26.9.06

27 DE SEPTIEMBRE. JOSÉ GESTOSO



En Sevilla hay calles unidas a la memoria de tu infancia, calles que te recuerdan imágenes, sensaciones y olores. Una de estas calles la recuerdas desde pequeño, cerca de la Encarnación: la calle José Gestoso. Cuando eras pequeño era una visita obligada casi todas las semanas. Tu madre te vestía de sábado y decía aquello de “vamos a la calle José Gestoso”. Tú no sabías quién era aquel señor pero ya te imaginabas que era fin de semana, que ibas de compras y que había puchero en el almuerzo. Tú no sabías llegar. Era una calle estrecha, con un calendario particular. En otoño te anunciaba la Navidad con sus belenes, en invierno te adelantaba los reyes con sus juguetes. Andabas por José Gestoso en primavera y ya esperabas el nazareno de caramelo que tu abuelo te compraba; y cuando llegaba el verano, sabías que irías al viejo almacén a comprar el bañador para la playa.
Pero, sobre todo, José Gestoso eran los olores de tu infancia. La calle olía a manzanilla dulce y amarga, a poleo y a cera pura, a incienso y a galletas, a miel y a miles de especias. Y entre aquellos olores, tu padre te contó un día que aquella calle era el centro de Sevilla, que había una concha que era el punto 0 de la ciudad, más o menos como el km 0 de la Puerta del Sol en Madrid. Y tú pensabas que José Gestoso era el centro de tu ciudad...
Con el tiempo aprendiste quien fue Gestoso. Y te pareció un personaje importante, tanto como tu calle. Había nacido allí, en 1852. Si no hubiera existido, Sevilla sería diferente. Porque pocos la estudiaron tan a fondo. Arqueólogo, historiador, amante del Arte, escritor, archivero, investigador...todo un personaje de la Sevilla de fines del siglo XIX. Cuando creciste compraste algunos de sus libros y aprendiste a amar tu ciudad con sus escritos. En su libro “Curiosidades antiguas sevillanas” conociste muchos detalles de una Sevilla desaparecida, de una ciudad que Gestoso procuraba recopilar antes de que desapareciera: copiando archivos, anotando datos, contando historias que no debían olvidarse. Pero sobre todo, Gestoso te impresionó cuando conociste su gran obra: “Sevilla Monumental y Artística”. Son tres tomos que publicó entre 1889 y 1892. Allí está casi todo el arte de la ciudad. Todavía los relees y te imaginas al viejo profesor en su casa de la calle Gravina, entre papeles y documentos. Y cuando pasas por su calle recuerdas que José Gestoso fallecía un día 27 de septiembre de 1917, dándole nombre a la antigua calle de la Venera. Y piensas que Gestoso no necesita monumentos. Ya lo tiene en una calle pequeña, la del centro de una Sevilla que te trae los olores de tu infancia...

25.9.06

26 DE SEPTIEMBRE. PAREJA DE HECHO



26 de Septiembre. Abres tu almanaque y allí están ellos, dos santos en pareja: Cosme y Damián. En días como hoy piensas que eso de las parejas de hecho no es nuevo en Sevilla: Justa y Rufina, Isidoro y Leandro, Hermenegildo y Leovigildo. Con estos personajes no pasa como con Epi y Blas, que una era gordo y otro delgado. Pues no: éstos eran iguales, nada menos que gemelos, que tanto monta, monta tanto...
Parejas aparte, hoy irás al convento de Santa Paula, que para eso está tu almanaque. Pasarás una primera puerta de ladrillo y llegarás al portalón más hermoso de tu ciudad: ladrillos y azulejos; el Gótico, el Mudéjar y el Renacimiento. Y allí estarán ellos en un tondo de cerámica con la marca de Pedro Millán. Medio milenio de historia te contemplará. Cerrarás los ojos y la voz de un viejo fantasma te recordará su historia.
Cosme y Damián. Eran unos gemelos que habían nacido en Arabia, allá por el siglo III. El viejo fantasma te recordará que se dedicaron a la medicina y que nunca cobraban a los pobres. Su única petición era la de explicar durantes unos minutos el Evangelio a sus pacientes. Eran otra época. Gratis y sin prisas... Hoy no tendrían tiempo y menos en la Seguridad Social...
Pero Cosme y Damián no cayeron bien al gobernador de Cilicia, que les pidió que dejaran de predicar. Ellos no lo hicieron. Y el viejo fantasma de Santa Paula te contará que el gobernador los encarceló y los arrojó al mar. Una ola los devolvió a tierra. Los mandaron quemar vivos pero las llamas se volvieron contra sus verdugos. Con voz lejana, el fantasma de Santa Paula te recordará que finalmente les cortaron la cabeza y que su sangre se derramó, en pleno siglo III, por defender el Evangelio de Jesús. Pronto su tumba se convirtió en un lugar milagroso, un lugar donde se sanaban las enfermedades.
Eso te seguirá contando ese lejano fantasma de Santa Paula y a ti te sonará un poco a cuento, a una batallita del Cid ganada después de su muerte... Pero mirando la portada volverás a la realidad. Cosme y Damián tienen templo en Estambul y basílica en Roma, pero tú te quedas con su cerámica sevillana de Santa Paula. Allí están en vivos colores curando a un enfermo. No hay un marco más bello ni un silencio más profundo. Sólo a lo lejos oirás los susurros de un viejo fantasma del convento. Los susurros del viejo Pedro, aquel portero que mezclaba latines, quejas, sonrisas, mitologías, historias y leyendas, te esperan en Santa Paula. En días como hoy te susurrará la vieja historia de San Cosme y San Damián, los dos médicos que siguieron las palabras del Maestro: “lo que habéis recibido gratis, dadlo también gratuitamente....”.

