Año 1951. La tierra tembló. Quizás no le gustó el cuerpo que le llegaba. Polvo eres y en polvo te has de convertir. Dale señor descanso eterno. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Mil y una frases que vinieron a tu memoria. Mil y una amenazas. Lágrimas. Carcajadas secas. Sonidos y temblores. Todo a través de un micrófono. De pie y muy alto. Sonidos temblorosos y para hacer temblar. Sevillanos: aquí Radio Sevilla. Una pesadilla lejana que sonaba en tus oídos. El general en jefe de los ejércitos en éter había muerto. Lo enterraban en la Macarena. Con todos los honores. Tuvo el raro honor de hacerte temblar. No aquel día. Mucho antes...
Era una voz sin cara en una infancia a punto de desaparecer. Prematuramente. La radio era mucho más que una radio. Centro de gravedad en el cuarto. Sobe el aparador y con tapete de tu abuela. Con botones y ruedas que te llevaban a tierras lejanas, a mundos desconocidos, a sonidos celestiales. Las coplas de la abuela y las orquestas de papá, el parte a la hora fija y tantas cosas más...
Todo cambió aquel día. El día de la primera charla. Era más que eso. Era un pregón de maldades y un terremoto para tu inocencia. Tantos años antes... “Cuando triunfemos tengo pensado que, para ciertos crímenes, sean borradas del diccionario las palabras piedad y amnistía...”. Temblores. Los curas te habían hablado de la piedad y aquella voz aguardientosa la tiraba por tierra. “Tened un poquito de paciencia; tendréis que pasar por el fastidio de escucharme...”. Temblores. “...Yo os juro por mi palabra de honor y de caballero que por cada víctima que hagáis he de hacer por lo menos diez...”. Temblores. “Nuestros valientes legionarios han enseñado a los ojos lo que es ser hombres. De paso, también, a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido hombres de verdad y no castrados milicianos...”. Terremoto en tu corazón. Una pesadilla que te acompañó durante años...
Con el tiempo pusiste cara y bigote a aquella voz, y viste sus ojos mirando al vacío de la nada y a carcajadas mezcladas con alcohol y con el odio de la maldad. La locura existía. El demonio también. Quizás los curas te habían dicho la verdad.
El tiempo, sólo el tiempo. Llegó incluso el día en que llegaste a sonreír pensando en aquel micrófono. Oíste aquello de “¡Atención! ¡Radio Sevilla! / Queipo de Llano es quien ladra / quien muge, quien gargajea / quien rebuzna a cuatro patas / ¡Radio Sevilla!”.
Aquel día de abril tembló la tierra. Esperanza para quien no creía en la Piedad. Sentencia de bondad para el que no la tuvo. Terremoto en el sismógrafo. Memento homo. Tus temblores quedaron olvidados en el recuerdo...
Era una voz sin cara en una infancia a punto de desaparecer. Prematuramente. La radio era mucho más que una radio. Centro de gravedad en el cuarto. Sobe el aparador y con tapete de tu abuela. Con botones y ruedas que te llevaban a tierras lejanas, a mundos desconocidos, a sonidos celestiales. Las coplas de la abuela y las orquestas de papá, el parte a la hora fija y tantas cosas más...
Todo cambió aquel día. El día de la primera charla. Era más que eso. Era un pregón de maldades y un terremoto para tu inocencia. Tantos años antes... “Cuando triunfemos tengo pensado que, para ciertos crímenes, sean borradas del diccionario las palabras piedad y amnistía...”. Temblores. Los curas te habían hablado de la piedad y aquella voz aguardientosa la tiraba por tierra. “Tened un poquito de paciencia; tendréis que pasar por el fastidio de escucharme...”. Temblores. “...Yo os juro por mi palabra de honor y de caballero que por cada víctima que hagáis he de hacer por lo menos diez...”. Temblores. “Nuestros valientes legionarios han enseñado a los ojos lo que es ser hombres. De paso, también, a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido hombres de verdad y no castrados milicianos...”. Terremoto en tu corazón. Una pesadilla que te acompañó durante años...
Con el tiempo pusiste cara y bigote a aquella voz, y viste sus ojos mirando al vacío de la nada y a carcajadas mezcladas con alcohol y con el odio de la maldad. La locura existía. El demonio también. Quizás los curas te habían dicho la verdad.
El tiempo, sólo el tiempo. Llegó incluso el día en que llegaste a sonreír pensando en aquel micrófono. Oíste aquello de “¡Atención! ¡Radio Sevilla! / Queipo de Llano es quien ladra / quien muge, quien gargajea / quien rebuzna a cuatro patas / ¡Radio Sevilla!”.
Aquel día de abril tembló la tierra. Esperanza para quien no creía en la Piedad. Sentencia de bondad para el que no la tuvo. Terremoto en el sismógrafo. Memento homo. Tus temblores quedaron olvidados en el recuerdo...
6 comentarios:
Valiente recua de tópicos. Si es esto lo que dice un profesor, no quiero ni pensar los alumnos.
Pocos se preocupan en indagar que hay tras los lugares comunes de Queipo, denigrado por ambos bandos.
Fernández Coppel una micra.
.
¡Ah claro...! De Queipo hay que contar que era un gran patriota, que fue un excelente estratega por la manida y falsa historia de pasear moros para crear sensación de victoria, que fue un hombre piadoso y fervoroso seguidor de la Semana Santa y que tenía unos huevos más grandes que la casa Museo de Salvador Dalí. No te jode...
¡Que venga Pio Moa, que ése sí que es imparcial!
¿Tópicos, señor Suevos? Los entrecomillados son textos literales, no hay nada inventado. La forma de contarlo es a través de una persona mayor que lo experimentó así, y así me lo transmitió. Queipo fue denigrado por unos y temido por otros, pero es que así es la historia. Actuó como un sicópata asesino contra unos y como un díscolo e ingobernable virrey para otros. Si a usted le parece que llamar dictador a Franco es un tópico, pus nada dedíquese a reescribir la hsitoria, que últimamente está my de moda, tanto por unos como por otros. Y si me tiene, no sé por qué, especial manía, no vuelva a sacar la historieta esa del ¡vaya profesor!, que ésa es profesión sagrada y bastante mal considerada para que entremos en esos debates. (Y vuelvo a invitarle a que venga a mis clases o pregunte a mis alumnos). Un saludo.
Hay que ver señor Suevos, con ese apellido y comportarse como un vándalo...
Yo nací en Sevilla en 1940, en la barrio de la Macarena donde aún sigo viviendo, y cuando enterraron a Queipo de Llano tenía 11 años. Allí estaba yo de espectador, como tantos otros, presenciando el enterramiento de un hombre que en vida causaba pavor tanto a sus amigos como a sus enemigos.
La anécdota es que, en el preciso instante en que vimos colocar la losa sobre la tumba, se levantó un fuerte viento, el cielo se oscureció hasta hacerse de noche y la tierra tembló haciéndo que las gentes desaparecieran a toda velocidad para refugiarse en sus casas. Los vecinos del barrio decían que "ni la tierra quiere tragarse a un hueso tan malo".
Pero lo que mas impresión me causaba en mis recuerdos de niño era la cara de terror de los que oían los discursos y los partes de guerra del general. Sus palabras, su tono de voz y sus amenazas aterrorizaban a los oyentes, incluidos sus propios partidarios. Amenazas aquellas que cada día se materializaban en las murallas de la Macarena.
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