1.7.07

3 DE JULIO. LA PESTE


Con el calor de julio el olor en la calle era insoportable. El olor a muerte lo impregnaba todo. Había muertos por la calle que nadie recogía. Había enfermos que nadie atendía. Había vivos que parecían muertos...
Aquel día de julio de 1649 Sevilla era una ciudad fantasma. Media ciudad se ocupaba de enterrar a la otra mitad. La mayor epidemia de peste jamás conocida asolaba a todos y cada uno de sus barrios. Los muertos se amontonaban por la calles sin encontrar quien los enterrara y las fosas comunes se llenaban de cadáveres sin nombre que nadie reclamaba. La gran urbe del Sur de Europa empezaba a escribir su punto y final Desaparecían los sevillanos pero sobre todo desaparecían sus esperanzas... Hasta aquel día de julio...
El día anterior los dos cabildos de la ciudad habían decidido recurrir a la intercesión milagrosa de aquel devoto crucifijo. Estaba en el convento de San Agustín y nunca había fallado: ni en épocas de sequía ni en épocas de inundación. Pero lo de ahora era mucho peor. Por eso, el día anterior llevaron en andas al viejo crucifijo medieval hasta la Santa Iglesia Catedral, con un gran acompañamiento de todas las órdenes religiosas de la ciudad. Hasta el cortejo estaba diezmado. Hubo quien contó los cientos de frailes que faltaban en aquella comitiva. Cuado llegó a la Catedral, entre olores a descomposición y ratas, el cabildo Catedral salió a recibirlo. En el público alguien parecía escribir una letanía de memoria colectiva: “Polvo, cenizas, corrupción y gusanos, y olvido, olvido...”
El viejo crucificado de pelo natural se quedó en la Catedral. Fueron muchos los que en su última agonía acudieron a venerarlo. Rondaba la muerte que igualaba a grandes y pequeños. Y escaseaba la esperanza en una solución a la epidemia. A la mañana siguiente el crucificado volvió a su viejo convento extramuros la ciudad. Parecía milagroso, pero aquella noche hubo menos muertos en la ciudad. Parecía milagroso, pero aquel día pudieron enterrarse los muertos de la jornada anterior. Incluso algunas fosas preparadas para la jornada quedaron vacías. Los empleados del cabildo pudieron rematar algunas de las cruces callejeras que señalaban los lugares donde se habían enterrado a miles de contagiados. Parecía milagroso, pero aquel día no hubo nuevos casos de contagio. Por eso muchos miraron con devoción a aquel viejo crucificado medieval y le juraron devoción eterna. La peste empezaba a remitir. La muerte empezaba a abandonar la ciudad. Un milagro de un día de julio de 1649. Día de Santo Tomás Apóstol.
“Ver para creer”

7 comentarios:

el aguaó dijo...

Hasta que llegó la Guerra (in)Civil y desapareció una joya del Gótico y un buen trozo de la Historia de Sevilla. Afortunadamente nos queda una réplica de Agustín Sánchez Cid.

Magnífica narración amigo Rascaviejas, que viene a enseñarnos, una vez más, aquellos detalles que pasan desapercibidos, como el ambiente reinante en una Sevilla donde la decadencia hacía cada vez más mella, aferrándose, únicamente, a la posibilidad de canonizar a su Santo Rey, detalle que conseguiría en 1671, cuando el Puerto de Cádiz se erigía como favorito para convertirse en la Puerta de Indias.
Precisamente en Arte Sacro viene hoy una noticia sobre la Función Votiva de San Agustín.

Un fuerte abrazo y gracias una vez más por compartir con nosotros tus conocimientos.

Reyes dijo...

Perdón pero... ¿No es el crucificado que se venera en San Roque?
Mi abuelo, de niña me decía:
"Cuando veas una cruz de hierro en una Iglesia, ahí están enterrados los muertos de la peste".
Una excelente historia, y como siempre, perfectamente narrada.

Rascaviejas dijo...

Pues sí. Bueno, en San roque se conserva la copia de Agsutín Sánchez Cid que vino a sutituir al original que había desaparecido en el incendio de 1936. La imagen del Crucificado se mantuvo en el convento hasta su exclaustración (lo de San Agustín clama al cielo), momento en el que se llevó a San Roque. Tuvo cofradía propia que salió creo que hasta 1896, formando un calvario completo. A partir de ahí el olvido, aunque en la actualidad la hermandad de San Roque mantiene el culto de su copia y el recuerdo de la gran devoción sevillana de siglos pasados. (Curiosamente era una imagen que tenía una copia vicaria que sevía para las procesiones a la Cruz del Campo. Imagínenense hoy una copia del Gran Poder que se usara para las procesiones...)

eres_mi_cruz dijo...

Y es que lo que no consiga un greñúo...
Lo de San Agustín clama desde el cielo...
Es muy penoso el estado de ese claustro...

Ranzzionger dijo...

Ese claustro es un dolor más en esta Sevilla fachadas, en las que para contemplar algunas de nuestras mayores vergüenzas, tenemos que elevarnos como el Diablo Cojuelo (bueno, al fin y al cabo, a lo mejor no hemos cambiado tanto).

Anónimo dijo...

Sólamente unas líneas para recordarle a mi compañero y, sin embargo, amigo mi afecto y agradecimiento -como sevillano rancio- por su dedicación a esta vieja y maltratada dama que responde al nombre de Sevilla. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me gustaría saber de donde procede el grabado del Xto. de S. Agustín que ilustra el artículo.

Por otra parte, tengo mis dudas de que existiera otra imagen que se utilizara en las procesiones en lugar del original. Mis dudas surgen de que de dicha imagen nunca se habla en los documentos y de que de haber existido ¿qué fue de ella? ¿donde se guardaba? Si era una imagen bendecida ¿se guardaba en un cajón o escondida?

Sabemos que la imagen original se destruýó en el incendio de 1936, pero ¿y la supuesta copia?.

En fin, creo que es el tipo de cosas que alguien escribe una vez y luego se va repitiendo sin que nadie lo compruebe. Por mi parte mientras no se aporte algún documento que lo justifique, seguiré creyendo que nunca existió más que una imagen del Santo Cristo de S. Agustín sustituida después de su pérdida por la actual que recibe culto en S. Roque.

Gracias