Noche profunda. Susurros de un viejo convento. Como en una ópera. Un diálogo de carmelitas. En la noche, los susurros se hacen notas. Notas escritas en un pentagrama de cirios. La luz en las tinieblas. Y unas notas de luz que se hacen melodía.
Ritmo suave. Cadencioso. Andante. Sonido de platillos. Y melodía que se vuelve a repetir. Estructurada y medida. Como si fuera un teatro neoclásico. Preámbulo, desarrollo y desenlace. La medida. La de un Blas Molner que talla con sus manos una Virgen que mira hacia lo alto. Busca las notas más elevadas, las de más difícil entonación. Manos académicas para tratar de contener un sentimiento barroco. Melodía que se repite. Suave. Cadenciosa.
Recuerdos de un viejo retablo lateral que salen enmarcados a la calle. Entre cuatro faroles. Dios padre bendice desde el frontón. Dios Hijo recibe la bendición. Está a punto de caer. Dos columnas de azahar lo sostienen a izquierda y derecha. Mirada lateral y cruz de carey que combate con la plata y con miles de miradas. Angelitos en canastilla dorada. ¿Estáis puestos? Lo están desde hace siglos. No caerá la cruz del Señor. Para eso revolotean entre claveles, dorados y recuerdos de allende los mares. Melodía que se repite. Suave. Cadenciosa.
Cristo caído se pierde camino de la elegancia. Elegancia de San Vicente. Cuatro faroles dorados recuerdan a los que faltan. Carrero en la memoria. La Biblia en la calle y la Biblia de las cofradías en el cielo. Almagra en las cornisas para enmarcar la escena. Quizás Dios caiga en la próxima esquina. Antonio Pantión le pone música a un nodo. Marcha fúnebre. Hecha para que un nazareno no caiga al suelo. Melodía que se repite. Suave. Cadenciosa.
Dios se pierde en los rincones y una madre parece mirar por encima de un moldurón de plata. Rosas a sus pies. El rojo de la pasión que besa su contenedor de plata. Y la Virgen que mira a lo alto. Quizás siga la melodía. Quizás escuche una nueva. La brisa de la noche suena al fagot y al oboe de la muerte. Dios ha debido caer. Dolor de una madre. Nueva melodía. Tiene un aire más triunfal. Suena entre terciopelos oscuros. Le recuerda a Sevilla que sus dolores son sus penas. Quizás no se atreva a mirar hacia abajo. El dolor de una Virgen que sale a pasear su pena. Pañuelo blanco en la mano. Rincones llenos de melodías. La noche lo está inundando todo. Hasta los sentimientos. 19 de abril de 1943. Estreno de una marcha. La cofradía más elegante ha salido a la calle.
Ritmo suave. Cadencioso. Andante. Sonido de platillos. Y melodía que se vuelve a repetir. Estructurada y medida. Como si fuera un teatro neoclásico. Preámbulo, desarrollo y desenlace. La medida. La de un Blas Molner que talla con sus manos una Virgen que mira hacia lo alto. Busca las notas más elevadas, las de más difícil entonación. Manos académicas para tratar de contener un sentimiento barroco. Melodía que se repite. Suave. Cadenciosa.
Recuerdos de un viejo retablo lateral que salen enmarcados a la calle. Entre cuatro faroles. Dios padre bendice desde el frontón. Dios Hijo recibe la bendición. Está a punto de caer. Dos columnas de azahar lo sostienen a izquierda y derecha. Mirada lateral y cruz de carey que combate con la plata y con miles de miradas. Angelitos en canastilla dorada. ¿Estáis puestos? Lo están desde hace siglos. No caerá la cruz del Señor. Para eso revolotean entre claveles, dorados y recuerdos de allende los mares. Melodía que se repite. Suave. Cadenciosa.
Cristo caído se pierde camino de la elegancia. Elegancia de San Vicente. Cuatro faroles dorados recuerdan a los que faltan. Carrero en la memoria. La Biblia en la calle y la Biblia de las cofradías en el cielo. Almagra en las cornisas para enmarcar la escena. Quizás Dios caiga en la próxima esquina. Antonio Pantión le pone música a un nodo. Marcha fúnebre. Hecha para que un nazareno no caiga al suelo. Melodía que se repite. Suave. Cadenciosa.
Dios se pierde en los rincones y una madre parece mirar por encima de un moldurón de plata. Rosas a sus pies. El rojo de la pasión que besa su contenedor de plata. Y la Virgen que mira a lo alto. Quizás siga la melodía. Quizás escuche una nueva. La brisa de la noche suena al fagot y al oboe de la muerte. Dios ha debido caer. Dolor de una madre. Nueva melodía. Tiene un aire más triunfal. Suena entre terciopelos oscuros. Le recuerda a Sevilla que sus dolores son sus penas. Quizás no se atreva a mirar hacia abajo. El dolor de una Virgen que sale a pasear su pena. Pañuelo blanco en la mano. Rincones llenos de melodías. La noche lo está inundando todo. Hasta los sentimientos. 19 de abril de 1943. Estreno de una marcha. La cofradía más elegante ha salido a la calle.
5 comentarios:
"Cristo caído se pierde camino de la elegancia", usted lo ha dicho, es elegancia, en los pasos, en la marcha, en todo.
Es mi tercera cofradía.
Como hermano de las Penas y activo de su grupo joven durante muchos años, gracias por sus hermosas palabras, querido profesor.
Hermandad unida a mi familia desde hace mucho. Lugar de encuentro todos los años. Rincón bellísimo de nuestra ciudad e inigualable el Lunes Santo. Elegancia, mucha elegancia.
Jesús de las Penas es sublime.
La elegencia del negro ¿que tendrá?
Inventario soberbio de la finura, lo íntimo, lo escogido: Socorro, Dolores, Tristeza, Angustia, Palma, Merced, Concepción, Mayor Dolor, Presentación... Loreto. Sobran palabras, basta sentimiento
hermoso articulo
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