dios. Ella que se sintió mujer en estos muros pero que siempre guardó un recuerdo para la vieja colección de su esposo, la de esos relojes y muñecas holandeses que gustaba contemplar. Eran metáfora del tiempo, muñecas sin tiempo y relojes que demostraban que la vida nunca para, ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara, la maldita herencia barroca que la ciudad se tatuó en sus tuétanos. Por eso se colocó aquí. La emperatriz más bella que vieron los tiempos, el rostro dibujado por Tiziano, convertido en una vulgar caricatura infantil. Ese es mi secreto. Perduro como reina en los grandes lienzos de Tiziano pero vivo como eterna niña en este rincón del Alcázar. Nadie lo entiende. Todos me señalan. A todos contemplo. Pueden volver año tras año, pero yo sigo siendo la misma niña, la que quiso quedarse garabateada entre los muros de un palacio. Eternamente niña. Eternamente esperanzada. Aunque no suenen los relojes que marcarán mi libertad. Turistas de todo el mundo me señalan. Su rumor es mi vida. Su silencio, mi condena. Aquí espero sin saber lo que espero. Sólo sé que un día decidí parar aquí mi tiempo. Volver al territorio eterno de la infancia. Donde no se tiene miedo a nada y se teme todo. Donde una muñeca de un rincón del Alcázar escuchó un día una canción que no era de cuna…
No tengo miedo al fuego eterno, tampoco a sus cuentos amargos, pero el silencio es algo frío, y mis inviernos son muy largos, y a tu regreso estaré lejos, entre los versos de algún tango, porque este corazón sincero, murió en su muñeca de trapo…

12.6.15

SUSONA

LA SUSONA
«Dios le castigó, poniéndole en manos de una mujer.»
                                               (Libro de Judit, 16, Cap. VII)

Mira que has de morir, mira que no sabes cuándo… Es un lema de vanitas barroca pero parece susurrarlo  una calavera  del barrio de Santa Cruz. Y tiene origen medieval.
Fines del siglo XV. Existía la comunidad judía en Sevilla, muy diezmada por el asalto al viejo barrio de san Bartolomé en 1391. Desde entonces, la diáspora interna y los deseos de volver a recuperar el control financiero de la ciudad latían entre algunos de los miembros de la comunidad. En este contexto se produjo un complot de la minoría judía dirigido por Diego Susón, aparentemente un cristiano, con el estigma de la duda en su conversión. Bajo su techo vivía su hija Susana, conocida como la “fermosa hembra”, bella mujer que mantenía relaciones con un caballero cristiano de las élites dirigentes de la ciudad. Aquí se entremezclan las historias: temerosa de que el complot pudiera afectar a su amado, Susana denunció la conspiración, con el terrible resultado de la detención y muerte de los participantes, incluido su padre. Nombres principales de la ciudad, como el mayordomo de la ciudad o el letrado Manuel Saulí y hasta un total de veinte personajes que fueron ahorcados en Tablada por orden de Diego de Merlo, el asistente de la ciudad que pasaría a la historia por construir el templete de la Cruz del Campo. Consumado el horror, la posterior historia de Susana difiere, nada nuevo bajo el sol, según las fuentes. Unos hablan del perdón otorgado por un obispo, que logra su conversión y su entrada en un convento, y otros refieren un complicado desenlace que incluye dos hijos ilegítimos de fruto de sus amores con otro obispo. Sea cual fuere la historia verdadera, sí parecen ciertas las disposiciones de su testamento, leído tras su muerte:   “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”. Allí estuvo su calavera durante más de un siglo. Pura vanitas barroca un siglo y medio antes de Miguel de Mañara. Fue calle de la Muerte, hoy Susona, junto a la calle de la Vida, que una simple esquina puede separar ambas… Susana Ben Susón.  No queda la macabra calavera pero sí un azulejo que la recuerda. En las tardes de calor veraniego parece oler a descomposición, mientras susurra el conocido soneto de Lope de Vega:

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.

Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos,
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.

Aquí la estimativa en que tenía
el principio de todo el movimiento,
aquí de las potencias la armonía.

¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!,
¿dónde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento?

2.6.15

PALA ATENEA



Del salón en el ángulo oscuro
De su dueña tal vez olvidada
Silenciosa y cubierta de polvo…
(Bécquer)

Del Mudéjar al Renacimiento. Un patio y una fuente. Dos miradas diferentes para una diosa verdadera. Cada una en un ángulo. Viendo la vida pasar desde dos perspectivas diferentes. Una porta todos sus atributos, escudo, casco y lanza, y otra está despojada de lo que fue postizo, quizás hasta sus propios brazos. Posiblemente un símbolo del tópico de la dualidad en la ciudad de las mil caras. Pala Atenea en dos ángulos de la Casa de Pilatos. Dicen que una puede ser del gran Fidias y que la otra es copia de taller, curiosa catalogación en una urbe en la que los alumnos suelen superar a sus maestros. Diosa de la guerra, de la civilización, de las artes, de la sabiduría, de la estrategia… Diosa de la habilidad, algo muy sevillano: estar en dos lugares diferentes pero en el mismo sitio al fin y al cabo. Como la mayoría de las pocas cosas que en el mundo importan, sus orígenes fueron difíciles: una hija partenogenética de Zeus, Dios de dioses, un nacimiento en el que Atenea nació completamente armada de la frente de su padre, después de haberse tragado a su madre. Un trauma. Como el de la ciudad de los traumas. Una diosa que jamás se casó ni tuvo amantes, una virginidad perpetua en la ciudad de las vírgenes. Incansable luchadora, ni el mismísimo Marte fue capaz de vencerla. Atenea la pensativa, la de los dos ángulos, está resguardada por miles de miradas. Hasta cuarenta y ocho ojos hay a sus espaldas, galería sin fin, los de bustos romanos y españoles, los ojos de Trajano y los de Tiberio, los de Cicerón y los de Carlos V, los de Vespasiano y los de Calígula, los de Aníbal o los de Escipión el Africano.  Ojos para el patio de un Pilatos que nunca estuvo en Sevilla, aunque tuvo quien le rindiera culto como creador de la Semana Santa… Ojos de Pala Atenea que miran al Dios Jano de la fuente central, el de las dos caras, paz y guerra, pasado y futuro. Es difícil encontrar un lugar donde se concentren más metáforas de la ciudad, más metáforas de la vida. Ojos para un patio que vieron el rodaje de Lawrence de Arabia, de La conquista del paraíso o de El Reino de los cielos. También de Knight and Day. Ya pasó el tiempo de los caballeros.  En un paraíso de arte y de historia, de azulejos y de mármoles, la Diosa de la inteligencia se permite el placer de mirar a la vida desde dos ángulos, principio y final, frontal y trasero, lado bueno y lado oscuro, permitido y prohibido. Cernudiana existencia: ya dijo el poeta que los placeres prohibidos son los mejores…