Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!
(Federico García Lorca)
Decía Borges que la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene. Probablemente
no conoció en su estancia sevillana de invierno de locos años 20 a la que viene por la calle
San Gregorio, la ausencia que se hace presencia con aire de calavera pensativa
y abatimiento de tarde de Sábado. ¿Retrato imposible? Tal vez. Triunfo de la
cruz sobre la muerte, triunfo de la vida sobre el abatimiento de unos huesos
que quizás alguna vez fueron mujer, tuvieron alma, tuvieron el hálito de vida
que se esconde por los callejones de la ciudad en el atardecer de la
existencia, o sea, en el fin de la Semana Santa. ¿Miedo a la muerte? Uno debe temerle a la vida, no a la muerte. Eso
decía Marlene Dietrich, la diva que no conoció la vida y el alma de la ciudad
milenaria que tiene la existencia más corta, sólo una semana que termina con
una alegoría barroca de cruz desnuda, sudario que se resiste al viento y dragones
que muerden la manzana de tantos pecados originales de sus habitantes. ¿Qué es
la muerte en Sevilla? Para algunos fue el tránsito por la vida, para otros la
imposibilidad de comprender, para muchos la eterna e impaciente espera, para
otros la insatisfacción de no poder gozar la inmortalidad de ser un vecino eterno
anclado al tiempo de este rincón del mundo. Si la ciudad es eterna, sus habitantes también quieren serlo. Por eso
prefieren la sonrisa de Niños socarrones en manos de una Madre de madera, la
vida juguetona en manos de la Alegría de la judería, el sueño plácido en manos
de la madre del Rosario, junto al Arco, el lugar del sueño eterno de más largo
metraje, el que viene cargado de esperanzas cada amanecer después de cada
madrugada, que siempre hay un sol de mañanas que dejan de ser heladas que nos
recuerda el viejo aserto machadiano: mientras
somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Por eso el
vecino de la ciudad quiere ser. Ser vecino eterno de la ciudad de la vida. Por
eso huye de la calavera de Valdés y de la de Francisco de Borja, de los huesos
de Mañana y de la que piensa abatida en su derrota. La muerte en Sevilla es un
fracaso. La vida triunfó en forma de cruz. Cruz de una muerte por amor que
justifica hasta la más insustancial existencia. El retrato de la muerte es un
fin imposible. El amor triunfó como eterna fuente de vida. La llegada de la
muerte sólo tiene el sentido de afirmar la vida que fue, que es y que será.
Llámalo eternidad. Llámalo vida eterna… El fracaso quedó abatido porque en las
tardes vacías de sábado resuenan el eco de la sentencia de vida del poeta:
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
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