24.2.15

DIANA



DIANA

…Y la luna copiaba en su mármol
nombres viejos y cintas ajadas…
                        (Federico García Lorca)

Más de mil quinientos años bajo tierra. Algunos metros bajo el suelo. Puede parecer el título de una serie de éxito pero se aplica a la que fue la más famosa de las cazadoras. Tuvo una larga noche, otro título de película de Robert Mitchum, bajo el olvido de una tierra que conoció muchas culturas y una gran incultura. Tiempo para recordar que fue Diosa y Virgen en tierra de vírgenes, que protegió a la naturaleza y que llegó a suplantar a la Luna, un cielo protector que se anticipaba en siglos a Bertolucci. Romana con antecedente en la Artemisa griega, no fue hija de un Dios menor: Júpiter fue su padre junto a Latona y cuentan que, al oír los gritos de un parto de su madre, hizo renuncia solemne al matrimonio, protagonizando junto a su hermana Minerva una curiosa película de vírgenes casi suicidas, de la que se defendieron con el arco y las flechas que les proporcionó su padre. Junto a las ninfas, fue reina y señora de los bosques (los geógrafos del bosque no habían conocido la selva). Cuentan que era cruel y vengativa, una loba de mirada perdida con horizontes en blanco y negro, nacida libre y camino a la perdición para todas aquellas ninfas que osaran quedar embarazadas: Calisto llegó a ser transformada en una osa. Más.  La osadía de Acteón quedó sin perdón: la vio bañarse en un estanque dorado y la venganza fue sonada. El pastor fue convertido en perro y devorado por sus perros bajo un hechizo de luna mortal… Así fue Diana. Nunca existió su edad de la inocencia. Siempre prevaleció su sed de mal. Nunca, aunque se enamorara platónicamente del pastor Endimión, llegó a aparecer su hombre tranquilo. Una psicosis eterna que se hizo mármol blanco de Paros en Itálica, y que pasó del Olimpo al peor crepúsculo de los Dioses. Siglos enterrada bajo tierra en el mayor de los olvidos. Cuando fue descubierta en el siglo XX  y trasladada al museo se echó en falta su lanza, perdida de aquí a la eternidad, aunque conserva la piel que debió habitar un carnero que cuelga de una de sus manos. Tuvo la elección de no cortarse un pecho para emplear el arco, algo que sí hacían otras ninfas del campo y algunas estrellas de cine de siglos posteriores. Cuenta el catálogo del museo que su nombre significa la diosa del día. Una larga jornada que puede parecer una eternidad. En lo que queda de su eterno día sigue manteniendo la frialdad de un amante en el círculo polar. Es Diana. No se puede negar su vida de película.