13.10.14

CATALINA DE RIBERA




Eros y Thánatos. El Amor y la Muerte. La llama encendida y la antorcha que es apagada en el suelo. Son las dos figuras que contemplan a Catalina de Ribera en su tumba del monasterio de la Cartuja, el lugar casi definitivo de su descanso, nunca digas la última ni creas que ha llegado el sueño eterno… Esa debió ser la consigna que llegó a los oídos de la Condesa de los Molares y señora de la Casa de los Ribera cuando falleció en el año 1505. Hija del Adelantado Mayor de Andalucía, Per Afán de Ribera, se casó en 1474 con Pedro Enríquez de Quiñones, Marqués de Tarifa y también Adelantado de Andalucía. Todo quedaba en casa. Un matrimonio del que nacerían  Fadrique Enríquez de Ribera y Fernando Enríquez de Ribera, que volverían a añadir títulos y cargos a la larga saga familiar. Su huella en la ciudad serían tres edificios, el palacio de Dueñas, que compraron a la familia de los Pineda, la llamada Casa de Pilatos, cuya construcción iniciaría junto a su esposo Pedro, y el Hospital de las Cinco Llagas. Su amor por el arte quedó latente en el palacio de Pilatos, que fue ricamente decorado y cuya terminación corrió a cargo de su hijo Fadrique, que introduciría en la ciudad la vanidad del turista que va a Tierra Santa y se trae las cruces de Jerusalén para colocarlas en la fachada de su casa… además de numerosas obras de arte y una galería de mármoles y bustos sin parangón en la ciudad. Y amor por el más débil. Tras enviudar en 1492, temprano apagó su antorcha Eros, Catalina funda un hospital para los más pobres, el llamado Hospital de las Cinco Llagas, con sede primitiva en la iglesia de Santiago y emplazamiento definitivo en el gran edificio que se construyó a partir de 1540 extramuros la ciudad, junto a las murallas de la Macarena, un hospital que funcionó siglos y que ahora acoge, la ciudad es así, las sesiones del Parlamento de Andalucía. Pero la antorcha de Catalina se apagó mucho antes, en 1505. No creas que fue su descanso eterno. Dos grandes monumentos funerarios, Roma triunfante, acogieron su cuerpo y el de su marido en la Cartuja de las Cuevas, el primer Renacimiento que llegó a la ciudad, mármoles blancos  en el reino de los silencios cartujos.
- Hermanos, morir tenemos.
- Ya lo sabemos.
Plegaria cartuja que ignoraba que el descanso eterno no había llegado a doña Catalina. Su tumba fue trasladada tras la desamortización del edificio a la iglesia de la Anunciación y antes de 1992, la Expo obligaba, volvieron de nuevo al nuevo centro del mundo en la Cartuja. Hay muertos que no descansan. A la noble dama del Renacimiento acabaron dándole un jardín en un antiguo paseo, precisamente llamado de los muertos, hoy de Catalina de Ribera. Allí tiene fuente de azulejos que perpetúa su memoria. Allí lucha contra el olvido y los graffitis de los vándalos vivos. Venció Thanatos y venció el Amor. Alguien debería respetar el descanso de los difuntos.

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