20.9.06

20 SEPTIEMBRE. JUAN SEBASTIÁN ELCANO


JUAN SEBASTIÁN ELCANO.

Imagínese que usted sale de viaje cualquier día de este mes y regresa dentro de tres años. Tendría, sobre todo, mucho que contar. Y buscaría a alguien para que escuchara sus historias. Algo así hizo un grupo de marinos el día 20 de septiembre de 1522. Buscaron un convento de la orden mínima que estaba en Triana, en la calle Pagés del Corro, donde hoy está un colegio. En aquel convento encontraron aquellos marinos una Virgen sentada, con un Niño en sus brazos, con la mirada serena al frente y con actitud de escucha. Y entre los marinos, hubo uno que tomó la palabra. Primero se presentó. Se llamaba Juan Sebastián Elcano. Y presentó a sus compañeros. Eran pocos, sólo 18 hombres de mirada cansada. Y antes de nada dio gracias a aquella Señora, a aquella Virgen sentada. Y le contó una larga historia.
Juan Sebastián Elcano le narró a la Virgen que hacía ya tres años que comenzó un larguísimo viaje. Le acompañaban más de 200 marineros que viajaban en cinco naves. Su idea era llegar a la Indias desde Occidente, un viejo sueño. Y en ese viaje les ocurrió de todo. Sufrieron rebeliones, tempestades, naufragios, enfermedades... Incluso fue asesinado su jefe, Magallanes. También murió Duarte de Mendoza, otro compañero que asesinaron los musulmanes de Cebú. Fue entonces cuando se tuvo que hacer cargo de la expedición. Con su nao Victoria llegó hasta las Molucas, un sitio que parecía el fin del mundo. Allí cargó su barco con clavo, arroz, canela y ámbar. Pero el regreso fue todavía peor. Tuvo que evitar a los portugueses y luchar contra el hambre y la incomprensión. Incluso algunos de sus marineros fueron presos por el rival portugués. Pero finalmente pudo completar el viaje. Elcano le dijo a la Virgen que había recorrido más de 14.000 leguas, casi 80.000 kilómetros en tres años, que había perdido a doscientos compañeros y a cuatro barcos. Pero allí estaba: el capitán de la Nao Victoria ante la Virgen del mismo título. El primer hombre que daba la vuelta al mundo hablaba con una Virgen sentada. Y le habló de mil y un lugares, de sitios exóticos, de miedos y de alegrías, de riquezas y de dificultades. Y sobre todo le dio gracias a aquella Virgen sentada por haber podido volver a contarlo.
Hoy ya no existe aquel convento trianero de la orden Mínima. Pero la Virgen de la Victoria sí. Fue llevada a la parroquia de Santa Ana, a la Catedral de Triana. Allí sigue sentada, escuchando nuevas historias. Como la de un viejo marino que hace 483 años le dio la vuelta al mundo...

