17.3.15

LA INFANTA MARÍA LUISA




Yo te he nombrado reina…

Ser o no ser, siempre es esa la cuestión. La reina o la infanta, la sucesora o la aspirante, la primogénita o la segundona que se conforma con el hueco que los demás dejan en las noticias. Fuiste la segunda hija de Fernando VII, un rey llamado Deseado que no lo fue y hermana de una reina que, como su alteza, unos quisieron reina y otros quisieron nada. Entre el todo y la nada. Esa, señora, fue su vida desde su nacimiento en el Palacio Real en  1832, hija de una regente, María Cristina, que no fue reina y eterna hermana a la sombra de Isabel, la que un día desterró una revolución que llamaron Gloriosa. Juntas os casasteis en 1848, su hermana con un primo lejano que tenía tan poca varonía como ambición tenía el que fue vuestro marido, Antonio de Orleans, juntos seríais los nuevos Duques de Montpensier que convirtieron Sevilla en una corte a la sombra, otra vez la sombra, con azules franceses y flores de lis que se desparramaron por las rejas de vuestro palacio de San Telmo y por los bordados de las cofradías más románticas de la ciudad. Hasta nueve embarazos le concedió el Altísimo, unos fueron y otros no, algunos llegaron a infante como Antonio o María Isabel, a otros se los llevó la tuberculosis, Amalia y Cristina; la  viruela se llevó a Fernando y a Mercedes, María de las Mercedes, la dalia que cuidó Sevilla, la rosa más sevillana, el tifus se la llevó, ay la copla, fuera de tus redes, de la noche a la mañana. Quizás allí murió la última de tus debilidades, el trono ya había desaparecido del horizonte con el maldito duelo en el que el Duque, ay don Antonio, mató a todo un infante, adiós al trono, adiós Mercedes, adiós poco a poco a tus hijos, adiós a la ambición de reinar de vuestro esposo que os dejó viuda en 1890. Eran tiempos de Restauración. Y su Alteza, grande hasta la muerte, tuvo la grandeza de donar, tres años después, el jardín de su palacio a la ciudad. El parque de la ciudad, desde entonces lleva vuestro nombre. Qué menos. Años de rendir tributo a la ciudad con las esculturas de Susillo en la fachada de palacio, al final, Señora, no le hizo el monumento que merecía, y años de despedida. Llegó la muerte oficial en 1897 pero en el pueblo, no lo dude Alteza, permanecerá siempre viva. Su monumento de Pérez Comendador en la Exposición de 1929 cambió de sitio y fue reproducido en bronce, ser o no ser de nuevo, el original respirando el aire marino de Sanlúcar de Barrameda y la copia oliendo el aroma de las flores y cobijada por un ombú o zapote, una morera blanca y un almez.  Flores y plantas para contemplar, ensimismada como tu ciudad adoptiva, las flores que se os murieron en vida. Son la vida que os mantiene en la eternidad de la ciudad. Rincón recogido de vuestro y nuestro parque, medido, con la medida perfecta de la hermosura que no se marchita. Porque, lo dijo Neruda,

Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.

9.3.15

LUISA ROLDÁN



Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.

(Rafael Alberti)

En la pila de Santa Marina, aquel día de septiembre de 1652, bajo aquella bóveda de ladrillos geométricos de los cielos que poco viviste, eras la hija de Teresa y de Pedro. De Pedro Roldán, que hay apellidos que acaban revistiendo hasta el último de nuestros poros: una sangre con aroma a maderas perfiladas con gubias y escofinas por el gran maestro escultor. Pronto compartiste su pasión por el modelado, de la idea al trazo, del trazo al barro, del barro a la madera, de la materia al espíritu. Arte y creación primero en el taller de la calle de la Muela y luego en la collación de San Marcos. Allí conociste a Luis Antonio de los Arcos, nunca sabrás si el ángel bueno o malo que acabó raptando tu corazón. Como en el mito de Europa, también raptó tu cuerpo, con una escapada contra la voluntad de tu padre y una boda en secreto que sólo tu pasión podía justificar. Amor encendido fuera de toda lógica. Quizás el hombre menos indicado.  A quién le importaba… Luego llegó el traslado al barrio de San Vicente, en su parroquia se bautizaron y se enterraron tus cuatro primeros hijos, ángeles de los números, del 1 al 2, del 2 al 3, del 3 al 4… En 1687 marchaste a Cádiz, quizás como en el poema,  sola, en provincias de arena y de viento,  sin hombre, cautiva. Allí salieron de tus manos algunas de tus mejores imágenes, el Ecce Homo o los santos patronos. Parecía que tu carrera se encumbraría en Madrid: el título de escultora de Cámara del rey Carlos II o de Felipe V fue un papel mojado que apenas te permitía insinuar a los cuatro vientos que llegaste a pasar hambre, que tu marido moría y moría tu pasión,  que los pagos no llegaban, que el arte se escribía con minúsculas cuando acababa menospreciado… Puedo contarte que no es así. Tu obra, esparcida como en una cascada de serafines y querubines por todo el país, lo demuestra. Nacimientos de barro en Madrid, santos de Cádiz, el Nazareno que iba destinado al Papa y que hoy conmueve a las monjas de Sisante, la Dolorosa que mira al infinito en Puerto Real… Dime que te consuela saber que ya empiezan a reconocer tu delicadeza en el rostro de porcelana de la Virgen de la Estrella, que ven tu maternidad en las manos de la Virgen del convento de la calle Águilas, que ven tu arte en la Virgen con el Niño, barro eres y en barro te convertirás, que esconde el convento de las Teresas… Dime si en los ángeles del paso de los Caballos no están representadas las tenazas que intentaron amordazarte, los clavos que intentaron clavarte, las escaleras con las que quisieron alcanzarte… Avanzada a tu tiempo, muerta en el lejano Madrid de 1704, madre, mujer y artista, lejana tu casa, acompañada en tu vida por cohorte celestiales que hicieron de tu existencia un molde barroco de luces y sombras…
Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
Dímelo.