(Foto: José Antonio Zamora)
Núñez de Herrera le había hablado
de la simpatía y terapéutica de la Divinidad. Dios era en Sevilla la suprema simpatía. Siempre comulgó con
aquellas revolucionarias palabras propias de un republicano libre de
antagonismos hispánicos. Por eso, creyó que creía, buscaba la trascendencia
divina en cualquier canal, se pulsaba el botón y Dios aparecía en las
frecuencias más inverosímiles: un detalle de Zamora o de Burgos, un contraluz
de Sánchez Carrasco, una letra de Robles, un azul de Barrera, un trazo de
Suárez, una sombra de Comas, un tambor Pelao,
un Caro verso, una imagen de la tele con el nombre de la ciudad o mil y una
miradas tan anónimas como las anteriores. No importaba el canal. O sí. Tocó el
mando y se sorprendió al descubrir a dos hermanos tirándose de los pelos por
conseguir La casa hermandad de sus sueños.
No dio crédito a sus ojos cuando en Callejeros
contempló rodeos de cortejos y caprichosos itinerarios. Por aquí paso yo.
Paseos interminables a pie de calle de amanerados hermanos que formaban parte
de Tu estilo a juicio y que, delante
de imágenes vestidas para la mejor ocasión, se convertían en cruel jurado de
compañía de El vestido de tu boda: le
sobra aquí, la tela la hace gorda, no le sienta bien, se ve que es de familia
pobre, no han invertido en velas y flores de una supertarta de boda. Todavía se topó a un pregonerito infantil
intentando ganar cupcake maniacs con
versos almibarados, a dos supuestos delegados reformacasas que sólo veían los fallos en las casas de los demás y
hasta algún telepredicador nocturno. Definitivamente, la fe en evolución de Chaves
Nogales ahora cambiaba de canal. La Semana Santa se había instalado en el Canal Divinity.
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