18.9.06

19 DE SEPTIEMBRE. LA MURALLA



Era el 19 de septiembre del año del Señor de 1679. Gobernaba el país un rey enfermizo, Carlos II, un embrujado para algunos y un loco para otros. España ya no era la de antes. En Europa pintaba poco. Ya eran pocos los Alatristes que luchaban en Flandes en nombre del rey de Castilla. Sevilla tampoco era ya el centro el mundo, sobre todo después de la epidemia de 1649. Seguía siendo una ciudad hermosa, espectacular; con el arte de un Murillo y un Roldán en sus calles pero con miles de pobres y de pedigüeños por sus esquinas. No era nostalgia de los sevillanos de entonces: era una realidad. La ciudad todavía creaba monumentos pero era incapaz de conservar algunos de los que tenía, quizás porque habían perdido su sentido. Las murallas que rodeaban la ciudad eran el mejor ejemplo. En aquel año de 1679 servían para poco. Sus puertas eran lugares de entrada y salida de la ciudad, pero eran sobre todo un control municipal. Y piensen igual que hoy. Cuando se habla de control municipal se habla de impuestos, que no piensen que hay nada nuevo bajo el sol... Desde su construcción por los almohades, las murallas de la ciudad habían servido de protección contra invasiones y contra las crecidas el río. Sus puertas servían en el siglo XVII para abrir la ciudad a los reyes pero sobre todo para controlar los impuestos: el de la carne, el de la sal, el del aceite... Y en aquella época también había evasores de impuestos, no piensen tampoco que lo del caso Malaya es nuevo...
-¿Qué hacía un evasor de impuestos en la Sevilla del XVII? .
Pues evitar las puertas de la muralla.
-¿Cómo?.
Pues había dos formas. La más simple era hacer un agujero en el muro, cosa nada difícil en unas murallas poco cuidadas. La otra forma consistía en saltar la muralla. No piensen que era un esfuerzo. Había zonas donde la acumulación de basuras formaba una montaña desde la que pasar sin problemas. Nada nuevo bajo el sol. Por eso el Ayuntamiento, aquel día de septiembre de 1679 hizo un bando ofertando una obra de reparación para acabar con el estado de abandono de las murallas. La oferta era clara: se concedería al presupuesto más bajo.
Historias que se repiten. Pasan los años, las murallas necesitan reparación y se sigue regateando en presupuestos. Como aquel día de septiembre de 1679 en que un alcalde firmaba un bando para reparar la muralla...
Aquel alcalde se llamaba Don Carlos Herrera. ¡Qué cosas tiene la historia...!

13.9.06

14 DE SEPTIEMBRE



LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ.
14 de septiembre. Abrirás el calendario y recordarás la fecha. Día 14. “La Exaltación de la Cruz”Tus pasos se dirigirán, un año más, a buscar el río y a buscar a don Miguel de Mañara, y a ver unos azulejos azules. Será en el Hospital de la Caridad. Pasarás, un año más, bajo un rótulo en un latín que no entiendes, Domus pauperum scala Coeli.. Tú lo sabes en tu idioma. “La casa de los pobres es la casa de Dios”. Y entrarás buscando un cuadro. Un enorme cuadro. Cuando entres en la iglesia, todo afectará a tus sentidos: los huesos, las calaveras, el oro viejo, la plata, los ángeles, el cristo muerto, la reina que lava a los pobres, las cucarachas que parecen salirse de sus cuadros... Tú te situarás a los pies de un Cristo lleno de sangre, a ti siempre te pareció más propio de Sudamérica, siempre te dio incluso un poco de miedo. Allí te sentarás. Y mirarás a tu espalda. Allí está tu cuadro. Un enorme cuadro.
Lo pintó Valdés Leal en 1684. Y en el silencio de la Caridad recordarás su historia. Ocurrió hace mucho siglos. El emperador Heraclio había rescatado la Cruz de Cristo y se disponía a entrar en Jerusalén. Para ello organizó un cortejo solemne, lleno de lujo y riqueza. Cuando iba a entrar en la ciudad comenzaron a caerse las piedras de la muralla. En ese momento apareció un ángel del cielo y le comunicó al emperador que Cristo había entrado en la ciudad montado en un burro, entre gente sencilla y que él no debía entrar así revestido. El emperador comprendió el mensaje y, antes de entrar, decidió despojarse de sus ricos ropajes...Una hermosa historia. Cuando la pintó Valdés Leal quiso contarte algo: nadie que no se despoje de sus riquezas podrá entrar en el reino de Dios. Y pensarás esto viendo el cuadro, un enorme cuadro. Allí están el Emperador, los ángeles, el cortejo, los obispos, las joyas, los caballos, Jerusalén, sus murallas. Y allí, al centro está la cruz. Hoy volverás a recordar esta historia en el Hospital de la Caridad, ante un cuadro que Valdés Leal pintó hace más de trescientos años. Pero a ti, en el fondo, aquello te parecerá moderno, actual. Porque al salir de la iglesia te seguirás acordando de los lujos de nuestro tiempo, de todo lo superficial que nos cubre. Quizás pensarás en desprenderte de algo...Y cuando pases de delante los jardines, una estatua de bronce te susurrará, trescientos años después; las palabras de Miguel de Mañara
“¿Qué importa hermano, que seas grande en el mundo si la muerte te ha de igualar con los pequeños?”

