Decía Quevedo que llevamos la vida en traje de reloj como mayor enemigo. Próximo el fin de año, muchos son los relojes que en esta ciudad van marcando el pasar de nuestro tiempo.
En el costado de la Parroquia de Omnium Sanctorum queda un reloj de sol donde sólo es la sombra la que actúa sobre el ladrillo encalado. Nada que ver con otros lugares, muchos, en plazas grandes, con termómetros que sirven de portada segura algún día de agosto sin noticias.
Hay en Sevilla relojes cargados de leyenda. Desde la calle Santa Clara mirando hacia San Lorenzo, hacia uno de esos cielos que no perdimos, se encuentra uno. Es el reloj de la parroquia que, según la leyenda, sirvió a alguien para identificar dónde estuvo a punto de ser sepultado.
También hay relojes cargados de historia, medidores del tiempo de la ciudad. El ejemplo más claro es el que está más alto. Se trata del reloj de la Giralda, una obra diseñada por Fray José Cordero que desde 1781 marca el latir de la ciudad desde suposición en la Giralda. Precisamente la Giralda fue el grabado que mandó hacer Sanchís en unos relojes para la Exposición de 1929. Fueron un fracaso. Sin embargo, fueron un éxito esas cinco esferas que Longines colocó en la relojería El Cronómetro, una de las señas de identidad de la calle Sierpes. Fueron colocadas en 1922 y sustituyeron a un antiguo escaparate, otra joya oculta, que se trasladó a la tienda de ultramarinos El Reloj, en pleno barrio del Arenal. Otra joya que en los últimos tiempos nos han redescubierto unos publicistas extranjeros.
En fin, relojes que nos marcan el paso de los años. Algunos incluso nos recuerdan a la Puerta del Sol de Madrid. Sitúese en Santa Catalina, junto al Archivo Histórico y lo comprobará.
Pero el reloj más sobrecogedor no anda ni se para. Tiene más de 300 años. Vaya al Hospital de la Caridad y observe. Allí, desde un cuadro de Valdés Leal, Miguel de Mañara nos mira fijamente. Un enfermero nos manda guardar silencio. Al fono el reloj más impresionante. Es un reloj de arena. A su lado aparecen una calavera y un búcaro con tulipanes, una vanitas barroca que nos habla de la brevedad de la vida y de lo efímero de las glorias humanas.
En estos días de bullicio, los relojes de la ciudad nos hablan del paso a un nuevo año. El reloj de Valdés Leal nos habla en los mismos términos que Quevedo: “La vida nunca para / ni el tiempo vuelve atrás la anciana cara...”
Feliz Año Nuevo.
6 comentarios:
Iré a verlo. Mucha suerte para este nuevo año.
Me gustan los relojes de pared con personaje misteriosos de ojos pendulantes que escrutan todos los rincones de la estancia...
Me gustan las relojerías y ver trabajar a los relojeros apretando la lupa contra el párpado...
El servicio técnico de El Cronómetro no me gusta... siempre te cambian la corona... 50 €.
Servcio técnico espectacular el del bujío que hay en el zaguán de detrás de la confitería la Campana, merece la pena sólo ir a verlo, con la tasca rancia que tiene al lado y la escalerita de La Reja.
Por cierto, ¿y el reloj de la Plazatoros?, con esas tardes de lleno y los turistas detrás dando cabezazos a derecha e izquierda para ver algo.
Mirábamos un reloj - muy antiguo - metido en una caja de madera y colocado en un escaparate de una relojería, de la que no recuerdo el nombre, situada en la calle Feria, esquina Castellar (donde precisamente no es Ancha la Feria). Mi padre me decía que siempre marcaba la hora exacta.
Por cierto, sr. M.J.R. compruebe su bandeja de correo electrónico. Un saludo.
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