Una pegunta
que desde el siglo XVI se habían hecho los grandes teóricos del arte. La duda
continuó en el siglo XVII. Dos artes manuales, algo no muy bien visto en una
sociedad que aspiraba a no trabajar. Y menos con las manos. Donde estuviera un
título nobiliario que se quitara la creación. Que se lo preguntaran a Diego
Velázquez... Aunque el que respondió fue su suegro. Un día como hoy de 1622.
El
influyente pintor Francisco Pacheco, autor de la policromía de diversas obras
de Montañés, publicaba en julio de 1622 unas curiosas páginas resumidas en un
significativo título: Sobre la antigüedad
y honores del Arte de la
Pintura y su comparación con la escultura, contra Juan
Martínez Montañés. Curiosas páginas en las que defendía la preeminencia de
la pintura frente a la escultura. En realidad, una cuestión que estaba zanjada
desde hacía tiempo en Sevilla con el triunfo de las disposiciones gremiales que
impedían la realización de una obra artística a alguien que no estuviera
examinado por el gremio. Era obligatorio superar la prueba del gremio
correspondiente para trabajar como pintor, tallista, retablista, escultor,
fabricante de instrumentos y las mil y una categorías que entonces existían.
Salvo Alonso Cano, examinado y conocedor de la pintura, la escultura y la arquitectura,
pocos fueron los autores que se atrevieron a practicar varias disciplinas. Las
rígidas normas gremiales así lo marcaban. Incluso impedían el trabajo de
artistas que no estuvieran examinados por el gremio local. Que se lo
preguntaran al mismo Zurbarán...
Talla
y dorado-policromía estaban, pues, separadas. Las ordenanzas gremiales de la
ciudad eran claras: “...que ningún
maestro entallador, ni carpintero, ni de otra calidad, no pueda tomar ninguna
obra de pintura, salvo los mismos maestros examinados del oficio [de
pintor]...”. ¿Por qué cargó Pacheco de forma tan rotunda contra Martínez
Montañés? La respuesta estaba en el pulso planteado por el ya triunfante Juan
Martínez Montañés. El día 6 de noviembre había contratado con las franciscanas
de Santa Clara la talla de la arquitectura y la imaginería del retablo mayor de
su iglesia en madera de cedro por un precio de 4.500 ducados. A los pocos días,
contrató la policromía de la obra por sólo 1.500 reales. La polémica estaba
servida. Un escultor se atrevía a policromar su obra. En el fondo latía otra
cuestión: ¿Pintura o escultura?, cuestión solventada por Montañés a favor de la
escultura, al tasar la policromía en un precio muy inferior. Fue una guerra
perdida. En 1623, Martínez Montañés tuvo que ceder las labores de dorado y
pintura al pintor titulado Baltasar
Quintero.
Marcador de la jornada: Pintura:
1 – Escultura: 0.
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