Un año más he ido a verte. Un año me he
envuelto de silencio en el convento de
Santa Inés para ver tu rostro quemado. Un año más me he acordado de ti, María.
Podrías naufragar en el anonimato pero la ciudad te puso una calle de Domingo de
Ramos con nazarenos blancos.
A través de la reja he visto tu rostro.
El de tu historia. Naciste en Sevilla en 1334. Tu padre fue un personaje muy
conocido, Alonso Fernández Coronel, alguacil de Sevilla. Te casaste muy joven,
con algo más de quince años, con un descendiente de Fernando III, don Juan de la Cerda. Parecías encaminada al
triunfo en la vida aunque la vida acabó enseñándote su peor rostro. Te tocó
vivir una época de lucha por el poder, una guerra civil por el trono de
Castilla. No estuviste en el bando ganador. Tu padre fue decapitado por orden
de Pedro I el Justiciero, eso será para otros, que para ti siempre será el más el
Cruel. Lo mismo ocurrió con tu esposo, Juan, otro que se equivocó de bando.
Corría el siglo XIV, un tiempo de calvario para las que se quedaban viudas. Que
te lo digan a ti, que perdiste tus posesiones, tus tierras, tu rostro, tu todo.
Un día de diciembre ha regresado tu
historia a mi presente. Al pasar por la iglesia de San Pedro y el monasterio de
clarisas. Al oler a perejil y a bollitos de Santa Inés. Al verte vestida de
monja, un año más; con el rostro quemado y las manos sobre tu pecho, a través
de la reja, encerrada en una urna. He recordado que el rey Pedro se fijó en ti,
y tu refugio en el convento de Santa Clara, donde pensaste alcanzar la
felicidad junto a la torre de don
Fadrique. Te sentías una mujer acosada,
en un lugar al que acabó llegando el rey como una furia para buscarte. Tenías
que ser suya. Las monjas te metieron en un agujero. Y se hizo el milagro. Rápidamente
brotó peregil y el maldito bastardo no te encontró. Ese día pensante que tus pesadillas
se habían terminado aunque el horror acabaría llegando. No se te puede olvidar.
Pedro entró como una furia hasta las cocinas del convento. No pudiste más. Todavía
noto el terror en tu rostro quemado. Cogiste una sartén de las grandes, de las
que usaban las monjas en las grandes ocasiones, volcándote el aceite hirviendo en
la cara. Pensaste en morir de dolor. Un dolor liberador. Te esperaba una vida
nueva, una monja nueva en un convento nuevo, el de Santa Inés, que tu misma fundaste.
Creo que allí te esperaba la paz.
Entre
los muros góticos de un convento me duele tu historia, la de una mujer del
siglo XIV. Bajo la portada de la santa del corderito me sigue doliendo tu
rostro repetido en las portadas de los periódicos. Hay historias que no
deberían repetirse nunca.
3 comentarios:
Bonita y triste historia de esta mujer, pero que a pesar del tiempo transcurrido, seguimos recordandola
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