9.3.15

LUISA ROLDÁN



Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.

(Rafael Alberti)

En la pila de Santa Marina, aquel día de septiembre de 1652, bajo aquella bóveda de ladrillos geométricos de los cielos que poco viviste, eras la hija de Teresa y de Pedro. De Pedro Roldán, que hay apellidos que acaban revistiendo hasta el último de nuestros poros: una sangre con aroma a maderas perfiladas con gubias y escofinas por el gran maestro escultor. Pronto compartiste su pasión por el modelado, de la idea al trazo, del trazo al barro, del barro a la madera, de la materia al espíritu. Arte y creación primero en el taller de la calle de la Muela y luego en la collación de San Marcos. Allí conociste a Luis Antonio de los Arcos, nunca sabrás si el ángel bueno o malo que acabó raptando tu corazón. Como en el mito de Europa, también raptó tu cuerpo, con una escapada contra la voluntad de tu padre y una boda en secreto que sólo tu pasión podía justificar. Amor encendido fuera de toda lógica. Quizás el hombre menos indicado.  A quién le importaba… Luego llegó el traslado al barrio de San Vicente, en su parroquia se bautizaron y se enterraron tus cuatro primeros hijos, ángeles de los números, del 1 al 2, del 2 al 3, del 3 al 4… En 1687 marchaste a Cádiz, quizás como en el poema,  sola, en provincias de arena y de viento,  sin hombre, cautiva. Allí salieron de tus manos algunas de tus mejores imágenes, el Ecce Homo o los santos patronos. Parecía que tu carrera se encumbraría en Madrid: el título de escultora de Cámara del rey Carlos II o de Felipe V fue un papel mojado que apenas te permitía insinuar a los cuatro vientos que llegaste a pasar hambre, que tu marido moría y moría tu pasión,  que los pagos no llegaban, que el arte se escribía con minúsculas cuando acababa menospreciado… Puedo contarte que no es así. Tu obra, esparcida como en una cascada de serafines y querubines por todo el país, lo demuestra. Nacimientos de barro en Madrid, santos de Cádiz, el Nazareno que iba destinado al Papa y que hoy conmueve a las monjas de Sisante, la Dolorosa que mira al infinito en Puerto Real… Dime que te consuela saber que ya empiezan a reconocer tu delicadeza en el rostro de porcelana de la Virgen de la Estrella, que ven tu maternidad en las manos de la Virgen del convento de la calle Águilas, que ven tu arte en la Virgen con el Niño, barro eres y en barro te convertirás, que esconde el convento de las Teresas… Dime si en los ángeles del paso de los Caballos no están representadas las tenazas que intentaron amordazarte, los clavos que intentaron clavarte, las escaleras con las que quisieron alcanzarte… Avanzada a tu tiempo, muerta en el lejano Madrid de 1704, madre, mujer y artista, lejana tu casa, acompañada en tu vida por cohorte celestiales que hicieron de tu existencia un molde barroco de luces y sombras…
Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
Dímelo.