Desde pequeño, los profesores le
insistieron: no llegas por muy poquito. Unos le decían que no valdría para el
Bachillerato y otros que no llegaría a la Universidad. Un eterno límite. Pero
llegar, llegaba, aunque no creyeran en sus capacidades...
En estos días siente que vive en
un límite constante. Y llega a pasarlo mal. Porque, en cuaresma de
corporativismos, todos lo ven como un sujeto negativo: éste, no es de los
nuestros. En la casa hermandad escucha la tantálica frase que es rito no estudiado:
la hermandad está abierta todo el año. Y se lo dicen mientras le cierran la
puerta en las narices. Pero con la papeleta en el pecho sabe que llegar,
llegará, aunque en el camino se encuentre un vía crucis de recordatorios. Los
litúrgicos le recordarán su ausencia en el Quinario. Los eruditos remarcarán
que no conoce a los autores de los respiraderos del palio. En la tienda de
capirotes marcarán las medidas de su desconocimiento. Los teólogos de salón lo
catalogarán como un relativista moral, un sujeto dominado por el laicismo
imperante o un seudofolclórico sin copla que se precie. Los talibanes de
sacristía denunciarán su supuesta superficialidad y la vaguedad de sus
creencias. Los revolucionarios de
brasero y pecé de diseño lo tildarán de capillita rancio, modelo del
atraso secular de la ciudad. Sólo el sabe que llegar, puede llegar, y que
capacidades le sobran para sentir a Dios, en la tarde y en la noche; para orar,
en el blanco y en el negro; para la emoción, en el silencio y en la música. Se ha
puesto un capirote por montera y puede llegar a entender el mundo. Aunque sólo
sea un día. Aunque lo llamen capirotero: una pieza angular de la Semana Santa.
Un respeto.
ABC 14 marzo 2013
2 comentarios:
Foto del maestro Antonio Sánchez Carrasco
Gracias por esta bella defensa de los capiroteros que desde nuestras casas y trabajos amamos a nuestras hermandades aunque apenas acudamos a ellas, pero que sentimos como un deber segrado sacar nuestra papeleta de sitio, a pesar de las miradas de los hartibles...
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