9.10.06

10 DE OCTUBRE. LA ÚLTIMA PIEDRA


Cuando llegó el momento, todo estaba preparado. Muchos años de espera llegaban a su fin. Unos locos se habían propuesto hacer la mayor catedral del mundo. Y aquel 10 de octubre de 1506 la iban a terminar.
Eran las once de la mañana. La ceremonia iba a comenzar. En el crucero, en el centro justo de la Catedral, se levantaba un enorme cimborrio, una torre llena de esculturas y de azulejos verdes y blancos. Allí se colocaría la última piedra, después de cien años de trabajo. Por fin se iba a terminar la Catedral de Sevilla.
En las alturas, sobre las bóvedas góticas se reunió la alta sociedad sevillana. Allí estaba, revestido, el deán de la Catedral, con una capa que desafiaba al sol de octubre. Junto a él don Juan de Guzmán, el duque de Medina Sidonia. También acudió al acto don Fadrique Enríquez de Ribera, el Marqués de Tarifa que marcaba las modas de la ciudad desde su palacio de la Casa de Pilatos. Pero quien más disfrutó del acto fue Alonso Rodríguez, el maestro mayor de obras. Estaba achacoso, enfermo. Unos meses antes incluso llegó a hacer testamento, pensando que no vería terminar su obra. Los canónigos llegaron a donarle una sepultura en el patio de los Naranjos para que descansara eternamente junto a la Catedral más grande del mundo conocido, la Magna Hispalensis. Pero Dios le concedió llegar a aquel día. Y el maestro pudo ver una ceremonia solemne, con cantos sobre las bóvedas de piedra, con solemnidad sobre la montaña hueca. Desde las alturas se podía contemplar la obra. La Giralda, todavía musulmana, era el testigo más alto. Pináculos, arbotantes, bóvedas, marcas de cantero, vidrieras de colores... hasta las gárgolas monstruosas parecían contemplar la escena. Serían las doce de aquel día de octubre de 1506 cuando llegó el momento El deán impartió las últimas bendiciones y dos obreros portaron la piedra, la última piedra. Era el fin de las obras de la Catedral. Y todas las esculturas del cimborrio, aquella enorme torre, parecieron felices aquel día de octubre de 1506.
Pero la historia de la Catedral no terminó allí. La desgracia llegó cinco años más tarde. En diciembre de 1511 aquella enorme torre de la Catedral se hundió por completo. Se perdieron pináculos, azulejos y esculturas. Todo escombros. Sólo se salvo una imagen de Santiago el Menor que hizo Pedro Millán. Alguien la colocó en la capilla de San Hermenegildo. Desde allí ha visto ceremonias, más hundimientos y obras, muchas obras.
Quinientos años después sigue viviendo en su Catedral. Dicen algunos que en días como hoy se le nota inquietud en la cara. Aunque algunos lo ven sonreir cuando alguien comenta aquello de “anda hijo, que vas a durar más que las obras de la Catedral...”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Además en nuestros días han colgado una reproducción del lagarto en las lonas de las obras. No está mal, pero eso de enmarcarlo con una bandera de colorines como si fuera el día el orgullo lagarterano...