Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
Yo no sé himnos gigantes ni extraños, ni encuentro
rincones olvidados en mi corazón, ni he sabido clavar mi pupila en tu pupila
azul, o verde, o cielo o infierno. Yo, como el tonto de la película que sólo
decía tonterías, puede que sea un alma inconsistente que repite los datos de un
monumento de mármoles y de bronces, frialdades contrapuestas bajo un taxodio
que nos da sombra eterna, del patrocinio de dos hermanos, los Álvarez Quintero,
que tuvieron la iniciativa que tantas veces anhelé; de la obra de un marchenero
inmortal que colocó a la Inmaculada triunfante junto a la luna que se asoma por
los flameros de la Catedral, del Romanticismo de un poeta con capa española
llevada al bronce desde el lienzo del museo o desde los antiguos billetes de
veinte duros, que más da, si eternamente escucho las monsergas de los guías que
explican que eres una y trina, como los que beben el agua velazqueña o como el
mismo Dios que un día me marcó con unas alas de Ícaro pensadas para derretirse
por la Pasión, y caer, sí, caer, a tu a tus pies de diosa, ya te llames Aglaya, Eufrosine o Talía; que quizás
contengas en tus caras a la belleza, al hechizo y a la alegría, tres gracias de
la belleza que pueden ser la eterna desgracia,
sabes que es Trinidad que algunos ven como tres estados infranqueables, mortales sometidos
como están a los tiempos terrenos, que si tu estado es de presentimiento o
espera, que si es de plenitud, que si es de nostalgia por lo que pasó, qué sabe
nadie, si sólo yo entiendo tus miradas al cielo, al suelo o al infierno del que
está a tu lado; que el dardo de mi pasión lo lancé al centro de tu costado y
que, ángel eternamente caído y maldito, falló mi puntería para castigarme con
tu nada, convirtiéndome en estatua de bronce salado eternamente caído a tus
pies, para que el maldito poeta me maldijera con el poema que me azota colándose
por las rendijas de este taxodio que nos cobija hace más de un siglo
Me ha herido
recatándose en las sombras,
sellando con un beso
su traición.
Los brazos me echó
al cuello y por la espalda
partióme a sangre
fría el corazón
Corazón que todavía lo vuelve a intentar buscando romper
la frialdad de tu mármol, que la ciudad me sigue demandando la vida que se me
desparrama por estos escalones de mármoles con fríos de noviembre, que la
existencia o es amor o no es nada, que tonto será el que haga tonterías, pero
yo, al Dios maldito que me puso alas pongo por testigo, ya sé lo que es el
amor, aunque choque con tantos mármoles y tantos estados, y que este tonto
solemne de película aquí caído sólo pide esa mirada que una el mundo de
nuestras pasiones, esa sonrisa que nos haga cómplices en cielos inalcanzables y
ese beso, sí ese beso, que susurre por los rincones del parque las palabras que
otro poeta cinceló en viento: En un beso,
sabrás todo lo que he callado.
1 comentario:
Precioso, muy hermoso.
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