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LA PIEDAD DEL CONVENTO DE SANTA INÉS


El convento de Santa Inés fue fundado por  Doña María Coronel, viuda de Juan de la Cerda, muerto por orden del rey Pedro I, Cruel o Justiciero, durante su reinado (1350-69). Tras la muerte de su marido, y para huir del acoso del monarca, María Coronel se refugió en la desaparecida ermita de San Blas, en la zona de la calle Feria, profesando posteriormente como monja del convento de Santa Clara, donde se desfiguró el rostro con aceite hirviendo para que el monarca desistiera de su empeño. Tras la muerte del rey don Pedro en 1369, y la llegada al trono de Enrique de Trastamara, la familia Fernández Coronel recuperó sus posesiones y doña María consiguió su propósito de fundar un convento de la orden de Santa Clara. Corría el año 1374. La licencia para la nueva fundación llegaría el 2 de diciembre, de manos del arzobispo sevillano Fernando de Albornoz. Las primeras obras del conjunto quedaron terminadas en 1376, quedando constituida la comunidad por un total de cuarenta monjas que procedían de otros conventos franciscanos, el de Santa Clara de Sevilla y el de Moguer. De sus dependencias interiores destaca el gran patio o claustro principal es conocido con el nombre de el Herbolario, una notable estancia renacentista en la que pervivien algunos elementos góticos y mudéjares. En tres de sus esquinas, presenta altares a modo de capillas abiertas, destacando el que representa el tema de la Piedad, un abigarrado conjunto del siglo XVIII en el que se mezclan numerosas figuras en torno a la Virgen y Cristo muerto, con numerosos ángeles, alegorías de la muerte o del infierno. Centra la composición la escena de Cristo muerto en brazos de la Virgen, con una policromía de notable calidad y añadidos como la pequeña corona de plata. Sobre el fondo aparece una representación ideal de Jerusalén, marco arquitectónico sobre el que se sitúan ángeles y arcángeles de gran movimiento y marcada teatralidad barroca. A los pies de la composición aparece la alegoría del mal vencido simbolizado por un grotesco demonio y la iconografía de la muerte simbolizada por un esqueleto abatido que sigue los modelos de las vanitas barrocas o del conocido triunfo de la Santa Cruz de la hermandad del Santo Entierro. Un conjunto de notable tamaño, unos dos metros de altura, en el que se mezclan el empleo del barro cocido, la talla en madera y el empleo de telas encoladas, en una espectacular composición de autor anónimo que puede recordar a las formas de autores del sigo XVIII como Cristóbal Ramos. Una obra apenas conocida, recientemente restaurada, que esconde en un rincón del convento de Santa Inés un compendio de la Semana Santa sevillana, de la Cruz a la Resurrección, de la Piedad a la Canina, de la cofradía en la calle al Barroco teatral en el ángulo, tal vez olvidado, de un claustro sevillano.

Revista "Pasión en Sevilla". Noviembre 2012.

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