1.11.14

LA MUERTE



Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!
(Federico García Lorca)

 Decía Borges que la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene. Probablemente no conoció en su estancia sevillana de invierno de locos años 20 a la que viene por la calle San Gregorio, la ausencia que se hace presencia con aire de calavera pensativa y abatimiento de tarde de Sábado. ¿Retrato imposible? Tal vez. Triunfo de la cruz sobre la muerte, triunfo de la vida sobre el abatimiento de unos huesos que quizás alguna vez fueron mujer, tuvieron alma, tuvieron el hálito de vida que se esconde por los callejones de la ciudad en el atardecer de la existencia, o sea, en el fin de la Semana Santa. ¿Miedo a la muerte? Uno debe temerle a la vida, no a la muerte. Eso decía Marlene Dietrich, la diva que no conoció la vida y el alma de la ciudad milenaria que tiene la existencia más corta, sólo una semana que termina con una alegoría barroca de cruz desnuda, sudario que se resiste al viento y dragones que muerden la manzana de tantos pecados originales de sus habitantes. ¿Qué es la muerte en Sevilla? Para algunos fue el tránsito por la vida, para otros la imposibilidad de comprender, para muchos la eterna e impaciente espera, para otros la insatisfacción de no poder gozar la inmortalidad de ser un vecino eterno anclado al tiempo de este rincón del mundo. Si la ciudad es eterna,  sus habitantes también quieren serlo. Por eso prefieren la sonrisa de Niños socarrones en manos de una Madre de madera, la vida juguetona en manos de la Alegría de la judería, el sueño plácido en manos de la madre del Rosario, junto al Arco, el lugar del sueño eterno de más largo metraje, el que viene cargado de esperanzas cada amanecer después de cada madrugada, que siempre hay un sol de mañanas que dejan de ser heladas que nos recuerda el viejo aserto machadiano: mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Por eso el vecino de la ciudad quiere ser. Ser vecino eterno de la ciudad de la vida. Por eso huye de la calavera de Valdés y de la de Francisco de Borja, de los huesos de Mañana y de la que piensa abatida en su derrota. La muerte en Sevilla es un fracaso. La vida triunfó en forma de cruz. Cruz de una muerte por amor que justifica hasta la más insustancial existencia. El retrato de la muerte es un fin imposible. El amor triunfó como eterna fuente de vida. La llegada de la muerte sólo tiene el sentido de afirmar la vida que fue, que es y que será. Llámalo eternidad. Llámalo vida eterna… El fracaso quedó abatido porque en las tardes vacías de sábado resuenan el eco de la sentencia de vida del poeta:    
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.