11.9.06

12 DE SEPTIEMBRE



HUMILDAD Y PACIENCIA.

Salir de nazarenos en septiembre. ¿Les choca la idea? Pues eso hicieron un grupo de hermanos de la hermandad de la Cena hace algo más de dos siglos...
12 de septiembre de 1800. Hacía un mes que Sevilla vivía una de las peores epidemias de su historia. Comenzó en agosto, en Triana. Allí aparecieron los primeros síntomas de la terrible “fiebre amarilla de América o Typhus Icteroides”. De Triana se extendió el contagio a las zonas de los Humeros, San Lorenzo y San Vicente, para terminar contagiando a toda la ciudad. El río Guadalquivir fue la vía de infección y las contradicciones de los dirigentes aumentaron los estragos de la epidemia. Por una parte se incomunicó a contagiados y se cerraron incluso los teatros pero, al mismo tiempo, se permitieron procesiones, rezos, rosarios e incluso bendiciones públicas desde la Giralda.
Aquel día de septiembre, en el barrio de la Feria salió una procesión. Los hermanos de la Cena se reunieron en su iglesia de San Basilio, en la calle donde antiguamente vivió un relator de la ciudad. En la penumbra de la capilla, ante los viejos cuadros y las viejas imágenes, se pasó lista. Las faltas sonaron a muertos enterrados en la fosa común de la Macarena, delante del Hospital. Incluso habían muerto algunos de los monjes basilios del convento. Los hermanos lo tuvieron claro. Penitencia y humildad. Había que salir a la calle en procesión. Pero sin alardes ni música. Sólo penitencia. Por eso eligieron su imagen más indicada: el Señor de la Humildad y Paciencia. Era el más antiguo, de pasta de madera, muy pequeño y muy devoto. Alguien en la hermandad contaba que era una imagen que representaba el momento de la meditación de Cristo ante la muerte y que aquello venía de un teatro medieval alemán. Alguno recordaba que era una imagen basada en una estampa de Durero. Eran datos que no importaban. Al acabar la tarde, con sus túnicas, en silencio y en riguroso orden salieron a la calle. En unas sencillas andas de caoba portaron a aquel Cristo de pasta que miraba al suelo. Humildad y Paciencia en medio de la epidemia, oraciones y esperanzas en medio de la tragedia. Al regresar a su templo de la calle Relator, aquellos nazarenos de septiembre se sintieron reconfortados. No sabían que la epidemia continuaría durante varios meses y que morirían miles de sevillanos. Pero sí sabían que aquella tarde septiembre llenaron la ciudad de Humildad y Paciencia.
Por cierto, algunos quizás me recordarán que tal día como hoy en 1907 se fundó un equipo llamado Real Betis Balompié... Es que uno tiene mala memoria y prefirió hablar de la Humildad y la Paciencia. De veras que lo ciento, lo ciento...

