26.5.15

AMOR




Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

Yo no sé himnos gigantes ni extraños, ni encuentro rincones olvidados en mi corazón, ni he sabido clavar mi pupila en tu pupila azul, o verde, o cielo o infierno. Yo, como el tonto de la película que sólo decía tonterías, puede que sea un alma inconsistente que repite los datos de un monumento de mármoles y de bronces, frialdades contrapuestas bajo un taxodio que nos da sombra eterna, del patrocinio de dos hermanos, los Álvarez Quintero, que tuvieron la iniciativa que tantas veces anhelé; de la obra de un marchenero inmortal que colocó a la Inmaculada triunfante junto a la luna que se asoma por los flameros de la Catedral, del Romanticismo de un poeta con capa española llevada al bronce desde el lienzo del museo o desde los antiguos billetes de veinte duros, que más da, si eternamente escucho las monsergas de los guías que explican que eres una y trina, como los que beben el agua velazqueña o como el mismo Dios que un día me marcó con unas alas de Ícaro pensadas para derretirse por la Pasión, y caer, sí, caer, a tu a tus pies de diosa, ya te llames  Aglaya, Eufrosine o Talía; que quizás contengas en tus caras a la belleza, al hechizo y a la alegría, tres gracias de la belleza que pueden ser la eterna desgracia,  sabes que es Trinidad que algunos ven como  tres estados infranqueables, mortales sometidos como están a los tiempos terrenos, que si tu estado es de presentimiento o espera, que si es de plenitud, que si es de nostalgia por lo que pasó, qué sabe nadie, si sólo yo entiendo tus miradas al cielo, al suelo o al infierno del que está a tu lado; que el dardo de mi pasión lo lancé al centro de tu costado y que, ángel eternamente caído y maldito, falló mi puntería para castigarme con tu nada, convirtiéndome en estatua de bronce salado eternamente caído a tus pies, para que el maldito poeta me maldijera con el poema que me azota colándose por las rendijas de este taxodio que nos cobija hace más de un siglo 

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el corazón

Corazón que todavía lo vuelve a intentar buscando romper la frialdad de tu mármol, que la ciudad me sigue demandando la vida que se me desparrama por estos escalones de mármoles con fríos de noviembre, que la existencia o es amor o no es nada, que tonto será el que haga tonterías, pero yo, al Dios maldito que me puso alas pongo por testigo, ya sé lo que es el amor, aunque choque con tantos mármoles y tantos estados, y que este tonto solemne de película aquí caído sólo pide esa mirada que una el mundo de nuestras pasiones, esa sonrisa que nos haga cómplices en cielos inalcanzables y ese beso, sí ese beso, que susurre por los rincones del parque las palabras que otro poeta cinceló en viento: En un beso, sabrás todo lo que he callado.

21.5.15

LA NIÑA DE LOS PEINES




Nadie cantó como ella la letra del viejo tango “peinate tú con mis peines...”. Nadie la conoció por su nombre, Pastora Pavón Cruz, eterna niña y eterno símbolo del cante de la ciudad.
         Había nacido en febrero del año 1890, en el número 19 de la calle Butrón. Muchos eran los que cantaban en su casa, como sus hermanos Tomás y Arturo, aunque ninguno de ellos hizo del cante su profesión. A los nueve años ya se oía su voz, la voz de la necesidad, en la Taberna de Ceferino, un local de la Puerta Osario. De allí pasó a Madrid, un destino forzoso para triunfar en la España de comienzos del siglo XX. Los éxitos llegaron en el café del Brillante, actuando posteriormente en Bilbao, en una temporada que se alargó acompañada por el éxito. Eran los primeros triunfos de una larga lista: los cafés cantantes de Sevilla, el Circo Price de Madrid, el palacio de Carlos V... Toda una variedad de lugares que demuestran la variedad y la complejidad del flamenco de la España de comienzos de siglo: del café al circo pasando por el palacio. Junto a ella estuvieron los más grandes: Pepe Marchena, Imperio Argentina, Manolo Caracol. Y Pastora Pavón recorriendo mil y un lugares con una voz que la colocaba como la primera dama del flamenco español de la época, unos años que dominaron las voces masculinas de Chacón y de Torre.
         Mujer de su tiempo, fue amiga de Manuel de Falla, de Federico García Lorca y de Julio Romero de Torres, que llegó a pintarla en uno de sus cuadros. Y como buena flamenca, entroncó con otro palo lleno de arte al casarse con Pepe Pinto en 1949. Desde entonces compartieron carteles triunfantes como anticipo de su retirada. Cuentan que Pastora Pavón lo cantaba todo: soleares, siguiriyas, tientos fandangos, malagueñas... pero sobre todo peteneras, tangos y bulerías lorqueñas.
Una larga vida de arte tuvo una muerte de arte. En 1969 fallecía su marido Pepe Pinto. Unas semanas después lo acompañaba ella, una Niña de los Peines que llegó a verse representada en el monumento de su Alameda que hizo Antonio Illanes. Fue un año antes, a finales de 1968 y en aquel homenaje hubo poesía y sobre todo cante: el de Naranjito de Triana, el de Caballero y el de su marido Pepe Pinto. Desde entonces, en el norte de la Alameda, más acompañada en nuestros días, nos sigue mirando con su pose flamenca, con su mantoncillo y con los peines que le dieron nombre. En 1999 la Consejería de Cultura consideró bien de Interés Cultural todos sus registros sonoros, siendo la primera voz convertida en patrimonio. Algunos viejos del lugar sonríen al preguntarse si ese patrimonio incluiría sus famosas broncas con Pepe Pinto, con unas voces que se oían hasta en el último rincón de la Alameda…