Año 1849. Últimas horas en la cama de su dormitorio. Vivía en la calle Trajano. Tenía ya setenta años. Muchos para la época. Se llamaba Juan de Astorga. Un escultor para recordar...
Había nacido un día de agosto de 1779 en Archidona (Málaga). Era profesor de la Escuela de Bellas Artes desde 1810. había realizado un sinfín de imágenes. Quizás sobresaldrían sus dolorosas: la de la Angustia, Esperanza de la Trinidad, Buen Fin, Subterráneo o la intervención en la Virgen de la Presentación. También las figuras del Duelo del Santo Entierro. Su obra era mucho más amplia. Pero ya se sabe que pasa a la posteridad lo que queda en la Semana Santa, Lo demás, quizás pasa al olvido. Aquel último día pensó que otras obras suyas merecían salir en procesión. Que la ciudad era ingrata y podría condenarlas al olvido. Y tres obras vinieron a su mente..
1. El Cristo de la Providencia. Lo hizo para la Capilla de la Escuela de Cristo en 1818. Fue contratado por Francisco Nicolás de la Barrera, hermano de la corporación para sustituir al antiguo titular, el Crucificado de los Mulatos o del Calvario.
En el contrato se estableció el material para la talla, la madera de cedro o, en su defecto, la de pino de flandes pero “sin nudos”. El contrato incidía en otras cosas: “se deja libertad para que obre en ella con toda la franqueza y la grandiosidad que sea posible, para que salga lo más dulce y sensible que sea dable, con la circunstancia que el rostro se goce bien desde el pavimento”.
No lo olvidaba: serenidad, quietud, la inspiración en el crucificado de la Buena Muerte, el acabado suave y el atrevido tratamiento en el paño de pureza. Una anatomía al descubierto. Ni sangre ni violencia. Una muerte ideal.
2. La Virgen de la Soledad del Convento de Capuchinos. Se la había encargado doña Francisca Lorenza de Segovia, esposa de don Pedro Pumarejo, para que recibiera culto público. Le salió realmente hermosa. Romántica. Sin sobresaltos. No sabía que estaría a punto de desaparecer en un asalto posterior al convento, ni que pasaría por la iglesia de San Luis de los Franceses. Al final, regresaría con los capuchinos. Su amigo, el padre Fray Ángel estaría contento...
3. La Virgen de la Soledad de la Parroquia de San Ildefonso. La hizo ya con sesenta años. Le tenía especial devoción. La artrosis de sus manos no le impidió llevar la belleza a un rostro de mujer, trasladar la delicadeza a un vulgar trozo de madera. Esa era la grandeza de un escultor...
Tres obras sin cofradía. El escultor pensó en que alguien descubriría aquellas imágenes para crear una hermandad. Una forma pública devoción. Hubo quien lo intentó décadas después. La belleza tallada del romántico escultor sigue habitando en los rincones del olvido...
Había nacido un día de agosto de 1779 en Archidona (Málaga). Era profesor de la Escuela de Bellas Artes desde 1810. había realizado un sinfín de imágenes. Quizás sobresaldrían sus dolorosas: la de la Angustia, Esperanza de la Trinidad, Buen Fin, Subterráneo o la intervención en la Virgen de la Presentación. También las figuras del Duelo del Santo Entierro. Su obra era mucho más amplia. Pero ya se sabe que pasa a la posteridad lo que queda en la Semana Santa, Lo demás, quizás pasa al olvido. Aquel último día pensó que otras obras suyas merecían salir en procesión. Que la ciudad era ingrata y podría condenarlas al olvido. Y tres obras vinieron a su mente..
1. El Cristo de la Providencia. Lo hizo para la Capilla de la Escuela de Cristo en 1818. Fue contratado por Francisco Nicolás de la Barrera, hermano de la corporación para sustituir al antiguo titular, el Crucificado de los Mulatos o del Calvario.
En el contrato se estableció el material para la talla, la madera de cedro o, en su defecto, la de pino de flandes pero “sin nudos”. El contrato incidía en otras cosas: “se deja libertad para que obre en ella con toda la franqueza y la grandiosidad que sea posible, para que salga lo más dulce y sensible que sea dable, con la circunstancia que el rostro se goce bien desde el pavimento”.
No lo olvidaba: serenidad, quietud, la inspiración en el crucificado de la Buena Muerte, el acabado suave y el atrevido tratamiento en el paño de pureza. Una anatomía al descubierto. Ni sangre ni violencia. Una muerte ideal.
2. La Virgen de la Soledad del Convento de Capuchinos. Se la había encargado doña Francisca Lorenza de Segovia, esposa de don Pedro Pumarejo, para que recibiera culto público. Le salió realmente hermosa. Romántica. Sin sobresaltos. No sabía que estaría a punto de desaparecer en un asalto posterior al convento, ni que pasaría por la iglesia de San Luis de los Franceses. Al final, regresaría con los capuchinos. Su amigo, el padre Fray Ángel estaría contento...
3. La Virgen de la Soledad de la Parroquia de San Ildefonso. La hizo ya con sesenta años. Le tenía especial devoción. La artrosis de sus manos no le impidió llevar la belleza a un rostro de mujer, trasladar la delicadeza a un vulgar trozo de madera. Esa era la grandeza de un escultor...
Tres obras sin cofradía. El escultor pensó en que alguien descubriría aquellas imágenes para crear una hermandad. Una forma pública devoción. Hubo quien lo intentó décadas después. La belleza tallada del romántico escultor sigue habitando en los rincones del olvido...
7 comentarios:
Mientras mi vecino tiene puesto Amarguras a todo volumen, es un gustazo leer esta entrada en pleno mes de Septiembre.
(lo del vecino es verdad, lo juro por las campanillas del Muñidor de La Mortaja).
Mi marcha favorita comenzaba al empezar a leer esta entrada sobre mi imaginero favorito. Virgen del Valle para el hacedor de María, todo un lujo para la vista, el oido, pues estimula el olfato y atrae el buen gusto.
Gracias por recordar a este gran olvidado escultor.
Elena M.
Envidio a Maese Rancio por su vecino, el mío solo silencia el estruendo de Camela cuando le da al trompo. A pesar de todo, al leer esto me dio alegría ver que conozco las obras, que Ramón de la Campa consigue acercar a cualquiera a esa joya escondida que es la Escuela de Cristo, y las otras dos sedes, cercanías afectivas varias…
Lágrimas de amor, y el bautizo de mi hermano en San Ildefonso, mi fiebre y las ganas de suicidio… que vida esta…
Gata, ¿las ganas de? No dé usted sustos...
Al olvido le gusta coleccionar momentos, pinturas e imágenes románticas, pero suele ser excesívamente egoísta. No las comparte. Afortunadamente está voacé para robárselas.
Un abrazo amigo Rascaviejas.
Si bueno, mi concepto de la vida, la muerte y su brevedad es parecido al del siglo de Oro, algo efímero, pero tranquilo, en cuanto se van los vecinos, quitan Camela y vuelve mi remanso de paz recobro mis ganas de vivir, no se asuste…
Kisses
Gata, es que lo de Camela es muy fuerte... Aguaó, su fichaje radiofónico es de los galácticos...
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