27.11.06

28 DE NOVIEMBRE. EL HEREJE


La tarde de aquel 28 de Noviembre Juan Antonio de Medina recibió una última visita en su celda. Corría el año del Señor de 1693. En una fría celda del castillo de San Jorge, aquel portugués residente en Utrera combatía como podía la humedad del Guadalquivir. Un siniestro fraile dominico le repitió tres veces la misma pregunta:
¿Abandonas tu fe judía y abrazas la auténtica religión cristiana?
El portugués no respondió. Y la sentencia se hizo firme. Condenado por hereje judaizante. A la mañana siguiente tuvieron que atarlo con una soga para montarlo sobre un burro. Ya le habían puesto el sambenito, una larga tela con llamas que parecía prever el destino de aquel viejo hereje. No iba solo. Le acompañaban otros condenados por la que llamaban Santa Inquisición.
El trayecto fue largo. Los reos iban montados en burros, unos callados, otros gritando, otros blasfemando. En la Plaza de San Francisco se confirmó la condena, en medio de un numeroso público. La gente no cabía en las gradas de la plaza. Pero el portugués hereje siguió callado. De nada le importaron los requerimientos de unos frailes que se cruzó a la altura de las Gradas de la Catedral, frente a un puerta que llamaban del Perdón. Perdón, ¿para quién?. La comitiva de condenados paró unos momentos junto a la Giralda. Algunos clavaron sus miradas en una vieja pintura, la de un Cristo que portaba la Cruz al revés. Lo llamaban de los Afligidos. Algunos dicen que allí se produjo la conversión. Y que el viejo hereje abrió su corazón. Pero nadie le creyó. La comitiva continuó su camino hacia las afueras, entre hábitos negros y blancos, entre los llamados perros del Señor. Pasaron la muralla. Y llegaron al viejo Prado de San Diego donde ya estaba preparado el cadalso de madera. Un verdugo comenzó la macabra puesta en escena. Primero encender la hoguera. Luego preguntar al condenado si abjuraba de su religión. Y Juan Antonio de Medina habló por fin, entre gritos y sollozos:
- Déjenme vivir. Abrazaré la auténtica religión cristiana.
Nadie le creyó. Y lo arrojaron al fuego. Dicen que se desató hasta tres veces y que entre lloros salía de las llamas. Después de muchos forcejeos, un soldado le dio un golpe con su arcabuz que lo dejó inconsciente. Su cuerpo fue arrojado al fuego. Serían las cuatro de la tarde. Todavía se oían algunos gritos de los asistentes llamando marrano al viejo judío. De él no quedó nada. Hasta el día siguiente estuvieron esparciendo sus cenizas por el viejo Prado de San Sebastián. Era el año del Señor de 1693.
Siglos después hay quien sigue oliendo a cenizas de muerto por el antiguo Prado. Siglos después, hay quien ve el reflejo de las llamas en la antigua Audiencia y hasta quien oye lejanos gritos de un viejo hereje...

2 comentarios:

Reyes dijo...

que historia más fantástica; aunque me da un poco de lástima...

del porvenir dijo...

Allí permanece una Cruz en recuerdo de los que fueron enterrados en el Prado a los pies de la Iglesia del Señor San Sebastian de El Porvenir, en los jardines.
http://www.parroquiasansebastian.org/paseo/IM002799.jpg

http://www.parroquiasansebastian.org/paseo/DSCF0013.JPG