5.9.06

5 DE SEPTIEMBRE

PADURA
Hace tiempo que la calle Sierpes no te parece la misma. Quizás seas un rancio o eso que ahora llaman nostálgico de lo cutre, pero en aquella esquina ya no está ni la librería de Pascual Lázaro ni Padura, o mejor Casa Padura que así sonaba mucho mejor. Pero una placa de aquel rincón te sigue recordando otras historias, te mantiene viva la memoria en días como hoy.
Fue el 5 de septiembre de 1984. ¡Cómo pasa el tiempo, más de veinte años!. Día de vuelta al trabajo para Rafael. En su oficina de la calle Luis Montoto se acumulaba el trabajo después de las vacaciones. Unos minutos antes preguntaron por él unos individuos extraños. Ya se lo dijeron los empleados. “Mire Rafael que tenían mala pinta”. No se equivocaron. Volvieron al cabo de unos minutos. Eran tres. Un de ellos amenazó con una pistola a los empleados. El otro actuó rápido. Dos disparos acabaron con la vida de Rafael. En la historia de la ciudad se escribía un nuevo atentado de los GRAPO, ese grupo que nadie parecía comprender y que siempre se dio por desmantelado. La conmoción en Sevilla fue grande. Habían asesinado al presidente de la Confederación de Empresarios, todo un personaje. Tú no lo conocías pero sentiste que habían matado los recuerdos de tu juventud, los folios verjurados, los cuadernos, los lápices y los “rotring” de Casa Padura. Durante muchos años seguiste pasando por aquel lugar y viendo en el negro del papel de envolver de Padura una especie de luto cargado de rabia contenida.
Pasado un tiempo los asesinos fueron detenidos. Todavía lo recuerdas, el GRAPO de nuevo desmantelado. Al macabro responsable, Sebastián Chano Rodríguez lo condenaron a más de ochenta años de cárcel. Aquel día pensaste que no volverías a oír hablar de él. Te equivocabas. A principios de los noventa volvió salir en los telediarios por haberse llevado en huelga de hambre varios meses. Quedó paralítico e incluso salió e la cárcel. Otra vez pensaste que no volverías a hablar de él. Te equivocabas de nuevo. Al cabo de los años viste como le colocaban una medalla de oro al cuello como campeón de natación. Volvió a la tele. Incluso lo viste reírse en el programa del Quintero. Maldita la gracia. Hubieras preferido al Peíto o al Risitas. Cuando le preguntaron por el pasado vomitó estas palabras. “el pasado no se puede borrar y de nada sirve darme golpecitos en el pecho y decir que me arrepiento...”
Cuando hoy pases por Sierpes te acordarás de todo esto. El pasado no se puede borrar. Cierto. Por eso nunca olvidaremos que a Rafael, el Padura de tu infancia, le quitaron un día la posibilidad de tener una segunda oportunidad en la vida...

1.9.06

SEPTIEMBRE

SEPTIEMBRE

Septiembre es mes de reecuentros, de la vuelta al cole, de la vendimia, del inicio de Libra, de los nuevos proyectos. Quizás sea el mes de los buenos propósitos, de olvidar lo pasado. Aunque Sevilla no debe olvidar un septiembre de su historia.
Fue en 1868. En aquel año se produjo una revolución que acabó mandando a Isabel II al exilio. La reina había perdido el apoyo de su pueblo e incluso desde Sevilla se conspiró para quitarla del poder. Desde el Palacio de San Telmo, el duque de Montpensier llegó a soñar que el nuevo rey de España podría ser él. No lo consiguió. Pero la revolución sí cambió a la ciudad. De forma dramática e irreversible. Los revolucionarios sevillanos pensaron que la modernidad consistía en derribar lo antiguo. Y en pocos día derribaron numerosos monumentos de la ciudad. No les importó ni el arte, ni la historia. De nada sirvieron quejas como la presentada José Mateos Gago al dimitir de la Comisión de Monumentos: “¿Cómo impedir que un pueblo desbordado, sin más guía que su ignorancia y sus pasiones, desfogue su ciega y reconcentrada ira en objetos y edificios cuyo mérito y valor desconoce?”. Una dura queja que podríamos prolongar hasta nuestros días. Y es que en Septiembre de 1868 se derribaron, por señalar algunos ejemplos, conventos como el de Regina (en la actual calle de su nombre), las Dueñas (frente al Palacio del mismo nombre), las Mínimas (calle Sierpes), la Concepción (actual plaza de Menjíbar), o San Felipe (en torno a Doña María Coronel). También se derribó, hasta trabajando de noche, la iglesia de San Miguel en la plaza del Duque, una rica iglesia mudéjar donde estaban Pasión, La Soledad y el Amor. Hoy no queda nada. Allí está un sindicato y una cafetería setentona. Pero además se comenzó el derribo de las murallas de la ciudad, empezando por la Puerta de Carmona y la Puerta Osario. Hoy sólo quedan en la memoria de las paradas del autobús. Y menos mal que la revolución duró poco porque estaba en proyecto el derribo de todas las iglesias mudéjares. Y se llamaban modernos...
La historia de esta revolución la escribió, años después José María Tassara en un libro que tituló “Apuntes para la historia de la revolución de 1868 en Sevilla”. Hoy que se lee tan poco, como mucho alguna novelita de Dan Brown, debería ser una lectura obligatoria. Sobre todo por nuestros políticos. No deberían olvidar las líneas finales de ese libro. Decían así: “La revolución ha probado, una vez más, que el orgullo de los que no saben edificar consiste en destruir”.
Y cuando andas por Sevilla, te das cuentas que, desde 1868, hemos aprendido poco.

CUESTIÓN DE ENTRADA. ¿Qué Sevilla queremos?