Nombre de santo. Barrio de
conquistadores, toreros y arquitectos. De cofradía de las de capa con sabor
antiguo, que no todo está en el centro. Nombre de puente que no salta ningún
obstáculo y que fue barroco en época de costumbrismo e historicista en época de
derribos. Nombre de arrabal, aunque nunca lo hubo más cerca del centro ni más
caro en época de especulaciones. Nombre de calles cargadas de historia, desde
aquella invocación de Tentudía a la inestabilidad de una calle Campamento.
Reyes y toreros. Gloria efímera de una plaza de toros que fue monumental y al
mismo tiempo el monumento más efímero. Como el túmulo del torero que la
patrocinó, diestro que tiraba más hacia los arrabales macarenos. Tiempo que
pasa. Tiempo que se detiene en atardeceres de viejos muros musulmanes y de
soldaditos con casaca que hacen de veleta por encima de las fábricas de
cañones. Soldaditos de pavía veletas como la ciudad, hoy miro aquí, mañana
allí. Con la escopeta en alto pero herrumbrosa, incapaz de soportar el paso del
tiempo. Dios te proteja, viejo arrabal. Ya te protegieron otros dioses.
Cancerberos. Orientales. Viejos leones de bronce que se fundieron a tus puertas
y que se fueron a proteger las puertas del Congreso. Original y copia. Lo que
habrán oído... Leones sevillanos que se quedaron con Eduardo Dato. Serían datistas, que también lo hubo mauristas, como los hubo exaltados y
moderados. Exaltación de todo un barrio, de toda una iglesia, de todo un santo,
de toda una liturgia. Eso hacía el viejo cura mientras pensabas en tantas y
tantas cosas. Mirabas un retablo neoclásico, con el santo titular entre figuras
de Blas Molner. Moderno entre antiguo. Boda y bautizo al mismo tiempo. Tiempos
que corren. Un cura con voz de canónigo de La
Regenta. Vetusta sevillana. Casó a los novios. Dio la comunión. Bendijo.
Predicó. Pregonó. Y bautizó al mismo tiempo. Padres, hijo y el Espíritu Santo
que no se quiso perder el acto. Cristo de la Salud a un lado, como en un
antiguo oratorio de la Escuela de Cristo. Virgen de la Salud presidiendo el
acto. Tenía un aire torero. Para el bautizo, el oficiante se revistió con capa
pluvial. Ya quedan pocos que lo hagan. Saludó al neófito. Mandó callar.
Impartió la bendición. Invocó al Espíritu. Al santo y al de todo un barrio con
nombre de santo de visiones místicas. El monje medieval que vio la lactación
mística. Teta y mística. Infancia y madurez. Cuando el niño fue bautizado, el
eterno sacerdote de la sotana, del alzacuellos, de la capa pluvial y del
birrete se dirigió a los presentes. Con voz cavernosa, pura y decimonónica.
Calló hasta Santa Bárbara y su trueno. No gritó. Pregonó a los cuatro vientos
de San Bernardo:
- ¡Este niño ya es cristiano!
Bienvenido a la Iglesia. Su historia te
bautizó revestida con capa pluvial...
4 comentarios:
Fantástica entrada, y Bendito Don José, que a muchos bautizó, incluyendo a mis hermanos e hijos, y a todos educó.
Es sencillamente admirable tu entrada, enhorabuena.
saludos.
Mari Carmen.
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